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Lamberti Amato - 1 febbraio 1989
EFECTOS SOCIALES DEL PROHIBICIONISMO
Amato LAMBERTI

ITALIA - Profesor de Sociología de la Universidad de Nápoles, es el más conocido estudioso del fenómeno de la camorra y es el director del periódico trimestral "El Observatorio de la Camorra" que recoge análisis sobre las modificaciones y la evolución de las actividades de la criminalidad organizada en Campania. Es autor de numerosos estudios sobre las consecuencias sociales de la difusión de la heroína y la cocaína y sobre la correspondiente transformación en holdings financieros de las principales familias camorristas, con respecto incluso a los flujos de dinero público y de la corrupción política.

SUMARIO: La política de prohibición ha provocado la apropiación del mercado de la droga - particularmente la heroína y la cocaína - por parte de organizaciones criminales que han puesto en marcha modalidades de distribución y de proselitismo que impulsan la expansión del mercado de la droga. En Italia ésta ha llegado hasta los pueblecitos más recónditos de su geografía.

("LOS COSTES DEL PROHIBICIONISMO DE LAS DROGAS" - ACTAS DEL COLLOQUIO INTERNACIONAL SOBRE EL ANTIPROHIBICIONISMO -Bruselas 28 septiembre - 1 de octubre 1988 - Ed. Partido Radical)

Las organizaciones criminales como factor que incentiva la difusión del consumo de droga

La droga es una mercancía que se produce, se distribuye y se consume. Los tres momentos están estrechamente vinculados entre ellos y, tal y como sucede con el resto de las mercancías, las formas de producción determinan las formas de distribución, las cuales, a su vez, orientan, influyen y, de alguna manera, determinan las formas de consumo. Además, producción, distribución y consumo, para la droga al igual que para cualquier otro producto, están sometidos a vínculos muy fuertes tanto de carácter económico - las leyes del mercado - como de carácter legislativo - las leyes y la disciplina de las empresas y del comercio. Cuando se declara ilegal, incluso la existencia, de una mercancía como la droga, y por lo tanto, se sanciona tanto la producción como la comercialización y el consumo, se introducen posteriores vínculos que determinan las formas en las que mercancía-droga se producirá, distribuirá y consumirá. Cuando - tal y como ha sucedido en Italia y en otros países - se limita a despenalizar el consumo ind

ividual, no se están introduciendo variaciones significativas en el proceso de difusión de la droga. El consumo de droga, que en su conjunto define las dimensiones de la demanda, al igual que para todo tipo de mercancía, se basa en una demanda colectiva por parte de blancos más o menos definidos y precisos de población. La demanda está motivada, tanto individual como colectivamente, al igual que para las demás mercancías, por la satisfacción de una necesidad más o menos definida o precisada, más o menos "central" para el individuo.

Son observaciones bastante obvias, que se dan por descontado y que forman parte del bagaje cultural de masa, del saber colectivo compartido en cualquier sociedad con altos índices de escolarización y amplia difusión de medios e instrumentos de comunicación de masa. Pero considero oportuno y necesario recordar dichas observaciones porque cuando se habla de droga casi siempre se olvida que la droga es también una mercancía y que las formas de consumo coinciden - inevitablemente - con las formas de comercialización, las cuales, a su vez, coinciden con las formas de producción. Y además, se olvida que las formas de la producción, de la distribución y del consumo de droga poseen determinadas características fruto de la condición de ilegalidad total.

Es este despiste el que nos impide en la actualidad razonar teniendo en cuenta la globalidad del fenómeno, a pesar de sus múltiples articulaciones, y favorece su segmentación en problemas que se conservan artificialmente separados. A nivel internacional se discute y se elaboran planes de intervención sobre la producción y sobre los circuitos comerciales transnacionales, con al participación de Magistrados, Servicios secretos, Estructuras de policía especializada en la lucha contra el tráfico de estupefacientes. A nivel nacional, la competencia queda en manos de los Ministerios del Interior y de Justicia, cuya acción se limita básicamente a la lucha contra el tráfico de droga. Como mucho se crean comisiones consultivas, o Ministerio de asuntos Especiales, en donde junto con los Magistrados y los representantes de las fuerzas del orden participan funcionarios del Ministerio de Sanidad y, con una selección absolutamenta parcial, representantes d organismos y asociaciones que trabajan en el campo de la recupera

ción de los tóxicodependientes. Entre ambos niveles no existe ni coordinación ni intercambio real, excepto el que asegura la presencia preponderante en ambos de los representantes de órganos de control social. El problema del consumo y sus formas de circulación y distribución de la droga, no se afronta en ningún momento, ya que se reduce y limita al de los efectos que produce en el consumidor y a las formas de control y de asistencia que se adoptan. Si, por el contrario, se desea afrontar el problema de la droga en su globalidad y teniendo en cuenta todas sus articulaciones, cabe empezar precisamente por el consumo, que sin lugar a dudas es el nudo central de la cuestión, o, por decirlo de otra manera, lo que nutre el mecanismo en su totalidad.

Con respecto al consumo de droga, la actitud predominante es de tipo behaviourístico. Por una parte nos limitamos a observar, más o menos superficialmete, el mercado (ya que no se presta ninguna atención a sus dinámicas reales que no se limitan a movimientos de hombres y de mercancías); por otra, están los fenómenos que produce el consumo, en donde casi siempre nos limitamos al individuo y a efectuar observaciones generales sobre los grupos generacionales y los sociales. En medio, entre el mercado y los efectos, como una "caja negra" (en la que no se puede penetrar y, por lo tanto, cualquier esfuerzo resulta inútil e improductivo) se halla el consumo. Todas las investigaciones, todas las intervenciones, todos los razonamientos, se basan en el comportamiento observable: lo que ocurre en la "caja negra" al no ser conocible no interesa. Lógicamente, se elaboran cien mil conjeturas sobre el contenido de la "caja negra" (desde la crisis de identidad hasta la de valores; desde la conflictualidad familiar a la igua

ldad sexual, el consumismo etc.) pero, en realidad, el acuerdo tácito es el de no poner en duda el modelo behaviourístico de interpretación y, por lo tanto, la existencia de la "caja negra". Sin embargo, si realmente se quiere hallar una respuesta significativa al problema, lo correcto es basarse precisamente en la cuestión del consumo. Hay que intentar que deje de ser socialmente peligroso, hay que quitarle ese peso de carácter destructor social e individual con el que carga en la actualidad, pero que no tiene por que corresponderle.

El consumo de droga es el resultado - guste o no guste - de una demanda que procede de cuotas de población, en absoluto insignificantes - es más, continuamente en crecimiento - sobre todo juvenil. Detrás de esta demanda se hallan sin lugar a dudas ciertas necesidades - individuales y colectivas - que creen o esperan poder satisfacer con la droga. Cuáles son estas necesidades?, Qué parte ocupan en el mundo vital del sujeto individual?, Cuáles son los mecanismos de interacción social que los activan?, De qué otra manera se pueden satisfacer que no sea el recurso a la droga?, No podemos contestar a estas preguntas porque nunca se ha estudiado seriamente - sin vínculos ni presupuestos ideológicos - el problema del consumo de droga. De todas maneras, no es este el tema de mi intervención. Me limito, simplemente, a suscitar el problema.

Mi razonamiento se basa en el consumo ya que, sin analizar su estructura, la manera en que se articula, las razones individuales y las causas sociales, no puedo dejar de afirmar que estoy convencido de que el problema de la droga en la sociedad contemporánea existe porque un elevado tanto por ciento de la población consume droga. Pero el fenómeno de la droga se ha convertido, se ha transformado en problema droga, con toda su carga y su carácter destructivo individual y social en potencia a causa de la manera en la que se ha contestado a esta demanda y se ha querido que así fuese. Si, actualmente, la droga es un problema de elevada repercusión social, como así mismo económica y política para casi todos los países del mundo, la responsabilidad recae en su totalidad sobre el modelo de intervención adoptado, a saber: el prohibicionismo.

De hecho, todos los Estados, ante una demanda social de droga - social porque procede de individuos pertenecientes a grupos heterogéneos, a los cuales une sólamente el hecho de pertenecer a la misma generación - no han sabido dar por respuesta nada más que la criminalización más amplia y generalizada, en la convicción tal vez de que ello fuese suficiente para borrarlos del mapa o impedir que se reprodujesen.

En cambio, lo único que se ha conseguido es que se gestase y se desarrollase el mercado criminal de la droga. Una demanda social de droga - que con todo lo alarmante y discutible que se quiera, precisamente por eso merecía una especial atención como así mismo niveles de discusión profunda lo más amplios posible - ha sido desatendida y, es más, criminalizada por parte de los Estados y, además, se ha dejado en manos de la criminalidad organizada de todo el mundo.

La demanda de la droga a pesar de la criminalización, ha seguido existiendo, y no sólo sino que ha ido creciendo, en cada país de distinta manera. La oferta a causa del prohibicionismo ha sido rápidamente monopolizada por organizaciones criminales ya sea existentes, como la mafia, ya sea de nueva construcción, como la de los narcotraficantes de américa central y del sur, como así mismo africanos, turcos, afganos, thailandeses, de laosianos, etc.El prohibicionismo ha criminalizado el consumo, pero no ha impedido ni la expansión ni el crecimiento. La única cosa que ha crecido y que se ha desarrollado en el mundo y en Europa e Italia, en particular, ha sido la criminalidad organizada. Sin miedo a errar, se puede aseverar que la criminalización de la droga ha permitido que se reforzase la criminalidad organizada ya existente, el nacimiento de nuevas organizaciones criminales en todas las partes del mundo y sobre todo la activación de un intercambio contínuo y la formación de una red mundial de organizaciones cr

iminales conectadas entre ellas tanto por lo que respecta a la producción y a la comercialización de la droga, como en lo que respecta a otros tráficos ilegales, como el de armas e incluso el reciclaje, a nivel del circuito financiero internacional, del dinero procedente de las actividades criminales. El prohibicionismo de la droga ha creado la mafia internacional y ha hecho de ella una potencia económica capaz de influir en el desarrollo de economías nacionales y en los intercambios monetarios internacionales. El control de la oferta por parte de las organizaciones criminales ha introducido progresivamente modificaciones cada vez más evidentes en el cosumo de la droga. No podía haber evolucionado de otra manera debido a las características mismas de la mercancía-droga como así mismo a la lógica de intervención en este mercado de las organizaciones criminales.

Se puede afirmar que cuando el crimen organizado empezó a apoderarse de la oferta de droga ningún país contaba con una demanda tan alta como para justificar las elevadas inversiones de hombres y recursos económicos. El consumo de droga consistía en sustancias de bajo rendimiento económico como la marihuana, de síntesis, como el LSD, y afectaba a grupos juveniles muy limitados que creaban situaciones de conflictualidad social por razones ideológico-políticas no inherentes sino ajenas al consumo de droga. Las organizaciones criminales no podían contentarse con satisfacer una demanda tan "pobre" y limitada, sobre todo en una situación de absoluto monopolio del mercado. Además de incentivar la demanda de drogas blandas han diferenciado la oferta intrroduciendo ingentes cantidades de heroína en el mercado, que hasta ese momento había circulado en cantidades reducidas y a través de canales de suministro individual o de pequeños grupos de consumidores. Una droga que probablemente hubiese seguido circulando en peque

ña cantidad en el seno de pequeños grupos aislados entre ellos, se ha puesto a disposición de todo el mundo y en cantidades considerables sobre todo en las metrópolis o en los grandes centros urbanos, con una auténtica operación comercial de estilo. Precisamente porque aún no existía una masa consistente de consumidores habituales, las organizaciones criminales se han visto obligadas a recurrir a campañas de promoción que preveían la distribución gratuita del producto y el asesoramiento para usarla eficazmente.

El consumo de heroína no se hubiese podido difundir tan rápidamente si las organizaciones criminales no hubiesen organizado la comercialización del producto explotando cínicamente su característica principal - la de hacer de ella una mercancía privilegiada para una inversión a largo plazo, es decir, la capacidad de crear una dependencia a menudo total en los sujetos consumidores: los tóxicodependientes.

El tóxicodependiente es una nueva criatura, creada por la criminalidad organizada y calculada fríamente con conocimiento de causa y no creada por la heroína. Mucho antes de la comercialización, se le confía al tóxicodependiente la tarea de proselitismo y ampliación de la base de consumidores. Antes o después, gran número de consumidores no pueden evitar convertirse en traficantes para procurarse la droga que necesitan o que creen necesitar. Para las organizaciones criminales es una solución optimal al problema de la distribución capilar y, paralelamente, al de la continua incentivación al consumo. Ni tan siquiera necesitan crear una organización demasiado numerosa que enseguida destacaría sino que, de esta manera, descargan en los tóxicodependientes-traficantes casi todos los riesgos del tráfico. El 95% de los arrestos que se producen en Italia corresponden a a los traficantes-tóxicodependientes que, por lo general, no forman parte de las organizaciones criminales.

Mientras algunos consumidores de droga se ven obligados a convertirse en traficantes, los demás, o al menos la mayoría, se ven obligados a procurarse el dinero para comprar la droga, a convertirse en delincuentes o a prostituirse. Tal vez, el efecto más devastador del prohibicionismo, por lo menos desde el punto de vista de la recaída personal, es la transformación del consumidor de droga en delincuente, cuando no en criminal.

La experiencia d la droga, por razones que tienen que ver sólo con las condiciones de ilegalidad del abastecimiento, se transforma, para la mayor parte de los individuos, en un recorrido obligatorio hacia una elección de vida desviada y a menudo criminal.

En una situación de este tipo, muchas declaraciones sobre la recuperación de los tóxicodependientes corren el riesgo de parecer retóricas porque, en muchos casos, el auténtico problema es el de la imposible recuperación del criminal, sobre todo cuando ya ha sido sancionado por la sociedad y la cárcel. Recuperación imposible no por razones subjetivas, sino por razones objetivas que la condena penal determina.

La reintegración de dichos individuos no se podrá efectuar nunca totalmente incluso allá en donde el delito haya sido despenalizado.

Lo dicho concierne a los resultados perversos que el prohibicionismo de la droga genera en los individuos sólo con respecto al mercado de la heroína.

Pero la entrega de todo el mercado de la droga a las organizaciones criminales tiene como consecuencia inmediata y directa una ampliación potencial del área de consumo que prácticamente no tiene límites.

Tras haber agredido con la heroína la zona del consumo juvenil, las organizaciones criminales, en el momento en el que el mercado registraba señales de ceder y abandonar los intereses, han diferenciado la oferta aún más todavía, introduciendo en el mercado mundial cantidades cada vez más ingentes de cocaína. Incluso en este caso una droga, cuyo consumo durante muchos decenios se ha limitado, por razones de coste y de suministro, a porcentajes de población limitados se transforma en un producto de masa por la criminalidad organizada.

La comercialización en grandes cantidades y en todo el mercado de la cocaína es el ejemplo más claro de las consecuencias que produce el prohibicionismo y de la consiguiente gestión monopolista del mercado de la droga por parte de las organizaciones criminales. Con la introducción en el mercado de la cocaína, la mafia internacional lleva a cabo una expansión enorme del consumo potencial de droga, ya que la cocaína, por sus características, no va dirigida sólo a un usuario concreto - como la heroína para el usuario joven - sino a todo tipo de individuos tanto jóvenes como adultos.

La difusión de la cocaína está facilitada por dos factores como mímimo: un bajo nivel de alarma social - y, al principio, mucha incertidumbre - hacia una droga envuelta de una literatura básicamente favorable y que en cualquier caso no la demoniza sobre todo por la ausencia de dependencia psicológica; la naturaleza de los efectos causados por la ingerencia de cocaína estimulan algunas formas de productividad y, de todas maneras no marginan al individuo del mundo de las relaciones sociales.

Además, con la cocaína, las organizaciones criminales dan una respuesta preconcebida a necesidades cada vez más difundidas de estimulación de las capacidades sensitivas, perceptivas y reactivas, como igualmente a exigencias de incremento de la imaginación y de la productividad. Al margen del hecho de que dichos efectos atribuidos al consumo de cocaína sean más o menos reales, el dato importante es que las organizaciones criminales pueden organizarse el mercado tal y como se les antoje, modificando y diferenciando la oferta a partir de las exigencias y de las necesidades que maduran en los distintos segmentos de la sociedad y también favoreciendo la difusión masiva del consumo de droga limitados a pequeños grupos, incluso marginales. Las organizaciones criminales dirigen el mercado de las drogas según un modelo muy parecido al de las multinacionales de la moda juvenil que proponen a escala mundial formas de vestir y prendas cuyo uso se socializa desgraciadamente en grupos más o menos vastos de jóvenes en un p

aís.

Además de estas operaciones de ampliación del mercado ya existente y de apertura de nuevos mercados, las organizaciones criminales no se limitan a dirigir la demanda de las drogas, sino que la fomentan y la fuerzan con una organización capilar de la distribución que se apoya en la actividad del tóxicodependiente-traficante para la heroína y del consumidor-traficante para la cocaína.

La difusión del consumo de sustancias estupefacientes, en las dimensiones que ha alcanzado en la actualidad en muchos países, y en particular en Italia, no puede seguirse achacando tal y como se hace al malestar individual y/o social, sino que se debe a las organizaciones criminales y a la legislación prohibicionista que apoya su existencia.

Es erróneo plantear el problema de la legalización tal y como se suele hacer, temiendo el peligro de una explosión de la demanda de droga. En la actualidad, la demanda de droga está drogada y alimentada por las modalidades de distribución y proselitismo creadas por las organizaciones criminales. La difusión del consumo está estrechamente vinculada a la continua ampliación del mercado desde el punto de vista territorial que el modelo organizativo presupone y estimula: los nuevos traficantes deben buscar espacios no cubiertos por otros y quien quiera procurarse dinero rápidamente sabe que puede hacerlo traficando droga. En la región de Campania y en el Mediodía italiano, este modelo organizativo está conduciendo a una ampliación del mercado y a una penetración de la droga hasta en los más pequeños y recónditos pueblos del interior. Todas las investigaciones que hemos realizado demuestran que incluso en aquellos contextos sociales y territoriales en donde toda forma de consumo de droga era inexistente, en el mo

mento en el que se abre un nuevo "punto de venta" - casi siempre en la persona de un tóxicodependiente-traficante, pero también por parte de personas y núcleos familiares no consumidores - inicia un proceso desenfrenado de difusión por contacto del consumo. Cuando dicho "punto de venta" se cierra - incluso independientemente de una acción policial - el consumo, en dicho contexto, decrece rápidamente para resurgir apenas el tráfico se reanuda.

Es la disponibilidad de la oferta que junto a las intervenciones para crear y estimular la demanda que realizan las organizaciones criminales produce una difusión del consumo de sustancias estupefacientes. Dichas intervenciones de apoyo a la difusión de la droga realizadas a través del trabajo de los tóxicodependientes-traficantes y de los consumidores-traficantes, son mucho más sofisticadas de lo que se suele creer. En Campania al igual que en otras regiones de Italia, las organizaciones criminales han invertido el dinero obtenido del tráfico de droga en discotecas, algunas de ellas enormes, night-clubs, y otros lugares de agregación juvenil para crear las condiciones más favorables para la difusión del consumo de droga, y al mismo tiempo, llevar a cabo inversiones económicas. En muchos casos, la apertura de una discoteca es la señal de la consolidación en el territorio del consumo de drogas y el paso a una dirección "industrial" de su tráfico.

Los ejemplos concretos son muchos como para señalarlos. Todos demuestran que los factores individuales y sociales no son los responsables de la difusión del consumo de droga, sino las operaciones de comercialización de las drogas pensadas, organizadas y realizadas por las organizaciones criminales que actuan en el territorio, a su vez conectadas, más o menos directamente, con la mafia internacional de la droga bajo el escudo del proteccionismo. Es el prohibicionismo el que otorga a las organizaciones criminales tanto el monopolio como el control y la dirección de las dinámicas expansivas del mercado de la droga en el mundo.

 
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