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Partito Radicale Centro Radicale - 5 novembre 1998
Bajo el cielo de Lamaland. Artículo publicado por L'Opinione

BAJO EL CIELO DE LAMALAND

por Massimo Lensi

L'Opinione, Roma, 5 de Noviembre de 1998

Empecé a entrar en contacto con el altiplano del Tíbet a lo largo de los 97 kilómetros que separan el aeropuerto de Lhasa: 3.800 metros de altura, falta de oxígeno, sol implacable, aire picante, enrarecido y un cielo azul intenso, casi aplastante. En el jeep que me conduce al pequeño hotel tibetano reservado desde Katmandú, los rostros y las voces de todos mis amigos y compañeros de lucha de estos cuatro últimos años de campaña por la "libertad del Tíbet" me vienen a la mente. Amigos encontrados un día, y luego tantas veces vueltos a ver, en Budapest, en Bruselas, en Ginebra, o en Bonn a los que el Partido Radical lleva proponiendo desde hace cuatro años el Satyagraha noviolento mundial por la libertad del Tíbet ocupado como única hipótesis política capaz de encarar con fuerza la cuestión tibetana.

Aunque también pienso, no sin alguna inquietud, en los últimos mensajes contemporizadores cruzados entre el Kashag, el gobierno tibetano en el exilio, y las autoridades de Pekín, en la opción ahora escogida por el Dalai Lama a favor de negociaciones secretas con el gobierno comunista de Zu. En terminar así2 con una lucha de cuarenta años de duración, con un "compromiso" sobre el nuevo estatuto del Tíbet. Pero cuál?

«Lhasa ya no existe! En su lugar, los chinos han construído Lamaland, un parque de atracciones para turistas en búsqueda de misticismo o para chinos adinerados, que darán más tarde testimonio del respeto, la tolerancia e incluso la devoción con que las autoridades de la "Tibetan Autonomous Region" tratan a fin de cuentas a los tibetanos: un ejemplo fantástico del peor 'Minculpop'.

En Lamaland, como en cualquier otro parque de atracciones del mundo, se paga todo. Los yuan que me permitirían comer en un restaurante me hacen falta para visitar el Potala o los monasterios de Drepung y Sera; quiero comprar un kata? o un rosario tibetano o tal vez una bandera de oraciones? En el mercadillo de Bakhor, en las afueras del monasterio más sagrado de Lhasa y seguramente de todo el Tíbet, el Jokhang, lo hay: «hechas en Hong Kong o en Katmandú!, gasto modesto y recuerdo exótico garantizado.

Pero Lamaland también son dos ciudades. La china, bien alumbrada y limpia, con sus tiendas relumbrantes casi occidentales, con restaurantes típicos y hoteles de lujo. La parte tibetana, al contrario, está descuidada, oscura, diametralmente opuesta a la parte china. Es la "reserva india" donde el occidental puede redescubrir el medievo teocrático de los Grandes Lamas. O al menos es lo que creerá tras haber respirado el olor de manteqilla de yak que impregna despiadadamente el aire.

Los jóvenes tibetanos, arropados con los oropeles de algunas Revoluciones Culturales, conocen su lengua, reintegrada hace tres años al nivel de la enseñanza escolar por las autoridades de la TAR para, a mi juicio, perfeccionar el exotismo de la 'reserva india', y conocen también el chino. Los jóvenes chinos de la misma edad saben además inglés, llevan vaqueros y báskets y escuchan a U2. Pero ya las etnias están cada vez más mezcladas. Los mestizos son mayoritarios en el seno de la comunidad tibetana. Unas cuantas generaciones más y los chinos conseguirán obtener el "perfecto tibetano".

La lenta y chusca burocracia de la Oficina de Inmigración de Lhasa me había prohibido la vuelta a Katmandú por vía terrestre, planeada para pasar por Shigaste, Tashi Lumpo y Sakya, pero conseguí hacer algunas excursiones, a pesar de la inminencia del vencimiento de mi visado, obtenido con enormes dificultades en Katmandú.

La obra de Pekín es formidable, perfecta. En todas partes, en las afueras de Lhasa o Lamaland, billetes que hay que pagar, silenciosos monjes que fotografiar, paisajes que recordar, bajo el sol de los 4.000 metros y el azul intenso del cielo del Techo del Mundo. Una organización reticular que no deja resquicio a la aventura ni a las prácticas de viajar alternativas. Sólo Lamaland y siempre Lamaland.

El último día, aclimatado por fin, subí las escaleras del Potala y emprendí el lento y larguísimo recorrido-peregrinaje por las piezas "autorizadas" del palacio del Dalai Lama. El recorrido debe hacerse rigurosamente en el sentido de las agujas del reloj, como pide la tradición, y se avanza por pasajes estrechísimos y escaleras empinadísimas. Los tibetanos y los turistas occidentales hacen el recorrido correctamente, mientras que del otro extremo llega un incesante flujo de turistas chinos que entran por la salida para hacer notar su distancia cultural repecto a las supersticiones religiosas de los lamas, produciendo embotellamientos étnico-religiosos de agárrate que hay curva. A la imagen de Lhasa, el Potala es ahora chino, y son los chinos los que dictan las normas. Sin apelación posible.

En Lamaland, tras la tarea cotidiana, se puede emplear el tiempo en mandar exóticos e-mails desde alguno de los numerosos Internet Points, o en echar a perros algunos yuanes en los casinos de todos esos hoteles internacionales, o en pasearse por las bien alumbradas calles de la parte china, entre burdeles, restaurantes típicos y pubs. Una ciudad ansiosa de adoptar los gustos de cualquiera de los los turistas que recibe en número creciente, sin olvidar los del interior de China.

Las previsiones de la víspera están a punto de hacerse realidad: Lhasa es exactamente lo que esperaba, una ciudad china vieja, fea, falsa, en la que los tibetanos 'con denominación de origen' se han convertido en 'indios de la reserva'. En mi fuero interno pensaba en una campaña de boicot al turismo en el Tíbet podría tener un peso económico y político significativo para la lucha. Pero no era más que uno más de esos pensamientos que se confían al viento como otras tantas banderas de oración.

Y qué otra cosa voy a contar de lo que ya saben sobre su propia tierra a mis amigos de la comunidad tibetana de Katmandú que me han ayudado a partir? Que Lhasa ya no existe y que Su Santidad probablemente quiere poner término a los cuarenta años de lucha para no perder el último de los combates: el de la reencarnación del XV Dalai Lama; el último eslabón que falta para el triunfo final de Pekín, para el cierre definitivo del problema tibetano, para la glorificación turística a nivel internacional de Lamaland? Pero también resulta que no son éstas sino reflexiones fugaces, sin fijeza, más inspiradas por la cólera de ver la realidad de Lhasa que por la razón.

Mi memoria corre hacia el millón y medio de tibetanos muertos, torturados, hacia aquellos cuyas costumbres religiosas, culturales y lingüísticas fueron violadas durante decenios. Pienso en el 10 de Marzo de 1959. Dónde ha ido a parar todo eso? Sólo se podrá buscar en la diáspora tibetana de Dharamsala o de Zurich?

En Lamaland no queda de aquello ninguna señal aparente. Tal vez los turistas más atentos hayan visto la libertad del Tíbet en los ojos de un niño Ando al hombro de su madre en las escaleras del Potala, o tal vez hayan revivido el 10 de Marzo en el cielo único, inolvidable, de Lhasa al amanecer. Tal vez.

Pero no han terminado las emociones. Lamaland me hace el regalo de la última descarga de adrenalina turística: el vuelo de la Southern China Airways a Katmandú. Hora y media de soñar con los ojos abieros entre el Everest y el Lhotse, sobre el Himalaya, para que en el turista dubitativo desaparezcan los últimos interrogantes sobre las condiciones de vida de los indios de la reserva. Viva Lamaland.

Me pregunto, no sin cierto cinismo, lo admito, si algún día, quizá no lejano, el Dalai Lama volverá a Lhasa a bordo de este vuelo, o si bien elegirá el de Pekín. Me lo pregunto, sin embargo, sin la angustia del exiliado. Pienso sólo en que aún hoy, y más que nunca, la única posibilidad de resolver política, pacífica y definitivamente la cuestión tibetana no puede sino pasar por la apertura de negociaciones públicas chino-tibetanas bajo la égida de las Naciones Unidas. Cuanto antes. Es lo que diré a los amigos de la comunidad de Katmandú. Y, tras una semana, con una considerable sensación de liberación, salí de Lamaland.

 
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