de Mauro MelliniSUMARIO: El autor sostiene que el origen de las actitudes moralistas con respecto a la droga es la negación del valor positivo de la búsqueda del placer y el rechazo, el miedo, a lo exótico y a lo nuevo. Analiza asimismo el proyecto de distribución controlada de la droga en las estructuras sanitarias presentada por el ministro de sanidad Renato Altissimo.
(Noticias Radicales, nº 146 del 29 de septiembre de 1979)
La urgencia de los problemas concernientes a la llamada "droga" ha provocado que cada vez con menos frecuencia nos interroguemos sobre el significado y las razones profundas de dichas actitudes que sin embargo condicionan de manera determinante no sólo la legislación y las praxis judiciarias, sino algunas orientaciones científicas, la búsqueda, o por lo menos la información científica de la masa a este respecto.
Por ejemplo, por qué la heroína y la marihuana son "drogas" y el alcohol no?. Por qué algunas medicinas con efectos psíquicos considerables y capaces de determinar adicción y dependencia no se consideran "drogas" o existen resistencias al respecto, mientras "drogas", conocidas como tales no se usan en medicina, aún siendo capaces de acarrear efectos secundarios mucho menores, y resultados terapéuticos análogos o incluso superiores a dichas "medicinas"?.
Se podría decir que lo que agrupa las "drogas" en una única categoría y las somete a una única evaluación moral es el hecho de que están "prohibidas". Lo cual es en parte verdad, pero sobre todo en lo que se refiere a dichas modalidades de difusión, de aproximación al consumo, de permanencia en la adición, etc.
Creo, por el contrario, que el origen de las actitudes moralistas con respecto a la droga, y no sólo con respecto a ésta, son dos elementos: la negación del valor positivo de la búsqueda del placer y el condicionamiento de la psique a través del cuerpo, actitud de antiguo origen cristiano y puritano; y, por otra parte, el rechazo, el miedo a lo exótico y a lo nuevo, a lo que viene desde lejos, desde lo desconocido. (Pensemos en la ecuación droga-oriente que ha predominado en ciertos ambientes culturales y que en efecto no está exenta de fundamentos históricos) y pensemos, mirando más hacia atrás, en la actitud con respecto a las magias, a la droga, a la alquimia, etc.).
En esta clave, se pueden explicar por ejemplo porque prohibir el alcohol puede ser un objetivo sólo de grupos puritanos exasperados, perteneciendo su producción y consumo a antiguas tradiciones de países actualmente dominantes (a parte de las implicaciones evidentes de carácter económico vinculadas a su producción y distribución). Y se puede explicar porque se persigue tan enconadamente el consumo de sustancias menos peligrosas que el alcohol, y la esperanza de poder demostrar que, por el contrario, son dañinas e igualmente la actitud de censura moralista a veces mucho más dura con respecto a quien se complace con algún porro que con respecto al heroinómano, que por lo menos representa, con su autodestrucción, un ejemplo saludable contra la moral de la búsqueda del placer. Esto me recuerda a un cura, un profesor de religión, que me parecía incluso entusiasta al describir (aunque fuese a grandes rasgos) las horribles enfermedades venéreas que "afortunadamente" afectaban a los que pecaban contra la castidad.
En el momento en el que el fracaso de una política tan dura, genérica, aproximativa y ocasionalmente represiva en materia de droga y de la llamada droga empuja a ambientes tradicionalmente poco propensos a novedades y aperturas a tomar en consideración la hipótesis de legalizar, tal vez de forma genérica, aproximativa y ocasional el consumo de droga, o de alguna droga, creo que es necesario, sin dejar de seguir con atención y toda consideración positiva dichas actitudes, no dejarse implicar por la lógica de fondo de estas hipótesis, representada por la tutela de la salud exclusivamente por los efectos de la dependencia a través de una intervención pública directa y específica.
No se puede dejar de estudiar la trayectoria poco constructiva de la ley sobre el aborto y de la trampa en la que, de alguna manera, de forma más o menos definitiva, y con responsabilidades distintas, cayeron todas las fuerzas que habían suscitado y llevado hacia adelante dicha batalla. "La droga en los hospitales", con la coletilla lógica "la droga gratis", que a algunos escandaliza más que la "droga libre" y convence a quien ya está persuadido de la inutilidad o de la insuficiencia de sistemas represivos más que otras hipótesis sobre la delimitación de espacios de liberalización. Al menos, a primera vista, y por la sugestión indudablemente propia de dicha propuesta. También el aborto "libre, gratuito y asistido" convencía (y tal vez sigue convenciendo) más que la despenalización total o parcial del aborto, no vinculado a procedimientos de ningún tipo y sobre todo a condiciones como las correspondientes a las sedes públicas de la intervención, que deberían ser el medio para garantizar la asistencia y la gra
tuidad, pero que necesariamente, puesto que se colocan como condición de la legalización subordinada al acatamiento de las mismas, han acabado por convertirse en el límite, el filtro de hecho, el obstáculo que quita todo valor a la legalización y con ella, por consiguiente, al carácter gratuito y a la asistencia, inexistentes, obviamente en la clandestinidad en la que la mayor parte de las mujeres se ven obligadas a practicar el aborto. Sería demasiado fácil un mañana atribuir la responsabilidad del fracaso del proyecto (si se puede llamar así) del ministro Altissimo y a la mala voluntad de los médicos de los hospitales, o tal vez de los administradores, con la consiguiente letanía de que hay que adecuar las estructuras etc. Lo cual no significa que no es demasiado fácil proclamar que el problema de los heroinómanos hay que afrontarlo en el "contexto más amplio" de la realización de la reforma sanitaria, etc.
De hecho, la heroína para los heroinómanos en los hospitales no puede ser más que un tratamiento terapéutico en el que la responsabilidad, las distintas evaluaciones y por lo tanto necesariamente la discreccionalidad de las opciones de los médicos acabarán por tener un amplio espacio. Por no hablar de las incongruencias, de las deficiencias y de las lentitudes del sistema hospitalario italiano.
Nadie podrá imponer al médico que debe suministrar heroína al heroinómano, que investigue, que compruebe, con la objetiva dificultad de detectar el grado de adicción (por no hablar de la comprobación del efectivo estado de dependencia) especialmente en presencia de una amplia difusión en el mercado clandestino de productos "cortados" de mil maneras. Y nadie podrá evitar que los heroinómanos sean fichados de alguna manera para no hacer que todo ello sea más complicado y lento todavía, con un secreto del fichaje que no será creíble ni impenetrable. Resultado: la heroína en el hospital no será algo muy distinto, bajo muchos aspectos, a los procesos de desintoxicación, por decirlo de alguna manera, "tradicionales" con resistencias casi análogas para acceder por parte de los toxicodependientes. Y yo que no abogo por la droga libre (al igual que abogaba y abogo por el aborto libre y abogaba y abogo por las no-drogas libres) al menos mientras no me convenza de que no existe alternativa distinta a la actual situació
n, no comprendo por qué debe levantarse tanto polvorín, y crear tantas falsas referencias, falacias y justificaciones, con la institución de una "droga estatal" que si, contradice la moral tanto de quien está a favor, al igual de quien está en contra de la libertad de la droga, de la disposición pública de la propia salud, etc..., representa una mala aplicación del criterio del "mal menor". Ello no es óbice para que en la situación actual de estancamiento de toda iniciativa, esta propuesta haya tenido al menos el mérito de abrir de nuevo una discusión que parecía cerrada. Al igual que no hay que excluir que a corto plazo, siempre y cuando se tenga clara conciencia de este carácter provisional y de emergencia de la solución, con tal de evitar, sobre todo regresiones, desilusiones, y ulteriores tentaciones de andar tras pistas falsas, la heroína en los hospitales pueda, tal vez con la aplicación un poco aproximativa y elástica de la normativa que la regule, representar un medio para disminuir durante algún tie
mpo el refuerzo del poder de los mercaderes de heroína sobre los toxicodependientes y por lo tanto de la propagación de la distribución a nuevos consumidores por parte de los ya adictos. De esta manera se podría salvar alguna vida inmediatamente causada por el asesinato con el "corte" así como algún que otro robo, algún tirón realizado por la "necesidad" de procurarse droga.
Lo cual no es nunca demasiado poco. Siempre y cuando no sea un motivo para dejar de hacer y de buscar lo que es necesario.