The new Federalist - Bruselas - Mayo de 1990
de Olivier Dupuis
40% de inflación, un gran número de parados, más del 20% de la población bajo el umbral de pobreza, una deuda exterior entre las más alta de la Europa Central y del Este, una afluencia incontrolada de capitales internacionales, cientos de empresas destinadas a desaparecer, sindicatos herederos del "ancien régime", listas para jugar totalmente con la demagogia, nuevos sindicatos inexistentes en la mayor parte de los sectores a riesgo, la cuestión de las nacionalidades en plena efervescencia...
Todos los elementos necesarios para pronosticar un verano caliente. Los comentadores húngaros no hablan de otra cosa. Pero parece ser que no basta para que la Comunidad europea conciba otro tipo de relaciones con Hungría al margen de la clásica cooperación o asistencia. Y que se metan los distintos acuerdos que sostienen estas relaciones en una misma olla bautizada para la ocasión con el pomposo nombre "acuerdo de super-asociación", no modifica la verdadera naturaleza ni su carácter totalmente inadecuado.
Porque, se mire como se mire, la cuestión no cambia: la vía nacional para la restructuración política, económica, social y ecológica es una opción posible para la Hungría actual?. Dicho de otra manera, puede este país afrontar en un marco nacional, con instrumentos nacionales problemas que por su amplitud son comparables sólo a los de un país al final de una guerra?. Se puede pretender una cosa semejante de Hungría cuando países como Francia, Alemania, e Italia han tardado treinta años?.
Si analizamos la cuestión, la lógica necesaria que se impone a Hungría al igual que a otros países de Europa Central y del este es exactamente opuesta a la lógica de la que la señora Thatcher se quiere convencer.
Se les dice que se podrán integrar en la Comunidad europea sólo cuando hayan resuelto sus problemas. Es lo que dice la señora Thatcher cuando sostiene, por ejemplo, que Gran Bretaña podrá entrar a formar parte del sistema monetario europeo sólo cuando sus problemas de inflación se hayan resuelto.
No se permite ninguna ilusión. De esta manera se condena a Hungría a una falsa alternativa. La misma que ha constituido el centro del reciente debate electoral. O bien opta por la medicina brutal de los Demócratas Libres o abre del todo sus fronteras al gran capital multinacional. En ese caso se asistirá a un proceso de privatización internacional salvaje de las estructuras económicas en competencia y a una socialización forzada de todas las "dépassées". Socialización que el Estado no será capaz de financiar. O bien escoge la terapia dulce del Foro Democrático. En este caso tal vez podrá contener durante algún tiempo en límites sociales aceptables el proceso de restructuración pero no podrá gozar de ello para el relanzamiento de su economía del latigazo de las fuertes inversiones extranjeras.
Esta ecuación no halla solución en el cuadro nacional. Pero sería muy distinto en el cuadro de la Comunidad Europea. Este ámbito de efectos podría representar para Hungría un espacio de apertura gradual a las reglas del mercado mundial, el cuadro regulador del proceso de restructuración. La autoridad, las competencias, las ambiciones y la experiencia adquirida con motivo de las adhesiones de España y de Portugal entre otras cosas, hacen de la Comunidad europea la única institución actualmente capaz de establecer y de hacer respetar este conjunto de reglas y de normas transitorias que permitiesen una adaptación no traumática de Hungría a las leyes de la libre competencia. Y ello reforzaría sus nuevas instituciones democráticas.
Pero la CEE puede ser algo más. En una región en la que la liberación del totalitarismo por desgracia no significa solamente volver a la democracia sino que implica la reaparición de los viejos demonios del nacionalismo, la CEE podría representar el nuevo modelo de convivencia entre los pueblos. Y en el caso concreto de Hungría, su adhesión tendría un efecto automático, la transformación de las minorías húngaras de Transilvania, del Banat o de Eslovaquia en minorías de toda la Comunidad. Se puede adivinar fácilmente qué representaría todo ello en lo que a respeto y garantías de sus derechos se refiere.
Se podrá objetar - y ya se ha hecho puesto que ésta es la postura oficial de la Comunidad Europea - que las nuevas adhesiones no hacen más que complicar y por lo tanto frenar el proceso que conducirá a la federación europea. La eterna cantinela. Quien recuerde la adhesión de España, recordará igualmente la retahíla de temores que se alegaron. La realidad ha sido muy distinta. Tal y como ha afirmado Felipe González, la adhesión de España a la Comunidad ha creado sin lugar a dudas problemas a la Comunidad europea, pero "si ponemos en un lado de la balanza los problemas y en el otro las dinámicas que ha creado la adhesión, salta a la vista que esta última ha beneficiado a todos". La eterna cantinela hace apenas algunos meses, a propósito de una eventual adhesión de Alemania del este. Actualmente, un sólo país - desde luego no un país cualquiera - declara estar dispuesto a soportar por sí solo el coste. Cuando existe voluntad política ...
Hungría y sus vecinos "habsburgos", Yugoslavia y Checoslovaquia (de Austria ni tan siquiera vale la pena hablar) cuentan juntos con menos habitantes que la península ibérica. El nivel medio de vida es comparable al de España hace diez años. Y al igual que para la España de ayer, existen muchas razones por las que se puede creer que existe un enorme potencial de dinamismo, de capacidad de innovación y de creatividad. En cuanto a la Comunidad Europea, nadie puede objetar que en estos momentos es más fuerte, posee más instrumentos de los que tenía en el momento de las últimas negociaciones de adhesión.
Pero entre los argumentos posibles a favor de la adhesión inmediata de estos países, uno posee el primado. El de la responsabilidad política de la Comunidad europea con respecto no sólo a los países de la Europa Central y del Este, sino de todo el continente europeo. Y también ante sí misma.
La situación de favor en la que ha vivido la Europa occidental durante cuarenta años y que le ha permitido, entre otras cosas, crear este esbozo de integración federal, le obliga en efecto a algo mucho más sustancial con respecto a estos países de Europa, que se unen en la democracia, de los vagos proyectos de confederación europea o de refundación de la CSCE. Por no hablar de los menos vagos, pero igualmente inadecuados, proyectos de adhesión al Consejo de Europa o de "super-asociación" a la Comunidad europea.
Estos tres países que asisten, en su seno o fuera de él, a situaciones étnicas explosivas en potencia, que viven momentos económicos y sociales dificilísimos, pero que todos ellos han contribuido, de una manera u otra, a la resistencia contra el totalitarismo mucho más que nosotros, podrían infundir dinamismo, valor y fantasía política en una construcción europea pesa de los eternos y estériles mercadeos de soberanía.
Estamos convencidos, como miembros del Partido radical, que la parálisis de la Comunidad europea, su incapacidad de transformarse en auténticos Estados Unidos de Europa, se deriva de dos factores. Por una parte su obstinación a considerar la dimensión política e institucional de la construcción comunitaria como superestructura que coronaría un edificio económico unificado, concepción que reduce el proceso de unión a una querella de expertos y a una eterna mercantilización intergubernamental.
Por otra parte, nos encontramos ante su incapacidad de fijar objetivos a la altura de sus ambiciones.
El problema, así pues, es por partida doble: analizar la cuestión de la construcción europea sobre el terreno político y actuar. Es un problema urgente. En ausencia de un desafío indudablemente político y prioritario, la conferencia intergubernamental del próximo mes de diciembre corre el riesgo de transformarse en la enésima representación de un espectáculo consabido, en el que la mayor parte de los Estados miembros esconderán sus temores o sus preocupaciones nacionales y electorales tras la llamada oposición irreducible de la señora Thatcher. Y la revisión de las competencias del Parlamento europeo puede acabar pagando el pato.
La cuestión de la adhesión inmediata de los "Países habsburgos" podría representar este desafío. Por la sencilla razón de que no recogerla puede acarrear consecuencias incalculables para toda Europa. Ya sabemos las hipotecas económicas que gravan sobre estos países. Las políticas son más graves todavía. Existen tendencias centrífugas en Checoslovaquia, en las tensiones (y ya estamos asistiendo a las primeras explosiones) entre húngaros y rumanos, en la libanización acelerada de Yugoslavia ... Todo esto es suficiente, sin lugar a dudas, para enterrar en pocos años (tal vez menos) las grandes esperanzas de 1989. Meter en el menú de la Comunidad Europea la cuestión habsburga en términos de adhesión pura y simple (y rápida), significa obligar a los Jefes de Estado y de Gobierno a empezar por el plato fuerte; a contestar distintamente, no con términos vagos o lejanos, a las cuestiones políticas, institucionales y estratégicas de las que penden el presente y el futuro de Europa, de toda Europa; a concebir la Comun
idad Europea no en el marco definido de Yalta sino como instrumento de superación.
El Partido radical se propone ser instrumento de este desafío. Dicho con otras palabras, se propone ser un lugar en el que hombres y mujeres, junto a las propias responsabilidades políticas y nacionales, se encuentren y se unan para afrontar juntos este desafío. Sin que ello impida perseguir, en su propio país y en el propio partido o movimiento otros objetivos. Un instrumento transnacional y transpartídico (pero podríamos decir asimismo transmovimiento). Un instrumento que, superando la concepción tradicional del partido político que pretende representar el conjunto de las aspiraciones, de las ideas cuando no de los sentimientos de sus miembros, por el contrario se presenta y se representa como un simple valor añadido, como un lugar, entre otros lugares, en los que el ciudadano puede expresar una o algunas de las partes infinitas de su personalidad, de su existencia.
El Partido radical cuenta con miembros presentes en unos treinta países, la mayor parte europeos. En Yugoslavia, con motivo de la renovación del Parlamento de la República de Croacia, unos doce se han presentado por distintas listas, entre las que figura una lista federalista europea y ecologista. El próximo mes de junio, con motivo de las elecciones legislativas, algunos radicales checoslovacos estarán presentes en las listas del Foro Cívico, de la Unión Republicana y en una lista de independientes. En Hungría se preparan ante la eventualidad de organizar un referéndum sobre la cuestión de la adhesión a la Comunidad europea. En cada uno de estos tres países acaban de iniciar una campaña de recogida de firmas para una petición que solicita la adhesión a la Comunidad europea y, paralelamente, la convocatoria de una Asamblea Constituyente de los Estados Unidos de Europa.
Es una batalla que tiene que enfrentarse a un sinfín de dificultades. Entre ellas la percepción de que este derecho de pertenecer a una sola Europa única que cuenta (porque existe), precisamente los que ya forman parte de ella no les reconocen dicho derecho. Inscribirse al Partido radical puede ser un indicio de la voluntad de luchar para que cambien las cosas.