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Mellini Mauro - 1 ottobre 1978
ECOLOGIA, ECONOMIA, DESARROLLO
Mauro Mellini

SUMARIO: El autor trata el tema de la ecología haciendo hincapié en que no se trata de un lujo sino de la supervivencia de la humanidad. Asimismo afronta la estrecha relación entre ecología y economía; la interdependencia entre los empresarios, las estructuras económicas y el medio ambiente.

(del libro "La alternativa radical", editorial fundamentos, Madrid, 1981 - a su vez recogido de Quaderni Radicali, nº 4, octubre-diciembre de 1978)).

La opinión en base a que la ecología es una especie de lujo, o peor todavía, una especie de ínfula abocada necesariamente a chocar y ceder contra la realidad de la economía y de su desarrollo está bastante más generalizada de lo que es razonable.

Muchos son quienes, incluso los que luchan por la defensa del ambiente natural y contra el desastre ecológico, opinan que economía y ecología son dos campos diferentes, con opuestas exigencias, entre los que es posible hallar un equilibrio aunque sea inestable y difícil.

Creo que estas convicciones son falsas y creo que no esclarecer este error conlleva necesariamente a la derrota de toda seria perspectiva de defensa ecológica, amén del envejecimiento y la falta de adecuación de todas las teorías económicas en relación con la realidad de nuestros días.

Opino que distinguir entre economía y ecología es arbitrario y que la ecología es un aspecto de la economía, un aspecto que en nuestra época va asumiendo una importancia cada vez más preponderante y manifiesta.

El desarrollo de la tecnología por un lado, y por el otro, el aumento muy fuerte de la población en todas las zonas habitables del globo, ha roto los cánones clásicos de la economía, o mejor han invertido algunas relaciones entre los elementos de la producción y los del equilibrio económico. Vamos hacia una época en a que el trabajo será constante, y cada vez más evidentemente, superabundante y superabundante también será la cantidad de bienes producidos destinados a nueva producción, esto es el capital. Incluso los bienes naturales divisibles, como la tierra cultivable, las materias primas, por una mejor utilización y reparto, por la facilidad del transporte, tenderán a atenuar sus funciones de elementos escasos, condicionantes de la expansión económica. Al contrario, los vienes naturales indivisibles, el aíre, las aguas, el mar, tradicionalmente considerados bienes ilimitados y como tales descuidados en todos los cálculos económicos, pondrán de manifiesto, como ya lo han hecho, que no son en absoluto ilim

itados y disponibles en toda posible medida.

Cada vez más claramente aparece que la ciencia y la política económica no pueden seguir prescindiendo de este elemento, como no pueden seguir hablando de estas cosas genéricamente como de "condiciones naturales" de las distintas economías. Nace el problema del "consumo" de estos bienes y por lo tanto de su "precio".

A la luz de estas consideraciones la contaminación se presenta como una forma de consumo con n efectos aplazados en el tiempo, debido al prolongarse de los efectos de las varias causas de contaminación, de bienes naturales, que conlleva un costo añadido para la producción que es posible ocultar pero ciertamente no suprimir y que termina por ser pagado por la comunidad, si no ya por la entera humanidad, en tiempos a menudo bastante largos y difícilmente calculables (piénsese en la contaminación debida a escorias atómicas).

La dificultad del cálculo de la incidencia económica de la contaminación en cuanto costo de producción, determinada sobre todo por el hecho de que es más fácil valorar la contaminación en su conjunto que en sus componentes varios, derivados de cada fuente y actividad específica en sus sucesivos movimientos, no puede hacer que hoy se renuncie a considerar la contaminación misma como un consumo de bienes en vistas de la producción y por tanto un elemento de costo. A lo sumo hay que tomar nota de este problema, junto a muchos criterios tradicionales de la economía, desencaja muchos conceptos jurídicos en los que se enmarcan las relaciones de producción. Cada vez menos es el pequeño empresario titular de los bienes dedicados a la producción. El aire, el agua, el mar, los pulmones de la gente no le pertenecen, y sin embargo él, en el estado actual de las estructuras económicas, él ampliamente dispone de ellos y los consume, no es sólo un problema de incumplimiento de las normas o de falta de normas que impidan és

ta o aquella forma de robo a la naturaleza. La realidad es que la industria, la agricultura, los transportes recurren ampliamente a los bienes naturales presentes y futuros sin pagar su precio, e incluso sin preguntarse cuál es. Y lo que es peor, la comunidad sigue también sin preguntarse cuál es ese precio o si por casualidad existe de verdad.

La falsificación de los costes de producción que está implícita en este estadio de desarrollo, en esta forma de organización de la producción, determina las condiciones para un verdadero desastre económico.

Hace más de un siglo, la consideración de la plusvalía individuada por el marxismo como dato de la economía capitalista, abrió, amén de la crítica económica, a la lucha social y política, un campo nuevo, creo que ya va siendo hora de plantearnos este problema del más elevado precio oculto, del precio de la contaminación y del consumo de los vienes naturales invisibles, en el centro de la lucha política y de la crítica económica.

El hecho de que este precio sea, en relación con las producciones individuales de bienes, variable en función de la intensidad del consumo por parte de los demás productores, es un dato común de cualquier bien. Que la variación de la contaminación y por tanto del consumo de bienes naturales indivisibles se haga aún más fuerte y acentuada, hasta que se convierta en creciente proporción geométrica conforme crece la intensidad de la industrialización, a lo sumo es una razón de más en favor de nuevos mecanismos y nuevas elecciones de producción y de estructuras. Si para producir no se precisan sólo máquinas, establecimientos, materias primas, sino aire, mar, ríos que hay que agotar, la propiedad privada de los medios de producción se hace sencillamente imposible, a menos que no se suprima la existencia de este medio, suprimiendo su conciencia, haciendo como si no existiera, lo que, además , significaría convertir la apropiación en robo, acrecentando el precio y la irracionalidad del consumo.

Pero también es lógico esperarse que la conciencia de esta forma particular de apropiación de bienes naturales mediante la producción industrial en perjuicio de la entera comunidad y de la humanidad, desarrolle, en lugar de formas de organización social y económica racionalizadoras, formas de gremialismo en calidad de instrumentos políticos capaces de garantizar la continuación de los despojos en perjuicio de la comunidad. Ciertos casos de solidaridad de los trabajadores y de los sindicatos con los empresarios envenenadores son sintomáticos. Cada vez que se presenta un mecanismo que permite una determinada forma de producción de realizar la explotación de la comunidad entera, la tendencia a la cerrazón gremialista se hace más fuerte. Igual que han coincidido gremialismo y autarquía, así el neogremialismo va de acuerdo con esta nueva forma de sangría de la comunidad.

La batalla ecológica es por tanto la batalla por una nueva economía contra los nuevos parasitismos, contra las nuevas cerrazones gremialistas. Ciertamente no es un lujo. Es una vía para sobrevivir.

 
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