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Alexander K. Bruce - 1 febbraio 1989
Alternativas a la guerra contra la droga
Bruce K. ALEXANDER

CANADA - Profesor de psicología de la Simon Fraser University, Burnaby, British Columbia. Especializado en las investigaciones sobre la toxicodependencia y miembro del Concerned Citizens Drug Study and Education Society de Vancouver, una asociación de ciudadanos que actúa contra la marginación social, la restricción de las garantías legales y la brutalidad de la represión policial de la que es víctima el toxicodependiente. Es un activo animador de la Drug Policy Foundation de Washington y forma parte de su consejo consultivo. Ha escrito recientemente un libro sobre las alternativas al prohibicionismo titulado "Medidas pacíficas - alternativas canadienses a la guerra contra la droga".

SUMARIO: El "problema de la droga" tiene su origen en los profundos problemas de la sociedad y no se puede resolver con soluciones beligerantes. El autor propone reglamentaciones locales en lugar de rígidas prohibiciones estatales, la difusión de una información honesta y completa en vez de una propaganda sensacionalista y modificaciones de la vida en sociedad en vez del tratamiento forzoso de los erróneamente llamados "enfermos".

("LOS COSTES DEL PROHIBICIONISMO DE LAS DROGAS" - ACTAS DEL COLLOQUIO INTERNACIONAL SOBRE EL ANTIPROHIBICIONISMO -Bruselas 28 septiembre - 1 de octubre 1988 - Ed. Partido Radical)

En Canadá y en Estados Unidos la reglamentación del alcohol ha atravesado tres etapas. En una primera fase, que duró desde los primeros asentamientos europeos hasta el 1840 aproximadamente, el alcohol estaba considerado como un producto útil y eran la conciencia individual y las costumbres locales las que regulaban el consumo. En la segunda fase, que va desde el 1840 aproximadamente, el alcohol se convierte en el "diabólico aguardiente", y se le atribuye el origen de gran parte de los problemas sociales del siglo XIX. Esta fase culmina en la prohibición nacional violenta del alcohol en ambos países que se produce en la época de la Primera Guerra Mundial. La tercera fase inicia con el fracaso y la abolición del prohibicionismo y continúa hasta nuestros días.

Este tercer periodo no es un simple retorno a la primera fase. Al contrario, las elecciones individuales y las costumbres locales actualmente se hallan sometidas a normativas severas sobre la venta de licor apoyadas por el control federal del sistema de elaboración y distribución que se extiende más allá del nivel local. La tercera fase no es una utopía, sus beneficios son considerables con respecto a las otras dos: la gente bebe pero los excesos y la violencia se reducen al mínimo.

La reglamentación de otras drogas psicoactivas parece que está yendo por el mismo camino en Norteamérica y tal vez en Europa. Actualmente, estamos viviendo el apogeo violento de la segunda fase, el prohibicionismo. La fase que estamos atravesando se caracteriza por tres elementos: severas leyes prohibicionistas, una propaganda incesante (a menudo definida "educación antidroga") que legitimiza estas leyes y las imposiciones ejercidas sobre los consumidores de droga para que se sometan a tratamiento profesional de desintoxicación. Estos tres elementos han alcanzado tales extremos de violencia y de irracionalidad que la tan cacareada "Guerra contra la droga" se ha convertido en algo incluso excesivamente concreto.

Leyes, propaganda y tratamientos de desintoxicación han fracasado. Todos. No voy a examinar las pruebas de este fracaso, puesto que este tipo de trabajo ya ha sido realizado por estudiosos acreditados, muchos de los cuales están presentes en esta conferencia.

En Norteamérica, el debate público sobre la política de la droga parece haberse anquilosado en el fútil argumento sobre si se debe o no reducir el sistema de represión penal a favor de "educación antidroga" y de tratamientos de desintoxicación. Pero, a lo largo de nuestro siglo, se ha intentado recorrer estas tres vías y los resultados han sido un fracaso total, a pesar de la sinceridad y la buena voluntad de quien las proponía. La tres se basan en los mismos falsos presupuestos y las tres deben sustituirse.

Examinaré las alternativas a cada uno de los tres elementos de la Guerra contra la Droga. Mi tesis principal consiste en que las alternativas más prometedoras consideran los problemas relacionados con la droga como problemas sociales normales en vez de considerarlos problemas extraordinarios que exijen intervenciones violentas.

Debo solicitar a quién me escucha que no se espere demasiado. En primer lugar, nada de lo que voy a proponer es original, al contrario, el punto esencial es que los problemas de la droga requieren medidas sabidas y ordinarias y no medidas extraordinarias o de estado de guerra. Hay gente en todo el mundo que está utilizando activamente alternativas ordinarias y que está documentando su eficacia.

En esta breve exposición puedo presentar algunos ejemplos de estas alternativas.

Además, quisiera hacer una advertencia: algunas de las alternativas que propondré no tienen sentido en Europa. El consumo de droga es una cuestión de estilo de vida, moral y gusto. En estas cuestiones, las elecciones y las actitudes con sentido deben ser locales, no impuestas por los Estados Unidos, las Naciones Unidas, el Parlamento Europeo ni, por supuesto, Canadá. A pesar de ello, intentaré afirmar algunos principios de base que pueden tener una aplicación general.

PROHIBICIONISMO

La alternativa a la prohibición universal no es la legalización universal amedrentada por los guerreros de la cruzada antidroga. La clave de la alternativa constiste más bien en un retorno al control local, tanto legal como penal, de manera que los ayuntamientos, las provincias y las naciones puedan desarrollar métodos para el control de la droga que se adapten fácilmente a sus gustos, sus idiosincrasias y a sus tradiciones libertarias.

Los controles sobre la droga pueden ser eficaces porque reflejan el sentimiento del grupo, en vez de reflejar una autoridad distante y arbitraria. Son rápidos de cambiar si demuestran funcionar mal porque los procedimientos para modificarlos son mucho menos complicados en una comunidad local que en organizaciones estatales e internacionales. Los castigos que pueden comportar los controles locales son a la fuerza mucho menores que los que caracterizan a la actual "Guerra contra la droga" porque las autoridades locales no disponen de fuerzas imponentes.

La ventaja del control local con respecto a la legalización total consiste en el hecho de que este tipo de control reconoce el hecho inevitable que la sociedad humana ejerce en todas partes alguna forma de control sobre el estilo de vida de las personas. A pesar del romanticismo implícito en las filosofías libertarias, no existe sociedad que no ejerza un control de cualquier tipo en el estilo de vida de sus ciudadanos.

El papel del gobierno federal en un sistema de control de este tipo estaría limitado por las funciones que no se pueden resolver localmente, por ejemplo, hacer respetar los standards de calidad de las drogas importadas, regular la publicidad o definir las libertades constitucionales mínimas que no podrían tocar ni tan siquiera las leyes locales. Entre estas libertades garantizadas federalmente podría estar incluida, por ejemplo, la elaboración en casa de bebidas alcohólicas u otras drogas para uso personal, según los valores y las tradiciones de la nación en cuestión.

El mérito de la legalización se puede ilustrar con el ejemplo de la liberalización de la marihuana en el estado americano de Alaska, limítrofe con la provincia canadiense de la Columbia Británica, en donde vivo. Alaska sustituyó la prohibición de marihuana con la legalización en el año 1975. Alaska es el único de los Estados Unidos en el que poseer una cantidad de marihuana de hasta 4 onzas y su cultivo para uso personal no comportan sanciones penales. La posesión de cantidades mayores sigue siendo ilegal, aunque las condenas sean relativamente menores a las de los standards americanos.

A pesar de que los promotores americanos de la guerra contra la droga vean esta política de modo alarmante, parece que está funcionando bien y desde 1975 no se ha vuelto a votar la reintroducción de la prohibición de droga en Alaska, a pesar de las audiciones anuales de un comité creado para tal fin. Incluso la policía de Alaska, en sus más recientes declaraciones ante este comité han declarado que no consideran especialmente problemático el estado actual de las cosas. El sentido de los testimonios de los policías fue que no se iban a oponer a la reintroducción de la criminalización de la marihuana en armonía con las leyes de otros estados, pero que no se sentirían justificados al aplicar las sanciones de una ley de prohibición de la droga, si ésta se votase, dado que no le parecía que la marihuana plantease un problema policial (Funk, 1988, comunicación personal). No existen pruebas de un flujo de personas emigradas de otras jurisdicciones para beneficiarse de la disponibilidad de marihuana.

En algunos condados, la legalización total de la merihuana para cosnumo personal está acompañada de la prohibición de la venta de alcohol (Zeese, 1987). Sólo con el paso del tiempo se podrá decir si estas disposiciones inusuales son útiles para las necesidades de Alaska y de su particularísimo habitat, pero si no se dan los electores las cambiarán rápidamente. Obviamente, es también razonable que las comarcas prohiban el consumo de marihuana y admitan el alcohol, siempre y cuando esto se haga con la misma disponibilidad para cambiar la ley en caso de que esta no funcione.

PROPAGANDA

No se podrán advertir cambios en las leyes que criminalizan la droga si no se producen antes cambios en la propaganda masiva de la guerra contra ésta. La alternativa a la actual propaganda sobre la droga radica en la verdad sin deformaciones. Ello significa necesariamente decir toda la verdad: hablar de los beneficios de las drogas como así mismo de sus costes y peligros; decir que la mayoría de la gente consume drogas moderadamente y que sólo una minoría depende de ella; explicar las condiciones en las que el consumo de droga es relativamente seguro como así mismo aquellas en las que resulta arriesgado. Y, lo que es más importante, la verdad al completo echa por tierra la convicción actual carente de fundamento alguno por la que la droga es la causa principal de los problemas de la sociedad.

La gente puede razonablemente dar lo mejor de sí cuando posee el mayor número de informaciones para guiar sus decisiones. A pesar de que la validez de las informaciones correctas esté fuera de discusión en muchos ambientes, la mentalidad prohibicionista ha progresado hasta tal punto que decir a la gente la verdad sobre las drogas parece peligroso y subersivo.

La responsabilidad de quién consigue ver la falsedad de la propaganda es difundir la verdad. La culpa de la desinformación pública recae sobre todo en los académicos, los operadores de los medios de comunicación y los políticos que poseen medios para conocer la verdad y la credibilidad para difundirla. Muchos no estarán dispuestos a pagar el precio por haber hablado públicamente, pero los que lo hagan contarán cada vez con más gente que les escuche a medida que el público se harta de la propaganda trivial.

Diez y ocho años de enseñanza universitaria sobre la política canadiense en materia de droga en la Simon Fraser University me han servido para experimentar personalmente el modo con el que la gente reacciona a informaciones no deformadas sobre la broga. He basado mis lecciones estrictamente en la literatura standard de historia, medicina, ley y psicología, pero nunca he dudado en decir la verdad a la cara a la doctrina predominante de la guerra contra la droga.

Al principio muchos de los estudiantes se sintieron desconcertados, pero a acontinuación, declararon alegrarse de haber aprendido que, una vez sabidos los hechos generalmente escondidos, les era posible comprender la droga de una manera nueva y productiva, Muchos estudiantes han expresado su indignación por el velo con el que la propaganda les había impedido tener una clara idea sobre un argumento de este tipo. A lo largo de los años, sólo un pequeño número de estudiantes ha rechazado mis lecciones por considerarlas peligrosas y sediciosas.

Los estudiantes que frecuentan mis lecciones sobre la droga no se convierten en toxicodependientes o depravados por haber entrado en contacto con ideas nuevas. Personalmente, no he recogido datos sistemáticos, pero Arnold Trebach que da una asignatura con contenidos muy parecidos a los míos, ha llevado a cabo investigaciones sobre los efectos de su enseñanza en la Universidad. Las respuestas a sus cuestionarios indican que, a grandes rasgos, el consumo personal de droga por parte de sus estudiantes no se ha visto influenciado por las lecciones. Por lo que se refiere a aquellos que han declarado haber sufrido efectos, el 2,8% ha declarado haber aumentado el uso de sustancias estupefacientes y el 11,3% haberlo disminuido. En ambos casos, parece haber ayudado a los estudiantes a controlar serios problemas de droga.

El papel de los enseñantes conscientes está muy claro: hemos de insistir y seguir buscando la verdad estimulando la mente de los jóvenes con ideas socialmente anticonvencionales. Esta tradición es demasado fuerte para ser desarraigada sin objeciones, pero los académicos son capaces de dejarla resbalar silenciosamente a cambio de ventajas mezquinas.

Naturalmente, es impensable que las universidades consigan por sí solas devolver la racionalidad. Se sabe que los medios de comunicación son los que fundamentalmente determinan las ideas de la gente. En Norteamérica parecen estar obsesionados con la mentalidad de la guerra contra la droga. Obviamente, esta guerra no tendrá fin hasta que los medios de comunicación no cambien de línea. En ese momento, quién confíe en poner punto final a la droga debe resistir a la desesperación ya que el control de los medios de comunicación parece tener lugar en medio de una estratosfera burocrática que los comunes mortales no pueden franquear.

Tal vez, estén empezando a cambiar las cosas en un apartado del mundo de los periódicos insospechado: los tebeos. Algunos temas afrontados recientemente en algunas viñetas cómicas americanas como DooNesbury, Bloom Country, Kudzu y Tank McNamara demuestran que en América del Norte es posible reirse públicamente de la guerra contra la droga. A este punto, el humor podría ser la única apertura en las comunicaciones de masa en la que se puede confiar para desacreditar la propaganda de la guerra contra la droga.

TRATAMIENTO

Actualmente, muchísimas de las personas que utilizan drogas ilegales se ven obligadas a llevar a cabo tratamientos de desintoxicación. Algunos de los "tratamientos" profesionales no son más que programas de control del comportamiento disfrazado de terapia mientras que otros son más convencionales y están destinados a servir de ayuda. Las estadísticas demuestran que ninguno de los dos tipos de tratamiento es eficaz.

La razón principal del fracaso de los tratamientos es que incluso los toxicodependientes más graves no son enfermos, sino personas que se adaptan a situaciones desesperadamente dolorosas lo mejor que saben. Obviamente, la personas que se adaptan con los mejores medios a disposición no pueden ser curadas porque no están enfermas. Este punto de vista sobre la toxicodependencia como instrumento de adaptación ha sido desarrollado por muchos estudiosos contemporáneos, entre los que figura Herbert Fingarette, Alan Marlatt, Stanton Peele, Isidon Chein, R.K. Merton y Edward Khantzian, así como mis colegas en Canadá.

La alternativa a los tratamientos profesionales requiere remodelar los esfuerzos de los profesionales. Los expertos no pueden curar a quién no está enfermo, pero pueden ayudar a quien utiliza sustancias estupefacientes a comprender que podrían afrontar los problemas normales de la existencia con renovada energía si redujese el consumo de la droga a niveles que no fuesen nocivos tanto por él como por la sociedad. Además, y es, si cabe, más importante, los expertos podrían ayudar a delinear y a poner en funcionamiento cambios sociales que hagan que las instituciones y el ambiente sean más habitables, de manera que cada vez menos personas encuentren en el consumo excesivo de droga la alternativa más atractiva. Muchos expertos y muchas organizaciones comunitarias están trabajando hoy en Canadá y en todo el mundo para alcanzar este objetivo.

Voy a ilustrar tres ejemplos que se dan en Canadá. Uno consiste en una organización nacional de asistentes voluntarios, otro un movimiento para la mejora de la salud y el tercero es la respuesta de un grupo de nativos indios al problema crónico del alcoholismo.

La Canadian Intramural Recreation Association (CIRA) ha lanzado un programa nacional para fomentar la práctica del deporte al aire libre en Canadá. Considerando que los deportes contribuyen de manera considerable al desarrollo de la salud, de la seguridad en uno mismo y de la habilidad. La CIRA afronta el hecho de que las escuelas de atletismo tradicionales acaban por excluir incluso de los deportes al aire libre a toda una serie de chicos en edad escolar que no alcanzan niveles demasiado altos.

La CIRA ha desarrollado un programa de entrenamiento para profesores y estudiantes destinado a hacer que crezca el número de las organizaciones estudiantiles que promueven los deportes al aire libre de manera que se modere la competitividad y se focalice toda la atención en la máxima participación, el ejercicio y la diversión (CIRA, 1985). DEsde el momento de su introducción en 1985, este programa ha obtenido óptimos resultados de participación estudiantil tanto en la organización como en la actividad deportiva en sí. Más de mil colegios canadienses se han sumado a la iniciativa. Este programa, aunque no vaya dirigido a la droga en especial, posee un potencial obvio para la reducción de su consumo y de la toxicodependencia, y es ajeno a la mentalidad represiva de la guerra contra la droga.

Sin embargo, la CIRA recibe una ayuda mínima del gobierno federal. Para salir adelante en su trabajo se apoya en los trabajadores voluntarios y en las financiaciones de los grupos patrocinadores privados. Existe una especie de ironía cruel en el hecho de que el gobierno canadiense incremente en cientos de millones de dólares las sumas destinadas para iniciativas inútiles de guerra contra la droga y que no ayude a programas ya existentes que podrían realmente mejorar el problema que la guerra contra la droga pretende resolver.

Si se quiere confrontar plenamente con el argumento en cuestión cabe afrontar un nivel más profundo de análisis, El consumo peligroso de drogas no es un problema totalmente individual. La gente que se mete en complicaciones con la droga se vuelve más vulnerable debido a los graves malestares y al descontento procedente del hallarse en dificultades que no se pueden superar solos. Un físico en buena salud y un comportamiento social aceptable son naturales para quien vive en un ambiente físico y emocionalmente sano, en cambio son mucho más difíciles para los que no viven en ellos.

La centralidad de estos hechos ha sido afirmada en la Primera Conferencia Internacional para el Desarrollo de la Salud en los Países Industrializados que se mantuvo en Ottawa a finales de 1986. Esta conferencia, promovida por la Organización Mundial de la Salud, se basaba en la afirmación de que entre los presupuestos esenciales para la salud (incluido un consumo responsable de la droga) existiese paz, recuperación, rédito, un ecosistema estable, sólidos recursos, justicia social e igualdad.

Obviamente, resolver estos problemas es terriblemente difícil, pero, desde el punto de vista del desarrollo de la salud, la toxicodependencia y otros muchos problemas sanitarios conectados se podrían mejorar se se utilizase el dinero malgastado en la inútil guerra contra la droga en programas que procuren que la gente no consuma estupefacientes en exceso. Enseñar a leer y a escribir, refugiar a los jóvenes sin casa, enseñar al ávido por aprender, arreglar las peticiones territoriales que acaban siempre por olvidar en el limbo cualquier posibilidad de promoción social y económica de tantas comunidades de nativos, buscar oportunidades decentes de trabajo para los adolescentes, financiar programas de desarrollo económico de las comunidades, etc.

El mismo día en que se escribió este párrafo, el "Vancouver Sun" publicaba la noticia de que la ciudad de Vancouver rechazaba una moción que proponía el suministro de comidas en las escuelas de la ciudad, a pesar de que según algunos cálculos, asciende a 600 el número de niños que pasan hambre en los colegios (Cox, 1988). El gobierno federal y provincial, ha negado estas finanaciaciones, aparentemente con la justificación de que en ambos casos la responsabilidad corresponde a otro nivel del gobierno o a padres necesitados. Mientras tanto, 600 niños siguen pasando hambre y es posible que aprendan menos nociones en el colegio de las necesarias para integrarse social y personalmente. Al mismo tiempo, cada vez son más altas las posibilidades de que busquen las desviaciones y la toxicodependencia como sustitución.

El mejor ejemplo, que yo sepa, de respuesta comunitaria eficaz a un problema de dependencia es la reserva india de Lago Akalai en la Columbia Británica. En ese lugar, se llevan a cabo un conjunto de iniciativas locales, grupos de auto-ayuda e intervenciones de expertos controlados localmente aplicadas desde principios de los años sesenta hasta nuestros días. Todo ello ha aportado sobriedad y armonía a una comunidad en la que el alcoholismo, la violencia, los malos tratos a menores, incidentes y enfermedades estaban a la orden del día. La campaña comprendía una ayuda socialemente organizada a quién dejase de beber y consistía en dar alojamiento a los miembros de las bandas que querían seguir estudiando, restructurar prácticas espirituales indígenas, introducir a través del colegio la lengua local, suspender el suministro de cheques de subsistencia para los alcohólicos sustituyéndolos por cupones canjeables y con los que no podían comprar alcohol, ofrecer a los autores de delitos menores la posibilidad de eleg

ir entre ser juzgados o dejar de beber, perseguir a los contrabandistas, crear nuevos puestos de trabajo abriendo en la reserva una carpintería y un almacén, organizar grupos de familias y reconstruir las casas de los que se habían ido de la reserva para someterse a tratamientos de desintoxicación, construir grupos de Alcohólicos Anónimos e instituir en la reserva cursos de entrenamiento de interés social.

Todas estas iniciativas han estado inseridas en una matriz de espiritualismo y tradición autóctonas que han proporcionado un esquema indígena de comprensibilidad. Se han visto implicadas las fuerzas de policía y de expertos, pero bajo el control del grupo, en vez de ser representantes de instituciones anónimas. Hoy en día, todo indica que el alcoholismo y la violencia se han transformado en un problema que afecta a todo adulto a excepción sólo del 5%.

Algunas de las medidas utilizadas en Lago Akalai han sido de tipo coactivo pero, al haber sido introducidas con carácter de urgencia para ayudar a una comunidad local en peligro, la gente lo ha aceptado. El Lago Akalai no es el ejemplo de un método aplicable universalmente sino la demostración de que las comunidades son capaces de decidir autónomamente sobre los problemas sociales y de la droga sin necesidad de interferencias externas y que, en este contexto, los expertos pueden ser de máxima utilidad.

CONCLUSION

Lo mejor que un Gobierno puede hacer para controlar los problemas de la droga es gobernar bien, en el interés de todos. Lo mejor que pueden hacer los padres y los ciudadanos es intentar satisfacer sus necesidades, las necesidades fundamentales de sus hijos y las de su comunidad. Las formas institucionales de control social como las leyes antidroga y los tratamientos de desintoxicación pueden ayudar sólo si se controlan a nivel local y si se aplican con moderación. La propaganda política no sirve para nada.

Es una ingenuidad aparente querer afrontar el "azote de la droga" con instrumentos banales como lo pueden ser los reglamentos locales, la libre difusión de las informaciones y atenciones necesarias para sanar la infelicidad cotidiana? Yo creo que no. Por el contrario, creo que sólo estos métodos ordinarios pueden tocar en profundidad lo que superficialmente suele definirse como "el problema de la droga", un problema que nace de la desconfianza, la alineación y el sumfrimiento. No se puede obligar a la gente a actuar con moderación sin ser hospitalarios. Quién lucha por sobrevivir usará cualquier tipo de droga que crea que le puede ayudar. Quién intenta huir de un dolor insoportable intentará borrar químicamente su sufrimiento en vez de rendirse y caer en una desesperación anquilosante o en la tentación de suicidarse.

La verdadera ingenuidad de este nuestro siglo que se acaba ha sido la creencia de que pudiesen existir múltiples soluciones de tipo belicoso para resolver graves problemas estructurales.

 
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