Leonardo SciasciaSUMARIO: Fray Jacinto, siciliano, ha hallado la muerte en manos de la mafia, probablemente por ser "sospechoso de chivatazo". El autor, recordando su infancia y lo que sus oídos de niño grabaron en la memoria, describe a los frailes limosneros, retrata las usanzas, los vicios y las pérfidas desaprensiones de los monasterios sicilianos. Traza la hipótesis de que la muerte de fray Jacinto se deba a sospechas nutridas por la mafia y que se tratase de un "confidente" de la policía, considerando que una de sus actividades era la usura, a menudo actividad típica de los delatores.
(L'ESPRESSO, 15 de septiembre de 1980)
»Durante los años de mi infancia, cada verano pasaba por los campos un monje recaudador. Iba el hombre sobre una mula, hecho un pordiosero, barbudo y tenebroso. Era una aparición habitual y esperada, aunque no por ello dejaba de sugestionar a la gente suscitando sensaciones que rozaban el miedo. Su visita era esperada porque llevaba consigo lo que se daba en llamar "la santa filiación": un folio en xilografía con oraciones que se creía servían para alejar los relámpagos, que en los primeros temporales del otoño causaban siempre alguna que otra víctima. Dicho folio valía un puñado de reales, pero al monje no le bastaba y siempre acababa pidiendo trigo, aceite, almendras o pistachos. A los chiquillos los mayores nos decían que ni se nos ocurriese acercarnos y nos contaban historias terribles de monjes que llevaban escondida la escopeta bajo la túnica y que eran capaces de cualquier barbaridad. Esta imagen, grabada entre los terrores infantiles, ha sido confirmada posteriormente en repetidas ocasiones: el monje
de Santo Stefano Quisquina que le disparó al obispo de Agrigento, los monjes de Mazzarino... Recuerdo haber ido con Enrico Emanuelli a Mazzarino, por asuntos en los que los monjes de dicho convento andaban implicados. Oímos tantas anécdotas tan risibles como atroces. Pero lo que sí me resultó increíblemente atroz - y creo que Emanueli lo comentó en su artículo - fue la historia del monje que, tras haber entrado en la farmacia en la que el propietario no quería ceder al chantaje, se arrimó al niño que era el objeto del chantaje y acariciándolo repetía: "Pero qué guapo es este chiquillo, si parece vivo y todo" - como diciendo que si el padre no pagaba ya podía dar al niñito por muerto.
Lejos todo ello, fray Galdino y el Padre Cristoforo. A parte de los casos más innegables, creo que existe una tradición de perversidad, de delincuencia, de oscuros y certeros chantajes así como encubrimientos, que recorre la historia de ciertos conventos sicilianos. Hablemos de Padre Giacinto. Famoso por sus libertinajes y por sus chanchullos, jamás de los jamases un padre de provincia se ha tomado la molestia de molestarlo: tal vez lo habrán enviado a Rímini (lugar al que, se acuerdan ustedes? fue enviado Padre Cristoforo da Pescarenico). En cuanto a los demás poderes, creo que lo tenían como oro en paño, pues les hacía el apaño. Y me da la impresión de que su ejecución ha sido decretada en virtud de una sospecha de chivatazo. Entre el sinfín de actividades de las que hablan los periódicos, Padre Giacinto se dedicaba a la usura, cosa que es típica del »confidente . Que padre Giacinto lo fuese o no, eso no podemos afirmarlo, pero la hipótesis es de lo más razonable.
Es fácil imaginarse una historia a lo Graham Greene en versión siciliana: el cura, del que en un momento dado se huelen algo, el policía y el mafioso. El policía para que cante, el sicario mafioso para impedírselo definitivamente. Y la Orden, el sacramento de la Orden, dentro de este hombre valentón, ávido y libertino: una pequeña luz vacilante. Habrá alumbrado con mayor resplandor mientras entre balas hallaba la muerte?
(»L'Espresso 15 de septiembre de 1980)