Massimo CacciariSUMARIO: Se analiza la crisis política y la relación partido-sociedad con la explicación más convincente en el análisis de los mecanismos de cierre de los sistemas democráticos occidentales ante la disipación de los factores expansivos de las primeras dos décadas post-bélicas.
El problema relevante es el de la alternativa que tiene que ser no sólo sostenida sino que debe crecer y madurar. Hay que darse cuenta de que para la izquierda puede tener más virtudes terapéuticas una experiencia de gobierno, por difícil y contradictoria, que un largo periodo encamado por enfermedad en la oposición, y que ello no significa en absoluto malvender la perspectiva de transformación.
(ARGOMENTI RADICALI, BIMESTRALE POLITICO PER L'ALTERNATIVA, Abril-Septiembre de 1979, Nº 12-13)
1. De la crisis política y la relación partido-sociedad
Entre los distintos paradigmas alternativos que tienen por objeto explicar los síntomas profundos de crisis de los sistemas democráticos occidentales, el más comprensivo parece ser el que analiza los mecanismos de cierre ante la disipación de los factores "expansivos" de las primeras dos décadas post-bélicas. A finales de los años 60 se vivió un auténtico "great crash", aunque con carácter y contenidos totalmente distintos al "clásico". En aquel periodo llegan a ponerse de manifiesto dramáticamente: a) las transformaciones profundas del mercado de trabajo, causadas por veinte años de expansión y de políticas de pleno empleo; b) los efectos brutales de dichas transformaciones a nivel de las relaciones sociales y política (por poner un ejemplo, aunque de gran alcance: el tema de la igualdad); c) las rigideces progresivas e irreversibles con las que se encuentra el gasto público, sobre todo en un escenario de inversiones industriales globalmente "labour-saving", a diferencia que durante los años 20 y los 30; d)
las transformaciones culturales que se desprenden de las políticas de escolarización de masas y de la difusión sin precedentes de la información. A estas dificultades, que afectan a los vínculos - presupuestos esenciales de las políticas keynesianas, se añadieron, a lo largo de los años 70, las de la que se dio en llamar la crisis energética y de las materias primas - en realidad un movimiento radical de las relaciones entre metrópolis capitalistas y países productores, movimiento todavía en curso, conducía al sistema capitalista fuera de su ruta "natural": la garantizada por bajos, y establemente bajos, costes de alimentación (presupuesto totalmente obvio incluso para Keynes).
En un escenario totalmente distinto se había mantenido el mercado político democrático en los veinte años anteriores. El sistema conocía amplios márgenes para políticas afluentes, que tuviesen por objeto integrar en su seno a sujetos e intereses tradicionalmente ajenos o "enemigos". El mercado político democrático se presenta como un mercado básicamente abierto y en expansión; y el Estado puede aparecer efectivamente como garante, "superior" por encima de las partes, de esta apertura y expansividad-progresista. Las políticas sindicales rooseveltianas son el gran prólogo de esta época, puesto que ponen en marcha la realización de la constitución del nuevo sujeto por excelencia en el espacio del mercado político: el movimiento obrero, organizado autónomamente, y "a la altura" del nuevo obrero-masa. Esta es, sin lugar a dudas una gran revolución política (que poco se comprendería sin considerar también el efecto-Octubre), que cambia sustancialmente la forma-Estado-democrático-occidental, y que constituye el mar
co histórico para las mismas experiencias de gobierno por parte el movimiento obrero, a lo largo de la postguerra, en países capitalista clave.
Hablar de unidad de la izquierda, actualmente, en Italia, no tiene sentido si la izquierda globalmente no reflexiona sobre toda esta experiencia al completo y sobre el punto que alcanza a lo largo de los años 70. Si esta reflexión no se produce, seguiremos con la diatriba entre demonologías cansinas y cominternistas sobre la socialdemocracia, por una parte, e igualmente decrépitas apologías de la misma, por otro.
El espacio de la socialdemocracia es el mismo expansivo-progresivo garantizado y condicionado por aquellos factores (integración sindical, flexibilidad del gasto o amplios márgenes para sus ulteriores expansiones, costes de la alimentación del sistema) que actualmente todos reconocen en crisis. La unidad de la izquierda, siempre y cuando se la considere objetivo válido (y yo lo considero necesario), no se podrá llevar a cabo nunca, de facto, ni a partir de las "tradiciones" comunistas, ni de las "tradiciones" socialdemócratas. Una fase histórica del capitalismo se va cerrando, pero es como decir que se va cerrando una época del movimiento obrero en la globalidad de sus matrices.
Llamarse a engaños creyendo que estamos contemplando la crisis de los "demás" desde la alta torre de nuestras historias, quiere decir suicidio político, auto-impedirse cualquier intervención eficaz en esta crisis. La unidad de la izquierda, de haberla, será una unidad de proyecto - un proyecto cuya necesidad es dictada por la crisis complementaria de los factores y de las condiciones del gobierno socialdemócrata, y de los motivos ideológicos de la crítica comunista a dicho gobierno. Este dúplice reconocimiento es todavía poquísimo, pero es sin lugar a dudas un primer paso para que los distintos elementos de la izquierda empiecen a trabajar juntos sin perseguir inexistentes hatajos tácticos y sin nefastas reservas mentales.
La esencia de la crisis política, en este marco, estriba en el hecho de que, una vez desaparecidos los factores de "expansividad" global del sistema, éste tiende a entumecer sus propios mecanismos en función y a favor de los intereses y de los sujetos ya protegidos en su seno, a neutralizar otras demandas de "participación" o a reprimir allá en donde se revelen claramente incompatibles con los vínculos que se derivan de la obligación primaria de satisfacer los intereses ya corporativamente consolidados. La crisis, que en cualquier caso se deriva de la relación entre instituciones y transformaciones sociales puede ser más o menos violenta. Allá en donde el sistema mantenga una solidez político-económica y la zona de la marginación sea efectivamente tal (si se trata de sujetos realmente a los márgenes, "incomunicantes" con los "corazones" del sistema, y/o cuantitativamente reducidos), las nuevas demandas políticas pueden ser fácilmente guetizadas (lo cual no hace menos fuertes las contradicciones intrínsecas,
como he subrayado anteriormente). Cuando, por el contrario, el sistema se presente política y económicamente periférico, dicha marginación "rica", a pesar de todo, de "representaciones" y conexiones, y su zona cuantitativamente importantísima, como sucede en nuestro país, la crisis en la relación entre proceso de neutralización institucional y transformaciones sociales se vuelve explosiva. Y ello hace que se más actual si cabe y dramática la urgencia del proyecto unitario para la izquierda. La unidad no es alcanzable hipotizando "integraciones" o "subsistencia" de toda la izquierda bajo una de sus banderas, únicamente si todos sus elementos se confrontan con los contenidos, con respecto a la crisis político-institucional que estamos atravesando.
Ni que decir tiene que esta crisis está viviendo la crisis más específica de una cierta forma-partido. Por una parte, dicha forma se mantenía a partir de dos concepciones fuertemente dualizadas de la composición social. Por otra, a partir de una idea de política basada en los factores finalista-teológicos. Toda una cultura política se refleja en la forma-partido como lugar en el que los sujetos sociales claramente definidos se organizan para tender a realizar Ciudades Futuras. Existe un tragicismo sublime en esta idea - y es digno simplemente de desprecio quién crea poderla liquidar con una frase cualquiera de moda. "El hecho es" que esta forma-partido se halla en una crisis irreversible: ya no es capaz de "compre-hendere" los procesos de "complicación" social - no es capaz de mantener hipótesis efectivas de gobierno a la altura de las actuales relaciones de producción. Es más: ya no es reconocida como "legítimo" espacio de la acción política por los nuevos movimientos de transformación. A partir de este pun
to - que por supuesto ya no implica sólo la cuestión interna del movimiento obrero del "centralismo democrático" - como en el anterior, las tentaciones de respuestas regresivas pueden ser muy fuertes. Una perversa autonomía de lo social puede suponer el cambio total simple de una perversa autonomía de lo político. La tendencia, de esta manera, a separar el bloque administrativo-burocrático-político de las demandas sociales, cuadra perfectamente con su contrario: la idea de que lo político tenga sencillamente que representar-administrar, sin "resistencia", las demandas sociales, en su inmediata complejidad. El trabajo político - el trabajo de las que se ha dado en llamar "instituciones" - es así pues, en el mejor de los casos, es decir, admitiendo la posibilidad teórica de esta reflexión pura, un trabajo de recalcar las tendencias en acción, de la rica complejidad de lo social - pero la simple reflexión de la riqueza equivale a la miseria de la reflexión.
A la perversa autonomía de lo político se opone no ya esta reflexión sino la capacidad efectiva por parte del mismísimo político de decidir e innovar, de "decidir innovaciones" - y la decisión no será nunca omni-satisfactoria, ni tan siquiera la que transforma relaciones sociales, intereses y relaciones de fuerza. Este "new deal" político requiere los llamados nuevos sujetos, y no ser representado libremente en su polimorfa inmediatez.
Otro riesgo regresivo, ligado con el anterior, es una práctica de las instituciones únicamente dirigida a subrayar la crisis de legitimidad y de funcionalidad. Es un juego muy peligroso, siempre y cuando no esté indisolublemente acoplado a la fuerza de proyecto que mencionaba anteriormente. Este ano hace más que evocar demandas de "orden", de reducción de la complejidad ex ante (que es algo muy distinto de la reducción que produce la decisión, necesariamente, ex post). Y más frustrante se va volviendo dicha práctica cuanto más se la conduce en nombre de vaguísimos ideales libertario-garantistas que pertenecen al pretérito indefinido del estado contemporáneo, estructuralmente inadecuados para ajustar cuentas con las transformaciones socio-políticas, que he resumido al principio. Sacralizar dichos ideales así como su re-forma no sólo actúa como bloqueo de los procesos decisionales, sino, lo que es más grave, actúa como bloqueo sin más finalidad que esa.
Más evidente es todo ello a nivel de la concepción de partido - en donde a la crisis de la forma-partido entendida como lugar "de concentración" de la acción política se puede responder, y a menudo se responde de hecho, con una crítica del partido moderno de masa en sí y de por sí, del "estado de los partidos", de la burocratización" etc, elementos todos ellos que constituyen el esqueleto de la cultura política liberal de derechas en Europa a caballo del primer conflicto mundial.
Ninguno de estos elementos regresivos puede participar en un esfuerzo unitario común de la izquierda. Y por lo tanto estos elementos cabe criticarlos seria y radicalmente, junto a los más característicos de la tradición socialista y comunista. Lo que quiero decir, en resumidas cuentas, es que el radicalismo italiano tiene que ponerse radicalmente en entredicho si pretende con su misma crítica a la cultura política del movimiento obrero que participe en un esfuerzo común auténtico de renovación global.
2. De la alternativa y las decisiones más urgentes
Está de moda el vicio, un poco de todo el mundo, de discutir sobre la formación de los gobiernos y sobre las combinaciones parlamentarias en términos de visiones del mundo.
Excluir la mismísima posibilidad de la alternativa - ante los problemas que tenemos - equivale a groso modo a predicar que se quiere vencer los juegos olímpicos a la pata coja. Es evidente que, tal y como sucede a nivel de entidad local, la posibilidad de la alternativa no sólo hay que subrayarla, sino hacer de todo para que crezca y madure. Lo que sucede es que, al razonar sobre los hechos - y la política "también" es esto - faltan las condiciones cuantitativas y "cualitativas" para obtener dicha posibilidad. Sobre las condiciones cuantitativas no es cuestión hablar de ellas. Sobre las cualitativas, me remito a todo lo que he venido diciendo hasta ahora. Nada sería más perjudicial que construir una táctica ficticia, electoral o parlamentarista. Experiencias "consumadas" en otros lugares, son botón de muestra. Ello no significa adoptar la estrategia del eterno aplazar, de la espera mesiánica de los tiempos maduros. Significa reconocer esta situación como una debilidad de la izquierda - y curarla inmediatamen
te con las terapias más eficaces. Significa trabajar "inmediatamente", y lo primero de todo a nivel de la cultura política, para que sea posible, orgánicamente posible, una perspectiva de alternativa.
Esta perspectiva no contrasta en absoluto ni con la posibilidad de acuerdos parlamentarios más o menos amplios con otros elementos políticos, ni tan siquiera con la búsqueda de relaciones cada vez más comprometedoras con estratos sociales tradicionalmente "hegemonizados" por fuerzas políticas moderadas o conservadoras. Rechazar la primera posibilidad equivaldría a decir, en la situación actual, que para la izquierda la mejor ubicación posible es la de la oposición. «Tiempo ha que desapareció lo del vivir de rentas!. Temo tenga más virtudes terapéuticas para la izquierda una experiencia de gobierno aunque sea a medias, difícil, contradictoria, que una larga recuperación en la oposición. En cualquier caso, lo que el país necesita son decisiones - y las fuerzas políticas de transformación tienen que poder contar lo más posible con el "hoy" y no con el pasado mañana. Ello no significa en absoluto malvender la perspectiva de transformación para estar geográficamente ubicados en el gobierno. Pero si se ven de form
a realista las posibilidades de incidir y de contar, la izquierda tiene que plantearse el problema de su participación, de alguna manera, en la formación e la decisión, en el gobierno. La mitología sobre las virtudes de la oposición equivale a las de las virtudes sobre el estar en el gobierno. Lo que hay que hacer es aprender a moverse en distintos terrenos, a distinguir al buen dios, que a menudo se esconde en los detalles. Se dice: la naturaleza de la DC hace que sea de por sí imposible el "compromiso". Pero, la cuestión es que el que se haya achatado el tema del "compromiso" (me interesan sus contenidos, no la fórmula cavilada) sobre el acuerdo parlamentario, no significa que ese tema sea deshechable - al contrario, lo que hay que tirar es su brutal, diplomática reducción-banalización. La naturaleza misma de la DC no puede hacer que sea de por sí imposible ningún "compromiso" si por compromiso entendemos la apertura del PCI, y de todo el movimiento obrero, en todos sus elementos, a la confrontación crític
a, cultural y política, con los estratos sociales tradicionalmente "ajenos" a una relación semejante, encerrados en una dimensión político-organizativa de rechazo de la historia, de las posturas, del debate, de los objetivos del movimiento obrero. Es de ciegos no ver que esta apertura puede representar un poderoso factor de desburocratización y de reforma de los mismísimos principios que sostienen un partido fuertemente centralizado. Es un trabajo innovador, experimental, bajo ciertos aspectos, que no puede en absoluto seguir evoluciones y ritmos de los tratos típicos parlamentario-institucionales.
Pero sería igualmente ciego no ver que, si este trabajo pasa a ser productivo, puede incidir profundamente en los equilibrios políticos del país, y sobre las mismísimas relaciones de fuerza entre los distintos partidos. La cuestión de la "naturaleza" de los partidos es una cuestión abstracta y reflexiva. Es esta la "naturaleza"? Bueno, pues si es así, hale, a cambiarla. La política también se trata de eso. Tenemos un problema: este partido (que, tanto si gusta como si no, es estructurante de la situación italiana) presenta estrategia, comportamientos, etc. que contrastan toda hipótesis de transformación. Respuesta aparentemente radical, en realidad minimal: o hay alternativa a este partido u Oposición. Respuesta, por el contrario, que, sin excluir en absoluto la alternativa, la ubica en una estrategia mucho más amplia: qué acción cabe llevar a cabo, qué procesos hay que desencadenar par ano cambiar en abstracto este partido («como si soñase poder convencerlo de lo válidas que son mis tesis!), sino para cond
icionar la acción, para modificar los trámites sociales, las relaciones con la realidad, para cambiar, de hecho raíces y ubicaciones. La primera respuesta refleja una visión de la relación entre fuerzas políticas de guerra de trinchera - la segunda hace hincapié en los movimientos y en la profundidad y rapidez de los cambios sociales y culturales. Es inútil añadir que es totalmente veleidosa si la izquierda no dispone de proyectos creíbles y sigue aferrándose a sus viejas Tablas. Y aquí llegan las decisiones más urgentes.
Cuando la izquierda habla de "decisiones más urgentes" sigue, tradicionalmente, un catálogo al estilo Leporello. Creo que se deriva de una vieja cultura económica planteada a partir de esquemas omni-programantes - y es posible superar la filosofía, sin superar algunas consecuencias decisivas. Entre ellas, un cierto planteamiento "retórico" del problema, en manos de fórmulas inerciales. Cabe añadir que el Partido Radical me parece que está realmente a la vanguardia de este planteamiento. Es decir, no basta establecer algunas prioridades, y a partir de ellas vincular el programa, para superar dicho esquema a lo Leporello; lo que hay que hacer es que dichas prioridades se combinen efectivamente entre ellas, resulten "afines". En fases de crisis político-económica, como la actual, esta combinación será sumamente difícil; pero es de importancia decisiva saber que, eventualmente, en este momento, a partir de estos problemas, es necesario tender a objetivos no inmediatamente homogéneos. La afinidad no es nunca una
cosa dada y establecida, sino el resultado de un esfuerzo de proyecto, que parte del ser consciente de la contrariedad de los objetivos que se persiguen. Un planteamiento semejante obliga a continuas revisiones de dichas categorías, de los mismísimos términos que forman la acción programadora. Al margen de ella se halla el ejercicio retórico-demagógico solamente.
Veamos en concreto. No cabe la menor duda de que una de las máximas urgencias en este país es obtener un aumento consistente de ingresos a través del impuesto directo y la lucha contra la evasión. No cabe la menor duda, de la misma manera, que la persecución en abstracto de este objetivo puede acabar en colisión con elementos y factores sobre los que actualmente se aguanta la estructura productiva del país. Todos concordamos al subrayar el papel del "sumergido" en la Italia de los años 70. Pero este papel se basa en amplia medida en las posibilidades evasivas que dicha organización productiva ofrece. Si nos limitásemos a atacarlas, no se obtendría, presumiblemente, sin mover las cartas, más que una reducción del producto global y, por lo tanto, a la larga, de los mismísimos ingresos fiscales. Predicar la lucha contra la evasión significa menos que nada - y entra en contradicción con otros objetivos (por ej: aumento del producto global) - si no se introduce en un marco global, que prevea, en el momento de la
desaparición de ciertos factores, su sustitución con otros, en este caso: la sustitución del incentivo "evasión" con oros incentivos de carácter técnico, productivo, financiero, etc. El tema se va concretizando y pasa a ser "específico", de "competencia". Sólo a partir de este tipo de argumento tendrá sentido la perspectiva de la unidad de la izquierda.
Otra cuestión, que involucra a toda la programación económica al completo de los países industrializados: la energética. Existen sin lugar a dudas contra-indicaciones serias al recurso a la energía nuclear. Pero se ignora que su simple repulsa entra en colisión con el objetivo, que nadie parece querer rechazar, del llamado "desarrollo de las fuerzas productivas". Si dentro de diez-quince años no tenemos centrales instaladas, ninguna fuente alternativa podrá garantizar que se satisfagan las necesidades que se derivan de una política de expansión productiva. A corto plazo, no existe la menor duda al respecto. La política de ahorro halla barreras rígidas en la composición de la industria italiana (y una estructura industrial no se cambia por decreto, en media generación), y el desarrollo de las fuentes alternativas a escalas industriales apreciables (que cabe perseguir desde ahora con todos los medios) no será posible antes de finales de siglo. No sólo por motivos técnico-científicos, sino sobre todo por motivo
s políticos: países occidentales líderes y la mismísima Unión Soviética siguen teniendo programas masivos para la explotación de los recursos de hidrocarburos y tenderán a hacer inflar el precio (sucedería exactamente lo contrario si fuesen rápidamente disponibles fuentes alternativas a amplia escala. Hipotéticamente, se podría paralizar el recurso a la energía nuclear y seguir utilizando los hidrocarburos, pero ello equivale a condenar al país a un déficit comercial ingente y progresivamente en aumento, o bien la liquidación rápida de la base productiva de enteros sectores. Aquí también: un programa político no puede limitarse a enunciaciones de principio; tiene que "vigilar" no sólo que sus presupuestos sean válidos, sino la coherencia de sus efectos a otros niveles. Y aquí el problema estriba en combinar - cosa repito, nada automática, como por el contrario algunas almas hermosas parecen creer - un escenario de creciente penuria energética con el objetivo de perseguir una política de desarrollo. Dicha com
binación podrá tener lugar sólo a partir de una redefinición de "ambos" extremos del dilema: indicar las líneas de una política de reconversión del aparato productivo "energy-saving" y a partir de ello, establecer la necesidad energética junto a una "creíble" composición de las fuentes que lo tengan que satisfacer.
No se trata más que de ejemplos, aunque de gran relieve. Afrontar desde esta perspectiva, a mi juicio, significa "cultura de gobierno". Al margen de ella no hay unidad de la izquierda, y de haberla, no servirá para gobernar. En ella, por el contrario, al discusión y la búsqueda, la confrontación cultural, de por sí "sin fin", pasan a convertirse en la capacidad de elección y de decisión. Y esta relación entre la teoría y la política podrá liquidar las políticas de la ideología, o lo que es peor el del sentimiento actualmente imp aerantes.