En 1949 el Tibet, país independiente, con una historia milenaria, fue invadido por el ejército de la República Popular China. Siguió una ocupación de una ferocidad sin precedentes, con matanzas, torturas, encarcelamientos en masa, esterilizaciones y abortos forzados, destrucciones del patrimonio cultural, religioso y ecológico.
Tras cuatro decenios de encarnizada resistencia de los tibetanos y ante su negativa irreductible a someterse, los chinos elaboraron y pusieron en práctica en los años 80 una "solución final" de nuevo cuño: la "limpieza étnica" por disolución.
Así empezó un gigantesco trasvase de poblaciones chinas hacia el Tibet. De ser algunos millares, los chinos que habitan en el Tibet han pasado a ser siete millones. Y los tibetanos son ya minoritarios en su propio país. Objetivo de la potencia de ocupación: 40 millones de chinos en el Tibet en el año 2020. Entonces los tibetanos, su lengua, su cultura, sus costumbres, su civilización, su religión, quedarán definitivamente relegados a los libros de historia.
El tiempo apremia. Es necesario, mientras aún estamos a tiempo, detener este genocidio silencioso. Hay que salvar al Tibet, a los tibetanos, al patrimonio de historia, de cultura, de civilización, de convivencia civil que han sabido darse y dar a la humanidad, hay que salvaguardar su derecho a existir en tanto que pueblo y no sólo en tanto que individuos.
Hay que detener al último imperio totalitario en su empeño de muerte y destrucción. Es preciso también que, a partir del Tibet, de su liberación y de su libertad, se creen las premisas para la libertad y la liberación del totalitaritarismo comunista de los mil doscientos millones de chinos.
Y, en un momento en que, en todo el mundo, la violencia aparece cada vez más como un arma definitiva contra el diálogo, hay que erigir en ejemplo de toda la humanidad la resistencia noviolenta del pueblo tibetano y de su líderes, empezando por el Dalai Lama.
Por estas razones, es preciso que nos organicemos sin tardanza.
Es necesario que desde las cuatro esquinas del mundo, millones de hombres y de mujeres se unan bajo el signo de la noviolencia en una iniciativa concreta y activa para que el Tibet pueda recobrar la libertad, para que las autoridades de Pekín emprendan sin tardanza un vasto proceso de descolonización, para que, mientras tanto, se garantice el pleno respeto de los derechos humanos, de los derechos civiles y políticos de los tibetanos.
Nosotros, hombres y mujeres, importantes y del montón, habitantes de grandes urbes, de pequeñas ciudades y pueblos, suscribiendo este llamamiento, nos comprometemos a que el próximo 10 de marzo, aniversario de la insurrección noviolenta de Lhassa de 1959, sea un día de esperanza y de acción concreta para la libertad del Tíbet, para la liberación de los tibetanos, y en consecuencia para la liberación de los chinos y de todos nosotros.
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Nombre Apellido Profesión/ocupación País Firma
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