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Cicciomessere Roberto - 9 gennaio 1988
Un presidente para Europa
Roberto Cicciomessere

SUMARIO: La Europa actual, la de las nuevas riquezas construidas sobre la destrucción de millones de toneladas de excedencias agrícolas, no es ni mucho menos un futuro de esperanza. Sólo la "Europa de los radicales", la Europa unida para afirmar el Estado de derecho y para vencer el hambre en los países del Tercer y Cuarto Mundo, puede ser una Europa de la gente. Cinco propuestas concretas para poner en práctica iniciativas a favor.

(Notizie Radicali nº 1 del 9 de enero de 1988)

"Euro-pesimistas" nos llamaban cuando afirmábamos que la estrategia de los pequeños pasos, de los compromisos no iba a conducir nunca a los Estados Unidos o a la Unión europea, si se prefiere.

Nosotros pedíamos que se aplicase el proyecto de Tratado de la Unión aprobado por el Parlamento europeo bajo estímulo de Altiero Spinelli (1), en cambio, ellos, los "euro-optimistas", se contentaban en cambio con el Acta Unica de Luxemburgo.

Nosotros decíamos que sin dar consistentes pasos hacia adelante en la reforma de las instituciones comunitarias, es decir hacia la creación de un gobierno único democrático de Europa controlado por un único Parlamento democrático, dotados respectivamente de plenos poderes ejecutivos y legislativos en las materias de competencia comunitaria, el objetivo del Acta de Luxemburgo, es decir la completa integración y liberalización del mercado interno prevista para antes de 1992, o no se iba a realizar o, lo que es peor, iba a conducir al desbarajuste democrático de Europa.

Los intereses de las multinacionales europeas industriales y financieras son claros: si bien por una parte invocan la liberalización del mercado europeo y de los intercambios, por otra prefieren que exista una Comisión y un Consejo débiles y fuertemente condicionables, en vez de contar con fuertes instituciones democráticas capaces de llevar a cabo un control efectivo y de intervenir en la economía, incluso hasta con la intención de establecer férreas normas antimonopolistas.

El fracaso de la cumbre de Copenhague en la que los Doce demostraron ser incapaces hasta de concordar el presupuesto para 1988 y los precios comunitarios de los productos agrícolas, ha restado toda esperanza incluso a los euro-optimistas más empedernidos.

Pero no es suficiente tener razón, es necesario saber inventar, crear los remedios. Para ello, es necesario detectar a amigos y enemigos, proponerse objetivos ambiciosos y razonables, crear posibles aliados.

Los enemigos son bien conocidos aunque a menudo estén camuflados, tras un europeísmo de fachada, de amigos. En primer lugar, los gobiernos de los doce países, es decir las burocracias nacionales y comunitarias que tienen todas las de perder y nada que ganar con el proceso de integración política: menos poder clientelar, menos posibilidad de lucrarse de las estructuras parasitarias nacionales, más control por parte del Parlamento europeo. Pero también la Comisión ejecutiva de Jacques Delors, aparentemente aliado del Parlamento europeo, ha demostrado querer utilizar siempre el apoyo parlamentario para compromisos de bajo perfil para el Consejo. Las mismísimas palabras "reformas institucionales" han desaparecido de hecho del vocabulario político de Delors, a pesar de los solemnes y reiterados compromisos adoptados. El Parlamento europeo, por su parte, ha hecho con la aprobación en la pasada legislatura del Proyecto de Tratado de la Unión, todo lo que le permitían los poderes limitados, casi inexistentes, conced

idos a esta institución electa, no obstante, por sufragio universal. El reflejo de la resignación de los diputados europeos, controlados por grupos políticos burocráticos y escleróticos, ha alcanzado en esta legislatura niveles tan altos que ya no permiten ningún margen de iniciativa.

Fuera de juego están también los partidos nacionales, capaces de acordarse de la existencia de las esperanzas europeístas y federalistas sólo cada quince años, con motivo de las elecciones del Parlamento europeo. De los industriales ya hemos hablado, de la misma manera que de sus periódicos y periodistas que pretenden incluso de que se les pague, para desplazarse dos o tres días al mes, a Estrasburgo para las sesiones del Parlamento europeo.

No queda más que la opinión pública, la gente que cada vez que se la interpela, como hace el Eurobarómetro, se expresa por amplia mayoría a favor no sólo de la idea general de los Estados Unidos de Europa, sino para la transferencia de poderes nacionales a las instituciones comunitarias.

Pero no puede producirse revuelta democrática en el momento en el que la cultura dominante asocia a la idea europeísta y federalista como mucho alguna que otra ventaja económica, alguna que otra molestia menos o, lo que es peor, la falacia de una Europa tercera grande potencia, industrial y militar, entre la Urss y los Estados Unidos.

Por supuesto, las ventajas económicas no son despreciables. Es inconcebible seguir pagando lo absurdo, en términos económicos y políticos, de doce presupuestos de investigación, de doce presupuestos de defensa, de doce políticas monetarias.

Por supuesto, sólo la Europa unida e integrada podría estar a la altura de la confrontación internacional, podría velar por sus propios intereses, sobre todo en un momento en el que los Estados Unidos demuestran ser incapaces de asumir un liderazgo económico y político de Occidente. Pero la idea europeísta y federalista del Manifesto di Ventotene ha podido crecer y de alguna manera consolidarse con la primera realización de las instituciones comunitarias sólo porque era la expresión portadora de ideales políticos consistentes y no sólo de intereses mercantiles. Es decir, se trataba de concebir la nueva distribución política de Europa tras siglos de guerras fratricidas, tras veinte años de barbarie nazi y fascista, cuando ya se entreveía el fracaso de la revolución leninista. La Europa de los mercaderes, de las nuevas riquezas construidas sobre la destrucción insensata de millones de toneladas de excedencias agrícolas, no podrá nunca convertirse en algo en lo que el pueblo pueda confiar ni tan siquiera un mil

ímetro de sus esperanzas.

He ahí por qué sólo la Europa de los radicales, la que tiene que construirse para vencer el totalitarismo y afirmar el estado de derecho, para vencer el hambre y afirmar el derecho del individuo contra el abuso del Estado, puede ser la Europa de la gente, el objetivo y el ideal por el que vale la pena pagar en primera persona.

Los órganos del partido están estudiando una primera propuesta en este sentido:

1) Otorgar al Parlamento europeo - que será elegido por sufragio universal en junio de 1989 - la tarea de poner al día, antes de 1989, la propuesta de los nuevos Tratados para la Unión europea ya aprobados por el Pe. Dichos Tratados tendrán que ser sometidos directamente a la ratificación de los Parlamentos de los Estados miembros.

2) Elegir al Presidente de la Comisión por parte del Parlamento europeo electo en 1989 y de los doce Parlamentos de los Estados miembros, según procedimientos adecuados.

El Presidente de la Comisión, que deberá obtener la confianza en su programa por parte del Pe, seguirá en su cargo durante cuatro años no prorrogables.

3) Elegir al Presidente del Consejo europeo, con funciones de copresidente permanente del Consejo de Ministros de la Ce, por parte del Parlamento europeo electo en 1989 y de los Parlamentos de los doce países miembros, según procedimientos apropiados. El copresidente seguirá en su cargo durante cuatro años no prorrogables.

4) Examinar la posibilidad de asociar a ambas elecciones a los miembros de la Asamblea del Consejo de Europa de Estados que no forman parte de la CE pero que así lo soliciten.

5) Destinar el 2% de los presupuestos nacionales para la defensa de los doce Estados miembros a la promoción y la defensa de los derechos civiles y humanos en la Europa del Este, previstos por el III panel de los acuerdos de Helsinki, a partir de 1990.

La característica más destacada de esta propuesta es la de implicar directamente a los Parlamentos nacionales en el proceso de construcción de los Estados Unidos de Europa, en el momento en el que es evidente que ni los gobiernos de los Estados miembros y ni tan siquiera el mismísimo Parlamento europeo tienen hoy la fuerza de aplicar el proyecto de Tratado de la Unión que Altiero Spinelli logró imponer, en la pasada legislatura, al Parlamento europeo.

La propuesta de convocatoria de los "Estados generales de Europa" para la elección del Presidente de Europa y del Presidente del ejecutivo comunitario, se encuentra de hecho con la exigencia cada vez más profunda de que Europa pueda hablar con una sola voz y que dos autoridades de prestigio, que obtienen su legitimización directamente del Parlamento europeo y de los Parlamentos nacionales, puedan predominar sobre los intereses de las burocracias nacionales y comunitarias que paralizan toda capacidad decisional del Consejo y de la Comisión.

Junto a estos objetivos principales se añade la propuesta, ya presentada con la iniciativa referendaria del Grupo parlamentario federalista europeo, de solicitar que se otorguen poderes constituyentes al Parlamento europeo para predisponer nuevos tratados de la Unión.

La última propuesta, la de destinar a la guerra contra el totalitarismo el 2% de los presupuestos de la defensa, nace de la convicción, expresada en repetidas ocasiones por Marco Pannella, de que la propuesta y la defensa de un nuevo sistema político, social, de poder para Europa no puede prescindir de la concienciación de que puede constituir asimismo arma de subversión y nuevo orden posible incluso en el campo adversario.

Este es, en su conjunto, un proyecto político y un desafío que para cobrar fuerza tiene que poder desconcertar todas las disposiciones y dislocaciones en el Partido radical y de los radicales. En la llamada clase dirigente así como entre todos los militantes.

Sobre todo, se trata de un proyecto político que puede tener esperanza de afirmarse sólo si es capaz de promover y de hacer crecer la que por el momento es sólo una metáfora radical: el Partido radical transnacional.

N.d.T.

(1) SPINELLI ALTIERO . (Roma 1907 - 1922). Encarcelado durante el fascismo (desde 1929 hasta 1942) por sus actividades antifascistas, pues fue líder de las juventudes comunistas. En 1942, escribió con Ernesto Rossi, uno de los fundadores del Partido radical, el Manifiesto federalista de Ventotene, en el que se afirma que sólo una Europa federal podrá vencer definitivamente los peligros de un retorno de las guerras fratricidas en el continente europeo. Al final de la guerra fundó junto a Rossi y Eugenio Colorni, entre otros, el Movimiento federalista europeo, y después pasó a ser miembro de la Comisión europea, siguiendo de cerca y criticando la evolución de las estructuras comunitarias. En 1979 fue elegido diputado en el Parlamento europeo por las listas del Partido Comunista Italiano (PCI), y se convirtió en el cerebro del proyecto de tratado que fue posteriormente adoptado por el Parlamento europeo en 1984 y más conocido como "Proyecto Spinelli".

 
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