de Leonardo SciasciaSUMARIO: El caso Tortora es la enésima ocasión para insistir en la grave situación en la que se encuentra la administración de la justicia en Italia. Acusaciones que no han econtrado ninguna prueba ni nigún indicio objetivo. 856 órdenes de captura de las cuales 200 equivocadas; acusaciones que nacen sólo de la enfermedad mental de camorristas y arrepentidos. Todo ello lleva a reflexionar sobre los jueces y sobre sus errores. Sería necesario que cada magistrado, a penas ganadas las oposiciones, pasase al menos tres días en la cárcel. O menos utópicamente, sería necesario "cargarles de responsabilidades" (civiles) sin por ello privarles de independencia.
(Il Corriere della Sera del 7 de agosto de 1983).
En este periódico, discutiendo con Pieroni de los males de Italia, hace más o menos tres meses, la campaña electoral apenas empezada, ponía en primera línea las carencias y el mal funcionamiento de la administración de la justicia. Confiaba - y creía - que un mal semejante hallase prioridad programática entre los puntos que el grupo gubernamental surgido de las elecciones debería y debe afrontar. Pero me parece que no sólo no se le he hecho ni caso a la cuestión sino que ha sido arrinconada. Tal vez precisamente porque se trataba de la parte más dolorosa. Lo cual no me parece que sea una buena señal. "Dejar las cosas para mejor ocasión" no es buen síntoma. Si se deja para otro momento en realidad se está dejando para peor ocasión, puesto que un problema de tal envergadura no se atenúa con el tiempo sino que se agrava. Y se agravará si no se pone remedio remedio.
Así pues, me dirijo al presidente del consejo italiano, en calidad de ciudadano, de amigo y de persona que ha charlado con él largo y tendido de este problema. Le pido que no se arrincone el problema, que se afronte con serenidad, con equilibrio y con criterio. Para reconfortar de esta manera a los ciudadanos, y devolverles la confianza en la justicia que se va perdiendo, si es que no se ha perdido ya.
El caso Tortora es la enésima ocasión para subrayar la gravedad y la urgencia del problema. Hace un mes, en la televisión francesa, declaré mi perplejidad y preocupación ante la masiva operación contra la camorra promovida por el juzgado de Nápoles y mi convicción personal de que Tortora es inocente. No me pregunto " y si Tortora fuese inocente?", estoy convencido de que lo es. El hecho de conocerlo personalmente y de considerarlo un hombre inteligente y sensible (no lo he visto nunca en televisión), puede ser considerado elemento secundario y tal vez desorientador; pero desde el día de su arresto he querido prescindir del hecho que lo conozco y lo aprecio y he tenido en cuenta simplemente las informaciones que los periódicos iban dando. No he encontrado ni tan siquiera uno que insinuase la menor duda sobre su inocencia. Son todos elementos "exteriores", que no encuentran prueba alguna, no digo ya en lo que conocemos de la personalidad y de la manera de vivir de Enzo Tortora, sino que no encuentran convalida
ción alguna en un sólo indicio que pueda ser objetivo.
Encontrar en el archivo de un camorrista una carta dirigida a Tortora como cómplice o colega («ah! pero, la han encontrado?) no comporta la certeza de que la haya recibido nunca. La única confrontación, la única y auténtica prueba sería encontrarle un documento parecido a Tortora, en su casa, o en los ambientes que frecuentaba y en los cuales le hubiese sido posible esconderlo. Dejemos correr las patéticas mitomanías que casos como este encienden (y bastaría, por parte del juez instructor, llamar por teléfono al comisario del barrio algunos días o algunas horas antes de ira a buscar al testimonio), pero la falta de pruebas de lo que podemos llamar "voto sanguinario" (no se ha encontrado nunguna cicatriz en las muñecas de Tortora; y si hubiese tenido alguna por haberse cortado con un vaso roto?). No era motivo suficiente para ponerlo en libertad - al menos provisional?.
Estamos hablando del caso de un hombre que goza de tanta popularidad y simpatía. Y de ahí la pregunta: los problemas surgieron precisamente por la popularidad y simpatía de la que gozaba - puesto que a la espectacularidad de la operación, su inclusión le otorgaba más espectacularidad todavía - o algo por el estilo le puede suceder a un ciudadano corriente y moliente?. Por desgracia, creo que no hay alternativa, la respuesta a ambas hipótesis es afirmativa. Las acusaciones de los camorristas arrepentidos a Tortora no se han calibrado cuidadosa y escrupulosamente antes del arresto, porque las ochocientas cincuenta y seis órdenes de captura hallaban su apogeo, daban idea de la vastidad e intransigencia de la operación, precisamente en el mandato contra Tortora.
Por otra parte, tal y como se ha dicho, repetido y no desmentido - si de ochocientas cincuenta y seis ordenes de captura, doscientas eran erróneas y las personas arrestadas por equivocación fueron puestas en libertad al cabo de pocos días (pero considérese lo siguiente: se les despertó de madrugada con sus familias, se les registró la casa, se les pusieron las esposas, se les llevó a la cárcel, y se les tuvo ahí hasta que no se supo que se trataba de un error; cosas que dejan marcado para toda una vida), es fácil imaginar que con tantas prisas y tanto jaleo, el nombre de Tortora, pronunciado sin lugar a dudas por los arrepentidos, haya parecido el más seguro, así como el más estridente. No existía posibilidad de equívoco, riesgo de homonimia: el presentador de televisión, el hombre al que millones de espectadores conocían. Pero he pecado de impresición al decir que no ha sido desmentido por el hecho que doscientos ciudadanos han sido arrestados por error. Se ha hecho circular algo fraudulento, increíble, ala
rmante, que muchos de los que habían sido puestos en libertad los iban a meter otra vez en la cárcel. Lógicamente Biagi(1) comenta: "Pero cómo se van a equivocar tres veces: los arrestan, lo ponen en libertad, los meten en la cárcel de nuevo. Cuándo tienen razón?." No creo en la enfermedad mental cuando se invoca o se reconoce en los procesos contra la mafia. Sin embargo, en los camorristas y en la camorra se puede entrever algo por el estilo. Si lo desean pueden llamarla imaginación o fantasía, yo seguiré llamándola enfermedad, criminal locura de criminales. Una locura, se entiende, que no está exenta de método, y éste consiste en confundir y enturbiar, sembrar sospechas y acusaciones, implicar a cuantas más personas mejor. Consiste en construir uno de aquellos castillos de cartas que con sólo quitar una de la base toda la construcción se viene abajo. Tengo la impresión de que la carta Tortora haya sido colocada como la clave de toda la construcción. Cuando no quede más remedio que quitarla, toda la constr
ucción se desmoronará y todo parecerá erróneo y exento de credibilidad. Quedará el problema del cómo y del por qué de los magistrados, de los jueces que prestaron fe a una construcción que ya desde un primer momento parecía frágil al ciudadano de a pie, al ciudadano que sólo lee o escucha las noticias. Y ahora viene la madre del cordero.
Todo ciudadano, fuere cual fuere su profesión u oficio, posee la costumbre mental de la responsabilidad. Tanto si ejerce un trabajo como empleado o uno por libre, save que debe dar cuentas de cada error y pagar el precio según el daño causado a las instituciones de las que depende y a las personas para las que ha trabajado o a las que ha causado daño, todo ello a parte del amor propio que cada cual pone para hacer bien su propio trabajo. Pero un magistrado no sólo no debe dar cuenta de sus propios errores y pagar el precio, sino que cualquier error cometido no será un obstáculo para su carrera, que automáticamente recorrerá hasta la cumbre, aunque no tenga funciones de cumbre. Y creo que ésto ocurre sólo en Italia.
Es inútil decir que dentro de una oredenación semejante, que incluso roza la utopía, se haría necesaria la creación de un cuerpo de magistrados de excepcional inteligencia, doctrina y sagacidad no sólo sino de excepcional sensibilidad y de limpia e inmaculada conciencia. Mucho más que rozar la utopía, nos hallamos en ella de lleno. Cómo salir de esta situación?.
Un remedio, todo lo paradójico que se quiera, sería el de hacer que cada magistrado, una vez superadas las pruebas de examen y vencido el concurso, pasase al menos tras días en la cárcel entre los detenidos comunes, y preferiblemente en cárceles de renombre como Ucciardone o Poggioreale. Sería una indeleble experiencia que suscitaría una profunda reflexión y un doloroso disgusto cada vez que se estuviesen a punto de firmar una orden de captura o de cavilar una sentencia. Pero me doy cuenta de que ir contra una utopía es una utopía también. Un remedio simple sería el de cargar de responsabilidades a los magistrados sin privarles de su independencia; es decir darle a cada ciudadano injustamente imputado, una vez absuelto por más o menos absoluta ausencia de pruebas, la posibilidad de ir contra los que lo han privado de libertad y difamado. Cuántos casos de gravísimas acusaciones hemos visto acababar con absolución por absoluta ausencia de pruebas?.
Si no recuerdo mál, Scarcinelli, vice-director de la Banca d'Italia, fue puesto en libertad con dicha fórmula. Y sin posibilidad de revancha. Eso no forma parte de la civilización y del derecho sino de la barbarie y la jungla. Cabe decir que en un caso como el de Tortora y los doscientos ciudadanos arrestados por error no ha jugado solo la condición de poder de la magistratura, sino también, y sobre todo, la introducción en la legislación italiana de la figura de los arrepentidos. Pero ya he hablado de ello en más de una ocasión, antes de que se comprobasen sus nefastos efectos.
N.d.T.: Enzo Biagi (Lizzano in Belvedere, 1920) periodista
costumbrista y autor de bests-sellers (América, 1973).
Colaborador del periódico "La Repubblica" y la revista
"Panorama".