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Pannella Marco - 15 aprile 1986
Una afirmación de civilización y humanidad
Carta de Marco Pannella a "Il Tempo"

SUMARIO: El encuentro entre el Papa Juan Pablo II y la Comunidad judía de Roma ha supuesto un momento muy importante de celebración y afirmación de civismo y de humanidad, de apología de los valores "laicos" de tolerancia, de diálogo dramático y creativo.

(Il Tempo, 15 de abril de 1986)

Querido director:

mi más profundo agradecimiento a "Il Tempo" por el relieve y el espacio que ha querido dedicar - casi el único entre los grandes periódicos - a la página de historia que en el día de ayer el Papa Juan Pablo II y la comunidad judía con su rabí-jefe Elio Toaff han brindado a cada uno de nosotros y al mundo.

Te ruego acojas mi subscripción a "Il Tempo" como muestra de "agradecimiento" al que quisiera darle una pincelada de solidaridad y cohesión. De hecho, es la "primera vez", a pesar de mis sesenta y tantos años, que me abono a un medio de información. También este es un motivo válido por el que te debo ser grato.

El acontecimiento es ya de por sí grande. Su desarrollo le ha otorgado un cierto civismo y carácter extraordinario así como una belleza muy humana. Gracias a la invitación dirigida por la Comunidad judía a casi todo el mundo político "oficial", institucional y partídico, he podido asistir con mi compañero Francesco Rutelli, Presidente del grupo radical. Juntos advertimos - antes de llegarnos hasta la Sinagoga - sobre la necesidad de declarar pública e inútilmente de qué manera - para aquellos que intentan vivir la laica religión de la tolerancia y la libertad - el rigor, el éxito y el drama, con el que este día se convirtió en un jornada tan excepcionalmente fausta y tan densa de vida, historia, civismo y esperanza.

En calidad de "no-creyente" (o mejor dicho: creyente "de otra manera" o "en otras cosas"), convencido y eficaz - eso espero - anticlerical por amor a la religiosidad y por respeto a lo que es "propio" del clero, finalmente he podido asistir en mi país, y en Roma, a un gran momento de celebración y de afirmación de civismo y de humanidad, de apología de los valores "laicos" de tolerancia, de diálogo dramático y creativo, de dulcísima fuerza, en el seno de la cual no sin sufrimiento y posteriormente felicidad se iban deshaciendo en la inteligencia y con amor secular grumos de tragedia, de amargura, de odio y de miedo.

Ni un sólo instante, señor director, de caída retórica, de alardes innecesarios. A penas alguna que otra marginalísima nota de énfasis, oséase de persistente soledad, en algún que otro momento. Momentos larguísimos, incluso de dureza; justa puesto que no se debía a sí misma sino a un pasado tan presente. La majestuosidad severa inicial, medidísima, de la acogida de las palabras del Presidente de la Comunidad romana y del rabí jefe, que manifestaban (no más que) la "gratitud" y la "satisfacción" por la llegada del Papa. El rostro extraordinario, intenso, pálido, ora dulce ora marcado por el sufrimiento de Juan Pablo II. La difícil tarea de honrar la verdad histórica por parte de los invitados, que no podía, no debía permitirse que fuese sólo implícita, tácita, precisamente ayer. La apología prieta, completa, valiente de los derechos de todo el mundo por parte del rabí jefe, extendida explícitamente a "todos los pueblos" no sólo a los "negros" de Suráfrica, católicos y judíos en la Unión Soviética (y en el ap

lauso larguísimo que le interrumpía, el aplauso de tanta gente, que creía comprender que el pensamiento se dirigía con precisión a "todos" los pueblos, de Israel y de Palestina)...

Por último, la oración - creo - la más hermosa, la más profunda, la más universalmente religiosa, la más civil y política (sobre la vida y los valores que deben gobernar la ciudad y los habitantes de la tierra) que le he oído en mi vida al Papa.

Me pregunto, queridísimo Director, si "Il Tempo" puede encontrar la manera de publicar, en versión íntegra, y en su secuela, el texto de la ceremonia. De esta manera se podrá tal vez aprender y comprender mejor por qué un radical, cada vez más radical, un amigo tan determinado y exigente de la Comunidad judía de Israel, ayer iba repitiendo para sus adentros la aparente "boutade"(1): Si tuviese que escoger, hoy por hoy, entre afiliarme a "esta" Iglesia o a "este " Estado, me afiliaría a la primera".

Cuyo Estado, la mayoría de sus exponentes partidocráticos y partídicos, brillaba, como era de esperar, por su ausencia. Probablemente andaban por ahí de mitin en mitin en Pordenone o en Rocca Cannuccia, o "comprobando" no se sabe muy bien el qué, o tal vez se sepa demasiado bien. César no estaba, pero no por respeto o por elección consciente. Simplemente porque el César de hoy en día se llama como mucho, Cómodo o Cómodino. Empezando por "mis" "laicos". Que Voltaire les perdone...

Durante la clase de "educación cívica" o de "religión" («Oh, buen Dios, qué paciente te toca ser con este mundo!), muchos podrían inútilmente, para sí y para sus alumnos, sin caer en el "riesgo de "sincretismo", sino por fidelidad auténtica y rigurosa a sus deberes ideales y a sus distintas culturas, descubrir que ayer, una vez más, de una "ecclesia" y no de un "agora" cobraron forma, rostro, cuerpo y voz los ideales "laicos" de justicia y libertad, a los que más que nunca la historia necesita tremendamente. No es casualidad, en su conjunto, que el periodismo italiano haya considerado de forma casi conjunta que a la gente, a los hombres y a las mujeres les importase mucho más el resultado de un partido de fútbol, o el de un partido partídico jugado y perdido, entre los hosanna, en Florencia. Cada cual que lo constate y lo detalle con su caso personal.

N.d.T.:

(1) Boutade: (del francés) Ocurrencia, humorada, capricho, arranque.

(2) Cómodo: emperador romano (180-192) hijo y sucesor de Marco Aurelio. Dominado por los favoritos, pereció víctima de una conspiración.

 
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