de Angelo Panebianco
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A continuación publicamos un fragmento de un artículo del Profesor Panebianco publicado por noticias Radicales en enero de 1987. Hemos quitado las partes en las que hacía referencia específica o contestaba a algunos expertos del tema y políticos italianos, para cuya comprensión hubiese sido necesario explicar con detalle cada una de las posturas. Angelo Panebianco es catedrático de Ciencias Políticas de la Universidad de Bolonia.
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A medida que va cuajando en la opinión pública la propuesta radical, adoptada por la Liga para la reforma electoral, de una reforma mayoritaria basada en el modelo británico, del sistema electoral, se multiplican, como es natural, las críticas de los opositores. Considerar con atención estas críticas puede servir para puntualizar aspectos de la propuesta mayoritaria no suficientemente comprendidos y para poner de maniefiesto sus implicaciones políticas (...).
Primera crítica: el sistema uninominal no resuelve le problema del localismo.
El sistema uninominal no resuelve el problema del "localismo" es decir la dependencia del diputado de los intereses particulares-clientelares que hallan en la colegialidad su principal terreno de acción. (...)
Personalmente, estoy convencido de que la mejor solución al problema del "localismo" es la planteada por Cattaneo: el federalismo. El sistema mayoritario, obviamente, no podría derrotar el localismo, la presión de los intereses creados locales sobre los electos. Porque no lo puede hacer por sí sólo ningún sistema electoral (...).
Segunda crítica: el localismo favorece la partidocracia.
Que entre partidocracia y localismo (...) no existe ninguna relación necesaria lo demuestra el hecho de que en donde no existe partidocracia (por ejemplo, en el mundo anglosajón, en donde existe la democracia de los partidos y no su forma degenerada que definimos partidocracia), no por ello falta la presión de los intereses locales en los electos. El localismo, dicho de otra manera, es propio del panorama de toda democracia, independientemente del sistema electoral en vigencia. Es inevitable, fuere cual fuere el sistema electoral adoptado, que muchos candidatos sigan representando intereses "particulares" (incluso con la colegialiad única nacional, como demuestran los casos de Holanda e Israel).
(...) Este es un problema estrechamente vinculado a una ineliminable contradicción de la representación política moderna, un problema que ha angustiado siempre a los teóricos de la democracia. De hecho, no es suficiente establecer por ley los límites del mandato imperativo y atribuir constitucionalmente al diputado la "representación de la nación" para que desaparezca la presión de los intereses "fraccionales", particulares, en el electo.
La propuesta mayoritaria no puede hacerse cargo de un problema semejante (que, repito, está todavía por resolver en todas las democracias contemporáneas). Sin embargo, se encarga de un problema distinto, más circunscrito si Dios quiere, (...): atacar el sistema partidocrático que ha crecido basándose en el sistema proporcional, la ocupación partídica de la esfera pública que está garantizada por las "omertá" (omertá: la ley del silencio, N.d.T.) "asociativas" y por los réditos de posición que el sistema proporcional perpetúa. Y, por este camino, impone una amplificación de las alternativas y contraposiciones netas y claras entre mayorías alternativas en potencia.
Satisfacer dos exigencias
Sobre todo, la propuesta mayoritaria, afectando al sistema partidocrático, puede al mismo tiempo satisfacer dos exigencias: dar relieve, a través de la colegialidad uninominal, al candidato en detrimento del partido (...) y garantizar las condiciones (...) de simplificar las alineaciones garantizando mayorías parlamentarias estables y políticamente homogéneas a los gobiernos.
Grupos de presión, transformismo, mayoritaria
Tercera crítica: con el sistema mayoritario el Parlamento caería en manos de los grupos de presión que podrían patrocinar directamente a los candidatos.
Esta crítica no tiene fundamento alguno. Porque parece presuponer que puedan existir Parlamentos sin "infiltraciones de grupos de presión" (...) Los grupos de presión, por el contrario patrocinan a sus candidatos en presencia de cualquier sistema electoral. No creo que haya existido nunca un sólo Parlamento democrático en el que no existiesen "infiltraciones" de grupos de presión. Es más, no estoy de acuerdo con el juicio de hecho ni con el (sobreentendido) juicio de valor. Por qué (...) no pueden existir en una democracia grupos de presión? Por qué, dicho con otras palabras, la representación de intereses, de los que los grupos de presión son expresión, no debería tener espacio en una democracia en el Occidente capitalista?. En materia de grupos de presión, el problema no estriba en eliminarlos. El problema (el único auténtico problema) es el de hacer que sea transparente, visible a los electores, su acción. Lo que realmente amenaza la democracia no es que existan los grupos de presión como tales, sino en
el carácter oculto de su actividad. Sólo de esta manera el tema de los grupos de presión puede ser correctamente ubicado en una democracia (occidental).
La auténtica diferencia
La auténtica diferencia (...) no es la existente entre Parlamentos "con" y Parlamentos "sin" grupos de presión. La auténtica diferencia es la existente entre aquellos países occidentales en los que la actividad de patrocinio de los grupos de presión es relativamente visible, transparente, y aquellos países (la Italia actual es el caso típico) en los que la actividad de los grupos de presión se desarrolla de forma opuesta, no transparente. El paso sucesivo consiste en preguntarse cómo puede ser que en Italia la acción de los grupos de presión sea, y lo haya sido siempre, tan poco transparente. Mi respuesta es la siguiente: la cultura política italiana, en sus elementos hegemonistas, ha ilegitimado la representación de los intereses "fraccionales", los que son precisamente objeto de las actividades de los grupos de presión, asimilando de hecho (como es típico tanto de la cultura comunista como de la católica) la normalísima actividad de representación de intereses a la "corrupción".
En un clima cultural semejante, era natural que los grupos de presión fuesen aceptados, pero sólo a condición de que actuasen de forma subterránea, de forma oculta: tal y como asegura la actual desastrosa combinación de voto de preferencia y voto secreto en el Parlamento, y la falta de reglamentación-publicación de la financiación de los candidatos.
Sólo en aquellos países en donde la cultura política legitima plenamente la representación de los intereses, de hecho, los grupos de presión pueden actuar a la luz del sol. Así pues, el problema no se puede afrontar con los moralismos típicos de la cultura nacional, y con anatemas, porque de esta manera se contribuye a perpetuar el carácter oculto de las actividades de los grupos de presión.
Cuarta crítica: menoscabo de las disciplinas de partido
Con el sistema mayoritario se produce un menoscabo de las disciplinas de partido, no se podrían formar por consiguiente mayorías estables, el transformismo dominaría las relaciones parlamentarias y las relaciones entre Parlamento y gobierno.
Es indudablemente cierto que en el siglo XIX, antes de que surgiesen los partidos modernos el sistema electoral más difundido en Europa era el mayoritario (pero combinado al sufragio limitado: sólo franjas restringidas de la población gozaban del derecho al voto), la fisionomía de los Parlamentos era más o menos ese (...) Sin embargo, la experiencia del siglo veinte entra en contradicción con esta hipótesis.
Si excluimos el caso de Estados Unidos (una república presidencial con dimensiones continentales, con la que es imposible la confrontación), en ninguna de las democracias parlamentarias en las que están en vigor los sistemas mayoritarios (Gran Bretaña, Australia, Canadá y Nueva Zelanda) han saltado las disciplinas de partido ni tampoco impera el transformismo. En dichos casos existen, y de qué manera, los partidos y, con ellos, las disciplinas de partido.
Simplemente, con el sistema mayoritario, la existencia de los partidos debe combinarse con el relieve que las culturas políticas individualistas, a través del colegio uninominal, atribuyen al candidato y, a su relación directa con los electores. (...)
En la edad del sufragio universal los partidos no desaparecen (y con ellos no desaparece la disciplina de partido) ni tan siquiera en presencia del sistema mayoritario. Ni los casos indicados, por consiguiente, muestran apreciables señales de tendencias transformistas. Es más, la visibilidad del electo, asegurada por el sistema uninominal, el hecho de que se haya comprometido en primera persona con respecto a objetivos claros y explícitos con los electores durante la campaña electoral, actúan de freno contra los juegos transformistas: en las elecciones siguientes los electores se acordarán de que se les ha estafado.
Con el sistema mayoritario no desaparecen los partidos.
Con el sistema mayoritario no desaparecen los partidos, sino que se transforman. Según el sistema proporcional prosperan los partidos del aparato, es decir los partidos dominados por las secretarías y las burocracias de partido, de los que dependen las decisiones sobre la formación de las listas. Con el sistema mayoritario prosperan por el contrario los partidos parlamentarios, es decir los partidos en los que el liderazgo efectivo reside en el grupo parlamentario. En los países del mundo anglosajón el poder efectivo se halla en manos del líder parlamentario, no de la secretaría (que por lo general no cobra relieve político) ni del aparato burocrático. Está claro que si (...) el partido moderno se identifica con el único partido de aparato, la eventual desaparición del partido de aparato, es decir su tendencial transformación en partido parlamentario, que el sistema mayoritario tiene buenas probabilidades de favorecer, podría acabar por ser erróneamente confundido con la desaparición de los partidos. De ahí
el error (..) de cambiar una propuesta antipartidocrática, que apunta a transformar tanto los partidos como sus relaciones recíprocas, como sus relaciones con los electores, para una propuesta antipartídica a secas.
Remodelar el peso de los aparatos burocráticos
(...) De hecho, el sistema uninominal, dando relieve al candidato en detrimento de la organización de partido, remodela el peso de los aparatos burocráticos centrales y traslada el baricentro del poder político a los grupos parlamentarios (es precisamente esta la experiencia anglosajona), el sistema proporcional (...) pone a los candidatos en manos de las secretarías de los aparatos de partido . (...).
Disquisiciones técnicas aparte, salta a la vista que con el sistema mayoritario se propone, también y sobre todo, una opción de valor; la elección de un modelo de democracia política, la anglosajona, que, desde siempre, la parte radical propone al país como ejemplo a imitar, desde el punto de vista de las reglas del juego.
Sin por ello pretender que sea la reforma del sistema electoral la única que resuelva todos los males de los que se aquejan las democracias contemporáneas. Pero considerando que sustituir la actual partidocracia con una auténtica democracia de los partidos, incentivar contraposiciones claras y netas entre potenciales mayorías alternativas, atribuir por último a cada uno de los representantes, a través de l sistema uninominal, ese relieve que las culturas individualistas del mundo anglosajón les dan (obligándoles a adoptar responsabilidades en primera persona), es, entre todas, el mejor punto de partida posible.