Jean-Marc PicardAlain Renard
Patricia van der Smissen
Da: »Le Journal des Procès n. 136, 21 ottobre 1988.
SUMARIO: »La droga no está prohibida porque es peligrosa, es peligrosa porque está prohibida . Con esta frase pronunciada por Georges Apap, fiscal del tribunal francés de Valence, se presenta el artículo de la prestigiosa revista belga de justicia "Le journal des procès" sobre el "Colloque international sur l'antiprohibitionisme des drogues" que se celebró en Bruselas en septiembre de 1988 y que publicamos a continuación. »Las modalidades prácticas de una liberalización quedan por precisar - afirman los autores del artículo- pero el status quo es inaceptable ...
»El encarcelamiento sistemático de los toxicómanos y de los pequeños traficantes es una de las monstruosas aberraciones a las que nuestro siglo deberá contestar .
("Número único" para el XXXV Congreso del Partido radical - Budapest 22-26 abril 1989)
El 29 y 30 de septiembre y el 1 de octubre se celebró en Bruselas patrocinado por el Partido radical un "Coloquio internacional sobre el antiprohibicionismo de las drogas". Médicos psiquiatras, sociólogos, economistas y magistrados de distintos países de Europa y de América se dieron cita en el Palacio de Congresos para analizar los resultados obtenidos a partir de sus experiencias. En el orden del día figuraba nada menos que la legalización de la venta y el consumo de estupefacientes. Diversas intervenciones, que se desarrollaron a lo largo del convenio apoyaron dicha propuesta.
1. La guerra a la droga que se ha llevado a cabo en todos los países occidentales tras la primera guerra mundial se está resolviendo en un tablero de ajedrez .
La droga se produce en cantidades progresivas en los países del Triángulo de oro de América Latina. Se observa asimismo la aparición en el mercado de nuevos países productores, por ejemplo el Líbano. La potencia y los beneficios de las organizaciones criminales (mafia, Cártel del Medellín) que aseguran la producción y el transporte son tales, los puntos de paso en las fronteras son tan numerosos que es una falacia creer que se puede impedir la difusión de la droga en los países occidentales. Tras la instauración de las primeras normativas prohibicionistas en los años veinte, el número de toxicómanos no ha cesado de aumentar y en la actualidad está adquiriendo proporciones alarmantes.
2. La prohibición de la droga es peligrosa para la salud pública.
La prohibición del alcohol en Estados Unidos en los años veinte permitió, además del nacimiento de organizaciones criminales, la irrupción en el mercado de "retuerceintestinos" totalmente adulterados.
Las restricciones aportadas recientemente a la venta de alcohol en la URSS han provocado la aparición de toda una gama de destilerías clandestinas cuyos productos se hallan peligrosamente en circulación.
De la misma manera, la prohibición de la droga excluye todo control oficial sobre los componenetes de las substancias vendidas, y ello explica como en el mercado de las opiáceas el producto distribuido no contenga más que del 5% al 10% de heroína pura unida, en una mezcla devastadora, con talco arsénico, estricnina y anfetaminas.
3. La prohibición de la droga es criminógena
La prohibición de la droga no tiene ningún impacto en las cantidades colocadas en el mercado sino que incide en el nivel de los precios. El riesgo que procura la venta ilegal explica el alto nivel de las tarifas practicadas. Los beneficios, son más exorbitantes cuanto más reprimido resulta el comercio, determinando inevitablemente el desarrollo de organizaciones criminales especializadas en la producción, en el transporte y en el tráfico de drogas.
Algunas de estas organizaciones han alcanzado una dimensión tal que en muchos países de América Latina han acabado por subordinar al poder político y judicial a sus intereses. Un miembro del Cártel del Medellín propuso recientemente al gobierno de su país pagar la deuda externa con tal de evitar la extradición a Estados Unidos.
El general Ambrogio Viviani, ex-jefe del contraespionaje italiano, ha sacado a relucir la perfecta integración de dichas redes criminales: »Del lugar de producción al de consumo, la criminalidad internacional ha realizado una cadena de pasajes, numerosos y cada vez más ampliamente ramificados, caracterizados por el uso de medios y sistemas muy diversificados entre ellos, no sólo para evitar la represión sino para poder llegar hasta los consumidores (...). La organización del tráfico de droga, una vez realizada, se utiliza, dada su perfección, asimismo para otras exigencias criminales tales como el tráfico de armas, etc. .
Pero el consumidor se ve empujado por el prohibicionismo a realizar actos delictivos. Tentado más fácilmente por la droga ya que las primeras dosis se le ofrecen y venden a precios bajos para engancharlo, y así nace un nuevo toxicómano que hará de todo para procurarse su sustancia, que, a partir de ese momento, se le venderá más cara. Se verá obligado a recurrir a todo tipo de medios para encontrar el dinero necesario para satisfacer su consumo personal: el robo, la prostitución, el tráfico de drogas, quizás el homicidio.
Las leyes prohibicionistas habrán logrado de esa manera hacer del toxicómano un delincuente en el sentido más tradicional de la palabra.
4. La prohibición es inmoral.
En la mayor parte de los países occidentales, la detención y el uso de estupefacientes se sancionan con penas detentivas.
Numerosos criminólogos, entre los que se halla la profesora canadiense Anne Marie Bertrand, están indignados por la inmoralidad de estas incriminaciones: »La función pedagógica del derecho penal, que debería evocar a los ciudadanos los valores más allegados del grupo social, se trastorna al sentir en su seno la irrupción de penas severas por actos no homicidas .
Las leyes prohibicionistas, cuanto más sancionan la delincuencia suplementaria (robo, etc.) más perversas resultan, pues son ellas mismas las causantes del conflicto.
5. La prohibición cuesta cara
La política prohibicionista necesita el despliegue de infraestructuras policiales, administrativas, carcelarias y judiciarias especialmente costosas.
Muchos economistas que han participado en el Congreso, han subrayado la desproporcionada relevancia de gastos que comporta la represión del comercio de la droga. Y cuanto más ineficaz resulta la represión, menos sentido tiene toda esa desviación de medios.
Una solución es la legalización de la venta, de la detención y del consumo de drogas.
Es difícil prever con precisión las consecuencias de una legalización. De todas maneras, se pueden considerar diversas hipótesis verosímiles. La desaparición del riesgo vinculado a la venta disminuiría el precio de forma significativa. En los EEUU se ha afirmado que el precio de la heroína legal descendería a 1/60 del nivel de su precio de mercado negro (Richard Stevenson, Facultad de Economía de Liverpool). Por consiguiente, las organizaciones criminales perderían gran parte de su potencia estrechamente vinculada a los enormes beneficios que genera la prohibición. No es exagerado considerar que un buen número de estas organizaciones recibiría un golpe fatal. Legalizado el mercado, un control oficial de la cantidad se instauraría de la misma manera que sucede para con el tabaco y el alcohol. Pero, sobre todo, la criminalidad inducida, la del toxicómano en busca del dinero necesario para pagarse su dosis desaparecería.
La legalización causaría el efecto de sacar a los toxicómanos de la marginalidad en la que las leyes prohibicionistas lo han confinado y al inserirlo de nuevo en la sociedad, se le facilitaría el acceso a una asistencia social, psicológica y médica. Agunos, en particular el profesor Lester Grinspoon del Departamento de psiquiatría de la Harward Medical School, proponen la tasación del comercio de las sustancias legalizadas, cuya recaudación se destinaría a la financiación de programas de formación, de prevención y de tratamiento.
Así pues, Se debe temer un incremento del consumo de droga en el mercado legalizado?
Si bien la gran mayoría de los que intervinieron en el coloquio se declaran a favor de la legalización, algunos no esconden su aprehensión sobre el posible riesgo de un aumento del consumo. Insistiendo en los efectos particularmente perversos de la heroína y sobre la casi imposibilidad de dominarla, el doctor Reisinger, psiquiatra e investigador del Hospital Brugman de Bruselas, propone la puesta en marcha de una política de salud pública como preliminar para toda forma de legalización: »Conociendo desde cerca los efectos de este producto, no creo que sea positiva su venta libre por las esquinas .
Por supuesto, existe una incertidumbre que exige un análisis más moderado. Una primera pregunta se hace obligatoria: la legalizacción tendrá como efecto hacer que el público pueda acceder a ésta más fácilmente? Invirtamos la pregunta: en el régimen de prohibición que conocemos actualmente, las "drogas duras" son menos disponibles de lo que podrían llegar a serlo en un mercado legalizado?
A este propósito, el premio Nobel de economía, Milton Friedman ha podido escribir que, hoy por hoy, la droga es paradójicamente uno de los pocos productos cuya venta es totalmente libre. Se han llegado a contar más de 1.000 puntos de venta en algunas ciudades italianas. La población a riesgo (la franja entre 15 y 30 años) está necesariamente expuesta en los institutos, en las discotecas y en otros lugares de encuentro a la oferta masiva de productos estupefacientes. Para el profesor Lamberti, que ha comprobado las distintas técnicas que utilizan los traficantes para difundir su mercancía, el aumento desmesurado de la demanda registrado en nuestros países a lo largo de los últimos años se debe, sin lugar a dudas, a las incesantes actividades profesionales que las organizaciones criminales llevan a cabo sin ningún tipo de control y con el mayor de los cinismos. El prohibicionismo les ha simplemente cedido "la dirección de las dinámicas expansivas del mercado".
Cómo podría agravar la situación la liberalización del comercio? La desaparición de la prohibición no parece desempeñar, por sí sola, un papel importante en el comportamiento del público. Tal vez conduciría a algunos curiosos, librados del miedo a la sanción, a "probar" una u otra substancia, pero no se excluye la posibilidad de que reste al mercado un público potencial cuyo gusto por la transgresión de las normas sociales sufriese una decepción.
La disminución del precio del producto, junto con la despenalización del consumo, constituye sin lugar a dudas el elemento más serio. La legalización, al integrar el comercio de la droga en el circuito económico tradicional, lo sometería aún más a las leyes del mercado. La disminución del coste de un producto que representa indiscutiblemente para algunos un poder de atracción, debería por lo general fomentar la demanda y estimular el consumo.
Desde luego, conviene ser especialmente prudentes. No se puede dar por sentado en absoluto que la difusión de estupefacientes, considerando el peligro que representa, obedezca tan fielmente a la ley de la oferta y la demanda. Por otra parte, si se cree, como la doctora Roelandt, en la existencia de caracteres particulares que predisponen a algunos individuos a caer en la toxicomanía, se puede dudar que el precio de las substancias influya de manera considerable en el desarrollo del fenómeno. Además, en el número de fenómenos que generan comportamientos toxicómanos, Micheline Roelandt cita asimismo el "estrés social" que el sistema prohibicionista en su conjunto contribuye a reforzar.
Tal y como hemos dicho, es imposible prever con exactitud los efectos de la legalización del consumo de droga. Por lo que respecta a la heroína, en Amsterdam se han llevado a cabo experiencias de gran tolerancia con precios estabilizados. Peter Cohen, asesor del gobierno holandés en materia de estupefacientes, opina que estas medidas no parecen haber provocado un aumento significativo del número de toxicómanos de la ciudad.
Por otra parte, el profesor Grinspoon considera que la tasación de la venta de estupefacientes es un buen medio para influir en el nivel de precios y, a la vez, en la demanda. Lo ideal sería acercarse a un precio equilibrado suficientemente disuasivo para los profanos pero no lo suficientemente prohibitivo como para generar una delincuencia secundaria y propiciar la aparición de un mercado negro. Esto es quizá lo más importante, hay que contar con la prevención que debe acompañar a la liberación del comercio. Hay que crear una política de tratamiento y de asistencia provista de medios adecuados a su inmensa tarea.Campañas de información y de disuasión programadas inteligentemente y que ofrezcan al público una argumentación convincente deberían disuadirles de los peligros de la droga más que una prohibición brutal.
La sociedad - recuerda Marco Taradash, uno de los promotores del movimiento antiprohibicionista - desembarazándose de la criminalidad alimentada por el comercio de estupefacientes, no haría más que devolverle al individuo un espacio de libertad en el que cada cual, adecuadamente instruido sobre los riesgos que corre, asumiría sus propias responsabilidades con respecto a su cuerpo y a su vida. Desde luego, hay riesgos. Pero hay que saber que nuestros Estados occidentales no prohiben a sus ciudadanos que se intoxiquen con alcohol, éter, esencia y detergente hasta la muerte. La autodestrucción no está fuera de la ley porque la ley no puede contra ella. No existe más disuasión auténtica que la solidaridad.
Conclusión.
Insistimos, existen incertidumbres. El profesor Savona, criminólogo de la Universidad de Trento, concluye su intervención invitando a los investigadores a que profundicen más todavía sus análisis sobre los efectos de una legalización.
Las modalidades prácticas de una liberalización quedan por precisar. Pero se impone la siguiente conclusión: el status quo es inaceptable. La criminalidad desmesurada que la prohibición fomenta exige nuevas soluciones. El encarcelamiento sistemático de los toxicómanos y de los pequeños traficantes pasará a la historia como una de las grandes aberraciones a las que nuestro siglo tendrá que responder.
Al proponer una nueva perspectiva para el futuro, este coloquio debe fomentar la reflexión sobre la iniquidad básica de la situación actual. Y nos invita asimismo a rechazar el alboroto periodístico y judicial con el que tan generosamente se nos distrae a propósito de la "guerra contra la droga" en la que - se ha demostrado ampliamente - la puesta en escena ideológica, política y cultural no está ausente. Esta vez, se abre definitivamente el debate. Esperamos que se pueda abrir camino hacia el Parlamento y hacia el Palacio de justicia.