de Leonardo SciasciaSUMARIO: La mafia, contrariamente a otras asociaciones secretas criminales como por ejemplo las Brigadas rojas, puede contar con un tejido protectivo, una complicidad y una "omertà" (la ley del silencio) ampliamente difundida, que es el fruto de su integración en el sistema estatal y no del miedo. De esta característica se deriva su cohesión interna.
(El Expreso, 27 de abril de 1989)
Todas las asociaciones secretas que utilizan el crimen como medio - fuere cual fuere el fin - se parecen no sólo en la estructura organizativa y jerárquica, sino en la profundización y expansión, a su alrededor, de un contexto silencioso, de "omertà" y de protección. Cuanto más se reconozca una sociedad en las leyes que las asociaciones secretas quieren ignorar o derrocar, y se sienta asegurada, menos difundido estará, en torno a la agrupación clandestina, el contexto directa o indirectamente protector. En el fenómeno mafioso, con el que a menudo se compara cualquier otra asociación criminal secreta, el tejido protector que lo circunda es tan heterogéneamente entramado y complejo, tan duradero y tenaz, que el factor miedo pasa a un segundo plano. Si además se tiene presente que la mafia no ha sido nunca considerada - salvo por el fascismo - un hecho subversivo del orden constituido sino un sistema paralelo o especulativo con respecto al otro y connivente con el otro o incluso hasta integrado, las razones que
toda una sociedad más o menos conscientemente acuerda para prestar protección son totalmente evidentes. Y, en efecto de esta condición "externa" se deriva una cohesión "interna" por lo que la rebelión de cualquier afiliado suyo en caso de "delación", se considera tanto objetiva como clínicamente una locura. Distinta es la situación de las Brigadas rojas en el contexto italiano: ese tejido protectivo que han conseguido crearse en torno a ellos no podía ser fruto más que del miedo; y al reducirse dicho tejido, sólo el miedo podía ser elemento de cohesión interna. Miedo "externo" y miedo "interno": pero en el momento en el que el miedo de que nada será inevitable y el Estado se materializa y se presenta con posibilidades de clemencia, la delación (condición esencial para la clemencia) se convierte, al contrario que en la mafia, en "cordura". Dicha "cordura" se sitúa a un lado o a otro del juicio moral: dictada por el instinto de supervivencia, aunque genéricamente configurable como traición, encontrará en la c
onciencia de todo individuo que acceda a ella motivaciones o justificaciones. Todo hombre posee, aunque sea a distintos niveles, con graduaciones diferentes, con intensidades diversas, una vida conciencial determinada por los principios morales más arraigados y dominantes. El fanatismo puede hacer superar dichos principios con la euforia de la acción y con la certeza del éxito final: pero en el momento en el que la acción, debido a una resistencia o a una contraofensiva procedente del exterior, pierde vigor y el éxito final parece dudoso, es inevitable que los principios se cuestionen y que se caiga en un replanteamiento crítico del camino elegido. El mafioso - tal y como ha demostrado Henner Hess - no sabe que es un mafioso, vive en la mafia como Pedro por su casa. Vive dentro de una cosa que "existe". Pero el brigadista rojo sabe perfectamente que está viviendo dentro de algo que "no existe". Y precisamente en el momento en el que ve que la realización de la cosa que "no existe" - en la que ha creído, por
la que ha luchado y por la que ha matado - se aleja, lógicamente empieza a echar cuentas con la cosa que "existe". Tal y como enseña Montaigne, las cuentas dan siempre una diferencia: para algunos la diferencia radicará entre la vida y la muerte - y la opción por la vida; para otros, la diferencia representará la estima de los compañeros versus la supervivencia - y optarán por la muerte.