Los sistemas electorales democráticos pueden privilegiar dos intereses de alguna manera contrapuestos: la representatividad o la estabilidad del gobierno. No se pueden garantizar ambos al mismo tiempo.El sistema uninominal anglosajón privilegia al máximo la estabilidad a costa de la representatividad y presupone un sistema político bipartidista (en teoría, sólo en teoría, es posible no lograr ningún escaño con el 49% de los votos, pero en la práctica no ha ocurrido jamás. En cambio, se penaliza gravemente un eventual tercer elemento que, tal y como ha sucedido en Inglaterra con los liberales, con el 25% de votos puede ganar sólo el 1% de escaños). El francés (con dos turnos) ha sido concebido para privilegiar la estabilidad pero basándose en la confrontación de cuatro grandes fuerzas políticas que al final deben acordarse en dos alas. El alemán, (dos votaciones, una con el sistema mayoritario y la otra con el proporcional, corregido con la barrera del 5%) realiza un compromiso entre ambos intereses pero no garantiza con certeza que el partido que "gana" las elecciones pueda gobernar solo. El italiano, por el contrario, privilegia solo la representatividad a costa de la gobernabilidad.
Por gobernabilidad se entiende la posibilidad del partido de mayoría relativa de poder ser plenamente responsable de las decisiones de gobierno que lleva a cabo a lo largo de la legislatura. La consecuencia directa de la gobernabilidad es la alternancia puesto que el cuerpo electoral puede juzgar con claridad la acción de un partido y por lo tanto decidir si seguir dándole confianza o no. El pueblo puede ser realmente árbitro y soberano con respecto a las decisiones de gobierno ("puede" porque el otro elemento que garantiza este derecho es la honestidad de la información).
El sistema proporcional, que obliga a llevar a cabo alianzas de gobierno entre los partidos, concentra todos los defectos de los sistemas políticos: la responsabilidad de las decisiones de gobierno se diluye entre muchos; la alternativa es prácticamente imposible; el ciudadano no puede decidir por quién quiere ser gobernado. Así pues, asistimos a las peleas entre ministros de los distintos grupos que intentan cargarle a otro la responsabilidad de las medidas impopulares y la necesidad de estas mayorías tan inestables para buscar acuerdos con las oposiciones en la gestión y la repartición del poder. La fragmentación de los intereses de la mayoría no garantiza de hecho la efectiva mayoría parlamentaria, es decir la posibilidad efectiva de hacer aprobar las propias medidas. Esta situación es la que ha provocado en Italia el compromiso histórico que, a pesar de su repudio formal, está en vigor a todos los niveles de las instituciones representativas centrales y periféricas.
No en vano nuestro sistema político ha sido definido como el "monopartidismo imperfecto".
Si bien es verdad que en el sistema mayoritario clásico un partido con el 25% de los votos puede no obtener ningún escaño parlamentario, en el sistema proporcional sucede una cosa más grave todavía: con el 25% de los votos un partido esencial para la constitución de una mayoría de gobierno puede convertirse en el árbitro efectivo de la política sin tener todas las responsabilidades.
Se trata de escoger entre el desmembramiento partidocrático italiano que impide desde hace más de 40 años la alternativa, y la dura pero certera ley del sistema mayoritario.
Yo opto, sin vacilar, por la segunda, aún a sabiendas de que probablemente algunos elementos sociales del país no podrán tener representación en el Parlamento. Pero, sirve de algo sentarse en absoluta minoría en Parlamentos en los que los reglamentos han privado de toda capacidad de representar, es decir de hacer conocer las distintas opiniones?.