Radicali.it - sito ufficiale di Radicali Italiani
Notizie Radicali, il giornale telematico di Radicali Italiani
cerca [dal 1999]


i testi dal 1955 al 1998

  RSS
mer 05 mar. 2025
[ cerca in archivio ] ARCHIVIO STORICO RADICALE
Archivio Partito radicale
Sciascia Leonardo - 14 ottobre 1983
Simple discurso sobre el caso Tortora(1), sobre el caso de la justicia y sobre los casos nuestros
de Leonardo Sciascia

SUMARIO: Los jueces, para no ser inhibidos en el ejercicio de su profesión, relegan a los márgenes de la conciencia la preocupación del error, y quieren sentirse reconfortados por una ausencia de crítica con respecto a su manera de actuar. Esta situación de privilegio ha propiciado en Italia que los tribunales se hayan convertido en altares: la administración de la justicia ha adquirido un ramalazo religioso, inescrutable y la opinión pública ha perdido el derecho a vigilar y a criticar los casos que no son claros. El caso Tórtora consiste en analizar la mencionada cuestión y no sólo en discutir sobre su culpabilidad o su inocencia.

("Il Corriere della Sera", 14 de octubre de 1983)

Jacques de Pressac, diplomático al que debo excelentes traducciones en francés de algunos libros míos, hace algunos años, hablando del caso Calas y del "Tratado de la tolerancia" de Voltaire, sobre el que se debatía en el "Contexto" que yo acababa de publicar, me dijo lo siguiente: " Sabe que Voltaire se puede haber equivocado?". Me prometió que me iba a prestar un libro en el que se razonaba sobre el posible error de Voltaire. Y puntualmente me lo regaló. Es un volumen de la serie "Enigmes et Drames judiciaires" que el editor parisino Perrin publicó alrededor de 1930. Se titula "L'affaire Calas", autor Marc Chassaigne. Pero confieso que no he avanzado en la lectura mucho más allá del prefacio, y no por el temor de descubrir que Voltaire se había equivocado. Admito su error como probabilidad. Pero, qué importancia tiene que se haya equivocado o no?. Lo importante es que de la correcta o errónea visión de los hechos haya nacido el "tratado de la tolerancia". Como epígrafo del prefacio, Chassaigne incluye una

frase en la que Voltaire, en 1762, dice conocer elementos sólo a favor de Calas: lo cual le parece poco para tomar partido por éste. Y Chassaigne lanza una insinuación. Es verdad que Voltaire, en la fecha en que escribió la carta, ya había tomado partido, pero, en los meses sucesivos, no dejó de tomar conciencia de los elementos de la acusación que ratificaron la postura que había adoptado.

Con la insinuación preliminar de que Voltaire haya tomado partido sin conocer todas las actas del proceso resulta imposible creer a Chassaigne cuando en el prefacio declara querer otorgar al lector la opción entre las hipótesis que se desarrollan en el libro sobre el caso Calas y que prefiere no decantarse por ninguna de ellas. De estas tres hipótesis - dice Chassaigne - una, la de Voltaire, se ha granjeado más asentimientos y ronda por el mundo; pero parece olvidar que una de las dos hipótesis restantes, que parecen haber caído en el olvido, señala que Jean Calas fue ahorcado. En cuanto a la tercera, al no haber leído todo el libro, tengo la impresión, pero no infundada, de que se trata de una hipótesis media, que no pretende dar toda la razón a Voltaire ni tampoco aseverar que los jueces se equivocaron totalmente. Y parece ser que el deseo oculto de Chassaigne es el de que si el lector no se convence del error de Voltaire, por lo menos acepte la hipótesis de un error y de una razón no claramente adjudicabl

es pero en la que en igual medida participan los jueces que han condenado a muerte a Calas y Voltaire que ha rescatado la inocencia. Y ello, olvidando que, al presentar el caso como dudoso, el error se aplica siempre a los jueces, puesto que es axiomático que el error va siempre a favor del imputado.

Personalmente, formulo una hipótesis sobre Chassaigne: que se trate de uno de aquellos funcionarios de la administración o de un juez - que tal y como suele suceder frecuentemente en Francia - al margen de su actividad, o una vez jubilado, se ocupa de cosas que oscilan entre la literatura, la historia y su profesión.

Es más, me inclino a creer que se tratase de un juez: ya que sólo un juez puede tener tanta sensibilidad profesional y corporativa como para asumir, al cabo de tanto tiempo, la defensa de otros jueces y moviendo en definitiva, desde la más o menos profunda convicción, que los errores judiciales no existen o que, en cualquier caso, son siempre justificables.

Y, aun a pesar de combatir laicamente contra una creencia, o presunción, semejante cabe concederles algo a los jueces, por lo menos comprensión: ejercitan una profesión que por definición debe estar "por encima", y, así pues, en condición de aislamiento; una profesión difícil y de desasosiego cotidiano. Y serían inhibidos en su ejercicio si no consiguiesen relegar a los márgenes, al marginal centelleo de la conciencia, la preocupación del error. Es más, necesitan, tanto personalmente como en calidad de corporación, creer que el error es imposible. Puesto que la sociedad les ha autorizado a castigar la violencia con la violencia (la violencia de condenar a un hombre a perder la libertad, y no digamos en los lugares en los que se puede condenar a perder la vida), necesitan sentirse seguros, reconfortados, si no por un consentimiento general y continuo, por lo menos por una indiferencia general y en cualquier caso por una ausencia crítica ante su forma de actuar. De ahí la inspiración corporativa, por la que só

lo ellos y entre ellos es plausible la distinción entre los mejores y los peores, y de ahí la irritabilidad ante cualquier crítica procedente del externo.

Y, repito, su posición es comprensible: pero al mismo tiempo no se debe dejar de vigilar esta creencia o presunción suya y combatirla cuando se manifiesta con más evidencia. La autorización de juzgar no a sido dada a todos los jueces y a cada uno de ellos de una vez para siempre; la sociedad, la opinión pública, tiene el derecho de vigilar y de criticar cada caso judicial que presenta oscuridades y contradicciones y de distinguir entre jueces mejores y jueces peores; y su profesionalidad (palabra de la que actualmente se abusa, (tal vez debido a que disminuye en toda rama y en toda categoría) no es tan absoluta e insuperable como para no consentir que el ojo ajeno o, si se prefiere, profano, penetre y se pare a ver. Es más, nadie, aunque esté desprovisto de todo apoyo técnico, se puede considerar ajeno y profano con respecto a la administración de la justicia.

Considerando la ciencia del corazón humano equiparable a la de los códigos, y tal vez, en mayor medida la del corazón humano, una excesiva profesionalidad acaba por ir en detrimento de la administración de la justicia. En resumidas cuentas, cuando un hombre escoge la profesión de juzgar a sus símiles, debe resignarse a la paradoja - por dolorosa que sea - de que no se puede ser juez teniendo en cuenta a la opinión pública, pero tampoco sin tenerla en cuenta. Al conjunto de inquietudes personales hay que sumar las que procederán de la atención que la opinión pública otorga a ciertos casos. Y esto sirve para cualquier latitud, para cualquier país en el que los tribunales se hayan convertido en aras.

Pero precisamente en Italia se manifiesta una cierta tendencia a dicha mutación. Y tal vez podríamos decir, menos foscolianamente(2), en altares: recordando ese proverbio que reza que descubrirlos es operación de verdad (y descubrir altares y altarecillos debería ser función asidua de aquellos relacionados con el papel impreso y con otros medios que comunican y crean opinión). La administración de la justicia asume un no sé que de hierático, de religioso, de inescrutable - con los consiguientes ramalazos de fanatismo.

Los elementos que han contribuido a este estado de ánimo, que ahora circula como sangre por el cuerpo de la magistratura, a esta situación de irresponsabilidad, de privilegio, de refractariedad e intolerancia hacia cualquier crítica ante la que la magistratura tiende a defenderse, han sido - someramente - las siguentes:

el carácter de absoluta independencia que - lógicamente - se ha querido dar al poder judicial y en el que, de hecho, ha surgido la dependencia partidocrática, el vacío que ha promovido el poder ejecutivo en su seno y que ha sido como una invitación (y una necesidad) al poder judicial para que lo llenase y la confusión que se ha cernido sobre el poder legislativo.

Lo que he dicho hasta ahora no creo sean disgresiones con respecto al caso que actualmente se debate y que obedece al nombre de Enzo Tortora. He querido decir que el problema no estriba únicamente en la inocencia o la culpabilidad de Tortora sino que se trata de un problema de carácter general, de todos los italianos y de todo el mundo. Incluso si Tórtora resultase, sin que cupiese duda alguna, responsable de los delitos de los que se le acusa, el problema seguiría existiendo de la misma manera y los que lo agitan y lo seguirán agitándolo harán muy bien.

No es difícil contestarle a aquellos que se preguntan - y se irritan - por qué se agita precisamente la cuestión con el caso Tórtora y no con otro. La respuesta es que precisamente este caso, debido a la notoriedad del protagonista, proporciona las informaciones necesarias para formar una opinión, un juicio. Años atrás, un amigo mío - y amigo de tantos "intelectuales" - fue arrestado con una grave acusación. A todos aquellos que lo conocíamos, un periódico nos preguntó nuestra opinión al respecto: y todos contestamos que lo creíamos inocente (tal y como fue y es reconocido, gracias a Cesare Terranova(3). Después, el periódico propinó un demagógico ataque a todos los que nos habíamos declarado a favor de su inocencia, acusándonos de espíritu de camarilla, y alegando que no hubiésemos hecho las mismas declaraciones si se hubiese tratado de un pobretón cualquiera. Ataque, tal y como se puede ver, totalmente gratuito y de la misma naturaleza que los que actualmente se perpetran contra aquellos que expresan sus

dudas con respecto al caso Tortora. Os ocupáis de Tortora - parecen querer decir - porque es un privilegiado y lo queréis privilegiado también ante la justicia. Y se insinua incluso que se hallan de medio, entre quienes lo defienden, intereses económicos. Infame insinuación, bajamente intimidadora. Se defiende a Tortora para defender nuestro derecho, el derecho de todo ciudadano a no ser privado de la libertad, a no ser carne de cañón para un público escarnecido sin pruebas convincentes sobre su culpabilidad.

Personalmente, estoy seguro de que Tortora es inocente. Pero me hubiese contenido - a no ser que me lo hubiesen preguntado, como en su día hiciere dicho periódico - y no hubiese expresado públicamente mi opinión si, constantemente, a través de la que se suele llamar fuga de noticias, (y que no lo es, puesto que es obvio que a las noticias se les abre las puertas de par en par y se ponen en manos fiables), no me hubiesen sido proporcionados los elementos que hacían que mi opinión fuese objetiva.

La magistratura de Campania(4) puede protestar lo que quiera mientras no admita que la que ha dado en llamar "una iniciativa judicial contra la mala vida organizada" ha sido, como mínimo, una iniciativa apresurada y caracterizada por un alarmante alto porcentaje de errores. En vez de dirigirse a la prensa con lamentaciones del tipo: "«Niño, déjame trabajar en paz!", debería contestar si no a todos los italianos por lo menos ante el Consejo superior de la magistratura (y se produciría después la fuga de noticias), si es verdad que doscientas personas han sido arrestadas por homonimia (llegando incluso a retenerlas en la cárcel durante tres meses, como a un pobre marinero de Eboli(5), y esperemos que no haya otros encarcelados). Si es verdad que en un pueblo de Campania una decena de personas que se apellidan igual han sido arrestadas para encontrar a una sóla acusada de pertenecer a la camorra(6). Si es verdad que en el momento en el que se produjo la orden de captura de Tortora las únicas pruebas eran las de

nuncias de dos mafiosos "arrepentidos" y su número de teléfono hallado en la agenda de un no arreprentido. Y si una manera semejante de llevar a cabo una orden de captura no acaba por animar a aquellos que no tienen nada que perder divirtíendose en mandar a la cárcel a los que se les antoje. Si es verdad que la acusación de que Tortora se había aprovechado del dinero recogido para ayudar a las víctimas del terremoto fue causada por un anónimo y llevada a cabo deprisa y corriendo para distraer la atención; si es verdad que el testimonio de Margutti(7), que había sido previamente tachado en televisión de difamador, forme parte de las bases de la acusación. Si es verdad que todos los elementos que se cree que sirven para dar una imagen de un Tortora dedicado a la delincuencia salen sin más, violando de esta manera el secreto de instrucción, de la oficina que debía guardar el secreto (y no se comprende de qué otra oficina hayan podido salir, si la camorra o los servicios secretos no han colocado micrófonos ocult

os). Son preguntas que conciernen a la "profesionalidad". Dejémos de lado las que conciernen a la conciencia.

N.d.T. (1) Enzo Tortora: famoso presentador de televisión italiano

y eurodiputado radical arrestado y condenado por

presunta pertenencia a la mafia, y posteriormente

absuelto.

(2) Ugo Foscolo: gran literato y poeta veneciano.

(3) Cesare Terranova: juez italiano asesinado por la mafia.

(4) Campania: región del sur de Italia.

(5) Eboli: pueblo del sur de Italia.

(6) Camorra: organización mafiosa localizada en Campania.

(7) Giuseppe Margutti: condenado por estafa y calumnia.

 
Argomenti correlati:
stampa questo documento invia questa pagina per mail