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Pannella Marco - 12 novembre 1985
El presupuesto
Intervención de Marco Pannella ante el Parlamento europeo

SUMARIO: El presupuesto presentado obliga a los parlamentarios europeos a una "farsa" que hay que rechazar. La política europea de asistencia y cooperación "adolece de grandeza, no está a la altura ni posee rigor". Parece que lo que se pretende es acabar con algunas excedencias agrícolas. Pero toda la política agrícola europea es, con respecto al tercer mundo, una política de "exterminio, de desorden". En 1981, el PE demostró energía y realismo. Pero la política actual del Consejo es inadecuada, sin grandeza alguna.

(DISCUSIONES DEL PARLAMENTO EUROPEO, 12 de noviembre de 1985)

Pannella (NI). (FR) Señora Presidenta, señores diputados, me da la impresión de que este presupuesto nos conduce de nuevo a rechazar una farsa que nosotros rechazamos.

Hace poco, noten de qué manera la casualidad hace siempre las cosas adrede mientras nuestra excelente presidenta de la comisión para el desarrollo y la cooperación estaba hablando, el tiempo se ha detenido; de hecho, el discurso era sin lugar a dudas excelente, hasta tal punto era excelente que podía ser el de 1979, el de 1989, el de 199. El tiempo ha suspendido su vuelo y, de alguna manera, ha tenido que olvidar a los suertudos. Era el augurio de un poeta. En la espera, el tiempo devora a los desgraciados, los devora con el hambre, con esta nuestra política indigna de llamarse así.

Si un día llegamos a la Unión europea, aquella política de cooperación del Consejo, a largo plazo, será una infamia de la Comisión y de la No-Europa. Nos hallamos a nivel del 3% máximo y del 9,3% mínimo. Es una política que adolece de grandeza, que no está a la altura, que no posee vigor, ni rigor: le falta de todo. Nosotros tendríamos que llevar a cabo esta gran epopeya que consiste en que renazca la vida, en conquistar de nuevo el desierto, como han hecho los Estados árabes y no solo Israel, que han tenido la fuerza de concebir la reconquista de su territorio.

Ahora, nos hallamos en un punto tal que intentamos agotar algunas excedencias de una política agrícola común que no tiene nada de común a parte de su infamia, con respecto a los problemas de nuestros países.

Todo está finalizado hacia lo mismo. Nuestra política agrícola sofoca a los agricultores, o hace de ellos unos privilegiados cuando no los convierte en independientes de las multinacionales en Europa. Nosotros consideramos que los países del tercer mundo tendrían, por ejemplo, que llevar a cabo una política de apoyo de las clases agrícolas, y no de los militares. Y sin embargo, aunque lo hiciesen, no podrían nunca ser nuestros competidores, ni podrían ser competitivos, puesto que nuestra política agrícola no les permitiría en ningún caso ejercer una competencia seria.

Nosotros contribuimos a una política de exterminio, de desorden, una política que no tiene ninguna ambición de cambiar.

Lo digo y lo repito: el Consejo da la imagen del desmoronamiento de una vieja Europa incapaz de concebir una política, salvo en casos de urgencia, como por ejemplo, el caso de Chad para Francia; pero no hay una política de urgencia norte-sur llevada a cabo por Europa, en primer lugar con respecto a Africa.

Y he aquí que cada vez, 20 millones o 10 millones son suficientes para enfocar un debate. A mi juicio no podemos seguir durante mucho tiempo con este sistema.

Hubo un momento, en 1981, en el que nuestro Parlamento se expresó con considerable energía y realismo, un realismo que no deja de hacer hincapié en este grotesco detenerse en las cosas sin importancia. Por ello creo que tenemos que rendirnos ante la evidencia: el Consejo contribuye a su mismísima desaparición, y en este sentido todo ello es aceptable. Un Consejo ciego, que no es ni tan siquiera el producto de los intereses nacionales. Es una política que no definiría ni tan siquiera de traicionera: en la historia, el traidor es un personaje grande, puesto que traiciona por valores grandes o por valores distintos. He ahí la triste lógica en la que nos hallamos. Confiamos en que ustedes, señores del Consejo, puedan pronto desaparecer aunque cada uno de ustedes lo es en buena fe sin lugar a dudas en cuanto testigos de una concepción opuesta a la de nuestro Parlamento.

En Luxemburgo se agota una vez más el intento realista de crear la Europa de las tecnologías o de no sé qué más.

Al igual que hace treinta años, tenemos que escoger entre una Europa política y la Europa del vacío o la Europa de la muerte, la Europa del fracaso. Confío en que el presupuesto que han tenido el valor de presentarnos les haga hundirse como se debe, definitivamente, en la historia cerrada de una Europa inútil y enemiga de sí misma, para que la Unión europea y el nuevo tratado querido por nuestro Parlamento puedan ver finalmente la luz.

 
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