Entrega del Premio Europeo de Comunicacion "Jordi Xifra Heras" - 15.11.99Intervencion de Emma Bonino
Señoras y senores,
es para mi un autentico placer dirigirme hoy a esta audiencia tan cualificada y distinguida. También es un privilegio hacerlo en el contexto de esta ceremonia, convencida como soy de que toda distinción que se recibe hay que considerarla - mas que una recompensa por las cosas ya hechas - come un empeño para el futuro, un compromiso mas que seguiremos trabajando como antes.
Nuestro mundo está cambiando, pero no para mejor. Siempre hemos sabido que la paz y la seguridad nunca han estado, de por sí, garantizadas. Ahora bien, con el final de la Guerra Fría muchos confiaron en que la guerra podría convertirse en una excepción residual y dolorosa de las relaciones internacionales. En lugar de ello, la guerra ha regresado al galope introduciéndose en la historia del final del siglo veinte.
Hay algo peor : guerreros y belicistas parecen haber recobrado una dignidad, incluso a veces una atracción popular perversa, que parecían haber perdido para siempre. Mientras tanto, la violencia y sus víctimas civiles se están convirtiendo en un triste aspecto de la vida cotidiana . Muchos de los conflictos a los que asistimos hoy quizá sean locales, sin implicaciones geopolíticas a gran escala, pero lo preocupante de ellos es que señalan, con demasiada frecuencia, un retorno a la barbarie.
En realidad, la propia guerra está cambiando. Los conflictos tradicionales que enfrentaban a ejércitos de diferentes naciones han sido sustituidos por conflictos internos y étnicos sumamente sangrientos. Conflictos donde los civiles no mueren de forma accidental, sino que son el blanco principal de los ataques, conflictos donde los crímenes contra la humanidad y el genocidio ya no son un medio, sino el fin del conflicto ; donde la reglas mínimas que todas las naciones habían acordado aplicar siempre, el conjunto de convenios conocido como el » derecho de guerra , se violan por principio político, no por accidente.
Genocidio, crímenes contra la humanidad, graves crímenes de guerra - y la impunidad de que gozan sus responsables - crean un círculo vicioso de violencia y venganza que llega a amenazar nuestra propia seguridad.
Ha llegado el momento de romper el ciclo de la violencia, de poner fin a la impunidad y demostrar la resolución de la comunidad internacional, de afirmar la primacía del Estado de Derecho.
A lo largo de mi carrera política he sido siempre una defensora ensañada de los derechos humanos, pero no de una forma genérica sino tomando mi parte en campanas especificas y determinadas, como las dos que absorben mucho de mi tiempo en este periodo :
por la ratificación del Tribunal Permanente Internacional contra los crímenes de guerra, el genocidio y los crímenes contra la humanidad ;
- y la otra, para una moratoria de las ejecuciones con la perspectiva de la abolición completa de la pena de muerte.
Para convencirse de la necesidad de una justicia internacional eficaz - de una verdadera justicia sin fronteras - es bastante mirar a la experiencia de los dos tribunales internacionales ad hoc instituidos para la antigua Yugoslavia y para Ruanda.
He apoyado sin ambages estos dos tribunales y sigo apoyándolos. Pero soy plenamente consciente de las dificultades a que han tenido que hacer frente, y especialmente los riesgos que implica una mayor proliferación de tribunales de este tipo. Digàmoslo claramente, no podemos seguir estableciendo estructuras judiciales que no solo son » ad hoc , sino también » post hoc .
Lo que necesitamos por el contrario, y como se resaltó en la Declaración de la Unión Europea, es la estructura de un tribunal permanente, con un mandato constante y normas universales. Este tribunal tendría, además, una gran fuerza disuasoria frente a los crímenes - y criminales - que la comunidad internacional no seguirá tolerando.
En julio de 98, ciento y veinte Países firmaron en Roma el Estatuto del TPI. Sin embargo, para que el TPI pueda ser operacional hace falta que no menos de 60 parlamentos nacionales ratifiquen el Tratado de Roma. Hasta ahora solo una pocas asambleas legislativas han ratificado (las de Italia, Senegal, Trinidad-Tobago y San Marino) o se disponen a hacerlo (Francia y Bangla Desh).
Las crisis recientes de Kosovo y de Timor deberían hacerles ver a los parlamentos de los países que se pronunciaron a favor de un Derecho Penal Internacional que cada día que dejan pasar es otro día de impunidad para los mayores criminales de nuestra época. Peor todavía (ancora peggio) es el riesgo de que ese proyecto - después de haber nacido - se empantane sine die por falta de las ratificaciones suficientes. Ojalá que España adelante su ratificación.
Ha llegado el momento de demostrar que realmente nos preocupamos de aquello que preocupa a nuestros ciudadanos, y que los valores que compartimos no se limitan a simples tertulias de café. Se lo debemos a demasiadas víctimas de demasiados crímenes abyectos. Se lo debemos a las generaciones futuras, que, espero, sean menos tolerantes de lo que lo hemos sido nosotros frente a estos crímenes y sus autores.
También se lo debemos a la opinión pública internacional, a la » aldea global que nos está observando hoy.
Nos corresponde demostrar que la cooperación internacional también puede enfrentarse con éxito a problemas morales ; y que las instituciones internacionales requieren y merecen un apoyo más amplio.
Acabemos con este sentimiento creciente de que, cada vez que se alza una voz en un intento de dar una dimensión ética al debate sobre los conflictos que han acosado a nuestro siglo, se responde que es muy difícil, sino imposible, reconciliar principios y valores abstractos con una acción política que obedece a un enfoque realista. Bajo este punto de vista, los principios, no obstante elogiables, no proporcionan una base sólida para abordar problemas de la política exterior , cuando en realidad lo que necesitamos son soluciones realistas.
Nunca me convencerán con este argumento. Me estoy convenciendo cada vez más y más que una política exterior que está basada solamente en intereses, bien sean nacionales o regionales, ya no es viable. En mi opinión, lo que necesitamos es una política exterior firmemente anclada en ética, y basada en valores y principios universalmente aceptados. Lo que necesitamos son opciones políticas transparentes, que puedan ser explicadas a nuestros parlamentos nacionales, a nuestros ciudadanos y a la opinión pública en general.
Permítanme también ahora unas palabras sobre la segunda campana, la por la moratoria de la ejecuciones y la abolición de la pena de muerte, cuyo éxito esta previsto en estos días, en esta misma semana.