Leonardo SciasciaSUMARIO: Hace veinticinco años, cuando escribió "Il Giorno della civetta", cualquier "siciliano de las provincias occidentales" hubiese podido decir mucho sobre la mafia. En todos los pueblos, las autoridades conocían perfectamente a los mafiosos, rebaño y capos. De la misma manera que eran conocidos los políticos que la mafia "llevaba", es decir apoyaba: nadie se escondía, por aquel entonces, es más se producía un cierto exhibicionismo del poder ejercido. También es verdad que para hablar de la mafia se usaba la palabra "amistad", y algunos podían incluso negar tranquilamente la existencia del fenómeno. Pero al brigada de los carabineros que "rechazaba el modus vivendi" con la mafia, se le trasladaba, no se le mataba. Luego, con el centro izquierda, llegó la comisión de investigación sobre la mafia, y luego la droga. Como consecuencia, actualmente algunos políticos o rechazan connivencias con la mafia o intentan poner los pies en polvorosa. De ahí la rabia de la mafia. Esta además no acaba de entender que l
a Iglesia, que durante siglos ha mantenido un "silencio" benévolo cuando no solidario, hoy la proclame "enemiga".
(L'ESSPRESSO, 15 de mayo de 1983)
Hace veinticinco años, cuando a partir de una crónica, una sesión a la que había asistido a la Cámara de los diputados, se me ocurrió escribir "Il Giorno della civetta", lo que de la mafia podía saber un siciliano de las provincias occidentales, con una cierta sensibilidad y perspicacia, no era de poca monta. En todos los pueblos, y en cualquier barrio de ciudad, capos y rebaños eran tan conocidos cuanto los comandantes, las estaciones de carabineros y los carabineros; conocidos eran los políticos que "llevaban" (es decir que recomendaban al electorado) y por los que en efecto eran llevados; conocidos sus sistemas de enriquecimiento ilícito, por lo general más consistentes en intermediaciones impuestas y a veces, para evitar la imposición, solicitadas.
Los jefes no sólo no intentaban esconderse, sino que se exhibían como si tal cosa. No pronunciaban y no aceptaban la palabra "mafia", amaban sustituirla con la palabra "amistad". Y hacían alarde de una filosofía pesimista y escéptica con respecto a sus símiles, la sociedad y las instituciones. Las instituciones, por su parte, negaban la existencia en Sicilia de una vasta y eficiente asociación para delinquir denominada mafia; y con argumentos símiles a los de Capuana cuando, contra la investigación Franchetti-Sonnino, escribió "L'isola del sole".
Gracias a la cuestión electoral, entre las instituciones y la mafia se había establecido una conciencia y connivencia, hasta tal punto que a un funcionario o brigada que rechaza un tipo de modus vivendi semejante se le trasladaba inmediatamente. No había ninguna necesidad de matarlo. Pero llegó el centroizquierda (se podrá decir todo lo que se quiera, pero para algo ha servido) y llegó la comisión de investigación sobre la mafia. Tanto por parte de un sector del mundo político siciliano y nacional como por parte de la mafia, se instauró y se sacó adelante como una especie de juego establecido. Pero algo había que hacer. Y cuando se entra en el juego, el juego acaba por dejar de ser un juego. Al igual que en la comedia de Pirandello, al entrar en el juego de la honestidad los hay que acaban sintiendo el placer por la misma. Y si encima tenemos en cuenta que la mafia se había tomado por su mano el monopolio de la droga, empezaba a ser peligroso permanecer cerca o dentro. En la relación entre mafia y política c
reo que se puede establecer el siguiente escalafón: los políticos que han rechazado vínculos heredados o a penas establecidos; los políticos que quieren poner los pies en polvorosa y no pueden o por vocación innata, no quieren. De dicho movimiento, obviamente, la mafia ha tomado conciencia: y de ahí su rabiosa reacción.
Estas consideraciones se pueden asimismo aplicar al caso del rechazo de los detenidos de la cárcel de Ucciardone a ir a la misa celebrada por el cardenal. En la traición de la que se sienten objeto, los mafiosos implican también al cardenal arzobispo de Palermo. A duras penas logran comprender que la Iglesia, la Iglesia siciliana, tras siglos de silencio haya decidido hablar claro y en voz alta contra ellos (y de hecho, al domingo siguiente, fueron disciplinadamente a la misa celebrada por el capellán). Por ello cargan sobre un solo hombre, el cardenal arzobispo, la condena que finalmente la Iglesia proclama. Se habían acostumbrado tanto al silencio de la Iglesia, que en ciertos momentos se convertía en benevolencia y complicidad, que la ruptura operada por el cardenal les ha hecho cometer la imprudencia de manifestarle su adversión.
No hay que olvidar que Don Pietro Ulloa, procurador del rey en Trápani en 1838, contaba que entre los capos de la mafia figuraban los arciprestes y que, al cabo de más de un siglo, un cardenal incluía entre los enemigos de Sicilia a aquellos que creían en la existencia de la mafia. Hijos devotos de la Iglesia, tal y como siempre se han profesado, el hecho de que en 1982 un cardenal les haya proclamado enemigos, es un hecho que les sorprende, que les desconcierta. Un capo con el buen juicio de Don Caló se hubiese resignado, hubiese seguido mostrando su devoción ("Cálati juncu ca passa la china", "Calati giunco che la piena passerá").(1) Pero, evidentemente, capos con el buen juicio de Don Caló ya no los hay.
N.d.T. "Cálati juncu ca passa la china" . Expresión en siciliano: "Dóblate junco que antes o después la ríada pasará".