Rosa MONTERO
(EL PAIS, 6/12/94)
El otro día vi en televisión unas imágenes de Sarajevo. Ya no nos sorprende nada de Sarajevo. Como mucho exclamamos "es un espanto", con el mismo tono de desaliento y de fastidio con que nos decimos "tengo que dejar de fumar un día de éstos". O sea, es un pensamiento penoso que procuramos apartar de la cabeza. Dura tanto ese infierno que la costumbre de vivir lo neutraliza.
Pero el otro día vi unas imágenes que lograron conmoverme de nuevo: era la filmación de un tranvía marchando por una calle, un tranvía lleno de hombres y mujeres cansados, hombres y mujeres que iban a trabajar o tal vez venían, con sus gabardinas y sus bufandas al cuello, con los ojos llenos de la nostalgia de la cama tibia, como los ojos de los asalariados del mundo entero. Y entonces, de repente, en mitad de esa escena tan común, se oyeron unos disparos, se rompió un cristal, los pasajeros intentaron acurrucarse en el tranvía y en sus miradas ya no había el agotado ensueño del sueño, sino un espanto alerta y animal. Era el horror aflorando en medio de la normalidad. Y ese fue el agujero negro en lo cotidiano (todos los humanos llevamos una intuición de ese horror dentro nuestro) lo que me acercó de nuevo a Sarajevo.
Los habitantes de esta ciudad torturada han hecho un manifiesto (ya lo han firmado 160.000 vecinos) pidiendo el fin del asedio y que Sarajevo no sea dividida. Conmueve comprobar que esos hombres y mujeres del tranvía que miraban como animales acosados son aún capaces de creer en el valor salvador y humanizador de la palabra, en un texto, unas líneas. Será verdad que sirve para algo? Necesitan recoger firmas en toda Europa, antes del 10 de Diciembre, para presentar el manifiesto ante la ONU. Para sumarse, llamar al (91) 4587274 o mandar un fax al (91) 3440166.