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Sciascia Leonardo - 2 settembre 1984
Los jueces en Sicilia y el "sentimiento mafioso"
Leonardo Sciascia

SUMARIO: Con gran amargura, el autor manifiesta su sorpresa por el juicio de valor del crítico P.P. Trompeo sobre el escritor siciliano Giuseppe Antonio Borgese. Evoca la vida de este escritor, que emigró a América debido a las amenazas fascistas. Borgese escribió en inglés, en 1938, "Goliat, la marcha del fascismo" que explica mejor que otras muchas obras lo que sucedió en Italia entre 1919 y 1943. A propósito de la velada en honor de Borgese organizada por Mondadori, y que había provocado el juicio negativo de Trompeo, Sciascia afirma que haberla organizado había sido una "idea melancólica": qué iban a contarse, el hombre que veía cómo los hechos le daban la razón y aquellos literatos que en su totalidad, o casi, se habían comprometido con el fascismo? Lamentablemente, la misma adversión o por lo menos antipatía parece rodear a los sicilianos, a los hombres del sur. Cuando Quasimodo ganó el Premio Nobel, la Italia literaria reaccionó muy mal, casi como si de una ofensa se tratase. La antipatía con respect

o a Sicilia parece haber resurgido en el momento en el que "dos magistrados sicilianos", "superando el sentimiento de esa solidaridad siciliana "que los imbéciles creen que existe", han ordenado mandatos de captura contra otros magistrados, sospechosos de "asociación mafiosa".

(CORRIERE DELLA SERA, 2 de septiembre de 1984)

"Nosotros los sicilianos" decía Lucio Piccolo cuando se enojaba con algún crítico de la Italia del Norte que no comprendía su poesía y no le prestaba atención, "caemos mal". No buscaba los motivos. Y creo que consideraba que no existiese motivo alguno, y de existir había que achacárselos a la otra parte, contra toda razón posible. Por otra parte, el caer mal no conoce razones. Su constatación, debido a la fuerza de la costumbre, no poseía más que una leve pincelada de dolor, y muchas de resignación y aceptación. En un cierto sentido, existía un tal regocijo, pues corresponde a los hombres por así decirlo especulativos la capacidad de convertir una condición de infelicidad en fuente de felicidad, de la que brota una sutil alegría.

En estos últimos días, dicha afirmación es como un martilleo insistente en mi memoria (su voz, su expresión y su acento, acompañados de su ávido inhalar el cigarrillo antes y después de pronunciar). No tanto por la polémica contra los jueces sicilianos. A algunos les gustaría extraerlos de la endemia mafiosa y trasladarlos a otras regiones de Italia, como se desprende de una carta, que un amigo me fotocopió y me envió, que Pietro Paolo Trompeo escribió a Arrigo Cajumi el 23 de octubre de 1952.

Dejo bien sentado que siempre he buscado y amado lo que Trompeo escribía, en especial sus páginas stendhalianas, de incomparable pasión y finura. Tuve el placer de conocerlo personalmente. Hombre de buena voluntad, con un nivel de tolerancia y amabilidad de los que con dificultad se encuentran en nuestros días. Tropezar con la carta que le escribió a Cajumi, en un juicio duro y obtuso no sólo sobre un hombre en concreto, un escritor, que - por desagradable que fuese su comportamiento - se merecía y se sigue mereciendo respeto y atención, aunque a la hora de la verdad provoca irritación y amargura en toda Sicilia, a todos los sicilianos. Seguiré leyendo y amando Trompeo, es más estoy releyendo sus "Rilegature gianseniste"); aunque ahora lo haga con una espinita clavada por su intolerante y poco inteligente juicio con respecto a Giuseppe Antonio Borgese y los sicilianos. Reproduzco el fragmento: "El otro día tuve la melancólica idea de aceptar una invitación de la editorial Mondadori para asistir a un recibimi

ento en el Excelsior en honor de Borgese. Alba Cespedes, con acertado donaire, hacía las veces de señora de su casa; y había en la reunión grandes amigos. Pero a Peppantonio, «vaya padre eterno de pacotilla!, América y la vejez lo han sicilianizado más aún si cabe." Cabe explicar - puesto que pocos italianos conocen a Borgese - la vida y la obra del escritor siciliano - prestigioso crítico literario y tal vez, desde las columnas de este periódico, el más acreditado de todos; autor de inquietas e inquietantes obras narrativas; dramaturgo, poeta - emigró a Estados Unidos a principios de los años treinta. En la Universidad de Milán, en donde enseñaba, las violencias de los fascistas y las delaciones de los colegas le hacían la vida imposible: y se anunciaba la obligación, para todos los profesores universitarios, de jurar fidelidad al fascismo. Obligación a la que se negaron, perdiendo su puesto, no más de una docena de profesores, en toda Italia. Borgese fue uno de ellos. No se ocupaba de política, pero políti

ca era su visión de las cosas italianas pasadas y presentes. Y de una inteligencia y una precisión lógicamente adversas al fascismo.

En dicha ocasión se ofreció para ir a enseñar a una universidad americana, dejó Italia con la intención de no regresar hasta que el fascismo hubiese acabado.

En 1938 Longanesi en su diario anotó: "Dentro de veinte años nadie se imaginará los tiempos que estamos viviendo en estos momentos. Los historiadores futuros leerán periódicos, libros, consultarán documentos de todo tipo pero nadie podrá comprender lo que ha sucedido aquí". Precisamente, por aquel tiempo, Borgese publicó, escrito en inglés, el libro que hasta nuestros días, más que los otros muchos que sobre el tema se han escrito, nos narra y explica lo que les sucedió a los italianos entre 1919 y 1943, lo que a los italianos - con otros nombres, o sin nombres, bajo otros aspectos - les sigue sucediendo: Goliat, la marcha del fascismo (en traducción italiana aparecido en 1946). Ni hay que olvidar tampoco que los últimos años de su vida (murió en Fiesole en diciembre de 1952), Borgese los dedicó a la paz mundial. Hecho que debería ser suscitar una gran y cordial atención ante su figura.

La velada en honor de Borgese debe haber sido muy curiosa. Si el buen Trompeo se irritó, los otros deben haber trinado. «Qué "idea melancólica" haber asistido a la velada!. Y que "idea melancólica" la de la editorial Mondadori, celebrar el regreso de Borgese (y cabe decir que - y es uno honor de Mondadori - que tal vez él junto con Attilio Momogliano fueron los únicos que hicieron que los italianos no olvidasen al exiliado y antifascista Borgese. La "Biblioteca romántica" siguió llevando la locución: "dirigida por G. A. Borgese" y la historia de la literatura italiana de Momigliano, adoptada en los colegios, incitaba a buscar aquellos libros de Borgese que tan difíciles eran de encontrar). Con un hombre que se sentía con tanta intensidad, aunque con más ingenuidad que arrogancia, y que al cabo de veinte años regresaba con la razón de su parte en todo y sin reproche alguno, el encuentro no podía ser fácil, todos, o casi, se equivocaban; todos, o casi, tenían algo que reprocharse. Lo mínimo que todos, o casi,

habían hecho durante las dos décadas fascistas, era el juramento universitario o un artículo sobre la prosa del "duce", o la aprobación para la abolición del "Usted" y del apretón de manos. Lo mínimo. Cualquier cosa que Borgese dijese esa noche no podía más que tocar los recuerdos que se querían olvidar y suscitar irritaciones. Un "padre eterno de pacotilla"; un siciliano al que América y la vejez habían vuelto aún más siciliano. Puesto que el ser siciliano, como para lo peor y como peor que es, no se acaba nunca. Ni tan siquiera para el tolerante amable y bueno de Trompeo.

He querido profundizar este ejemplo de la antipatía que los sicilianos gozan en calidad de sicilianos. Podría aducir otros muchos ejemplos, en el campo de la literatura, y entre ellos cabe destacar, por su relevancia y por el tiempo, el de Quasimodo. Siempre advirtió una animadversión a su alrededor, una persecución casi ("Uomo del Nord che mi vuoi minimo o morto per la tua pace"); y era considerada una especie de manía. Pero cuando, en 1959, se le concedió el Premio Nobel, fue la demostración de que no había nada de maniático en las hostilidades que sentía que le rodeaban. No creo que ningún país haya reaccionado a la adjudicación de un Premio Nobel tal y como la Italia literaria reaccionó cuando le concedieron el Premio Nobel a Quasimodo. Como ante una ofensa. Juan Ramón Jiménez se hallaba en el exilio cuando le concedieron el Premio Nobel. Pero se alegró hasta la España franquista. Ni se puede decir que Quasimodo estuviese por debajo de la media de los Nobel, no hay mas que echarle una hojeada a la lista

del 1901 hasta nuestros días.

Ahora bien, si ésto es lo que sucede a nivel del "civismo perfeccionado", que nadie se sorprenda de semejante antipatía degradándose paulatinamente en ciertas plagas de estupidez colectiva, llegue a invocar al Etna para que dé lava para enterrar a toda Sicilia con sus sicilianos. De la misma manera que de vez en cuando, se les ocurre la idea de trasladar a otras regiones a todos los sicilianos o sólo aquellos que se hallan en los altos niveles, que trabajan en las administraciones estatales, y particularmente en la de la justicia.

Curiosamente, esta idea, esta propuesta, acaba de resurgir - con respecto a los magistrados - en el preciso instante en el que cabía aprender la lección contraria: es decir, que dos magistrados sicilianos, superando el sentimiento de la solidaridad siciliana, que los imbéciles creen que existe, y el sentimiento de la solidaridad corporativa, que indudablemente existe, llegan a admitir - y con un mandato de captura - esa verdad que sólo Don Pietro Ulloa, procurador del rey en Trápani en 1838, tuvo el valor de poner los puntos sobre las íes: es decir "la égida impenetrable" que ciertos magistrados ofrecían a la mafia.

Yo no sé si el Señor Costa, fiscal del tribunal de Trápani sustituto, hasta ayer, y hoy detenido por asociación mafiosa, es culpable o inocente. Espero que lo establezca el proceso del debate. Pero sé que figuras de protectores y favorecedores deben existir necesariamente en toda administración estatal, la de la justicia inclusive. De lo contrario, no se explicaría la "égida impenetrable" de la que la mafia ha gozado desde los tiempos de Don Pietro Ulloa hasta nuestros días. Y la verdad, los más eminentes y perfectos ejemplares del "sentire mafioso" que hemos conocido a lo largo de los últimos años dos nacieron al norte de la Línea gótica y vinieron a Sicilia en edad madura. Digo "sentire mafioso" aunque sobre uno de los dos ( o ya no?) grava un mandato de captura.

 
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