De Giovanni NegriGiovani Negri es diputado del grupo socialdemócrata, coordinador del intergrupo parlamentario para el Tíbet y miembro del Consejo federal del Partido radical.
El escueto anuncio procedente de Nueva Delhi, con el que Tenzin Gyatso ha declarado al mundo su voluntad de ser el último Dalai Lama en la historia del Tíbet y de la humanidad ha provocado, sin lugar a dudas, una profunda emoción y desconcierto en el pueblo del "País de las nieves" y entre millones de budistas esparcidos por el mundo.
La prensa occidental ha reservado gran atención al evento, comentándolo con estupor y respeto, revelando cómo el anuncio estuviese emparejado a un segundo, aparente, acto de rendimiento: la disponibilidad del Tíbet - por boca del que es también su líder político en el exilio - a transformarse no en un Estado independiente sino en una región autónoma, integrada en la República popular China.
El anuncio de finales de julio (fecha crucial en la historia del Tíbet) aparece como un cóctel explosivo, en el que se suman la extinción de una de las más altas instituciones religiosas de la humanidad y la renuncia a cualquier proyecto de independencia del "Techo del Mundo".
Pero si bien es lógico considerar el discurso de Nueva Delhi como un acto de definitiva resignación de un pueblo sometido a la prueba durante largo tiempo por la extenuante confrontación con el gigante de Pequín, es mucho más justa la interpretación del paso del Dalai Lama en clave de iniciativa no violenta internacional, encaminada a desentumecer la conciencia mundial y a imponer una reapertura concreta de las negociaciones sobre la cuestión tibetana.
Una iniciativa dirigida al Norte del planeta
Mirándolo bien, el mensaje del XIV Dalai Lama está dirigido en primer lugar al Norte del planeta: a las superpotencias que juegan un papel clave en las Naciones Unidas; a los países occidentales que han consentido silenciosamente, desde 1950 hasta nuestros días, que se produjese el genocidio de más de un millón de tibetanos y la destrucción de un patrimonio religioso, cultural y artístico cuyo valor es equivalente al de las civilizaciones mediterráneas. A ellos, a los poderosos que como Bush y Gorbachov tienen que vérselas con (dentro y fuera de casa) los impulsos fundamentalistas, el Dalai Lama recuerda el papel de buena voluntad pero decisivo que el budismo desarrolla para la paz y la distensión en Asia.
Dicho de otra manera, la autoeliminación política religiosa de uno de los más altos símbolos del budismo y de la identidad tibetana, no se podrían soportar ni en la exterminada altiplanicie del Tíbet auténtico corazón del atormentado continente asiático - ni en millones de conciencias que se identifican con una filosofía religiosa exenta de dogmas y furores sagrados pero no por ello ininfluyente. El mensaje del Dalai Lama afecta directamente a una vasta opinión pública del Norte del planeta en el que el budismo se está difundiendo y erradicando, y con ello el interés por ese Tíbet que está en una cuna. En el Norte libre del muro y de la guerra fría, en el occidente en el que se acaban las ideologías, en los países desarrollados en los que la demanda de valores se convierte en algo imperioso, no es un hecho casual que muchos - y entre ellos los más conscientes - se dirijan a una filosofía de la meditación y hacia un pueblo fascinante, capaces de encarnar ante los ojos occidentales lo diverso, bajo la forma d
e una religión, de una astronomía, una medicina basadas en un saber y en una aproximación al conocimiento tan vasto como ajeno a nosotros.
El XIV Dalai Lama será tal vez el último
Políticamente, el anuncio del XIV - y tal vez último - Dalai Lama elimina definitivamente la justificación de la "teocracia tibetana", del "poder feudal de los monjes", es decir todos los prejuicios y las etiquetas negativas que se le han enganchado para justificar la indiferencia y entre ellas la más ridícula: la de "Rey-Dios", allá en donde la religión no contempla la figura de Dios y él reina ya hoy por hoy sólo sobre los sufrimientos de su pueblo.
Nadie, tras el anuncio de Delhi, podrá afirmar que el objeto del Dalai Lama es el de "restaurar el feudalismo medieval monástico, felizmente suplantado por la modernización socialista china"; y nadie podrá ignorar la Constitución democrática del Tíbet en exilio y su Parlamento democráticamente elegido.
Pero además del Norte del planeta, el otro grande interlocutor del discurso del Dalai Lama es precisamente su más directo adversario, el hombre de Tien An Men, el gigante de los pies de barro. En un desafío a distancia, los tibetanos han sabido escuchar el nuevo viento, determinado por no pocos problemas que angustian al patrón de Pequín: en sus fronteras se consolida la democracia, aunque sea lentamente, en Mongolia y en Nepal. En su seno, Deng, tiene que vérselas no sólo con la disensión y la cuestión tibetana sino con el Turquistán Chino y la Mongolia interna, regiones inmensas en las que está en plena ebullición una tensión equiparable a la de los nacionalismos que zarandean al imperio soviético.
También a Deng el Dalai Lama priva de justificaciones al renunciar solemnemente a todo poder temporal y a las pretensiones de independencia, ofreciendo la integración en una nueva China.
Una prueba de humildad
Es una prueba de humildad (el Tíbet históricamente es totalmente ajeno a China, con relaciones preferenciales o de afinidad con los mongoles) pero sobre todo una respuesta federalista a los nacionalismos que potencialmente amenazan a Pequín. El rechazo de Deng a sentarse en la mesa de las negociaciones ahora parecería escandaloso y con cortas miras. Pero la perspectiva trazada por el Dalai Lama posee igualmente un valor estratégico que no puede escapárseles a los observadores internacionales: un Tíbet - tampón de paz, templo de la espiritualidad budista pero regido por instituciones democráticas autónomas, ubicado en el corazón del continente en el que probablemente se jugarán, en el nuevo milenio, los destinos del mundo.
Propio de un sabio líder político-religioso
Tenzin Gyatso, decimocuarta reencarnación del primer Dalai Lama Gedun Trupa, desde 1931 gran maestro de la escuela budista Gelugpa, considerado en la actualidad por millones de hombres la reencarnación de Buda, de la compasión y la protección del País de las Nieves, ha dado un gran paso adelante.
Al igual que el V y el XIII Dalai Lama, tal vez merecerá ser un día llamado "el gran XIV".
Lo que es cierto es que no sólo como auténtico premio Nóbel por la paz, sino como sabio líder político-religioso está afrontando la más difícil tarea para guiar a su pueblo a través del vendaval de la diáspora y de la violencia, hacia la montaña prometida. Y lo que es igualmente cierto es que necesita ayuda al igual que todos los hombres que son fuertes y no temen demostrar su propia fragilidad.