de Gianni Baget BozzoSUMARIO: Comentando la propuesta de Marco Pannella para la legalización del mercado de la droga, el autor subraya que en el debate público se ha censurado la reflexión sobre la razones que impulsan a consumir estupefacientes. En una sociedad en la que predomina la soledad, la droga se convierte en un intento de buscar un significado, una forma de evadirse de la "conciencia infeliz". La droga se ha convertido en parte de nuestras costumbres. La pregunta y la propuesta de Pannella es totalmente legítima puesto que provoca con un lenguaje nuevo el problema de los derechos civiles y del fracaso de las cruzadas represivas.
No se puede negar que Marco Pannella tiene una gran capacidad para enfocar los problemas morales reales: prácticamente él solo ha conseguido crear una sensibilidad nueva y un lenguaje distinto en nuestra cultura en lo que a derechos civiles se refiere. Los derechos civiles son aquellos que no tienen por objeto una contrapartida económica sino la tutela de la libertad del hombre y de la igualdad de los ciudadanos. El lenguaje de los derechos civiles ha trascendido al lenguaje de clase, que era el lenguaje en el que los católicos y la izquierda histórica habían alcanzado su expresión común. De esta manera, ha otorgado un nuevo significado a la palabra laicidad.
Los mismos temas ambientales se han canalizado a través de los derechos civiles: y no es casualidad que Giorgio Ruffolo, actual ministro socialista para el medio ambiente, las haya enumerado, precisamente en el periódico "La Repubblica", junto a otras muchas, como el contenido de una gran reforma política y social. El nuevo vicesecretario del Partido Comunista Italiano, Achille Occhetto, ha expresado la propuesta de la reforma deseada por el Pci dando primacía a los nuevos derechos de los ciudadanos. Digo ésto porque la espectacularidad de la que Pannella es maestro hace olvidar a menudo que va mucho más lejos.
De la misma manera, la propuesta sobre la liberalización de la droga no se limita simplemente a la espectacularidad. Sirve para llamarnos la atención sobre un hecho determinado: el fracaso de la política represiva de la droga. Cualquier persona puede actualmente drogarse como quiere y cuando se le antoja. Las cárceles se convierten en lugar de corrupción y de reclutamiento. Las más poderosas organizaciones criminales de nuestro tiempo, las mafias italianas y chinas, se han apoderado de un mercado y lo tutelan con el homicidio constante. La droga, mezclada, comporta el peligro de muerte y a la muerte efectiva.
Criminalidad, asesinatos, muerte por droga adulterada, difusión general de la droga, uso pérfido de la cárcel y del hospital: estos son los frutos de la penalización de la droga. Las políticas que consisten en la eliminación de las plantaciones no tienen éxito en América Latina y mucho menos en Turquía y en Tailandia. Estos países están en la zona política occidental, el más afectado por la plaga de la droga. En dichas circunstancias, hacer por lo menos el balance de la política represiva es un deber.
Existen muchas dificultades que se oponen al desarrollo de una política de despenalización de la droga. Una de ellas el poder de los intereses creados que tienen en pie el mercado. Pero la peor de todas es el prejuicio, es decir la idea de que no penalizar la droga significa no aceptar la normalidad y no trastornar de esta manera los cimientos culturales y morales de una civilización de la producción y del consumo que exige comportamientos previsibles.
Hoy por hoy, en nuestra cultura existe un reflejo de orden que aumenta progresivamente. Occidente teme haber desencadenado a Aqueronte y cree que es su deber volver a los modelos coercitivos, por lo menos interiormente. De ahí se desprende una suerte de renacimiento de lo religioso y de lo moral. La libertad se acepta actualmente sólo como hecho político, exterior, no como realidad interior. Nos hallamos ante una especie de revival del calvinismo: libertad de acción pero no de sentimiento. Por el contrario, la droga en realidad ha entrado a formar parte de nuestras costumbres, hasta tal punto que su consumo se ha difundido y limitado al mismo tiempo. El individuo ha conseguido, en parte, controlar personalmente su necesidad de evasión. La normalización de la droga, tan temida, de hecho ya se ha producido. Y es precisamente ésto lo que ha acabado por darle al consumo de droga una imagen distinta. Llegados a este extremo, es incluso lógico preguntarse si los males sociales de mayor envergadura se derivan de la
droga o de la manera en que se la ha tratado social y culturalmente. El consumo de la droga ha sido criminalizado culturalmente mucho antes que desde un punto de vista penal. Se ha censurado la siguiente pregunta: por qué un hombre se droga?. Formularse esta pregunta es, por el contrario, la base indispensable para cualquier acción de recuperación de los drogadictos. Quién desee ayudar a un drogadicto debe aceptar interiormente y como método el hecho de que la droga haya tenido sentido para este. Y, a partir de ese punto, se puede iniciar la búsqueda de otro tipo de sentido. Pero la pregunta colectiva no se ha planteado nunca y es la siguiente: qué sentido tiene en nuestra cultura y en nuestra sociedad civil el consumo de droga?. Desde el punto de vista de la legitimización, es decir de la ética común, se ha establecido que la droga es un mal de por sí. Es muy curioso: dominados por el universo filosófico del existencialismo y saturados por un lenguaje que hablaba de la crisis de la civilización, no se so
spechaba que el individuo pudiese realmente vivir una situación de soledad total. En esas condiciones, la droga se convierte en un intento de hallarle un sentido a la vida, una manera de evadirse de la "conciencia infeliz". Pero la "conciencia infeliz" de nuestro tiempo ha producido menos daños a la humanidad que la conciencia moral pujante de las primeras décadas de siglo, a las que debemos, en nombre de los valores sagrados, dos guerras mundiales y millones de muertos. El drogadicto no es una figura anómala, es la expresión de una de las maneras de buscarle un sentido a la "conciencia infeliz". Así pues, comprender que drogarse no es una anomalía es la condición indispensable para adoptar una actitud de solidaridad humana. Una de las cosas más fructíferas que han surgido a lo largo de los últimos años es la lucha para la recuperación de los drogadictos, para superar la soledad. Muchos creyentes han encontrado en ella el sentido de su fe, muchos no creyentes han encontrado en ella el sentido de sus vidas. L
a respuesta eficaz no es la represión. En este marco la pregunta de Pannella encuentra su legitimidad radical.