Señora Presidenta, creo que, disponiendo de tan pocos minutos, y habiendo escuchado algunas intervenciones tan interesantes y variadas, convendría retomar lo que se ha dicho.
En primer lugar, con el Sr. Méndez de Vigo, me parece que es muy importante el que estemos debatiendo, no por primera vez, pero en este plano, algo que se refiere al proyecto de la Europa que pueda surgir de la Conferencia Interinstitucional y de los trabajos de este Parlamento y de las instituciones en el próximo tiempo.
Con el Sr. Tsatsos, también coincido en que hay un salto cualitativo. Para mí hubo un salto cualitativo en Maastricht, pero fue un salto cualitativo que dejó al que saltaba en medio del charco; no llegó a la otra orilla. Salto cualitativo fue realmente lo que yo llamo el método Monnet. Yo, señora Presidenta, fui "monnetista" entusiasta y fundador, en el año 1954, de la primera asociación funcionalista europea, en la que elaboramos toda una teoría sobre la salida funcional, y éramos conscientes de cuál era el supuesto. El supuesto era que, dado el aumento de la masa crítica económica, llevaría inevitablemente a la unidad política; y así fue en gran medida. Así, no solamente desaparecieron las enemistades que rompían Europa cada 30, 40 ó 50 años, sino que se constituyó una infraestructura social, económica, burocrática, de estilo administrativo, sobre la que se ha podido construir Europa. Pero en Maastricht, efectivamente, termina ese sistema, hay una petición por parte de los electorados de saber que se pasa
de lo implícito a lo explícito y que se está al borde de un Estado constituyente.
Y, en este momento, tras la marejada de Maastricht, nos encontramos con la necesidad de reformar los Tratados y aparece un documento interesante. Un documento interesante que, como ocurre con todos los documentos interesantes -como, por ejemplo, las cartas de amor-, uno se arrepiente de escribirlo. Y la escritora, amorosa, de la CDU ha debido de arrepentirse de haberlo escrito; porque en las cartas de amor va todo lo que uno siente, pero va también mucho, diríamos, de lo que uno espera. Y esa mezcla entre lo que se espera y lo que se siente se nota en ese documento. Pero ese documento es benéfico en el sentido de que nos ha permitido iniciar este debate.
Ahí aparece la idea, no ya de la Europa de las dos velocidades, configurada por las excepciones de Maastricht, sino la idea de geometría variable. Y no vamos a caer en estas distinciones semánticas que caracterizaban a los concilios eclesiásticos donde se discutía sobre una palabra mucho tiempo. Naturalmente que después había la eficacia de la hoguera de la Inquisición, para el que se equivocaba en la palabra. No vamos a discutir de esto. Pero una cosa es ir por la misma carretera, a la velocidad que uno pueda, justificando, saludando al que pasa más deprisa, diciendo «vete un poco más despacio! -o como la tortuga de Aquiles, terminando primero que Aquiles-, y otra cosa es una geometría variable.
Yo siempre he tenido una gran preocupación por lo variable: por ejemplo, yo no entraría nunca en un avión de geometría variable, porque la geometría es algo definitivo. Y el paso de la velocidad a la geometría, es el paso de la excepción al proyecto constitucional. Cuando se llevaron a cabo las sucesivas ampliaciones, se instrumentó algo para la adaptación de los nuevos países miembros, que fueron unos periodos transitorios largos, que incitaban al esfuerzo de los nuevos Estados miembros. Hacer una geometría variable, evitando a los que van a entrar el esfuerzo para ponerse en el nivel de Europa, es realmente sacrificar Europa y no beneficiar a la fuerza creadora de estos países.