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Sciascia Leonardo - 11 novembre 1988
El capitán valiente
Leonardo Sciascia

SUMARIO: Con motivo de la muerte del general de los carabineros, jubilado, Renato Candida, Sciascia recuerda que el general fue autor de un libro precursor de los tiempos actuales. Candida había visto la transición de la mafia rural a la de las concesiones (de obras públicas, de ventas etc.), cuando si hubiese exisistido una "voluntad política" se hubiese podido impedir "la transición" de una fase a otra.

Sciascia centra su recuerdo en "el hombre, el amigo" que fue. Lo conoció en Racalmuto, apreció su declarado antifascismo y la adversión que sentía por la mafia. Entre ambos se instauró un "entendimiento" que en un primer momento parecía imposible. Hasta se hicieron grandes amigos y se veían a menudo. El mismísimo Sciascia le llevó al editor el libro sobre la mafia que Candida había escrito. Son falsas las acusaciones de que le pidiese que recortara algunos pasajes en los que se denunciaba la conexión entre la mafia y el partido comunista. Lo que le preocupaba a Candida era la Democracia Cristiana y no el Partido Comunista. Con motivo de la publicación del libro, Candida fue trasladado a Turín, y cada vez que Sciascia pasaba por la ciudad se veían. Para finalizar, cuenta algunos episodios, que le narró Candida personalmente, sobre comportamientos absurdos que se producían en el seno incluso del cuerpo de carabineros.

(LA STAMPA, 11 de noviembre de 1988)

Renato Candida, general de los carabineros, jubilado, murió en Turín el 11 del pasado mes. Excepto este periódico, que ha dado la noticia, creo que nadie se ha acordado de él - a pesar de los ríos de tinta que se han llegado a escribir sobre la mafia - ni ha mencionado que Candida había escrito un libro precursor sobre la mafia, que se adelantaba treinta y dos años a los tiempos actuales, rompiendo el silencio que las instituciones y los hombres que la representaban rigurosamente mantenían, y con una gran voluntad de abatirla, la misma que actualmente está tan boga no sólo en la conciencia de los italianos sino también en las instituciones. Y su libro fue precursor de lo que sucedió después, dando una visión de primera mano debido pues trabajaba directamente, en calidad de comandante el grupo de carabineros de Agrigento, contra una mafia que había vuelto a la acción y actuaba sobre las ruinas de la guerra y con el consentimiento y la complacencia de las fuerzas americanas de ocupación que de ella se servían,

en los lozanos años inmediatamente anteriores al fascismo.

Vieja mafia, por lo tanto, vinculada a la economía agraria en aquellos años más bien mísera. Pero, precisamente por eso, estaba pasando - en el momento en Candida la escrutaba sagazmente - a una actividad distinta, más vasta, a saber: los trabajos públicos y las concesiones reformistas y asistenciales. Momento crucial, en el que la voluntad política, la voluntad el Estado, hubiese podido intervenir para impedir esa transición y para zanjarla. Por el contrario, se eligió la tan cacareada "contigüidad" de la que actualmente se discute a nivel judicial. Pero no voy a hablar de nuevo de su libro, que ya comenté en su día, cuando fue publicado en la revista "Tempo presente", y cuya introducción a la cuarta edición escribí en 1983. Quiero simplemente recordar al hombre, al amigo que fue.

Nos conocimos en el verano de 1956. Hacía algunos meses que yo había publicado "Le parrocchie di Regalpetra". Candida lo había leído, y mandó a decirme que le encantaría que nos conociésemos. Nos citamos en mi casa, en Racalmuto. Era un hombre simpático, abierto y bromista. Y, confieso que, tal vez porque he tenido trato con pocos, se trataba del primer funcionario del Estado realmente antifascista que conocía. La adversión que sentía por la mafia hallaba sus raíces precisamente en su antifascismo. Aparentemente era una paradoja, en un ambiente en el que la adversión por la mafia era también - o tal vez simplemente - nostalgia. La de Candida era por el contrario una conciencia exacta, un entendimiento exacto. Y debo añadir que ello creó inmediatamente entre nosotros una confianza, un canal de comunicación que por aquel entonces me parecía imposible - y de hecho lo era - establecer con un representante, como se suele decir, de las fuerzas del orden, que por aquel entonces otro orden, creo, anhelaban.

Nos hicimos amigos. Nos veíamos muy a menudo, como mínimo un par de veces por semana, en el pueblo o en mi casa de campo, y en Agrigento en su oficina. Estaba escribiendo su libro sobre la mafia. Cuando lo acabó, se lo llevé a mi amigo el editor Salvatore Sciascia, de Caltanissetta, quién, sin pensárselo dos veces, lo publicó. Alguien osó decir después que yo, incitado por mi amigo Luigi Cortese, cabeza de grupo comunista en la asamblea regional, le había pedido a Candida que recortase las partes del libro en el que se hablaba de conexiones entre los comunistas y los mafiosos, lo cual es totalmente falso. Además, en el libro aparece algún que otro elemento de este tipo. A Candida, en cuanto comandante del grupo de carabineros de Agrigento, no le preocupaban los comunistas sino los democristianos. Y precisamente entre los jóvenes democristianos intentó sembrar una conciencia antimafiosa. Solía frecuentarlos, charlaba con ellos. Recuerdo un congreso provincial de la Democracia cristiana en la que aquellos jóve

nes intervinieron con gran valor, y además en ese momento eran bastantes, con respecto a la peligrosa "contigüidad" existente entre los políticos y los mafiosos. De igual parecer era por aquel entonces el gobernador civil, con el que Candida mantenía buenas relaciones de colaboración. Pero la publicación del libro dictó la parálisis de lo que se había movido. Querían trasladar inmediatamente a ese mayor de los carabineros que había afirmado de forma traicionera lo que el gobierno negaba. No obstante, en un alarde de paciencia, supieron tenerlo en Agrigento un año más, para que no se creyese que lo habían castigado. Luego lo trasladaron a la escuela de carabineros de Turín. Cada vez que yo pasaba por Turín nos veíamos. Además solíamos escribirnos. En los últimos tiempos me escribió cartas asombradas y muy sentidas por los ataques contra mi persona por parte de "profesionales de la antimafia".

La última vez que nos vimos fue durante la Feria del Libro, en el café Platti, en donde habían organizado un encuentro con mis lectores. Estaba delgado y desmejorado, jadeaba y a duras penas se tenía derecho. Sin embargo, siguió atentamente el encuentro, se quedó para charlar con dos o tres personas que me habían hecho algunas preguntas sobre mi actitud sobre la mafia y la antimafia. Hace dos meses me saludó por última vez por teléfono: me dijo que se había acabado todo para él y que ya no nos podríamos volver a ver.

Debo decir de él, - lo cual le honra mucho - que a pesar de que en el Cuerpo de carabineros lo atacasen tanto, así como en el curso de su vida, por mucho que la considerase la más íntegra e incorruptible de las instituciones de este nuestro país, sufría mucho de dichas prácticas con las que se obtenía que una persona sobre la que se investigaba acabase por confesar su culpabilidad. Por ello, cuando estaba de servicio, solía llegar por sorpresa, a horas insólitas, a las comisarías que dependían de él: y no siempre, por desgracia, inútilmente. Me contaba episodios de increíble estupidez y violencia. Se me ha quedado grabado un episodio que me contó una vez cuando era un teniente joven en la costa del Tirreno. Entre sus tareas figuraba la de inspeccionar periódicamente un tren o un vagón que se utilizaba para trasladar a los detenidos. En cierta ocasión, mientras se disponía a efectuar la inspección de rutina, en un vagón dividido en celdas, oyó un grito que provenía de una de ellas, y ruidos y golpes contra la

s paredes y la puerta. El jefe de la escolta se hacía el sueco, pero al ordenarle firmemente que abriese, salió un energúmeno. Y con todas las razones del mundo. Un detenido había logrado escaparse del tren. Los carabineros de escolta, desesperados, en una estación de paso, habían agarrado sin más a un mozo de carga y lo habían encerrado en la celda, para que cuando controlasen cuadrase el número de detenidos. El episodio es tan tragicómico que ni tan siquiera el más fantasioso inventor de chistes sobre los carabineros podría llegar a inventarse. (1)

Por ultimo, lo que los lectores esperan que yo diga: no sólo por "Il giorno della civetta", sino por todas las historias narradas en las que aparece el personaje de un investigador, la figura de Renato Candida, su experiencia, su forma de actuar, más o menos han venido a hacerle una visita a mi memoria, a mi imaginación.

N.d.T.

(1) En Italia es costumbre contar chistes sobre los carabineros en los que generalmente salen bastante mal parados, pues se les considera gente algo corta de entendimiento. Igual que los chistes de Lepe en España.

 
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