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Bandinelli Angiolo - 19 luglio 1988
Estado moderno y lealtades varias ...
Angiolo Bandinelli

SUMARIO. La esencia de la política es "creación de eticidad". Con respecto a la confrontación dialéctica del ocuparse de política, siempre, en formas "grandes o muy modestas", se "renueva el pacto de derecho que vincula en el Estado a los ciudadanos, y por lo tanto en lo que se basa la "laicidad" del político, o mejor dicho la "laicidad" de por sí. Pero "la crisis de las políticas de nuestro tiempo" estriba en el extravío de dicha dimensión: "ya no se advierte ... que ocuparse de política es fundamentar el Estado". Ello sucede precisamente porque el Estado-nación ha perdido gran parte de sus valores, y por lo tanto se ha venido degradando el significado de ocuparse de política dentro de sus fronteras. El "valor" nación está, de hecho, agonizando, y parece que se haya perdido incluso el "contenido semántico" del término.

Es decir que progresivamente - y con motivo de las emigraciones del tercer mundo - nos vamos a tener que ir acostumbrando a Estados multinacionales, multiétnicos. "La tarea que nos corresponde .... es dar un sentido alto y fuerte a esta realidad", modificando de esta manera profundamente la lógica del recorrido histórico en el que todos los Estados nacionales se han ido consolidando gracias a masacres y genocidios de las naciones o de los grupos minoritarios que menguaban su desarrollo coherente. Nos toca a nosotros los europeos, sobre todo, fundar "la estatalidad de las múltiples lealtades y fidelidades", que son la riqueza del hombre moderno. Este es el significado del federalismo.

(TRASNAZIONALE: PERCHE', COME, CON CHI?, Convenio organizado por el Partido radical, Roma, 19-20 de julio de 1988 - Reimpreso por "IL RADICALE IMPUNITO - Diritti civili, Nonviolenza, Europa", Stampa Alternativa, 1990)

Hoy también (como siempre) la esencia de la política es, en todo momento, creación de eticidad, de proyecto ético. No existe momento ni lugar en el que se desarrolle el ocuparse de política - creación de ley (tanto si está relacionada como si no con la economía, la sanidad o la defensa u otro tema), o momento electoral, o demás - que no represente un momento de fundación del Estado. En la acción política - a cualquier nivel - se renueva siempre, en formas grandes o muy modestas, al consentir o al disentir con las partes en juego, el pacto de derecho que vincula en el Estado a los ciudadanos o, si se desea, a los individuos. En este cotidiano renovarse, la politicidad, la categoría de lo político, basa su laicidad, o mejor dicho la laicidad en sí, y todas las categorías de lo moderno. Sin quitarle nada a la utilidad de las lecturas sociológicas o estructuralistas del fenómeno político, creo que sólo dicha lectura, dicha interpretación, aclara al final el sentido mismo de la politicidad, incluso bajos sus aspe

ctos, por así decirlo, técnicos.

Así pues, de esta manera, y en este trayecto nosotros hallamos el verdadero sentido de la laicidad, del ser laicos. Pero la crisis de las políticas de nuestro tiempo estriban precisamente en ello, en el extravío de dicha dimensión, a menudo, no se advierte que ocuparse de política es edificar, fundar el Estado. En este mengüe existe una razón objetiva, histórica: estriba en el hecho de que el Estado - el Estado-nación al que se aplica nuestro cotidiano ocuparnos de política - ha adoptado gran parte de los valores que lo han detectado y constituido a lo largo de su historia - y por lo tanto, probablemente, el mismísimo sentido de ocuparse de política se ha ido degradando degradando, desmereciendo, dentro de sus propios confines.

Encuentro, en un acreditado texto de ciencias políticas, una afirmación que hace sólo cincuenta años hubiese parecido una herejía. Se dice que "el contenido semántico del término nación, a pesar de su inmensa fuerza emotiva, sigue siendo uno de los más vagos e inciertos del vocabulario político" (1). Si tanta incertidumbre puede desplegarse y propagarse, ello sucede porque el "valor" nación está, de hecho, agonizando. En el medievo, sigo leyendo, el hombre era primero cristiano, luego de Borgoña, y al final del todo francés; hasta hace cincuenta años, decimos nosotros, el hombre era primero francés, luego a lo mejor de Borgoña y sólo al final católico. Pero, hoy en día, sabemos que el Estado-nación ya no se ciñe a una estrecha negación de valores. Sería definitivamente imposible, actualmente en Europa, reconducir a una ética unitaria o a un sistema de valores unitarios las realidades de nuestros países, y en primer lugar precisamente las realidades étnicas o, por así decirlo, nacionales. La cuestión del Tiro

l del Sur, la de Euskadi, las muchas análogas que no se pueden enumerar ahora, no son incidentes, sino características estables del panorama europeo. Sería imposible pensar, actualmente, en resolver dichos problemas en la óptica, que fue adoptada, del Estado nacional, y no sólo en la acepción fascista. Lo que sucede en estos días en los países del Este - en Armenia o en Transilvania - afecta negativamente por la incongruencia de los medios y métodos puestos a disposición para resolver los problemas que surgen en dichas regiones. Y pensemos por último en las situaciones explosivas que están al orden del día con motivo de las grandes, e irrefrenables, emigraciones de pueblos extra-comunitarios en Europa, que hacen que sea grotesco lo que está sucediendo en el Parlamento italiano, en donde no se logra aprobar una ley por insignificante que sea relacionada con la supervivencia y tutela de las lenguas minoritarias inclusive en los confines de la patria, desde el friulano hasta el griego o el albanés de Calabria.

En definitiva, en términos modernos, el Estado, en la realidad nuestra, será pluri-nacional e incluso pluri-racial. La tarea que nos corresponde y que nos atañe es darle un sentido alto y fuerte a esta realidad histórica, definir los parámetros complejos. Pero otro gran principio de la estatalidad "nacional" no soporta ya la crítica, de hechos y de valores, y es el principio de la lealtad única y unívoca.

La gran batalla laica del pasado se proponía realizar el Estado al que se debe toda forma de lealtad, de fidelidad, tanto privada como pública. El Estado nazi ha conducido a las extremas y delictivas consecuencias este principio, pero todo Estado europeo tiene en su historia una masacre, de los albigenses, de los judíos o de los moros, sus La Rochelle, sus puritanos prófugos. Para Hobbes, corresponde al Soberano "establecer y promulgar normas, criterios de medida.... sobre lo que se tiene que entender, como justo e injusto, propio y de los demás, bueno y malo...". Pero la estatalidad que parece corresponder mejor a las mil exigencias de la modernidad tiene otro rostro. Una importante batalla fue ya combatida por la Iglesia, lo sabemos bien, contra el principio de la fidelidad y de la lealtad absoluta y unívoca hacia el Estado; lamentablemente, dicha batalla fue llevada a cabo en nombre de ideales inadecuados a nuestro tiempo. En estos momentos, en Europa, a nosotros los europeos, nos es posible desarrollar e

l problema de otra manera, conducirlo a una maduración moderna y válida. Nosotros podemos, con sólo quererlo, fundar la estatalidad de las múltiples lealtades, la estatalidad en la que las muchas fidelidades que pertenecen al hombre moderno conviven y se realizan en una creadora y fecunda, no destructiva, presencia conjunta. Este es el sentido de la estatalidad federalista, en la que tenemos que reconocer a uno, cuando no al más importante de nuestros objetivos.

NOTA

1) "Diccionario de política", UTET, 1976.

 
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