Leonardo Sciascia"Como juez era agudo, seguro. Como persona, jovial. Su honestidad daba miedo. De hecho..."
SUMARIO: Sciascia narra un encuentro con el magistrado Cesare Terranova (recién asesinado) que tuvo lugar en la puerta de Montecitorio. Ambos evocaron los motivos que les habían conducido, por caminos distintos, al Parlamento. Sciascia expresa la gran estima que siente por el magistrado, hombre "extrovertido, lleno de alegría de vivir, a veces... casi infantil", y capaz de administrar la justicia con "agudeza, tenacidad y seguridad", tal vez precisamente en virtud de esta actitud, directa y libre. Y, junto a él, Sciascia recuerda al hombre asesinado junto a Terranova, el "pobre brigada Lenin Mancuso". Por qué han matado a Terranova? Precisamente porque "se estaba encargando de algo por lo que alguien ha sentido un peligro inmediato oprimente".
(L'ESPRESSO, 7 de octubre de 1979)
La última vez que lo vi, a principios de agosto, fue en la puerta de Montecitorio(1). Hacía meses que no le veía. Sereno como siempre, jovial y sonriente. Y sonriendo recordamos el momento en el que le propusieron la candidatura que le convertiría en diputado, así como mi consejo de que no aceptase. Y que el mismo consejo me hubiese dado a mí, si nos hubiésemos visto antes de que, a mi vez, me encontrase con que aceptaba personalmente lo que a él le había desaconsejado. Me dijo que estaba harto de ser diputado, y que volvía a ejercer de magistrado como quien se va a descansar. No hablamos de otra cosa. El sol picaba fuerte. Y creo que estaba a punto de salir de viaje. Se lo desaconsejé por aquel entonces pues creía que un hombre como él era mucho más necesario en la magistratura, y en Sicilia, que no en el Parlamento. Sí, es cierto, en el Parlamento había una Comisión de investigación sobre la mafia a la que podía brindar - y ha brindado - una contribución importante; pero más importante me parecía la contri
bución que hubiese podido seguir dando en la administración de la justicia, y especialmente en la cumbre de la rama investigadora en la que se hallaba. Y no digo con respecto a la mafia - o no sólo, sino sobre todo en aquellos casos oscuros, inciertos, ambiguos, susceptibles de hacer que salte el error que llevará a la ruina - es decir la impunidad del culpable y la condena del inocente.
Mi estima y mi simpatía por él surgieron - a parte de los frecuentes encuentros en una galería palermitana - en dos casos en los que estaba indagando y había resuelto según la verdad, según la justicia. El primero, en Palermo. Y había disuelto con serena inteligencia, y diría con candor, un cúmulo de falsos indicios que otros muchos jueces creo que hubiesen aceptado y cultivado como verdaderos, marcando trágicamente el destino de un hombre. El segundo en Marsala: previniendo, con su llegada al culpable, el desencadenarse y el multiplicarse de sospechas sobre los inocentes (lo que en parte sucedió, pero por suerte con efectos no duraderos, cuando dejó la fiscalía de Marsala para entrar en el parlamento). Estos dos casos me impresionaron muchísimo. En aquel hombre extrovertido, lleno de alegría de vivir, amante de la buena cocina, a veces ingenuo y casi infantil (coleccionaba esas pequeñas botellas de licor que invenciblemente, cuando las veía en su casa, me recordaban a Nuestro agente en la Habana de Graham G
reene; y recuerdo su alegría el día en que le regalé una, que me habían regalado, de un licor fabricado en San Leo y en recuerdo de Cagliostro), en aquel hombre había un juez agudo, tenaz y seguro. Y creo que tanta agudeza, tenacidad y seguridad le viniesen precisamente de su candor, del enfocar un caso cándidamente, sin prevenciones, sin reservas. Tenía los ojos y la mirada de un niño. Sin lugar a dudas habrá pasado por sus momentos duros, implacables; aquellos momentos que le valieron su condena a muerte, pero habrán sido a medida, precisamente, de su estupor ante el delito, ante el mal, aunque cotidianamente se hallaba de frente a ello.
Y junto a él a menudo se hallaba el hombre que ha muerto, y que por lo visto se echó para protegerlo de los disparos de los asesinos. Pero lo hubiesen matado lo mismo, al pobre brigada Lenin Mancuso, con la certeza más que sospecha, de que supiese de qué se estaba ocupando Cesare Terranova (y maravilla a la vez que indigna que en un cartel enganchado en Palermo, estos dos hombres hayan pasado juntos, confidentes, casi una vida y que juntos hayan muerto, hayan tenido separaciones y distinciones: en grandes letras el nombre de Cesare Terranova, y en pequeñas letras el de Lenin Mancuso).
Y con ello he dicho lo que pienso sobre los motivos por los que han sido asesinados: Cesare Terranova estaba encargándose de algo por lo que ha sentido un peligro inmediato u oprimente. No creo ni en la venganza fríamente preparada por cosas pasadas ni en el temor porque volvía a ejercer de magistrado. No es probable que se esté pensando - cándida y peligrosamente - en el asesinato del vicecomisario, el Sr. Giuliano?
N.d.T.
(1) MONTECITORIO . Plaza en donde tiene la sede el Parlamento de la República italiana.