("L'Europeo", 26 de diciembre de 1974, entrevista de Massimi Fini a Pier Paolo Pasolini)SUMARIO: Recopilación de escritos sobre el antifascismo libertario de los radicales. Reconocer el fascismo quiere decir comprender lo que ha sido y sobre todo lo que puede ser. Demasiado a menudo, tras el antifascismo de fachada se esconde la complicidad con quien ha supuesto realmente la continuidad con el fascismo y a propuesto de nuevo leyes y métodos propios de dicho régimen.
("NOSOTROS Y LOS FASCISTAS", El antifascismo libertario de los radicales elaborado por Valter Vecellio, introducción de Giuseppe Rippa - Ediciones de "Cuadernos Radicales/1", noviembre de 1980)
Existe en la actualidad una forma de antifascismo arqueológico que es un buen pretexto para procurarse un carnet de antifascismo real. Se trata de un antifascismo fácil que tiene por objeto y objetivo un fascismo arcaico que ya no existe ni existirá. Por ejemplo, la película de Naldini: Fascista. Pues bien, esta película que se ha planteado el problema de la relación entre un capo y la masa, ha demostrado que tanto el capo en cuestión, Mussolini, como la multitud, son dos personajes totalmente arqueológicos. Un capo como ese, en estos momentos es totalmente inconcebible, no sólo por la nulidad y por las irracionalidades de lo que dice, sino porque no hallaría ni espacio ni credibilidad en el mundo moderno. Bastaría la televisión para vanificarlo, para destruirlo políticamente. Las técnicas de ese capo eran acertadas desde un palco, en un mitin, ante las masas "oceánicas", pero no funcionarían para nada ante una pantalla.
Esta no es simplemente una constatación epidérmica, puramente técnica, sino que se trata de un cambio total de la manera de ser, de comunicar entre nosotros. Y lo mismo la masa, esa masa "oceánica". Pensemos un momento en aquellos rostros y nos daremos cuenta de que aquella multitud ya no existe, que están muertos, enterrados, que son nuestros antepasados. Ello es suficiente para comprender que ese fascismo no se volverá a repetir nunca más. He ahí por qué buena parte del antifascismo actual o es ingenuo o estúpido o es pretextual y de mala fe: porque da guerra o hace ver que la da a un fenómeno muerto y sepultado, arqueológico, que no puede ya amedrentar a nadie. Es, en resumidas cuentas, un antifascismo cómodo y descansado.
Yo creo, lo creo profundamente, que el auténtico fascismo es el que los sociólogos han llamado demasiado bonachonamente la "sociedad de consumo". Una definición que parece inocua, puramente indicativa. Pero no lo es. Si uno observa detenidamente la realidad, y sobre todo, si uno sabe leer en los objetos, en el paisaje, en el urbanismo y, sobre todo, en los hombres, se dará cuenta de que los resultados de esta alegre sociedad de consumo son los resultados de una dictadura. De un auténtico fascismo. En la película de Naldini hemos visto primeros planos de jóvenes de uniforme.... Pero hay una diferencia. Los jóvenes de aquel entonces en el momento en el que se quitaban el uniforme y emprendían el camino de vuelta a casa, a sus pueblos, a sus campos, volvían a ser los italianos de hace cien o cincuenta años, igual que antes del fascismo.
El fascismo, en realidad, les había convertido en payasos, en siervos, y tal vez en parte incluso convencidos, pero no les había afectado en serio, en el fondo de sus almas, de su manera de ser. Este nuevo fascismo, esta sociedad de consumo, por el contrario, ha transformado profundamente a los jóvenes, les ha tocado en su fuero más interno, le ha dado otros sentimientos, otras maneras de pensar y de vivir, otros patrones culturales. Ya no se trata, como en tiempos de Mussolini, de una ordenación de fuerzas dispersas, escenográfica, sino de un alistamiento real que les ha robado y cambiado el alma. Lo cual, en resumidas cuentas, significa que esta "civilización de consumo" ha desarrollado correctamente el fascismo.
Un papel marginal. Por ello he dicho que reducir el antifascismo a simple lucha contra aquella gente es mistificarlo. Para mí la cuestión es mucho más compleja, pero al mismo tiempo mucho más clara, el auténtico fascismo, lo digo y lo repito, es el de la sociedad de consumo, y los democristianos se han encontrado con que son, sin darse realmente cuenta, los auténticos fascistas actuales. En este ámbito, los fascistas "oficiales" no son más que la prolongación del fascismo arqueológico: y como tales no hay que tomarlos en consideración. En este sentido, Almirante, por mucho que haya intentado ponerse al día, para mí es tan ridículo como Mussolini. En cambio, los jóvenes actuales sí suponen un peligro real, de esa franja neonazi del fascismo que ahora cuenta con pocos miles de fanáticos pero que mañana podría convertirse en un ejército.
Yo creo que Italia está viviendo algo análogo a lo que sucedió en Alemania en los albores del nazismo. Italia asiste igualmente a esos fenómenos de homologación y de abandono de los antiguos valores campesinos, tradicionales, de favores, regionales, que fue el humus sobre el que creció la Alemania nazi. Existe una gran masa de gente que se ha encontrado a sí misma fluctuante, en un estado de imponderabilidad de valores pero que no ha adquirido los nuevos surgidos de la industrialización. Es el pueblo que se está convirtiendo en pequeña burguesía pero que no es todavía ni lo uno y ya no es tampoco lo otro. Yo creo que el núcleo del ejército nazi estuvo constituido precisamente por esta masa híbrida, este fue el material humano del que salieron, en Alemania, los nazis. E Italia está corriendo el mismo peligro.
En cuanto a la caída del fascismo, en primer lugar existe un hecho contingente, psicológico. La victoria, el entusiasmo de la victoria, las esperanzas renacidas, la sensación de haber recuperado la libertad, y de todo el mundo de ser nuevo, habían hecho que los hombres, tras la liberación, fuesen más buenos. Sí, "más buenos", pura y simplemente.
Pero existe otro hecho más real: el fascismo que habían experimentado los hombres de por aquel entonces, los que habían sido antifascistas y habían pasado por las experiencias de esos veinte años, de la guerra, de la Resistencia, era un fascismo, en resumidas cuentas, mejor que el actual. Veinte años de fascismo no creo que hayan causado las víctimas que ha causado el fascismo de estos últimos años. Cosas horribles como el siniestro de Milán, de Brescia, de Bolonia, no habían sucedido nunca en veinte años. Ha tenido lugar el delito Matteotti, desde luego, ha habido víctimas en los dos bandos, pero la prepotencia, la violencia, la maldad, la falta de humanidad, la frialdad glacial de los delitos llevados a cabo del 12 de diciembre del 1969 en adelante no se habían producido antes en Italia. He ahí por que hay en el aire más odio ahora, más escándalo, menos capacidad para perdonar... Sólo que este odio se dirige, a veces de buena fe, y otras totalmente de mala fe, hacia el objetivo equivocado, hacia los fascis
tas arqueológicos en vez de hacia el poder real.
Tomemos las pistas negras. Yo tal vez tenga una idea un poco novelesca, pero creo acertada, de la cuestión. La novela es la siguiente: los hombres del poder, y tal vez podría enumerar gente sin miedo a equivocarme demasiado - en cualquier caso, hombres que nos vienen gobernando desde hace treinta años - han dirigido en primer lugar la estrategia de la tensión con carácter anticomunista, posteriormente, pasada la preocupación de la subversión del 68 y del peligro comunista inmediato, las mismas, idénticas personas han realizado la estrategia de la tensión antifascista. Los siniestros, así pues, siempre han sido cometidos por las mismas personas. Primero han llevado a cabo el siniestro de piazza Fontana, acusando a los extremistas de izquierdas, posteriormente las de Brescia y Bolonia acusando a los fascistas, e intentando recuperar aquella virginidad antifascista que necesitaban, luego, tras la campaña del referéndum y tras el referéndum, para seguir regentando el poder como si no hubiese pasado nada.
En cuanto a los episodios de intolerancia de los que usted habla, yo no los definiría exactamente de intolerancia. O por lo menos no se trata de la intolerancia típica de la sociedad de consumo. Se trata, en realidad, de casos de terrorismo ideológico. Por desgracia, las izquierdas viven en estos momentos, en un estado de terrorismo, que nació en el 68 y que continúa hasta nuestros días. No diría que un profesor que, chantajeado por un cierto gauchismo, no da la licenciatura a un joven de derechas, sea un intolerante, digo que está aterrorizado. O es terrorista. Pero este tipo de terrorismo ideológico posee una parentela solo formal con el fascismo. Terrorista lo es el uno, terrorista lo es el otro, es cierto. Pero bajo los esquemas de estas dos formas a veces idénticas, cabe reconocer realidades profundamente distintas. De lo contrario, se cae inevitablemente en la teoría de los "extremismos opuestos", o bien en el "estalinismo igual a fascismo".
Pero a estos episodios les llamo de terrorismo y no de intolerancia porque, creo, la verdadera intolerancia es la de la sociedad de consumo, de la peor, la más desleal, la más fría y despiadada forma de intolerancia. Porque es intolerancia enmascarada de tolerancia. Porque no es cierta. Porque es revocable cada vez que el poder siente la necesidad. Porque es el auténtico fascismo del que después viene el antifascismo de forma: inútil, hipócrita y sustancialmente que gusta al régimen.