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Roelandt Micheline - 1 febbraio 1989
Toxicodependencia: Presenta la ilegalidad ventajas clínicas o epidemiológicas ?
Micheline ROELANDT

BELGICA - Responsable del centro de crisis del instituto de psiquiatría del hospital Brugmann, Bruselas, de 1970 a 1987. Miembro de distintas organizaciones científicas y terapéuticas, se ocupa de toxicomanía. Actualmente es la responsable en Bélgica de la revista "Psychotrope".

SUMARIO: En lo esencial, la dimensión que ha adquirido el fenómeno de la toxicomanía no es el grado de disponibilidad de un cierto número de productos psicotropos, sino el impacto de condiciones socio-económicas que afectan a individuos particularmente frágiles.

("LOS COSTES DEL PROHIBICIONISMO DE LAS DROGAS" - ACTAS DEL COLLOQUIO INTERNACIONAL SOBRE EL ANTIPROHIBICIONISMO -Bruselas 28 septiembre - 1 de octubre 1988 - Ed. Partido Radical)

Aunque es evidente que la mayor parte de los belgas han consumido alcohol al menos una vez en su vida, aunque es innegable que un buen número de belgas son consumidores habituales, es cierto que sólo una pequeña parte de la población es »alcohólica . Nos hallamos ante un consumo problemático, sea cual fuere su causa.

Podemos extender dichas afirmaciones a otros muchos ejemplos: la hoja de coca, que los campesinos bolivianos consumen frecuentemente sin problemas y que sólo en contadas ocasiones crea dependencia incontrolable; la evidente facilidad de la gran mayoría de los individuos sometidos a operaciones para librarse de los estupefacientes que les han sido suministrados a lo largo del post-operatorio; la reciente experiencia de los G.I. a su regreso de Vietnam, de los cuales son pocos los que han encontrado o encuentran dificultad en librarse de la dependencia de la heroína, droga que solían consumir en grandes cantidades.

Estas breves premisas nos conducen a considerar la existencia de factores personales para explicar la toxicomanía.

Y cuando hablamos de factores personales, aludimos exclusivamente a la existencia de factores de personalidad, por lo menos en principio.

Sea cual fuere la teoría defendida, o que parezca poder aplicarse en uno u otro caso, son necesarias algunas características personales para que, partiendo de un consumo fortuito o habitual de un producto cualquiera, potencialmente generador de dependencia, se verifique dicha dependencia.

Incluso en esos casos, no estamos diciendo en absoluto que todo individuo que responda a las siguientes características caiga indefectiblemente en las garras de la toxicomanía en un momento determinado de su vida. Ello significaría prescindir de otros factores, básicamente sociales, que intervienen en la aparición de la toxicomanía. Significaría, así mismo, excluir la capacidad de un individuo de utilizar otros instrumentos de defensa ante núcleos problemáticos y, más concretamente, de crear »formaciones reaccionales , lo cual conduce inevitablemente a pretender que entre el abstinente, el militante de la abstinencia y el toxicómano, las diferencias son mínimas.

Digamos que, a grandes rasgos, la mayor parte de los autores y de los médicos consideran que el problema del narcisismo predispone a la toxicomanía.

Tanto si se trata de la insoportable »carencia lacaniana, de la capichola narcisita angolsajona o de la hipótesis del espejo roto de Ollivenstein no faltan nunca las intolerables hendiduras o heridas narcisitas que un individuo, un día, intentará fortuitamente llenar, tapar con un producto. La ansiolisis y la correspondiente sensación de bienestar que seguirán le empujarán a continuar dicha auto-medicación.

Notamos en tal caso que a pesar de la contradicción que parece existir entre las teorías psicoanalíticas y las aproximaciones como las de Andrew Weil, que explica la toxicomanía a través de la incapacidad psicológica ( exceso de angustia?) de algunos para acceder expontáneamente a estados alterados de conciencia, o de Georges Greaves, que evidencia la incapacidad del goce sensorial en los toxicómanos, una contradición semejante es sólo aparente. Las capicholas narcisitas conducen efectivamente a estados de necesidad que no se pueden aplacar y que conducen a encerrarse por angustia.

Volviendo al tema, parece necesaria una cierta estructura de personalidad - para simplificar, la llamaremos de ahora en adelante »capichola narcisista - para que pueda desarrollarse la toxicomanía. Los demás, que no se encuentran en una situación en la que la ansiolisis o el estado de bienestar se alcance sólamente ingeriendo un producto, utilizarán este último de forma esporádica, teniendo en cuenta los aspectos negativos de un uso excesivo y los peligros de la dependencia, en la medida en que su angustia les permita no prescindir de preocupaciones semejantes.

Partiendo de dichas constataciones, precisemos que para afrontar la cuestión de la toxicomanía en todo el mundo, sería necesario »resolver el conjunto de problemas psicológicos de las personalidades a riesgo o simplemente »prevenir las capicholas narcisistas de cada individuo. Lamentablemente, no se trata de una propuesta demasiado realista.

Una segunda vía es la de la abolición sin más del conjunto de productos generadores de sensaciones de bienestar que fomenten la toxicomanía.

Esta tampoco es muy realista, ya que por una parte, dichos productos prestan servicios incomparables en otros campos determinados (los antálgicos, por ejemplo), y por otra, estas sustancias psicotrópicas pueden ser extraidas de una infinidad de sustancias utilitarias, para muestra un botón: la gasolina, que en Africa esnifan con entusiasmo.

Si una visión realista de la cuestión postula que el desarraigo de personalidad del conjunto de la población predispone a la toxicomanía no es más que una ilusión, y que la desaparición de la faz de la tierra de todas las sustancias psicotrópicas es francamente impensable, nos hallamos ante la necesidad de idear otra alternativa, sin olvidar que existirá siempre un cierto número de toxicómanos en el mundo.

Ante el problema de qué hacer para que el número sea lo menor posible, y sobre todo para que los daños individuales y sociales de dichas toxicomanías se reduzcan al mínimo, la sociedad actual responde con la represión. Reducir la accesibilidad de los productos es un engaño, ya que lo único que se consigue es disminuir la accesibilidad de ciertos productos en beneficio de otros. Y la ventaja de este método no ha sido demostrada nunca.

Además, reduciendo la accesibilidad de determinados productos - lo que no influye en absoluto en el número de toxicodependientes - es peor el remedio que la enfermedad.

En un primer momento, para un sector de la población a riesgo, dichos productos adquieren mayor atractivo, más valor debido a lo difícil que resulta obtenerlos. Por lo menos, el consumo de productos ilegales despierta el narcisismo herido pues ello permite el acceso a un status de excepción.

De por sí, todo eso no sería realmente problemático si no fuese porque la prohibición de un producto impide que se lleve a cabo un control de la calidad aumentando considerablemente el coste para el consumidor.

Ya que el uso excesivo es relativamente independiente del precio y de la calidad, ambas características no hacen más que empeorar la situación del toxicodependiente, físicamente a causa de las consecuencias nefastas causadas por la ingerencia de impurezas y psicológicamente por las consecuencias directas e indirectas de los problemas financieros generados por la dependencia.

En el »mejor de los casos, la total eliminación momentánea, mediante la represión de un producto en el mercado, provoca la dependencia de los toxicómanos de un producto legal y a menudo provoca daños graves por ser este último »culturalmente menos conocido. El heroinómano en crisis de abstinencia de heroína en repetidas ocasiones muere de sobredosis de alcohol potenciado con uno u otro sedante ingerido en cantidades incontroladas pues no está acostumbrado a dosificarlas.

Marginado, a menudo criminalizado, el tóxicodependiente de drogas ilegales a la larga lo único que logra es ampliar sus capicholas narcisistas y la angustia que han generado su toxicomanía.

Así pues, de todo ello se desprende que la ilegalidad de la droga no presenta ninguna ventaja para el dependiente, ni tampoco disminuye el número de toxicómanos en el mundo, ya que éstos son consecuencia de otros factores. Por el contrario, constatamos cómo la ilegalidad de algunos productos no ofrece más que inconvenientes para aquellos que los utilizan como »atenuantes .

El problema que nos júhemos de plantear en esta fase es saber si la legalización del conjunto de productos condicionaría de forma dramática a los »individuos a riesgo en la elección de su toxicomanía; otro problema sería el verificar si dicha influencia eventual tendría consecuencias nefastas.

El único instrumento para dar respuesta a este tipo de interrogantes es la reflexión, en el buen sentido de la palabra. La utilización privilegiada de un producto en vez de otro, cuando todos ellos son disponibles, más que a su disponibilidad, parece estar conectado con el bagaje cultural, salvo raras excepciones individuales, en particular las resultantes de la búsqueda precisa de un efecto en vez de otro.

La reciente experiencia de las despenalización del consumo de hachís en Amsterdam es un ejemplo; un segundo ejemplo lo constituye la diversidad de consumo de los distintos productos en la India, según si se es hindú, cristiano o musulmán. Y podríamos multiplicar dichos ejemplos, dado que la evolución en la elección de un producto, a menudo, no es más que el tributo a su simbolismo social como señal de promoción, como el uso del alcohol en algunos países del Magreb y en la India.

Tal y como indicamos a continuación, problemáticas individuales harán que el individuo se decante hacia un producto u otro, si son todos legales y sin plantearse el problema excepto en el caso en que la dependencia del producto concreto sea acentuada.

Y es precisamente con motivo de la existencia de dichas elecciones individuales, en función del efecto deseado, que en el periodo en el que las prescripciones de estupefacientes estaban menos controladas, algunos miembros del cuerpo médico se convirtieron en dependientes de anfetaminas, otros de morfina, cuando en Europa, el alcohol es el psicótropo culturalmente admitido. Ello no ha sido óbice para que otros médicos se convirtiesen abiertamente en alcohólicos.

La experiencia de los anfetaminómanos y de los morfinómanos »médicos nos muestra como sus toxicomanías no son más destructivas que las de sus colegas alcohólicos.

El consumo de heroína, por parte de los consumidores y de los tóxicodependientes, en los países productores, tiende a demostrar que ésta no es más mortal que el alcoholismo en Francia.

Así pues, no es el peligro intrínseco de la heroína el azote de Occidente, sino su ilegalidad.

Si resumimos el conjunto de nuestras consideraciones constatamos que:

1.- un cierto tipo de personalidad estará pre-condicionada en el desarrollo de una toxicomanía;

2.- no confiamos mucho en obtener un efecto directo en el número de personas pre-condicionadas en el mundo;

3. - no confiamos en absoluto en poder eliminar el conjunto de los psicótropos que crean dependencia;

4.- la ilegalidad de ciertos productos no provoca más que efectos negativos al que depende de ellos;

5.- la »elección del producto de consumo es cultural, mientras la elección del producto de la toxicomanía, a pesar de estar predeterminada culturalmente, responde también a necesidades individuales;

6.- un producto comparado con otro no resulta »intrínsecamente más peligroso, considerando los límites en el conocimiento de dichos efectos.

Llegamos a la conclusión de que si la legalización del conjunto de los psicótropos aumenta la cantidad de consumidores de productos recientemente legalizados (lo cual no debería crear problemas), ésta comportará simplemente un relativo aumento del número de toxicómanos dependientes de dichos productos, sin plantear necesariamente un aumento del número total de tóxicodependientes.

Dado que, en condiciones legales, toxicomanías de uno o del otro psicótropo sirven para lo mismo (sin hablar del tabaco), las consecuencias pueden ser benéficas tanto individual como socialmente. Rebato una de las hipótesis más difundidas al respecto en la que se afirma que el aumento de la oferta agrava la toxicomanía existente en el mundo (occidental).

Nadie puede negar que en una cultura determinada si el »Martini constituye objeto de la oferta y de la publicidad, un número cada vez mayor de personas beberán Maertini y lo preferirán al Saint Raphael, hasta la moda siguiente que exaltará el Bitter o el Oporto.

Llegar a la conclusión de que a causa del Martini se ha convertido en tóxicodependiente de Martini un número de personas mayor del que corría el riesgo de depender del Saint Raphael, demuestra deshonestidad intelectual.

Sin embargo, lo que si es probable es que en una sociedad en la que el estrés aumenta en todos los sentidos correspondientes a la realización del individuo, un número creciente de éstos »abren hendiduras narcisistas convirtiéndolas en capicholas, y en dichas condiciones es lógico que el número de toxicómanos aumente.

Para todos aquellos que tenían sus buenas razones para negar la influencia del aspecto económico y social en la extensión del fenómeno toxicomaníaco, será más fácil echarle las culpas al Martini en vez de echárselas a las condiciones sociales y económicas. Si a dicha incriminación se procede a la prohibición del Martini, existirán cada vez más razones para incriminarlo, pero no por ello pasará a ser más nocivo.

El aumento del alcoholismo en la bahía de Charleroi, región duramente afectada por la crisis económica, no está vinculada al aumento de la oferta de cerveza. Si se introdujese la heroína, es posible que se hiciesen dependientes de dicho producto un número de personas superior al resto de Bélgica. Dicha dependencia, no la causaría la oferta del producto, y si éste fuese legal, cabría esperar que a la larga no provocaría más daños que el alcohol. Si por el contrario es ilegal, no cabe la menor duda de que provocará otro tipo de problemas que lo convertirán en azote mucho más importante que el alcohol, y que la complejidad de los problemas creados por estos heroinómanos a los médicos correrán el riesgo de condicionarles hasta tal punto que deseen incriminar la heroína.

Desde luego, no podemos discutir el argumento de que si podemos mantener la bahía de Charleroi cerrada a la heroína ilegal, excluyendo totalmente la oferta, nos encontraremos ante una situación de »alcoholismo exclusivamente, y por ende menos compleja por tratarse de una realidad más conocida.

Pero ya que dicha eventualidad no se puede realizar a golpe seguro, por razones de »otro orden económico, esta idea es tan poco realista como la de prevenir todas las capicholas narcisistas.

Para concluir esta breve exposición a favor de las ventajas de la legalización de las drogas y reacia a creer que el impacto de su disponibilidad puede aumentar el fenómeno de la toxicomanía, ya que dicho fenómeno causa estragos en algunos individuos más frágiles con condiciones sociales y económicas desastrosas, es necesario, por precaución no retórica sino real, colocar dicha legalización en un contexto de educación sanitaria.

Si la población belga en su conjunto ha aprendido, tras generaciones, a administrarse las dosis de alcohol (lo cual no excluye el alcoholismo en algunos), para las medicinas psicotrópicas y las drogas ilegales la cuestión es otra.

La legalización de los psicótropos implica que todos y cada uno de nosotros aprendamos a conocer los efectos, las ventajas, los límites y los riesgos.

En la medida en la que las experiencias nos muestran que serán necesarias generaciones y generaciones para que un pueblo aprenda a administrarse un producto (subrayando nuevamente que, sea cual sea la calidad de la dosificación cultural, ésta depende de factores individuales a su vez tributarios del socio-económico), serán necesarias generaciones de »limitaciones controlantes para que dicha dosificación se pueda aprender.

Sólo en condiciones de legalidad controlada puede realizarse una educación sanitaria con algunas posibilidades de que salga bien. No se ha aprendido en una generación a digerir los peligros de los barbitúricos y los límites de sus aplicaciones positivas? El »barbitúrico calndestino no hubiera podido constituir nunca el objeto de una educación sanitaria convincente.

 
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