- Señor Presidente, creo que no por sabido hay que dejar de repetir algo que sabemos todos perfectamente: la actuación, en la escena internacional, de la Unión Europea se caracteriza, en muchos casos, por la ausencia de una verdadera política exterior y de seguridad común activa y autónoma. Y, lamentablemente, la catástrofe de Rwanda ha sido el último ejemplo de lo que acabo de decir. Creo que de ello es consciente todo el mundo: el Consejo, la Comisión y este Parlamento. El problema es que no se ponen los medios para remediarlo.

En la catástrofe de Rwanda, a la Unión Europea se le puede adjudicar ausencia en el plano de la prevención, en el plano de la presión, en el plano de la ayuda a la reconstrucción nacional y, sobre todo, una clarísima lentitud en poner en marcha los mecanismos de la ayuda humanitaria. No se trata solamente de cantidades económicas, sino de momento y de calidad. Y, sobre todo, ha quedado demostrado algo clarísimo: las Naciones Unidas no tienen capacidad hoy, por sí mismas, para aplicar su propia Carta fundacional, y el ejemplo de Rwanda lo ha puesto muy de manifiesto.

Quiero hacer una llamada a favor de la política de prevención, pero prevención significa también, y seguramente de manera fundamental, que esta Unión Europea no respalde, ni activa ni pasivamente, la política equivocada de países que, como Francia, han contribuido sin duda al desastre final. Reconociendo el papel de las organizaciones no gubernamentales, vuelvo a pedir, como mis compañeros del Grupo Confederal de la Izquierda Unitaria Europea acaban de hacer antes, que se impida la repetición de esta tragedia en Burundi, que se ayude a los refugiados a retornar en seguridad y que se reconozca de una vez por todas al Gobierno de Kigali.