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Sciascia Leonardo - 23 febbraio 1986
Esos mafiosos "arrepentidos" de hace sesenta años
Leonardo Sciascia

SUMARIO: El proceso a la mafia que se desarrolla en Palermo trae a la memoria del autor episodios de su infancia, que forman parte de ese entorno de los procesos mafiosos de por aquel entonces. Entre los viejos tiempos y el presente han pasado casi sesenta años y el fascismo. Mientras crecía el consenso otorgado al fascismo, gracias a las iniciativas en política exterior y a la sensibilidad de la lira y por lo tanto del coste de la vida, la gente en Sicilia aplaudía los arrestos, los procesos y las penas infringidas a los mafiosos, pero también consentía sin protestar las torturas que se contaba se les practicaba a los arrestados. El gobernador civil, Cesare Mori, entre otras cosas, usaba una técnica especial, que consistía en poner en apuros a aquellos "caballeros" que hubiesen sufrido robos o daños por parte de la mafia, y posteriormente hubiesen logrado recuperar los haberes hurtados. Dichos "caballeros" a los que se les ponía entre la espada y la pared, acababan antes o después por pronunciar algún que o

tro nombre comprometedor, a partir del que se hilaban procesos casi siempre totalmente basados en "indicios", pero que iban por lo general "derechos como las flechas hacia el objetivo justo". Se hablaba de ello en familia, libremente; menos libremente fuera de casa, tal y como sucede en estos momentos. Pero "la ventaja actual consiste en que por fin el estado democrático es el que se mueve contra la mafia".

(CORRIERE DELLA SERA, 23 de febrero de 1986)

Una constatación que se me ocurre en estos momentos, más bien sencilla y obvia, pero no exenta de significado, es que mi infancia ha estado de alguna manera marcada por todo lo que oía en torno a los grandes procesos contra la mafia que entre Agrigento y Palermo se desarrollaban por aquel entonces; y que actualmente, en mi vejez, me encuentro con que estoy siguiendo de cerca otros procesos - y sobre todo el de Palermo, con gran número de acusados - que suscitan las mismas expectativas, las mismas esperanzas y los mismos temores. Y eso que han pasado casi sesenta años. Y con una dictadura de por medio que proclamaba que quería aniquilar la mafia y que para ello actuaba hasta el abuso. Pero la cuestión es que el fascismo lo único que había hecho había sido anestesiar a la mafia, a menudo sembrando de forma más o menos voluntaria, confusión entre el disenso político y la criminalidad asociada. Pero extirparla no era tan sencillo. Tal vez hubiese sido necesario más tiempo para hacer de manera que la generación m

afiosa enganchada en las redes de Mori(1) se fuese apagando de forma natural y no volviese a salir a flote en cuanto se desmoronase la dictadura. Pero lo que sobre todo era necesario, por decirlo con palabras sencillas, era que hubiese más derecho: en el sentido de que los sicilianos debían tener la posibilidad de poder escoger, precisamente, entre el derecho y el delito, y no entre el delito y el delito. Pero la instancia del derecho aún no salía a relucir. Se estaba saliendo de un mundo en el que el derecho no abundaba, como para sentir su falta. El mundo de la democracia por así decirlo giolittiana(2), que yo sigo viendo a través del juicio de Salvemini(3).

En los años de mi infancia, que el historiador llama "los años del consenso", había muchas razones para dárselo al régimen fascista. A parte de la democracia sin aplicar, sobre todo en las regiones del Sur, esa manera de liarse la manta a la cabeza en materia de política exterior que los italianos consideraban como una adquisición de prestigio; la revaluación del espíritu combatiente; que ya no hubiese más huelgas (puesto que las huelgas, tanto ayer como hoy, son sagradas cuando las hacemos nosotros, pero son desórdenes insoportables cuando las hacen los demás) y sobre todo el hecho de que las quinientas liras el sueldo del profesor, del empleado, nunca fueron dieron tanto de sí (en comparación, se comprende, con las necesidades) como por aquel entonces. Y en Sicilia la lucha contra la mafia se convertía también en motivo de consenso.

Se solía hablar con satisfacción de los arrestos, los procesos y las condenas, en las familias o en un restringido círculo de amigos. Y la satisfacción llegaba hasta tal punto que de las torturas, que se contaba sufrían los arrestados en los cuarteles de los núcleos de policía judiciaria, se hablaba con un cierto pavor pero sin desaprobar. Torturas de las que esporádicamente salían confesiones que posteriormente se retractaban ante los jueces. Había mafiosos arrepentidos. Más provechosa era la técnica de investigación elucubrada, por lo visto, por Mori. Consistía en convocar a los "caballeros" que a lo largo de los últimos años habían sufrido robos, predominantemente de ganado, y que posteriormente habían logrado - ni que decir tiene que no gracias a la intervención de la policía - recuperar los haberes hurtados. Sobre estos hechos, la información procedía sobre todo de las guardias de los latifundios, esa especie de guardias jurado típicas de Sicilia que velaban por el feudo, que, amigos tanto de los carabi

neros como de los mafiosos en un primer momento, posteriormente se habían decantado por los carabineros. Algo parecido a los arrepentidos de hoy en día. Obtuvieron gratificaciones de Mori, reconocimientos y condecoraciones por el mérito cívico. Otra fuente de información eran los porteros de las casas de vecinos, que casi por precepto regular debían brindar información a la policía sobre los inquilinos.

Convocados, así pues, los "caballeros" que se sabía habían sufrido robos y que posteriormente habían recuperado sus haberes, la policía les preguntaba a quiénes se habían dirigido para obtener tanto. No respondían de buen grado, se comprende. A menudo era menester una estancia de algunas horas o de algunos días en las cámaras de seguridad. Pero acababan por pronunciar esos nombres, que a veces correspondían a "intermediarios" (así les llamaba Don Pietro Ulloa, procurador del rey - del rey borbón - en Trápani, el primero que dio una descripción exacta de la "hermandad" mafiosa), de "amigos de los amigos"; a menudo de auténticos capos. A partir de estos nombres brotaba el fácil interés por la trama de conexiones, dependencias e interdependencias. Y también de rivalidades, que demostraban tanto cuanto las amistades. Por aquel entonces ya existían las "bandas" enemistadas entre ellas. En mi cuento titulado "Western di cose nostre" que hace algunos años fue transmitido en televisión, es un caso verídico, es una h

istoria verdadera.

Los procesos de por aquel entonces estaban casi todos basados en indicios. Pero recordando lo que se decía, los indicios iban derechos como las flechas hacia el objetivo justo. En un pueblo en el que todo el mundo se conoce, las acusaciones basadas en indicios que los procesos iban desabrochando eran desde mucho antes certezas en su totalidad. Y se hablaba de ello libremente en familia y entre los amigos, pero con mucha cautela fuera de casa. Y es comprensible que algo por el estilo suceda en estos momentos en una ciudad como Palermo, recortable en pueblos en los que todo el mundo se conoce. En el umbral del juicio, a punto de decir la opinión personal, de expresar la satisfacción personal por los arrestos y los procesos, una duda se cernía sobre el ciudadano, un miedo: será realmente esta la gran ocasión, continuará realmente esta lucha contra la mafia hasta entregarla, cuando no a aniquilarla totalmente, a forjar su impotencia? Si al cabo de sesenta años nos encontramos en el punto de partida, peor si cab

e, si la mafia ha dado una demostración semejante de vitalidad como para haber resistido a la voluntad de aniquilarla de un estado tirano, es posible que el estado democrático consiga, con todas las garantías que ofrece a la libertad del ciudadano y que no es difícil convertir en coeficientes de impunidad?

Pero precisamente, esta es la ventaja actual (o mejor dicho: la esperanza). El hecho de que por fin el estado democrático, el estado de derecho es el que se mueve contra la mafia. Y al derecho corresponde no soportar abusos, vejaciones, explotaciones directas o indirectas, intrusiones turbias de la delincuencia asociada en la cosa pública.

N.d.T.

(1) MORI CESARE. Gobernador civil. Enviado por Benito Mussolini a Sicilia en 1924 para acabar con la mafia. Se distinguió por la dureza de sus métodos.

(2) GIOLITTI GIOVANNI . (Mondovì 1842 - Cavour 1982). Diputado liberal, ministro, presidente del Consejo casi ininterrumpidamente de 1982 a 1911. Favoreció el crecimiento de las organizaciones obreras y socialistas, aunque estableció acuerdos con los católicos moderados en función antisocialista, excluyendo el divorcio de los programas de su Partido. Puso en marcha el ingreso de Italia en la primera guerra mundial. Infravaloró el fenómeno fascista, convencido de poder absorberlo.

(3) SALVEMINI GAETANO . (Molfetta 1873 - Sorrento 1957) historiador y político italiano. Socialista desde 1983, meridionalista, fundó la revista semanal "L'Unità", en la que tuvieron lugar importantes debates. En 1925, fundó en Florencia con los hermanos Rosselli, el periódico clandestino antifascista "Non Mollare" y posteriormente se refugió en el extranjero y llevó a cabo una gran campaña contra el fascismo.

 
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