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EL PAIS - 16 novembre 1980
" RADICAL?; SI, GRACIAS"
Editorial de "EL PAIS"

SUMARIO: "EL PAIS" dedica su editorial al Partido Radical. Partiendo de la cuestión de la energía nuclear, que en el editorial se afirma no es comprendida por la mayoría de las personas despistadas y más guiadas por cuestiones emotivas que racionales y basadas en el estudio profundo del tema, establece un juego de palabras, sustituyendo el clásico: " NUCLEAR?; NO, GRACIAS" por " RADICAL?; SI, GRACIAS". El editorial enumera punto por punto las características radicales:

- socialismo libertario; laicismo; la condena rotunda de la violencia - "violencia, ni en la cama"; condena del militarismo; rechazo de los héroes y de los mártires; valor sagrado de la vida humana; la existencia del adversario político no entorpece el diálogo sino que lo enriquece; la renuncia a vencer; la pasión por convencer sin coaccionar; el transnacionalismo político; la revitalización de los movimientos de desobediencia civil; la no violencia gandhiana.

Pannella en su viaje a España exporta la fórmula radical transnacional. Los radicales reciben el nombre de "ácratas de terciopelo", El Partido Radical es visto como la gran alternativa de izquierdas a una izquierda que da pocas satisfacciones.

("EL PAIS", editorial del 16 de noviembre de 1980)

En el apogeo de campañas cívicas contrarias a la instalación de centrales nucleares proliferan pegatinas o chapas redondeadas en las solapas de muchos manifestantes con la leyenda: " Nuclear?; no gracias". Presumiblemente la mayoría de los que esgrimen esta consigna son incapaces de distinguir entre fusión y fisión nuclear o de desarrollar una somera teoría sobe lo que significa el uranio enriquecido. Y, al menos, es probable que los opositores a la energía de origen atómico estén reproduciendo el papel histórico de los ganaderos americanos de hace un siglo en su negativa a aceptar la expansión de los ferrocarriles por sus tierras. Pero nadie puede negarles algunos puntos de razón en sus sospechas ante la ausencia de debates públicos y claros sobre los peligros calculados de la energía nuclear o ante los intereses económicos y estratégicos, apenas soterrados, de la crisis mundial de energía.

En algunas sociedades democráticas europeas se está fraguando un eslógan político parejo al del rechazo nuclear, pero de signo contrario. Y acaso acabaremos por leer en las solapas de muchos desesperanzados europeos la siguiente consigna: " Radical?, sí gracias". De la misma forma que muchos de los que se oponen al desarrollo de la utilización industrial de la energía atómica tienen antes motivaciones emotivas que científicas, no pocos de los seguidores del nuevo radicalismo, nacido en Italia, se fundan más en la esperanza de un nuevo advenimiento social que en laboriosos análisis de la historia y de la política. Pero este movimiento, organizativamente gaseoso y casi prepolítico, nutrido del desencanto que originan las democracias europeas y el anquilosamiento de los partidos de la izquierda, no debería ser tomado a broma. Así lo hizo la izquierda italiana para acabar contemplando estupefacta cómo los radicales de Marco Pannella pasaban en las legislativas de 1979 de cuatro a dieciocho diputados, al tiempo q

ue adquirían notoriedad continental.

Ahora Pannella ha girado una breve y solitaria visita a Madrid (véase EL PAIS del viernes pasado y la última página de esta edición), y regresará en diciembre acompañado de otros diputados italianos del Partido Radical. La visita no es casual. El mapa político europeo sólo ofrece o el prolongado encallecimiento de Gobiernos conservadores o islotes de socialdemocracias empeñadas aún en demostrar su respetabilidad administrando la sociedad capitalista con más lealtad que afán corrector. Y en esa geografía, España ha sido el último país en acceder a la democracia; aún sus instituciones constitucionales no han terminado de desarrollarse y, sin embargo, ya se aprecia cierto cansancio o desencanto social entre sus capas de población más progresistas.

Así, Marco Pannella ha venido a ofrecer, en nombre de este nuevo clericalismo - en los antípodas del inglés de Chamberlain y muy distinto del francés más reciente de Servan-Schreiber - una mercancía bastante más sugerente e imaginativa que la que nos deparan nuestros propios partidos. Un socialismo libertario que rechaza el acceso al poder, un laicismo desprovisto de connotaciones anticlericales; la bandera de una genuina moral civil; la condena rotunda de la violencia - "violencia, ni en la cama", dicen los radicales - y del militarismo; el rechazo de los héroes y de los mártires, una firme creencia que la vida humana es en todo momento una valor sagrado a respetar y que la existencia del adversario político no entorpece el diálogo sino que lo enriquece; la renuncia a vencer y la pasión por convencer sin coaccionar; el trasnacionalismo político que aspira a superar los Estados y las nacionalidades de los Estados; la revitalización de los movimientos de desobediencia civil según el patrón del pacifismo gandh

iano; y una costante batalla contra el autoritarismo mediante el planteamiento de objetivos sectoriales en defensa de los afectados por legislaciones democráticas, pero opresivas: abortistas, divorcistas, homosexuales, presos, objetores militares, atrapados somáticamente por las drogas legales o ilegales, etcétera: los marginados, en suma, de ese "balneario" que es Europa occidental. Parecen planteamientos obvios desde la perspectiva del pensamiento progresista occidental, pero que, sin duda, encontrarán aceptación en unas sociedades europeas - y particularmente la española - que están produciendo una nueva tipología de marginado que no se siente discriminado en razón de su sexo, que no objeta el servicio de armas, que no precisa del divorcio o del aborto, que no padece la cárcel o la dependencia de hábitos nocivos y perseguidos, pero que se siente defraudado por un modelo de sociedad timorato, moralmente corrupto, violento hasta cuando condena la violencia, y cuya expresión política pasa por maniobras y com

ponendas parlamentarias que escapan a la comprensión del ciudadano más avispado. Hasta ahora se sabía que los desencantados de la democracia acaban en el absentismo político y electoral o en el poujadismo - ese partido de tenderos -: hoy puede abocar hacia movimientos radicales, que harían mal en desdeñar los partidos tradicionales de la izquierda.

Por supuesto que este radicalismo que llega de Italia carece de suelo y de techo: nada se sabe de cuál puede ser su relación con las organizaciones sindicales y todo se ignora de cuáles son sus últimas metas en la transformación de la sociedad. Pero nadie debe sorprenderse ante la capacidad de convocatoria de estos ácratas de terciopelo - que, además tienen sentido del humor - cuando reabren el banderín de enganche de las libertades y la tolerancia a las puertas de unos partidos históricos y respetables, pero obsesionados por el aparato y por la correlación de fuerzas hacia el poder y ajenos a su entorno y hasta a su militancia. Quien prenda en su solapa la seña de " Radical?; sí, gracias" puede que no tenga un exacto conocimiento de lo que busca, pero, como ya viene sucediendo en Italia, tiene una idea bastante clara de esa izquierda clásica que tampoco le hace feliz.

 
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