Señor Presidente, Señorías, estamos hoy ante uno de los debates más relevantes que, posiblemente, tenga esta Asamblea a lo largo de la legislatura: la supervivencia del planeta y el certificado de mayoría de edad para el género femenino en su capacidad de decidir cómo administrar su sexualidad sin ser solapada por su histórico destino de procrear.
Desde el disenso matizado con los resultados de la Cumbre de El Cairo, por insuficiente, muestro el reconocimiento de algunos avances fruto del esfuerzo de diferentes países y de las referencias emitidas por el Foro Alternativo de las organizaciones no gubernamentales. Igualmente, quiero mostrar nuestra preocupación porque los interlocutores de la UE hayan optado por jugar el papel de bisagra, en unos casos, superponiendo este papel al de representar los intereses de la mayoría de los ciudadanos europeos, en otros, por emular a Mr. Marshall y, en otros por hacer afirmaciones categóricas y sesgadas ya superadas desde finales del siglo XIX, como son las declaraciones de nuestro portavoz el ministro alemán de Interior, Manfred Kanter, que ha teorizado que la familia es la unidad básica de la sociedad. Vaya, por lo tanto, mi recomendación a una obligada lectura del texto de Gracián "Manual sobre la prudencia".
Señor Presidente, Señorías, somos 5.000 millones, dentro de 30 años seremos 10.000 millones. Cada año hay 90 millones de personas más en el mundo. Mil millones de seres humanos viven en la pobreza absoluta; la biosfera está amenazada, los recursos son tremendamente vulnerables, falta agua dulce y el avance del desierto es casi imparable. Se ha encendido un piloto rojo de aviso que indica, fundamentalmente, un modelo erróneo de desarrollo y sería peligroso poner un extremado énfasis sólo en la perspectiva demográfica, haciendo recaer exclusivamente la responsabilidad de la indigencia en el Tercer Mundo y del deterioro medioambiental en el problema de la sobrepoblación, cuando desde un punto de vista científico está suficientemente demostrado que el verdadero transfondo se debe a un modelo productivista y desarrollista que esquilma la naturaleza y favorece la injusticia social y distributiva de los bienes entre el Norte y el Sur, unido a la pauta desenfrenada del consumismo de los países ricos. En este sentido
es importante estar alerta para que planteamientos, no ya misóginos o fundamentalistas sino, eminentemente, poblacionistas, no desvíen el centro de gravedad de otras cuestiones claves para la lucha contra la miseria y los desequilibrios en el mundo.
La filosofía que subyace es de una doble moral: gobiernos e instituciones alientan políticas pronatalistas en sus propios países, centrando la otra cara de la moneda en la reducción poblacional del Sur. Si a esto unimos unas conclusiones que, aunque en parte, contemplan una retórica cuasi favorable a la mujer y a sus derechos -ampliamente cercenados-, sin embargo, las prácticas de política actual están diseñadas por los ajustes estructurales impuestos por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, con sus imposiciones en la dirección del recorte de los servicios de carácter social. Por lo tanto, Señorías, quiero acabar emulando a la Sra. Gro Harlem Brundtland en su espléndida alocución, en la que sentencia con aquella magnífica frase "nunca se vio tanta tergiversación para dar por sentado lo que jamás se ha pretendido" refiriéndose a las acusaciones del observador vaticano en cuyo Estado, por cierto, la tasa de crecimiento es cero y que lanza continuos ecos de denuncia de supuestos planes de la ONU
para legalizar internacionalmente el aborto como método anticonceptivo. Y efectivamente, esta posición liderada por la Santa Sede no esconde más que un intento de estancamiento y bloqueo del eje central. Uno de los objetivos prioritarios son las políticas a favor de los métodos anticonceptivos, que vaticanistas y extremistas musulmanes creen que alentarán el declive de la humanidad.