ASSAD EL DESPOTA
De Emma Bonino
La Stampa, 15-06-00
Se ha repetido, a la muerte del déspota sirio Assad, lo que ya hab«a sucedido el año pasado en el trigésimo aniversario de la dictadura del coronel Gaddafi. La Europa oficial, la de los 'opinion makers', con Italia en primera fila, se inclina ante los tiranos mediterráneos, vivos y muertos: sus cr«menes se ignoran, sus excesos se minimizan, se olvida que usurparon el poder mediante golpes de estado. Y se exalta su sagacidad y su astucia. En fin, que se les presenta y se les representa como los mejores interlocutores posibles para nosotros y como los mejores gobernantes posibles para los pueblos cuyo destino les ha sido confiado.
A m« me parece que hay algo de indecencia en ese hacer creer que los hombres y mujeres que viven en Libia o en Siria no hayan merecido (y sigan sin merecer) otra forma de gobierno que la dictadura.
Y me parece que hay algo de irresponsabilidad en ese cerrar los ojos ante la evidencia: que la principal amenaza para "la paz, la seguridad y el bienestar de los pueblos del Mediterráneo" (una etiqueta-slogan a la que se dedica al menos un congreso diario) viene precisamente de aquellos pa«ses en los que la democracia está ausente, y, por el contrario, hay aut¢cratas que act£an legibus soluti, que no responden de sus actos ni ante sus propios s£bditos ni ante la comunidad internacional.
Me hubiese gustado leer el pasado septiembre un editorial o una declaraci¢n que nos presentase a Gaddafi como el caudillo caprichoso que rob¢ a sus propios compatriotas tres decenios del maná petrolero, que dilapid¢ comprando armas sofisticadas, financiando guerras in£tiles en pa«ses vecinos y operaciones terroristas en el mundo entero, ordenando ejecuciones mafiosas contra sus opositores y abriendo cuentas en Suiza para sus cortesanos. "De veras que Libia no merece nada mejor?
Me hubiese gustado en estos d«as pasados leer o escuchar a alguien capaz de describir el siniestro régimen sirio tal cual es: que vio la luz con los tanques en la calle, alimentado por treinta años de tropel«as y conjuras, que sobrevive a la muerte del tirano poniendo en escena una farsa constitucional que consagra la "dictadura hereditaria". Seg£n la horma de 'Kim Il Sung & Hijo', la dinast«a estalinista aparecida en Corea. Contemplo amedrentada a la peregrinaci¢n ante el féretro de Assad de Romano Prodi y otros l«deres europeos, los mismos que peregrinaron ante la tienda beduina de Gaddafi. Hoy se exalta a los dictadores como si fuesen modelos a seguir.
En estos momentos en que se siguen haciendo cábalas acerca de la "vocaci¢n de modernidad" de Bashar, hijo de Assad ("tendremos un Assad II?), me gustar«a ubicarme junto a tantos libios y sirios que siguen luchando por la democracia y desearles ser cuanto antes gobernados por conciudadanos suyos (y no son pocos) que crean en el estado de derecho y en la Declaraci¢n Universal de Derechos Humanos.