Me inscribo al Partido radical porque está atravesando un momento de debilidad. Creo que ésta coincide con la grave debilidad de la democracia italiana. Así pues, al reforzar el primero, aunque sólo sea uno de los 50.000 que hacen falta, confío en reforzar la segunda.Igualmente, creo que éste es el momento idóneo para inscribirse. De hecho, ahora no hay charanga ni pandereta, ni atractivo alguno en una opción de este tipo. Me da la impresión de hallarme entre personas corrientes y molientes, lo cual me encanta, en vez de agregarme necesariamente a un circo de cantantes, actores, bailarinas, premios Nóbel, agentes secretos etc. Y digo todo ésto sin por ello despreciar a los que acabo de mencionar. Es más, si hay que lograr que se inscriban 50.000 personas, es menester que se inscriban, o que se vuelvan a inscribir, sin más demora. Simplemente, se trata de una animadversión personal hacia el nivel patológico de compenetración alcanzado en este país entre el espectáculo y lo restante. A mí me gusta mucho el espectáculo y su gente, pero que el espectáculo absorba lo restante me da miedo.
Me encanta que el PR haya decidido no presentar candidatos a las elecciones nacionales. Ya que se ha llegado a dar por descontado, a admitir y a vanagloriarse de que la política no es más que un medio como otro cualquiera para obtener dinero y poder, me parece justo indicar que aprecio muchísimo la única cosa que se mueve claramente en dirección contraria.
Asimismo, me gusta la idea del partido transnacional, que es la base de lo que he recordado en el párrafo anterior. Desearía que Italia estuviese gobernada por no-italianos y, mira por donde, la integración europea tal vez sea el único modo democrático para lograrlo - sin que nadie nos invada o sin que un Hohenzollern se case (pardon: se casase) con una Savoia.
La absorción nuestra en una jurisdicción más larga, cuyos miembros más fuertes son más demócratas (y eficaces: me estoy convenciendo de que se trata de lo mismo) que nosotros, es la única esperanza. La única esperanza que nos queda para librarnos de Andreotti y de los demás gerontócratas, para contar con un servicio bancario eficiente, con teléfonos que funcionen, con una justicia digna de llamarse así, para que exista una ley anti-trust y una ley sobre la Oferta Pública de Adquisición.
Transnacionalizándonos («22 letras!) tal vez consigamos aprender alguna otra lengua, imponiendo desde fuera un mínimo de competitividad a los medios de comunicación y a los periodistas italianos.
Añado dos líneas para los pocos que están al corriente de la simpatía que profeso por el PCI y que se sentirían decepcionados si lo pasase por alto. Obviamente, me alegro de que el PR intente ayudar a Occhetto a vencer su batalla interior. La cuestión testimonia, por si todavía hiciese falta, que los radicales no son oportunistas. Qué momento mejor que éste para arremeter contra el PCI?. Y en cambio, no. Buena jugada.
Pero lo que más ha contribuido a que me decidiese a prestar mi modesto apoyo al PR es harina de otro costal. Se trata de la convergencia de una sensación total de enajenación del país del que soy ciudadano y en el que me gustaría seguir viviendo, y la opción del PR de enajenarse - en muchos sentidos, me parece - del país en el que nació y combatió sus batallas políticas.
Hace tiempo, cavilando con un amigo mío aún más enajenado que yo, comentábamos que las únicas organizaciones a las que vale la pena sumarse hoy por hoy son Amnistía Internacional, Greenpeace o Pugwash (para la que trabajo). Es decir, organizaciones con un objetivo no sólo digno sino simple y claro, que lo persiguen sin tanto rollo y sin erigir un enorme aparato que acaba primordialmente por querer preservarse.
Después me dí cuenta de que se hallaba delante de mis narices.
Ya he escrito demasiado. Os deseo a todos lo mejor de lo mejor.
Marco De Andreis