de Roberto CicciomessereSUMARIO: La cultura occidental, con sus distintos elementos, es en estos momentos incapaz de proporcionar respuestas satisfactorias a la crisis que devasta al sistema internacional. El "modelo de defensa", que ha predominado hasta nuestros días, forma parte fundamental de esta cultura y es necesario construir una alternativa concreta si deseamos encontrar una salida plausible a la crisis. A continuación, presentamos y resumimos los trabajos que aparecen en el volumen "Italia y la carrera armamentista - Un contra-Libro Blanco de la Defensa" a cargo de Marco De Andreis y Paolo Miggiani, investigadores del IRDISP.
(IRDISP - Italia y la carrera armamentista - Ed. Franco Angeli, Milán 1987).
La incapacidad crónica de las Fuerzas Armadas nacionales de producir lo que se ha dado en llamar el bien público de la seguridad, la dispersión, la distracción y la mala utilización de los consistentes medios financieros destinados a la defensa, la consolidación de una política de rearme fuertemente condicionada por los intereses de los "mandamases" y de los "mercaderes" de la guerra y sin ninguna conexión con ningún tipo de perspectiva estratégica, la hermeticidad de la Administración de la defensa ante el control parlamentario, es todo lo que se desprende de los capítulos dedicados a Italia incluidos en el "informe" sobre el estado de la defensa en 1986, preparado por el Irdisp.
De hecho, todos nosotros notamos una creciente sensación de inseguridad y de impotencia ante las viejas y nuevas amenazas, inseguridad que parece aumentar y no disminuir precisamente con el incremento de los recursos destinados a la defensa y con el perfeccionamiento de los instrumentos bélicos que deberían disuadir al enemigo para que no emprendiese una guerra. El proceso de modernización del instrumento militar nacional y las doctrinas defensivas adoptadas por los vértices militares y políticos parecen cada vez más ajenas e indiferentes a las nuevas exigencias de seguridad que la compleja dinámica del sistema internacional imponen a la colectividad internacional. Las opciones estratégicas y las correspondientes a la composición y a la articulación del aparato bélico parecen más bien el sub producto de intereses industriales, comerciales, de empleo, clienteleras y de opciones políticas internacionales sufridas acríticamente, variables independientes con respecto a las exigencias de seguridad. El predominio
de estos intereses - legítimos o ilegítimos - y la resignada aceptación de la marginalidad del instrumento militar con respecto a los problemas de seguridad conducen necesariamente a la transferencia del poder decisional de los órganos constitucionales a las oligarquías económicas, políticas y corporativas titulares de dichos intereses.
Si nos alejamos de la angosta dimensión nacional, observamos como en la colectividad internacional se confrontan dos impulsos aparentemente antagonistas, los que hacen hincapié en el miedo al holocausto nuclear y los que confían en la fuerza reconfortante de una mezcla constituida por partes iguales por la exhibición de armas asombrosas y cada vez más mortíferas al igual que por la promesa de acuerdos y desarmes definitivos.
De hecho, se impone la sospecha de que la difundida angustia por el "day after" es utilizada como instrumento tanto por quienes pretenderían, en nombre del imperativo de la supervivencia, negar el imperativo de la defensa y la existencia misma de las amenazas, como por quienes afirman que nos quieren liberar de la pesadilla nuclear vendiéndonos a caro precio el espejismo de la defensa total y perfecta.
De esta manera, con dos ensayos sobre el SDI y sobre la política estratégica de los Estados Unidos, los límites teóricos y las desviaciones en las políticas defensivas que se registran en nuestro país aparecen ampliadas en el imperio americano.
El ensayo, aparentemente sólo técnico, sobre la repartición del gasto de la defensa entre los países de la OTAN nos introduce en el meollo de la contradicción entre la demanda de seguridad y las deficiencias de las actuales estructuras defensivas nacionales e integradas de las que está provisto Occidente.
Si bien es verdad que los países europeos respetan plenamente las cuotas acordadas de repartición del gasto en el seno de la OTAN, tal y como se demuestra en el caso de Italia en el capítulo de análisis del presupuesto para la defensa, es igualmente indiscutible que existe un acuerdo político, no escrito pero compartido con satisfacción por todas las partes, con el que Europa delega al imperio americano la tarea de la defensa común, y Estados Unidos recompensan la obediencia europea ante su papel de potencia costeando los gastos militares más elevados.
Cabe reconocer, a este propósito, que la determinación de los gobernantes europeos de renunciar a garantizar autónomamente la seguridad europea es sin lugar a dudas una ambición mucho más fuerte que la de los 234 millones de americanos por asegurar la defensa de los 367 millones de europeos. De ahí las rebeliones periódicas de esos senadores estadounidenses que mal toleran el parasitismo europeo e intentan comprender por qué los europeos no tienen la obligación de reivindicar gastos y honores de una autonomía defensiva, en el marco de la Alianza Atlántica. De ahí el estupor de los Estados Unidos ante los arrebatos de soberanía del "súbdito" - por elección propia - que improvisadamente le suelta una reprimenda al "emperador", como en el caso del incidente de Signonella, y de violar principios elementales de derecho nacional e internacional. Y la rabia de tener que sufrir la afrenta de la prohibición de sobrevolar sus propios aviones impuesta por los aliados que no están dispuestos a jugarse sus propios asunto
s ni su propia tranquilidad ni tan siquiera en el frente de la lucha contra el terrorismo internacional.
Pero la razón profunda de la impropiedad de las estructuras defensivas puede indicarse en la concepción nacional y predominantemente militar de la seguridad y en el principio de la soberanía nacional a la que parecen haberle tomado cariño los países occidentales, así como la totalidad de los países representados en las Naciones Unidas. De la imposible coexistencia entre estructuras y estrategias defensivas nacionales y estructuras y estrategias defensivas integradas se desprenden las causas de las contradicciones denunciadas en el "informe" sobre el estado de la defensa.
Si bien es imposible comprender las lógicas complejas y la dinámica del "sistema internacional" a partir de un planteamiento estadocéntrico, si hoy es insostenible la centralización de la defensa de las fronteras nacionales en las teorías estratégicas, si constituye una pretensión absurda y una contradicción incurable exigir la tutela absoluta de la soberanía nacional y al mismo tiempo la eficacia de las garantías y de los controles internacionales, si es imposible que una nación pueda garantizar por sí sola la seguridad de sus ciudadanos, por qué seguimos empecinados en concebir instrumentos y estrategias nacionales, aunque sean parcialmente integrados, basados en acuerdos de asistencia recíproca?.
No se trata simplemente de una herencia histórica y cultural de una época en la que las distancias entre los continentes representaba un límite difícilmente superable por las tecnologías existentes. En los orígenes de esta contradicción teórica hallamos, una vez más, la miopía de los gobernantes nacionales y los intereses de los complejos militares e industriales nacionales. Sólo contrastando toda lógica de racionalización, de reducción de los costes y de la eficacia, con la excusa de la autosuficiencia productiva que sería la garantía de independencia nacional, las industrias de la defensa nacional pueden garantizar, contra las leyes del mercado y contra los intereses del Estado, su propia existencia y sus propios beneficios.
De lo contrario serían brutalmente remodeladas.
Y cuando no parece suficientemente convincente la excusa de la autosuficiencia, acude en su ayuda el chantaje de la situación del empleo: los 465 nuevos puestos de trabajo en Gioia Tauro deberían justificar la producción del misil antitanque Milan, con un aumento del coste del 60% con respecto a la compra directa al extranjero, correspondiente aproximadamente a 350 mil millones de liras sobre los 940 de todo el programa. 752 millones es el coste que el contribuyente italiano paga por cada empleado, a más a más del precio de mercado del sistema armamentista.
He aquí la explicación de ese juego de prestigio que ha transformado los 3 billones 380 mil liras italianas autorizados por el Parlamento en 1976, para el programa de modernización de las tres fuerzas armadas en 35 billones 210 mil liras italianas en 1986. Aún inflacionando el primer valor en moneda de 1986 (12.766), queda un incremento medio anual del 36%. Así pues, nos encontramos con un programa de adquisición de los instrumentos bélicos determinado casi exclusivamente por las exigencias industriales y político-clienteleras, que conduce a una serie de compras casuales y descoordinadas y de graves "agujeros" en el sistema defensivo: si se disipan 500 mil millones para un portaviones tan inútil como veleidoso, carente cuando no inexistente se produce necesariamente el sistema antiaéreo de corto, medio y largo alcance.
Si a todo ello añadimos la pretensión de nuestros generales y políticos de afrontar cinco misiones interfuerza desde la defensa de la "puerta" de Gorizia hasta la del "flanco" sur, desde la defensa aérea hasta la defensa operativa del territorio, hasta las acciones de paz, seguridad y protección civil en Italia y en el extranjero, comprendemos por qué nuestro instrumento militar es incapaz, al margen de cualquier otra evaluación sobre los límites de la defensa exclusivamente militar, de asegurar el bien público de la seguridad.
Pero también ejércitos con un nivel de "eficacia" superior al nuestro, demuestran en cualquier caso contar con los límites de un planteamiento nacional. Es el caso de las fuerzas armadas francesas y de su "force de frappe", que tienen la ambición de asegurar autónomamente la defensa de Francia y de sus territorios e intereses de ultramar a "tout azimut". Pero, por ejemplo, sin el sistema de alarma americano "Early Warning System", resultan completamente ciegas las defensas francesas con respecto a las fuerzas misilísticas del Pacto de Varsovia. Pero al margen de estas consideraciones, es difícil detectar el momento en el que Francia debería considerar comprometidos sus intereses defensivos nacionales. Un ataque limitado, llevado a cabo con armas convencionales y químicas, en Alemania occidental, que consiguiese forzar las defensas convencionales aliadas, representaría una amenaza mortal para Francia obligándola a intervenir?. La respuesta es positiva sólo teóricamente, pero no se puede asegurar a ciencia ci
erta que dicha acción ofensiva indujese a Francia a utilizar las armas nucleares. El peligro de represalia en su propio territorio y el improbable acuerdo del gobierno alemán para el uso de armas nucleares tácticas en su propio territorio probablemente desaconsejarían este tipo de respuesta militar.
Nos encontraríamos, una vez más, ante la incapacidad de la más sofisticada línea Maginot para contrastar actos de guerra.
He ahí por qué Francia, al margen de las veleidades autonomistas, todas ellas de uso nacional, se ve obligada a participar activamente en el seno de la Alianza Atlántica en esa particular forma de integración defensiva que une a los europeos con los norteamericanos.
De hecho, aunque los "agujeros" y las incógnitas del pantalla atómica americana no son menos preocupantes que las del más modesto sistema nuclear francés, no cabe la menor duda de que la política defensiva y de la seguridad estadounidense, al margen de otro tipo de evaluaciones, no puede limitarse al instrumento militar. Los Estados Unidos administran ellos mismos, y también por cuenta y con el beneplácito de los europeos, una compleja y vasta acción de confrontación política, económica y estratégica con el otro imperio, el soviético.
La alternativa no se plantea entre defensa nacional y defensa supranacional. Puesto que sólo la segunda es posible. Obviamente, ello no presupone necesaria ni obligatoriamente aceptar la actual política de la OTAN.
"La unidad imperial bajo la égida americana - afirmaba Altiero Spinelli - es muy humillante para nuestros pueblos pero es superior al nacionalismo porque comprende una respuesta a los problemas de las democracias europeas, mientras que el regreso al culto de las soberanías nacionales no es una respuesta. La unidad creada por los europeos es en realidad la única alternativa posible ante la unidad imperial. Lo demás no es historia, es la espuma de la historia".
Se abre un camino - difícil, por supuesto - para aquellos que desean concebir, a partir de bases nuevas y supranacionales, una defensa europea, en el marco de un proceso de unión política de Europa.
Es menester ser conscientes de que la cultura occidental, en sus distintos elementos, y las familias políticas que la representan en las instituciones democráticas, son incapaces de dar respuestas satisfactorias a la crisis que está sufriendo actualmente el sistema internacional. Esta es una crisis que amenaza a la persona, como sujeto de libertad y de progreso social y económico, y su vida, en el norte industrializado al igual que en el sur subdesarrollado en un complejo mecanismo de interdependencia.
Occidente se obstina en desmembrar los elementos de esta crisis internacional y sobre todo a partir de los dos ejes del conflicto Este-Oeste y Norte-Sur, y secundariamente, entre los subconjuntos continentales y nacionales y a tomar en consideración sólo algunos elementos de equilibrio de las fuerzas, en primer lugar los militares y económicos de las superpotencias.
No nos damos cuenta de que está teniendo lugar una guerra desde hace ya muchos años en el sur del planeta, llamando a engaños a los ciudadanos sobre la imposibilidad de relación entre el norte opulento y pacífico y el sur hambriento y desagarrado por las guerras. Además se infravalora la superioridad histórica, a corto-largo plazo, de los regímenes totalitarios con respecto a los que se basan en una democracia parlamentaria.
Por una parte, se cree que el conflicto y la rabia del Tercer mundo no podrán implicar nunca seriamente al Occidente industrializado, sin evaluar el precio humano, político y económico que occidente deberá asegurar para intentar contener el fanatismo y el nacionalismo que crecen y se alimentan debido a nuestros errores en el sur del plantea, para convivir con ex exterminio causado por el hambre y el subdesarrollo, de millones de personas.
Por otra parte, están de por medio las reservas mentales sobre el modelo democrático-parlamentario, es decir la convicción de que la democracia política sería posible sólo en un determinado contexto de sociedad y de cultura. Todos los demócratas occidentales más razonables consideran de hecho que el más vasto régimen totalitario, el soviético, así como los regímenes totalitarios árabes deban ser realistamente legitimados como premisa indispensable para tratar de paz y de seguridad.
Es el fantasma de Munich que se nos propone de nuevo en la trágica falacia de detener nuevos nazismos.
Hay que concienciarse de que los regímenes autoritarios representan en sí una amenaza para la seguridad.
No nos damos cuenta de que los regímenes totalitarios pueden decidir, al margen de cualquier vínculo determinado por la contradicción democrática, parlamentaria, al margen de todo control o reacción determinada por la información libre y masiva, de manera más rápida y peligrosa. Pueden decidir asimismo, en el momento en el que se den cuenta de que poseen una superioridad militar y estratégica coyuntural que si se suman a factores de debilidad interna, llevar a cabo acciones militares graves y de consecuencias imprevisibles.
Gorbachov puede vencer en la mesa de las negociaciones porque puede, casi sin ningún vínculo, jugar holgadamente a todos los niveles. Nadie le pide que cuestione el verdadero elemento de fuerza de la Urss que altera el equilibrio, mucho más que los misiles o que las cabezas atómicas, entre el Este y el Oeste y que supone una seria amenaza para la seguridad internacional.
Aunque tenga que renunciar a algún misil, Gorbachov, cuya voluntad de poner en marcha un proceso de modernización de la sociedad soviética no pongo en duda, de hecho mantendrá, a través del control totalitario y militar-policíaco de su imperio y de la información, al que no podrá renunciar nunca, precisamente para vencer las resistencias contra su política, la posibilidad y la fuerza inmutables de cualquier acción agresiva.
La única alternativa es la de defender e imponer al estado totalitario los principios del proceso formativo, necesariamente lento, contractual y contradictorio de las decisiones de un Estado democrático, como único modo eficaz y experimentado, por muy imperfecto que pueda ser, contra las tentaciones de guerra.
Se trata, así pues, de un suicidio político, renunciar a priori a la única y auténtica medida de disuasión, la de la democracia y la libertad.
Pero para ello, las democracias occidentales deberían revisar sus políticas de alianzas, los cínicos encubrimientos, libres de todo perjuicio, de los regímenes militares o racistas.
Los 12 países de la Comunidad europea, a pesar de todo, están menos implicados y menos comprometidos que los Estados Unidos en dicha política. Más creíble, gracias a las posturas valientes que algunas veces el Parlamento europeo ha adoptado, a partir de las grandes cuestiones de la justicia, de los derechos civiles de la seguridad y del hambre en el mundo.
Es una utopía pensar en una Unión europea capaz de refundar la política de la seguridad?.
Ya el hecho de conseguir imponer a la opinión pública, a los medios de comunicación y a la clase política la discusión sobre las cuestiones antes evocadas, sería una gran victoria y un gran resultado.
No estaríamos hablando, por ejemplo, de ejército de reclutas o profesional, en los modestos términos en los que se ha desarrollado y debatido, si sólo se reflejase en la posibilidad para los jóvenes italianos, los ciudadanos jóvenes y los que ya no son tan jóvenes en una Europa políticamente unida, de que se les llamase a defender la seguridad, la paz, en vez de estar ociosos en los cuarteles, si, tal y como prevé la Constitución, la participación en la defensa fuese el deber y el derecho de todos, no sólo de los hombres "hábiles" del arte marcial.
Si obreros, médicos, ingenieros y profesores pudiesen ser movilizados en el frente de la guerra contra el hambre.
Si los mejores recursos de la cultura y de la tecnología se utilizasen simplemente para informar a los millones de ciudadanos del Este que han sido privados del bien de primera necesidad de la verdad, premisa sine qua non para el bien y la paz.
Si, sencillamente, nos convenciésemos y convenciésemos a los demás de que no es verdad que los confines de la democracia, de la libertad y del derecho a la vida y a la justicia pueden ser arbitrariamente marcados a lo largo del muro de Berlín y del desierto del Sahel.