Thomas S. SZASZUSA. Profesor de psiquiatría de la Universidad estatal de Nueva York, conocido en todo el mundo como uno de los padres fundadores de la antipsiquiatría. Entre sus libros más conocidos figuran "El mito de la enfermedad mental" (1971), "Los manipuladores de la locura" (1972), "La deshumanización del hombre" (1974) y "El mito de la droga" (1974). Actualmente colabora en acreditados periódicos y revistas internacionales.
SUMARIO:Las razones invocadas por el Estado para declarar la guerra a las drogas y a sus usuarios no constituyen mas que pretextos bajo los cuales se disimulan actitudes muy oportunistas donde los beneficiarios son los políticos y la sociedad la víctima.
("LOS COSTES DEL PROHIBICIONISMO DE LAS DROGAS" - ACTAS DEL COLLOQUIO INTERNACIONAL SOBRE EL ANTIPROHIBICIONISMO -Bruselas 28 septiembre - 1 de octubre 1988 - Ed. Partido Radical)
"Si el gobierno prescribiese las medicinas y las dietas, nuestro cuerpo sería como nuestro alma. Así en Francia, en cierta ocasión se prohibió el emético como medicina y la patata como género alimentício"
Thomas Jefferson (1782) (1)
I
Aparentemente, la guerra contra la droga es una lucha contra las drogas "peligrosas". Sin embargo, las sustancias definidas "drogas" son simplemente productos de la naturaleza (por ejemplo las hojas de cocaína) o de la invención del hombre (por ejemplo el Valium). Se trata de objetos materiales: hojas, líquidos, polvos y píldoras. Cómo puede el hombre combatir las drogas? Se necesitaría estar ciego para no comprender que la guerra contra la droga debe ser una guerra metafórica. Al igual que todas las guerras, la guerra contra la droga es una agresión cometida por algunos hombres a otros hombres. Lamentablemente, la destrucción que aportan dichas guerras queda eclipsada por el rechazo del hombre moderno de conocer la droga y del interés de ciertos políticos por aprovechar la situación. Además, la palabra "droga" forma parte del vocabulario científico y, actualmente, ha sido incluida en el político. Ello explica porqué no puede ser una droga "neutral". La droga puede ser buena o mala, eficaz o ineficaz, terap
éutica o nociva, legal o ilegal. He ahí porqué utilizamos paralelamente las drogas como medios técnicos para combatir las enfermedades y como chivos expiatorios en la lucha por la seguridad personal y para mantener la estabilidad política.
La historia es maestra de vida, nos enseña que los seres humanos necesitan formar grupos y que la victimización a través del sacrificio de los chivos expiatorios es a menudo un elemento indispensable para mantener la cohesión social entre los miembros de dichos grupos. Percibida como la encarnación del mal, la verdadera naturaleza del chivo expiatorio no es fácilmente explicable con el análisis racional. Dado que el chivo expiatorio representa el mal, el deber del buen ciudadano no consiste en comprenderlo sino en odiarlo y eliminarlo de la comunidad. Los intentos de analizar y comprender esta purificación ritual de la sociedad a través de los chivos expiatorios se codifican como infidelidad o ataque a la "mayoría compacta" y a sus intereses.
Considero que la "guerra contra la droga" (americana) representa una nueva variante de la antigua pasión de la humanidad por "purificarse" a sí misma de las "impurezas", simulando dramas de persecución de los chivos expiatorios. (2) Antiguamente, se dieron guerras religiosas contra pueblos que profesaban una fe equivocada; en tiempos más recientes, asistimos a guerras raciales y eugenéticas contra pueblos con una composición genética equivocada. Actualmente, asistimos a una guerra terapéutica y médica contra las personas que utilizan drogas equivocadas.
No olvidemos que el Estado moderno es un aparato político que posee el monopolio de la guerra: elige a los enemigos, les declara la guerra y obtiene beneficios de la empresa. Al decir ésto, estoy repitiendo la clásica observación de Randolph Bourne, es decir que "la guerra es la salud del Estado". La sociedad pone automáticamente en movimiento aquellos deseos irresistibles de uniformidad y de colaboración efectiva con el Gobierno para obligar a los grupos menores y a los individuos a los que les falta el sentido de comunidad a que obedezcan". (3)
Además, no hay que olvidar que hace sólo cincuenta años Hitler incitaba al pueblo alemán contra los judíos ("explicando" los distintos modos en los que éstos eran "peligrosos" para los alemanes y para Alemania). Millones de alemanes, entre los cuales numerosas personalidades en el campo científico, médico, legal y de las comunicaciones creían en la "peligrosidad de los judíos". Amaban la imagen de ese mito racial, se sentían regocijados por la mayor elevada idea de sí mismos y por la solidaridad que les procuraba; les excitaba sobremanera la perspectiva de "purificar" la nación de las "impurezas raciales". Actualmente, en Alemania, nadie sigue creyendo en el mito del "judío peligroso". Este cambio no depende en absoluto de las investigaciones científicas sobre el problema del "judío peligroso".
Mutatis mutandis, todos los presidentes americanos a partir de John F. Kennedy y los numerosos políticos americanos han incitado al pueblo americano - y a muchos otros pueblos - contra las "drogas peligrosas", explicando los distintos motivos por los que amenazan a los americanos en cuanto individuos y a los Estados Unidos como nación. Millones de americanos, entre los que figuran importantes científicos, médicos y abogados, creen en la tesis de las "drogas peligrosas": adoran la imagen de este mito farmacológico y se sienten atraídos por la perspectiva de limpiar la nación de las drogas ilegales. Resumiendo, nos encontramos en medio de una guerra "terapéutica" contra las "drogas", las personas que las venden y aquellas que las compran (4).
II
Es un grave error considerar los actuales controles de la droga como los consideran muchas personas o como nos los quieren hacer ver aquellos que nos los porponen, es decir, como si fueran semejantes a las medidas que se adoptan para evitar la difusión de la fiebre causada por el agua o por comidas contaminantes. En vez de ser controles basados en consideraciones objetivas (técnicas, científicas), los actuales controles de las drogas son como las prohibiciones de sustancias cuyo control se basa en consideraciones religiosas o políticas (rituales, sociales). En este contexto, no hemos de olvidar que casi todos los objetos o comportamientos han estado prohibidos alguna vez en lugares y en tiempos distintos, y los que creìan en su prohibiciòn no la consideraban como tal pues estaban plenamente convencidos de su validez y racionalidad. Acto seguido, enumeraré una breve e incompleta lista de dichas prohibiciones, con algunos comentarios al respecto.
Las leyes dietéticas, citadas en el Viejo Testamento, prohiben ingerir numerosos géneros alimentícios. Aunque actualmente dichas reglas se suelen justificar alegando motivos higiénicos, éstas no tienen nada que ver con la santidad, es decir con el respeto a Dios para obtener Sus favores. Glorificando lo que se puede y lo que no se puede comer por respeto a un Dios, los auténticos creyentes transforman los acontecimientos ordinarios - por ejemplo el comerse un cóctel de gambas - en hechos que, espiritualmente hablando, están relacionados con la vida y la muerte. Prescripciones por el estilo caracterizan a otras religiones, como por ejemplo, la Musulmana cuyos fieles no pueden comer cerdo, mientras que los indúes no comen carne de vaca. Algunas religiones prohiben y prescriben determinadas bebidas; las religiones cristiana y judía requieren el uso del alcohol mientras el Corán lo prohibe. Al igual que ha sucedido con la comida y la bebida, la actividad sexual es una necesidad humana cuya práctica ha sido estre
chamente controlada por la costumbre, la religión o la ley. Entre las formas de actividades sexuales que han estado o están tadavía prohibidas encontramos: la masturbación, la homosexualidad, las relaciones heterosexuales fuera del matrimonio, las relaciones heterosexuales usando preservativos, diafragmas u otros medios "artificiales" para el control de la natalidad, las relaciones heterosexuales no genitales, el incesto y la prostitución. Durante doscientos años aproximadamente - e incluso en el siglo XX - el abuso de sí mismo (tal y como se le llamaba a la masturbación) se consideraba la más grande amenaza para el hombre tanto desde el punto de vista médico como moral. La misma preocupación que circundaba al abuso de sí mismo se cierne sobre el problema del abuso de droga.
Las representaciones verbales y pictóricas de determinadas ideas o imágenes probablemente constituyen los productos primarios de la invención humana. Además, dicho comportamiento ahonda sus raíces en el ritual religioso, ejemplificado por la prohibición judía de la imágenes esculpidas, es decir de crear imágenes de Dios y por lo tanto del hombre hecho a Su imagen y semejanza. Es por ello que, antes de la edad moderna, no existían pintores ni escultores judíos. Tras el desarrollo de la literatura laica, la iglesia católica condenó inmediatamente la traducción de la Biblia en lenguas "vulgares". Por lo que, poseer una Biblia en inglés en el siglo XV estaba considerado una ofensa más grave que la actual posesión de heroína, con la diferencia de que el castigo consistía en morir quemado en la hoguera. Desde aquel entonces, se han ido sucediendo varios tipos de prohibiciones con respecto a las palabras escritas y a los cuadros, por ejemplo, la blasfemia, la herejía, la subversión, el amotinamiento, la obscenidad,
la pornografía, etc. Dichas prohibiciones se han puesto a la práctica a través de intervenciones institucionalizadas como el Indice Católico Romano de los Libros Prohibidos, las leyes Comstock (en Estados Unidos), la destrucción de los libros llevada a cabo por los nazis y las políticas de censura de los distintos países con regímenes totalitarios.
El dinero, tanto si se trata de metal precioso o de papel moneda, es un producto más de la invención humana que ha estado prohibido a lo largo de la historia. Aunque los Estados Unidos sean considerados el pilar del mundo capitalista occidental, hasta tiempos recientes la posesión de oro estaba prohibida. La posesión de este metal (bajo formas distintas a los ornamentos personales) está, obviamente, prohibido en los países comunistas, al igual que sucede con el flujo del papel moneda más allá de las fronteras nacionales. La prohibición de prestar dinero con intereses está arraigado en las religiones cristianas y musulmanas. Los intereses se consideraban un mal condenable; en otros tiempos, se prohibieron los intereses "excesivos" es decir la »usura . Los actuales índices de interés adeudados o pagados por los bancos americanos en el medievo hubieran sido considerados usura.
Aunque en la antigüedad el juego era muy difundido y estaba permitido, en el mundo cristiano se consideraba pecado y, por lo general, se prohibía. Administrado como empresa privada, en la actualidad, el juego sigue considerándose una ofensa delictiva en gran parte de los Estados Unidos. Sin embargo, si es el Estado el que lo organiza, el cual ofrece a los jugadores mucho menos que las instituciones de juego privadas, se considera una iniciativa virtuosa promovida por el gobierno.
Resumiendo, no existe ningún objeto material ni comportamiento humano que no sea considerado "peligroso" o "dañino" para con Dios, el rey, el interés público, la seguridad nacional, la salud física o mental y por lo tanto prohibido por las autoridades psiquiátricas, médicas, legales o religiosas. En todas las prohibiciones hay que enfrentarse con determinadas reglas ceremoniales-rituales racionalizadas o justificadas con bases científico-pragmáticas. Por lo general, se considera que dichas prohibiciones protejen la salud o el bienestar de individuos o grupos particularmente vulnerables. En realidad, las reglas que protejen el bienestar, es decir la integridad de la comunidad (y ello explica el significado de la función ceremonial de algunas reglas de comportamiento).
III
De qué manera las drogas constituyen un peligro para las personas tanto a nivel individual como colectivo, es decir para las naciones? Qué tienen de distinto las drogas combatidas oficialmente, sobre todo el opio (heroína, etc.), la cocaína y la marihuana, de las demás drogas? Si dichas drogas constituyen, en nuestros días, un grave peligro, por qué no han sido consideradas peligrosas para la humanidad durante miles de años? Si reflexionásemos sobre tales cuestiones comprenderíamos que las drogas aceptadas (sobre todo el alcohol, el tabaco y las drogas que alteran la mente, consideradas psicoterapéuticas), constituyen una amenaza mucho más grave y causan daños aún más demostrables que los que aportan las drogas prohibidas o llamadas "peligrosas".
Naturalmente, existen motivos económicos, históricos y religiosos muy complejos, que no voy a citar, que influyen la elección de las drogas. Pero, a pesar de dichos factores determinantes histórico-culturales y las propiedades farmacológicas de las "drogas peligrosas" en cuestión, la verdad es que nadie está obligado a ingerir, inhalar o inyectarse dichas sustancias si no quiere. Este hecho hace ver el "problema de la droga" desde un punto de vista muy distinto al oficial. La línea de pensamiento oficial consiste en el hecho de que las "drogas peligrosas" representan una amenaza exterior para las personas, es decir, una amenaza comparable a una catástrofe natural, como una erupción vulcánica o un huracán. De esta imágen se desprende que es tarea del Estado moderno proteger a sus ciudadanos de dichos peligros, mientras el deber del ciudadano consiste en someterse a la protección impuesta en aras del bien de la comunidad.
Sin embargo, las "drogas peligrosas" no representan una amenaza semejante. El peligro constituido por las llamadas drogas peligrosas es distinto del que representan los huracanes, ya que se parece más al peligro que, para algunas personas, representa la masturbación o el comer carne de cerdo. El problema radica en el hecho de que algunas amenazas (en particular los desastres naturales) nos colocan en la dimensión de "víctimas pasivas", mientras las demás amenazas, por ejemplo los actos sexuales, los alimentos prohibidos, nos convierten en "víctimas activas", es decir sólo si cedemos a la tentación. Por ello, un judío ortodoxo puede caer en la tentación e comerse un bocadillo de jamón, mientras que un católico puede caer en la tentación de usar métodos anticonceptivos artificiales. Sin embargo, ello no nos hace considerar la carne de cerdo o la anticoncepción artificial como "peligros" de los que el Estado nos deba proteger. Al contrario, consideramos que la libertad de acceder a dichas comidas y métodos es
un derecho inquebrantable.
Actualmente, sobre todo en los Estados Unidos, el llamado "problema e la droga" asume dimensiones distintas. En primer lugar, existe el problema suscitado por las propiedades farmacológicas de las drogas en cuestión. Dicho problema es de naturaleza técnica, todas las nuevas invenciones prácticas o científicas no sólo no nos ofrecen determinadas soluciones para viejos problemas sino que crean problemas nuevos. Las drogas no son una excepción. En segundo lugar, existe el problema que se le plantea al individuo por la tentación de usar determinadas drogas, especialmente las consideradas "portadoras" de placer. Este problema es de naturaleza moral y psicológica: algunas drogas nos ofrecen nuevas tentaciones, pero tenemos que aprender a contenernos o a gozarlas con moderación. En tercer lugar, existe el problema planteado por la prohibición de determinadas drogas. Este problema es, en parte, de naturaleza psicológica. La prohibición de la droga constituye una especie de chivo expiatorio, tal y como mencioné ante
riormente. Además, da origen a unevos problemas sociales, médicos y legales, relacionados con la intromisión autoritaria/prohibicionista en la vida privada de los ciudadanos.
Además de lo dicho anteriormente, las políticas del prohibicionismo de la droga dan origen a una vasta serie de oportunidades y de opciones existenciales y económicas, que de lo contrario no serían disponibles. Para los miembros de las clases media y alta, la guerra contra la droga proporciona las oportunidades para conquistar la autoestima, el reconocimiento público de la benevolencia, el significado de la vida, el trabajo y el dinero. Por ejemplo, mientras las mujeres de los presidentes americanos en la condición de realizar una combinación entre Papá Noel y el doctor Schweitzer con respecto a sus beneficiarios involuntarios los cuales, sin la compasión y la bondad de espíritu de estas señoras, aparentemente no son capaces de abstenerse del consumo de drogas ilegales. Además, permite a los médicos, especialmente a los psiquiatras, exigir experiencias especiales para los tratamientos de las míticas enfermedades derivadas del abuso de droga, petición que los políticos y demás ansían verificar. Estos ejemplos
son sólo la parte sobresaliente del tan cacareado iceberg: no es necesario enumerar los infinitos trabajos del chanchullo de la "rehabilitación de drogadictos" y los efectos que causa en la economía, pues nos los conocemos como la palma de la mano.
Para los miembros de las capas sociales bajas la guerra contra la droga es más útil todavía. Por ejemplo, a los jóvenes en paro o inútiles laborales, la guerra les ofrece la oportunidad de vivir trabajando como traficantes de droga y, tras la curación del "abuso de droga", convertirse en asistentes sobre el abuso de la droga. A las personas capacitadas para el trabajo y sin experiencia, ofrece infinitas posibilidades de apoderarse de la infraestructura del imperio del abuso de droga. Por último, a las personas de todos los niveles de la sociedad, la guerra contra la droga les ofrece la ocasión de dramatizar la vida agrandando su individualidad resistiendo a determinados tabúes médicos modernos.
Sin lugar a dudas, el papel del desprecio del llamado abuso de droga es bastante obvio. Es el claro resultado de varios rechazos de las subculturas contemporáneas de las drogas legales o convencionales y de la aceptación del uso de drogas ilegales y no convencionales. La perenne confrontación entre la autoridad y la autonomía, la tensión permanente entre el comportamiento basado en la sumisión a la coacción y la libertad elegida del curso de la vida de cada cual, representan argumentos de base de la moral y de la psicología del hombre en un escenario en el que los personajes están representados por la droga y por las leyes contra la droga.
IV
Los americanos consideran que la libertad de expresión y de religión son un derecho fundamental. Hasta 1914, consideraban también como derecho fundamental la elección de las dietas y de las drogas. En la actualidad, esta mentalidad ha cambiado. Qué se esconde tras la transformación política y moral que ha desembocado en el rechazo, por parte de la mayoría de los americanos, del derecho al autocontrol de la dieta y de la droga? Qué habría sucedido con las obvias confrontaciones entre la libertad de adquirir determinadas ideas y la restricción por parte del Estado a través de la censura de la prensa y la libertad de ingerir determinadas drogas y la restricción por parte del Estado a través del control de la droga?
La respuesta a las cuestiones indicadas radica en el hecho de que nuestra sociedad es terapéutica en el sentido en el que la sociedad española medieval era teocrática. De la misma manera en la que hombres y mujeres vivían en una sociedad teocrática y no creían en la separación entre Estado e iglesia, al contrario, apoyaban con fervor su unión, nosostros vivimos en una sociedad terapéutica y no creemos en la separación entre la medicina y el Estado, sino que apoyamos su unión. La censura de las drogas deriva de esta última ideología como la censura de los libros deriva inexorablemente de la primera. Ello explica porqué los liberales y los conservadores (y otras muchas personas en este centro imaginario) favorecen el control de las drogas. De hecho, en Estados Unidos, las personas pertenecientes a todos los credos religiosos y políticos, excepto los libertarios, están a favor del control de las drogas.
Desde un punto de vista político, las drogas, los libros y las prácticas religiosas presentan el mismo problema al pueblo y a sus gobernantes. El Estado que representa una clase particular o una ética dominante, puede elegir entre adoptar determinados libros, drogas y prácticas religiosas y rechazar los demás, porque los considere peligrosos, depravados, demenciales o diabólocos. A lo largo de la historia, dicha situación ha caracterizado a la mayor parte de las sociedades. O bien el Estado, en calidad de representante de una constitución que ritualiza la supremacía de una elección individual para el bienestar de la comunidad, puede garantizar el libre comercio de las drogas, de los libros y de las prácticas religiosas. Estados Unidos se ha caracterizado siempre por dicha situación, pero en la actualidad ha sufrido algunos cambios.
Irónicamente, en el llamado mundo occidental libre actual, la censura de las palabras y de las imágenes vivas se considera un anacronismo político y moral, rechazado por todos los políticos y por los intelectuales, mientras en el caso de la censura de las drogas sucede lo contrario. El argumento de que las personas necesitan la protección del Estado con respecto a las drogas peligrosas y no a las ideas peligrosas no es convincente. Nadie está obligado a tomar la droga contra su propia voluntad ni nadie está obligado a leer un libro o a mirar una imagen si no lo desea. Dado que es el Estado el que asume el control de la situación, no puede hacer más que subyugar a los ciudadanos, protegiéndoles de las tentaciones e impidiéndoles que autodeterminen sus vidas, bajo forma de beneficios a una población esclava. Cómo hemos conseguido instaurar una situación tan desagradable?
Actualmente, se considera que la tarea legítima del Estado consiste en controlar determinadas sustancias que ingerimos, especialmente las llamadas drogas psicoactivas. A partir de esta teoría, en aras del bien de la sociedad, el Estado, además de controlar a las personas peligrosas, debe controlar las drogas peligrosas. La carencia obvia de esta analogía se oscurece con el hecho de que se mezclan las nociones de drogas peligrosas y actos peligrosos. Consiguientemente, la gente sabe que las drogas peligrosas inducen a las personas a comportarse de manera peligrosa y que la tarea del Estado es proteger a sus ciudadanos de los narcóticos de la misma manera que les proteje de los ladrones y de los asesinos. El problema es que estas suposiciones son falsas.
Claramente, el hecho de que la heroína o la cocaína estén prohibidas porque generan dependencia o son peligrosas no puede justificarse con hechos concretos. Existen muchas drogas, desde la insulina a la penicilina, que no provocan dependencia pero están prohibidas. Se pueden obtener sólo presentando la receta del médico. Además, existen otras muchas cosas, desde el veneno hasta las armas, que son mucho más peligrosas que los narcóticos (especialmente para los demás), pero que no son prohibidas. En los Estados Unidos es posible entrar en una tienda con una pistola y salir sin más, mientras que no es posible salir con los barbitúricos o con una jeringuilla hipodérmica vacía. Actualmente no contamos con estas opciones porque valoramos el paternalismo médico más que el derecho de obtener y usar las drogas sin tener que recurrir a intemediarios médicos.
Por lo tanto, considero que el problema del abuso de droga forma parte de nuestra ética social actual que acepta las "protecciones" y las represiones justificadas por los llamamientos a la salud, parecidos a los que las sociedades medievales aceptaban poque se justificaban con los llamamientos a la fe. El abuso de droga (siempre y cuando lo hagamos con conocimiento) es una de las inevitables consecuencias del monopolio médico sobre las drogas, monopolio cuyo valor es reivindicado cotidianamente por ciencia y ley, Estado e iglesia, profesiones y laicado. Mientras que antiguamente la iglesia controlaba las relaciones del hombre con Dios, hoy la medicina controla las relaciones del hombre con su cuerpo. La desviación de las reglas instituidas por la iglesia se consideraba una herejía y se castigaba con las adecuadas sanciones teológicas; las desviaciones de las reglas instituidas por la medicina se denominan actualmente abuso de droga ( o una especie de "enfermedad mental") y por lo tanto, castigadas con las sa
nciones médicas adecuadas, denominadas tratamiento.
Sin lugar a dudas, las drogas influyen en el cuerpo y en la mente para bien y para mal. Por este motivo, necesitamos asociaciones voluntarias o privadas, o del gobierno (como sostienen algunos), que nos protejan de los peligros de la heroína, de la sal y de las dietas que engordan. Pero, nuestros protectores en potencia nos tienen que informar sobre lo que consideran sustancias peligrosas y como pretenden castigarnos si estamos de acuerdo o si respetamos sus reglas.
Según el dicho famoso de los Césares, el hombre necesita sólo dos cosas: panem et circenses, pan y circos. Y esto es válido todavía en la actualidad. Actualmente, las fábricas y la factorías nos proporcionan una abundancia de "pan" mientras que las drogas y el control de las drogas representan nuestros "circos". En otras palabras, la actual preocupación sobre el consumo y el abuso de drogas, junto a la persecución de las drogas (ilegales) de los drogadictos y de los traficantes, se considera un ritual secular que divierte, fascina, aterroriza y satisface a la gente, al igual que las luchas de los gladiatores fascinaban y satisfacían a los Romanos.
Por desgracia, la guerra contra la droga ha ofrecido y sigue ofreciendo al hombre moderno los que le parece desear ardientemente: la falsa compasión y la auténtica coacción; la pseudo-ciencia y el paternalismo real; enfermedades imaginarias y tratamientos metafóricos; políticas oportunistas y falsas hipocresías. Es triste constatar como una persona que conoce la historia, la farmacología, la lucha del hombre por la autodisciplina, la necesidad humana de rechazarla, la sustituya con la sumisión a una autoridad paternalista coarcitiva, ignorando la conclusión de que la guerra contra la droga no es más que otro capítulo de la historia natural de la estupidez humana. (5)
V
Considero que, tal y como sucede con la libertad de expresión y de religión, la automedicación debe ser considerada como uno de los derechos fundamentales y que en vez de oponerse o de difundir las drogas ilegales, parafraseando a Voltaire, deberíamos adoptar como regla la siguiente máxima: "Desapruebo lo que pretendéis, pero hasta la muerte defenderé vuestro derecho a tomarlo" (6).
Concluyendo, es importante subrayar el hecho de que la guerra contra la droga es la más larga, la guerra declarada formalmente, que se ha llevado a cabo en este siglo turbulento. Ya está durando más que la primera y la segunda guerra mundial y más que las guerras de Corea y de Vietnam, y no se divisa su fin. Dado que se trata de una guerra contra el deseo humano, no se puede vencer en ningún sentido significativo de este término. Por último, dado que sus principales beneficiarios son los políticos que la fomentan, tenemos que intentar encontrar políticos honestos y humanos que hagan comprender a la opinión pública que la paz es más importante que la guerra, aunque al "enemigo" se le llame estúpidamente "droga".
(1). T. Jefferson, "Notas sobre el Estado de Virginia" (1791), ed. A. Koch y W. Peden, Vida y Obras Escogidas de Thomas Jefferson (Nueva York, Biblioteca Moderna, 1944) p. 275.
(2) T. S. Szasz, El producto de la locura: Un estudio comparativo sobre la Inquisición y la salud mental (New York: Harper & Row, 1970), pp. 242-75.
(3) R. Bourne, La voluntad radical: escritos seleccionados, 1911-1918 (New York: Urizen Books, 1977), p. 360.
(4) Para un desarrollo sistemático de esta tesis, véase T.S. Szasz, Química ceremonial: La persecución ritual de las drogas, de los drogadictos y de los traficantes (Garden City, Nueva York: Doubleday, 1974).
(5) Véase, en general, C. Mackay, Desilusiones populares y Demencia de las locuras (1841) (Nueva York: Noonday Press, 1962).
(6) "Desapruebo lo que pretendéis, pero hasta la muerte defenderé vuestro derecho a tomarlo" . En realidad, esta frase atribuida a Voltaire, no resulta verbatim en las obras de Voltaire. Véase C. Morley, ed. Barlett's Familiar Quotations (Boston: Little, Brown, 1951), p. 1168.