GIUSEPPE DONATI (*)
SUMARIO: En el momento en el que el Partido Comunista italiano cree poder recoger con el "compromiso histórico" (2bis) los frutos del voto con los que en 1947 sostuvo el reconocimiento constitucional del Concordato estipulado en el 1929 entre la Iglesia Católica y el Estado fascista (art.7 de la Constitución italiana), la revista mensual radical "La Prueba radical" presenta tres textos de Gramsci, Donati y Salvemini para demostrar cuán corta de miras fue aquella decisión.
Giuseppe Donati, riguroso antifascista del Movimiento político de los católicos italianos, tras haber especificado la diferencia entre religiosidad y religión, escribe, con una aparente paradoja, que el anticlericalismo es la actitud necesaria para afirmar la verdadera religiosidad "porque sólo si se siente religiosamente el deber hacia la ciudad y la sociedad, se pueden desembarazar ambas del clericalismo".
(LA PROVA RADICALE, nº 10-11-12 agosto-octubre de 1973)
Para pagar yo también mi tributo a la noticia del día, me he leído la encíclica "Ubi arcano" del 23 de diciembre de 1922, en la que el papa de Mussolini fijaba el programa de su pontificado. He querido ver a qué doctrina se podían referir los acuerdos clérigo-fascistas del 11 de febrero; y creo no haber perdido el tiempo.
Dos notas de la encíclica me han llamado la atención inmediatamente: 1) la amarga convicción de que el nuevo papa emanó, se puede decir, en todos sus periodos, que los males mortíferos que debatían a la sociedad dependían esencialmente del haber abandonado las leyes de la Iglesia; 2) la acentuación de la doctrina de que toda potestad procede de Dios y debe ser obedecida, fuere cual fuere el origen de hecho, el agente - digno o indigno, no importa - y la concreta explicación en el derecho. Sobre este punto Pío XI asegura, con toda la autoridad que procede de su altísimo cargo, que Cristo reconoció legítimo el poder ejercido sobre él por parte de Poncio Pilatos e incitó a sus secuaces a respetar hasta la competencia canónica de los escribas y de los fariseos.
No voy a discutir aquí ni la filosofía ni la exégesis histórica en la que se pretende basar, a parte de su propia autoridad intrínseca y peculiar, la doctrina papal. Simplemente, quisiera subrayar que los acuerdos del Letrán y en especial el Concordato son la aplicación al pie de la letra de esta doctrina. La sociedad italiana ha sido sometida al derecho canónico; los católicos italianos se han visto obligados a someterse a la autoridad fascista. Sobre todo cuando ésta no es, desde luego, indigna de ser comparada a la de Pilatos; y su prestigio intelectual y moral puede hacerle la competencia al de los escribas y fariseos. Así pues, Pío XI es perfectamente lógico y coherente.
Que esta evocación pueda parecer inoportuna a los comentadores católicos pero antifascistas del Concordato, quiero decir a Donati y a Ferrari me duele sinceramente, por la estima que me merecen estos dos insignes personajes; pero la verdad posee sus derechos inalienables.
La distinción que los católicos establecen entre religión y política, para ser verdadera en el derecho y en el hecho tal y como ellos pretenden, debería en primer lugar no basarse en un equívoco histórico y psicológico: el equívoco entre religión y religiosidad. La religiosidad es un hecho esencialmente individual e interior, que puede perfectamente comportar, además de la distinción entre religiosidad y política, entre religiosidad y religión. Este es un hecho esencialmente social y exterior, que, lejos de ser distinguible de la política, es inseparable. En concreto, entre religiosidad y religión hay la misma diferencia que entre mística y derecho canónico. El cristianismo romano es una religión en la que es de fe la primacía del derecho canónico sobre la mística, como es de fe que la autoridad efectiva no reside tanto en la inspiración, en la revelación y en la tradición sino en la voluntad directiva e imperial del papado, es decir de la persona del papa y d las influencias de su corte. Ello fue en un prin
cipio el efecto de la evolución interna del dogma eclesiástico y posteriormente de la crítica, que derrocando el sistema metafísico e histórico del catolicismo, no ha dejado a éste más espacio que el pragmatismo social y moral, en el que se ha refugiado una apologética cada vez menos exigente en materia de pruebas y argumentos, y finalmente el principio de autoridad en el que el que el catolicismo romano posee su efectiva esencia y su efectiva consistencia.
Sé perfectamente que la historia del último siglo del catolicismo italiano (y no sólo italiano) está estrechamente vinculada a esta distinción: por una parte estaban aquellos que, en nombre de la religiosidad (o de la conciencia), querían que fuese legítima; por otra, la jerarquía, armada de todos los argumentos y descargas teológicas, para rechazar dicho derecho en nombre de la religión y de la autoridad; pero también soy consciente de que esta historia es la historia de la derrota de los primeros, bajo el nombre de católicos liberales, demócratas cristianos, populares. Por otra parte, cada una de ellas representa idealmente una regresión en la anterior. Desde la libertad católica de Gioberti(1) se degrada por el autonomismo político de Murri(2), y de este al confesionalismo de Sturzo(3). Los que en el catolicismo hablaban de independencia política en nombre de la religiosidad, partían de la afirmación de un principio para detenerse en un compromiso: pero ni tan siquiera ésto pudieron obtener, porque al igu
al que los esfuerzos católico-liberales se estrellaron en el "Sílabo"(4), igualmente los de los demócrata-cristianos fueron triturados por las condenas de Pío XI, y actualmente los de los populares son totalmente reprobados por los acuerdos de Letrán.
Era del dominio público que Pío XI no sentía ninguna simpatía por los populares. Es más, es probable que si Mussolini no se los hubiese quitado de encima, el papa se hubiese desembarazado de ellos con alguna gran medida eclesiástica, a la usanza de Action Française(5). El preludio de esta operación se puede leer en la citada encíclica, y precisamente en aquel fragmento en el que el nuevo papa deploraba "ver a la élite de los cristianos y a los curas infectarse con el funesto contagio del error", de hecho de doctrina "sobre la autoridad civil y sobre el deber de los obreros, sobre las relaciones recíprocas de los Estados, sobre las relaciones entre obreros y patrones" etc. Los católicos demócratas y populares se confundían, adrede con ambigüedad, con los católicos nacionalistas; pero la conclusión era categórica tanto para los unos como para los otros. "Este hecho - concluía el papa - revela una especie de modernismo moral, jurídico y social, que nosotros condenamos tan formalmente como condenamos el modernis
mo dogmático".
La comparación con la tela de Penélope(6), oh insigne abogado Ferri(7), nunca ha venido tan de perilla como en vuestro caso. De lo que he leído en "Libertà" se desprende que usted se apela, en contra de lo desmentido actualmente, a la doctrina de León XIII. Acaso ésto, por ejemplo, no es llamarse a engaños?. León XIII no escribió sólo la "Rerum Novarum" (1891) (mejor no leérselo si no se quiere uno llevar una gran desilusión), sino que también escribió, diez años después, la "Graves de communi" que, si no es una condena de la otra, poco le falta; y que, con buenos fines, condena la democracia política y atenúa el carácter lícito de la democracia social, encubriendo bajo democracia cristiana (así pues, no política; y social en términos muy reducidos) algo que se parece a la democracia que Mussolini fijó en el llamado fuero del trabajo. Por último, el mismísimo León XIII (que se sigue creyendo haya realizado la rara avis del Papa iluminado y tolerante) en su veinticinco aniversario de papado y con un pie en l
a tumba, condenó en masa las doctrinas de la crítica histórica y filosófica, el laicismo, la soberanía popular, el espíritu de "revuelta" de las clases populares, el socialismo, la libertad de prensa e incluso el agnosticismo científico.
Obviamente, la conclusión de esta explosión de ira es el regreso de la sociedad sometida a las leyes de la Iglesia, "guardiana de la auténtica libertad", "que impone el respeto a los gobiernos y la obediencia que se les debe". (Encíclica del 19 de marzo de 1903).
Hemos visto como Pío XI no piensa nada nuevo; mientras que el prefacio del Concordato clerical fascista puede perfectamente tomarse de este testamento del papa casi centenario, cuya clarividencia política a ciertos católicos se les antoja tan grande cuan "lejana en el tiempo" («ironía involuntaria!).
Se podrá creer que esta crítica preludie conclusiones anticlericales chapadas a la antigua (o mejor dicho, las de siempre). Sin embargo, ruego a los lectores recuerden las promesas teóricas del presente artículo.
El problema de la libertad religiosa tal y como ha sido planteado en Italia por los acuerdos de Letrán, no reviste sólo relaciones de carácter político sino igualmente lo más profundo del hecho religioso, como exigencia racional de religiosidad y como exigencia social de religión. Si es verdad, dicho con otras palabras, que la superación del fascismo implica una renovación de la conciencia civil de los italianos, convendrá que los movimientos políticos que tienen por objeto la reforma radical de la sociedad italiana tengan en cuenta el problema religioso que se plantea como (lo diré con una fórmula que me parece suficientemente expresiva aun pudiendo parecer una paradoja) anticlericalismo religioso, porque sólo si se siente religiosamente el deber hacia la ciudad y la sociedad, se pueden desembarazar ambas del clericalismo. De hecho, tal y como lo demuestran las luchas mencionadas anteriormente y toda la historia eclesiástica, el enemigo temible es uno: la religiosidad, que es la tendencia del espíritu a int
eriorizar símbolos y mitos morales y de la religión para dar una fuerza de progreso, de renovación y de liberación.
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* Publicado por "Il Pugnolo", París, nº 7, 15 de marzo de 1929, con el pseudónimo Alessandro de Severo. "LPR lo ha recopilado de "Questitalia" 84-86, 1965, dedicado en su totalidad a las relaciones entre el Estado y la Iglesia.
N.d.T. (1) Vincenzo Gioberti: (Turín 1801 - París 1852) político y
filósofo. Exiliado en 1933 en Bruselas en donde
escribió "Del primado moral y civil de los italianos"
(1843) que elabora el programa federalista católico
(neogüelfismo: movimiento del Resurgimiento que optaba
por el vínculo entre la causa del papado y la nacional,
proponiendo la unidad italiana federativa bajo el
primado moral del pontífice). A su regreso a Turín,
ministro y jefe de gobierno en 1948-49. Su concepción
metafísica está influenciada por la dialéctica
hegeliana.
(2) Romolo Murri: (Monte San Pietrangeli 1870 - Roma 1944)
sacerdote y político. Fautor del compromiso político
social de los católicos, animó el movimiento de la
democracia cristiana, combatido por las autoridades
eclesiásticas. Elegido diputado con el apoyo socialista,
fue excomulgado en 1909.
(3) Luigi Sturzo (Caltagirone 1871 - Roma 1959) sacerdote y
político. Fundó en 1919 el Partido Popular Italiano, del
que fue secretario hasta julio de 1923, Exiliado desde
el 24, primero en Londres y posteriormente en EE.UU.,
volvió a Italia en el 46. En el 52, bajo presión de Pío
XII, intentó formar un bloque electoral de
centro-derecha.
(4) Sílabo: documento emanado por Pío IX en 1864, junto a la
encíclica Quanta cura. Es una lista que consta de 80
errores filosóficos y ético-políticos en la que se
condena la libertad de culto, de expresión, de prensa, y
el liberalismo moderno.
(5) L'Action Française: periódico francés (1908-44) de
tendencia nacionalista, monárquica y
católico-tradicionalista; con Ch. Maurras y L. Daudet
fue el portavoz del movimiento político filofascista del
mismo nombre.
(6) La tela de Penélope: la historia de nunca acabar.
(7) Enrico Ferri: (San Benedetto Po 1856 - Roma 1929)
jurista y político, Socialista director del "Avanti"
(1901-1905), se sumó en el 24 al fascismo.