SUMARIO: En su intervención en el debate sobre la legalización de la droga suscitado por Marco Pannella, el autor observa que el único modo para intentar persuadir a los toxicómanos es el de librarlos del chantaje de la ilegalidad y de la criminalidad. Al igual que muchos homosexuales han conseguido abandonar el círculo de la prostitución gracias a las campañas políticas del Fuori, también los drogadictos podrían reconquistar el diálogo social y el derecho a la palabra si no se les criminalizase.

(Noticias Radicales, nº200, 31 de agosto de 1987, extraído de "La Stampa" del 26 de agosto de 1987)

Es probable que a lo largo de estos días, muchas personas o pocas (como yo) que consideran totalmente razonable la propuesta de Marco Pannella de liberalizar a nivel internacional el comercio de la droga, como única vía para troncar el mercado clandestino y sus cada vez más devastadoras consecuencias, se hayan abstenido de intervenir en el debate por el sentimiento de pena y de desolación que han sentido ante la trivialidad y la vulgaridad con la que se ha enterrado la propuesta de Pannella.

A falta de argumentos concretos y de experiencias en las que basarse, se han desahogado diciendo que Pannella busca solamente éxitos espectaculares; que se ha sacado de la manga la idea de la liberalización sólo para colmar el vacío del debate político de mediados de agosto; que su propuesta, si se aceptase, haría de Italia la Meca de un turismo mundial de drogadictos (ignorando que la liberalización propuesta debería ser concordada y a nivel internacional). En el mejor de los casos, se ha dicho que es el veleidoso utópico de siempre al que le falta toda consideración pragmática de las cosas.

Pero estos pragmáticos "con el título en la mano", se contentarán en cambio con iniciativas determinantes como la anunciada, en contraste con Pannella, por la nueva ministra Rosa Russo Jervolini ("Me he puesto en contacto con el ministro Zanone para llevar a cabo una acción de educación preventiva en los cuarteles"), o bien de argumentos decisivos como los que han propuesto con otros no muy distintos, el profesor de psiquiatría de la Universidad de Roma ("Desde que los barbitúricos están fuera de la ley, se ha reducido casi a cero el número de suicidios con estas sustancias")?. Para más inri, alguien - no la mafia, sino un prohibicionista de absoluta buena fe - ha invitado a la magistratura a considerar si en la propuesta de Pannella no se configura algún delito penal perseguible, y todo esto mientras el tráfico internacional clandestino de la droga cobra los beneficios que todos sabemos.

En este cuadro desolador, sólo el padre Gianni Baget Bozzo (en el periódico "La Repubblica" del pasado domingo) ha dicho algo significativo: ha recordado que, excepto los menores para los que cabe tomar medidas de defensa eficaces (actualmente son los toxicómanos los que venden la droga en los colegios para podérsela pagar ellos), los drogadictos son ciudadanos como nosotros, han tomado una decisión para ellos motivada, y quien quiera ayudarles debe empezar por admitir que, para hacer lo que hacen, sus motivos tienen. El estruendo general producido actualmente por la criminalización de la droga - el mercado clandestino, la delincuencia que crea, las iniciativas de recuperación a base de encadenamientos psicológicos y a veces incluso físicos - estas razones, que sin embargo existen, no se oyen.

Los drogadictos no hablan sólo porque están enmudecidos a causa de sus "pinchazos", sino porque su problema se encubre con una auténtica cortina de humo: prejuicios, beneficios del mercado clandestino, buenas intenciones de salvadores de almas (para los que la liberalización les sustraería uno de los máximos incentivos para la "conversión").

Cómo puedo intentar discutir con un alumno toxicómano, esforzarme por entenderlo y persuadirlo si ambos somos prisioneros del perverso círculo mágico creado por la criminalización de la droga?. Las razones de su elección para mí cuentan poco o nada ante la angustia que me provoca el saber que está enganchado en un ambiente fatalmente miserable y criminal. En él, todo intento por considerar con claridad el problema está encubierto por el ansia de mantener abierta en cualquier caso la posibilidad de procurarse la droga ...

En los años setenta, se constató como muchos homosexuales salieron de la condición infame, humillante y patética de los tontos del pueblo, o de la prostitución, a través de los movimientos de la Gay Liberation. La concienciación política de los propios derechos les había hecho avanzar humanamente, quitándoles a su condición la aureola maldita (y los placeres relativos) y haciéndoles entrar en un diálogo social rico de posibilidades de transformación. Es absurdo pensar que pueda existir un "Fuori!" de los drogadictos?).

Estamos hartos de oir hablar de droga sólo a los expertos externos. Y no nos bastan, digamos la verdad, las intervenciones de estos ex toxicómanos de las comunidades de recuperación que a menudo hablan de su salvador-patrón. Desde luego, tal vez las "razones" de la droga no se pueden formular con argumentos apoyables, pero el esfuerzo de hacer valer públicamente los derechos propios - porque se trata de derechos - podría ser para los toxicómanos una terapia mucho más eficaz que todas las formas de recuperación que sólo les consideran objetos y no sujetos de la iniciativa social.

Que tomen la palabra, de alguna manera, que expongan sus razones. Y que digan su para ellos sería mejor o peor la droga "liberalizada". Sin ello, la discusión seguirá limitándose a la elección entre puras y simples alternativas de higiene social, en las que se trata de idear la mejor táctica para convivir con una fastidiosa especie de parásitos.