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Langer Alex - 18 marzo 1987
La parábola del Estado de Israel
de Alex Langer

SUMARIO: En su intervención a lo largo del 32º congreso del Partido radical celebrado en Roma, el diputado verde del Tirol del Sur, Alex Langer, sostiene que el Partido radical pretende recorrer progresivamente una parábola similar a la del Estado de Israel: de partido de la esperanza y de tantas razones, socialistas, libertarias, anarquistas, rojas, verdes, ecologistas, conservadoras y liberales a partido cerrado y aislado en defensa de su existencia.

(Noticias Radicales, nº62, 18 de marzo de 1987).

"... Existe un aspecto más profundo del Partido radical que tal vez sólo en este Congreso creo comprender plenamente, y que me hace volver a recordar, aunque con sufrimiento, quisiera especificar, mis relaciones con este partido. Intento decíroslo ahora, esperando que no se me malinterprete y confiando en poder explicarme, aun sabiendo que se trata de un terreno particularmente resbaladizo y expuesto a forcejeos, a malentendidos y a injusticias sumarias.

Vosotros estáis insistiendo - vosotros, el congreso - a lo largo de los últimos meses, y en particular de los últimos días, en la cuestión del Estado de Israel, y desde hace ya algún tiempo os declaráis abiertamente a favor de la causa del judaísmo y de los judíos, casi viendo en ello una metáfora, con afinidades, parecida, a la aventura radical.

Intentaré entrar en esta metáfora. Por razones profundas y personales, por mi procedencia familiar, poseo y siento un íntimo y sólido vínculo de afecto con el judaísmo, aun no siendo canónicamente judío, ni tampoco judío practicante.

De ahí se deriva, como podréis comprender, al igual que para otras muchas personas que se encuentran en una situación parecida, una atención particular e intensa con respecto al Estado de Israel, que es un país en el que no he estado nunca, y que actualmente creo me resultaría muy difícil lograr visitar con serenidad y alegría, aún teniendo allí amigos, parientes y compañeros de ideas.

En 1967, creo que esto es así también para muchos de vosotros, recuerdo perfectamente que cuando estalló la guerra de los seis días me hallaba en la Sinagoga de Florencia en donde estudiaba por aquel entonces, junto a cientos y cientos de amigos demócratas de Israel y de los judíos, no sé que hubiese dado en esos momentos por poder contribuir a la supervivencia de un país que consideraba totalmente amenazado, puesto que sabía perfectamente en respuesta a qué sufrimientos y persecuciones indecibles había nacido este Estado de Israel.

Sin embargo, me daba cuenta de las persecuciones y de los sufrimientos que el nacimiento de este Estado, a su vez, provocaba a otros inocentes, y pienso obviamente en los palestinos, y a pesar de ello, sabiéndolo, yo, por aquel entonces, temblaba ante la idea de que efectivamente los judíos e Israel pudiesen ser echados al mar - tal vez os acordéis de esta amenaza - así como, añado, temería, es más tiemblo, porque tal vez no podemos hablar en tiempo condicional, ante la idea de que se produzca una tremenda diáspora y un tremendo genocidio que actualmente se está llevando a cabo y que implica al pueblo palestino ... y no por poner un sufrimiento contra otro.

Pero, volvamos por un momento al 67. Se produjo la guerra, con los resultados que todos sabemos, a la que siguió una transformación, creo, y una profanación cada vez más angustiosa y trágica del Estado de Israel, construido en el interior y también hacia el exterior, en su política exterior, cada vez más como un Estado contra los palestinos, contra los árabes, casi como si se tratase de ésto y no del hogar de los judíos y del judaísmo.

Desde esta punto de vista, creo que ha contribuido a fraguar y perpetuar una tensión que ha paralizado también, o ha contribuido a paralizar, muchos procesos posibles de deshielo democrático en muchos países, Israel y sus vecinos inclusive, en toda la zona.

Las discriminaciones y las barreras étnicas contra los ciudadanos israelís no judíos, y en particular contra los palestinos, y el papel indudablemente represivo hacia los palestinos que el Estado de Israel ejerce en los territorios ocupados, o la contraposición armada hacia todos sus vecinos, o una trágica soledad que busca afinidades y solidaridades en vez de con sus vecinos, allende los océanos, por parte de otros países; la creciente militarización de la convivencia civil, el estar siempre en guerra y también, permitidme que lo diga, el haber, de alguna manera, estatalizado el judaísmo, el haberlo convertido en Estado, el haber hecho de Israel primera patria, estatal, una patria que hasta ese momento había sido la patria ideal, la segunda patria, pero la profunda patria de todos los judíos, y por el contrario excluyendo a otros que la tenían por patria, aunque ello sea comprensible en una lógica de la fuerza más que del derecho, y aunque ello haya sido mil veces intercambiado y a menudo anticipado por ame

nazas y agresiones simétricas, creo que no puede ser esa Israel la de la esperanza y de la razón que nos han enseñado a amar y a confiar los distintos Baruch Spinoza, Hannah Arendt, Martin Buber, Walter Bejamin, tantos maestros de ciencia bíblica, de ciencia y de vida. Ahora me parece que el Partido radical, de partido ideal y fecundo de la esperanza y de tantas razones, socialistas, libertarias, anarquistas, rojas, verdes, ecologistas, conservadoras, liberales, de orden (hemos oído hablar aquí, y me alegro, de inscripciones de la derecha) creo que este Partido radical es de alguna manera - y esta es la impresión que me está dando incluso la fase actual de este congreso - quiere recorrer progresivamente una parábola similar a la del Estado de Israel, y no estoy seguro de que haga bien emprendiendo este camino.

Para quienes aman a Israel, en la medida en la que se pueda amar a un Estado, a un partido, etc., puesto que son entidades abstractas, pero, en resumidas cuentas, para aquellos que ama a Israel en lo grande y al Partido radical en pequeñito, en un mundo totalmente especial resulta particularmente doloroso, y sobre todo un deber, manifestar la propia amargura y el propio desacuerdo cuando se tiene miedo de que se desnaturalice lo que se está esperando, lo que se ama y, por lo tanto, lo que de alguna manera se considera propio.

Es esta la razón por la que pudiendo elegir - es decir, hallándome en una condición de libertad infinitamente superior a la de los disidentes soviéticos, judíos o no, de los oprimidos tanto en el este como en el oeste, en las cárceles o fuera de ellas que no pueden escoger - no escogería hacerme ciudadano israelí, con todo lo cercano que me siento del mundo del judaísmo, y esta es la razón por la que yo, al menos por ahora, no escojo convertirme en el inscrito número diez mil cinco. Aunque, evidentemente, ante una amenaza extrema, creo que volvería tanto al uno como al otro. Gracias."

 
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