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Apap Georges - 1 febbraio 1989
Deriva la persecución de los drogadictos de una ideología?
Georges APAP

Francia - Fiscal de Valence. En 1987, con motivo de la inauguración del año judicial, pronunció un discurso en el que denunció el sistema prohibicionista de la droga acusándolo de perjudicar a toda la sociedad. La interveción causó tal impacto que el periódico "Le Monde" publicó íntegramente dicho discurso.

SUMARIO: Las drogas no están prohibidas por ser peligrosas, son peligrosas porque están prohibidas. Además, la represión es ineficaz. Finalmente un estado democrático no puede atribuirse el derecho de decidir lo que es bueno o lo que es malo para sus ciudadanos. A partir de este argumento, el autor defiende la abolición de las leyes represivas en materia de droga.

("LOS COSTES DEL PROHIBICIONISMO DE LAS DROGAS" - ACTAS DEL COLLOQUIO INTERNACIONAL SOBRE EL ANTIPROHIBICIONISMO -Bruselas 28 septiembre - 1 de octubre 1988 - Ed. Partido Radical)

El punto de partida de mi razonamiento se basa en la constatación de un hecho: el cannabis, la cocaína, el opio y sus derivados son lo que se ha dado en llamar "droga".

Por muy cierta que pueda ser esta definición, las estadísticas oficiales en Estados Unidos cuentan hasta 20 millones de consumidores de cannabis, 6 millones de cocaína y un número indefinido pero en constante aumento de usufruidores del opio que consumen aproximadamente unas 15 toneladas de heroína al año.

Los importadores de dichos productos tienen puestos sus ojos en la Europa occidental que en lo que a consumo se refiere sigue los pasos americanos. Estos traficantes ya no encuentran salidas a su mercado en Norteamérica ya que se producen en el territorio las cantidades necesarias para ir reduciendo paulatinamente la importación, sobre todo en lo que se refiere al cannabis.

Si se tiene en cuenta la penetrabilidad de nuestras fronteras, resulta obvio que el mercado de Europa occidental se halla en condiciones de manifestar a lo largo de los próximos años, una expansión que hasta nuestros días es sólo sospechable. De hecho, un juez instructor de París, el juez Leroy, eminente especialista en casos de estupefacientes, calculó que, sólo en Francia, sería necesario controlar 6.300 kilómetros de fronteras, vigilar 71 puertos, 110 aeropuertos y 90 puntos de fácil acceso, controlar 180 millones de personas que entran en el territorio, como así mismo 120.000 vuelos regulares al año. Resulta comprensible imaginar porqué, a pesar de la fuerte determinación de los servicios de policía, a pesar de los seguimientos y controles interminables, de las averiguaciones minuciosas y de la peligrosidad de algunas operaciones, no se consiga interceptar más que un 5% aproximadamente de la droga introducida en el territorio francés. Ello equivale a decir que, suponiendo que se pudiese comparar la efici

encia de nuestra policía, si el 95% de las importaciones de estupefacientes entran en nuestro país como si tal cosa, la disuasión es una falacia sean cuales fueren las penas a las que se recurre y la severidad de los jueces.

Así pues, es necesario insistir en el hecho indiscutible de que la producción no disminuirá. Los defensores del prohibicionismo proponen, entre las soluciones paralelas a la severidad de la represión, la que consistiría en promover, en los países de producción, cultivos sustitutivos en el ámbito de los programas de desarrollo. Pero, como es sabido, el campesino colombiano, por ejemplo, gana diez veces más cultivando plantaciones de coca de lo que ganaría plantando cualquier otro producto existente en la faz de la tierra. Es más, dicha remuneración es sólo una parte infinitesimal del precio del producto vendido al consumidor, pero eso es harina de otro costal. Con sólo imaginar la sonrisa divertida con la que el 80% de los campesinos colombianos que cultivan la coca acogerían hoy por hoy una propuesta de cultivo sustitutivo para más inri encuadrada, legal y subvencionada...

Tampoco es plausible pensar que los países latinoamericanos, entre los cuales algunos equiparan su propia balanza de pagos a través de los "narcodólares" no están dispuestos a renunciar a este maná.

De forma análoga, el opio, recurso inesperado de los países del "Triángulo de oro" (Thailandia, Laos, Birmania) o de la "Media luna de oro" (Irán, Paquistán, Afganistán) y pronto de Oriente próximo (Líbano sobre todo) se produce por millones de toneladas al año.

Y no quiero ni hablar del hachís que crece a ritmos vertiginosos en todos los continentes.

Todas estas impresionantes cosechas están destinadas a nosotros, infiltrándose a través de nuestras fronteras con una invasión clandestina, subterránea y escalofriante. Realmente escalofriante debido a la cadena de homicidios, de corrupción, de alteración peligrosa de los productos, de su precio astronómico con respecto a los riesgos de los traficantes. Escalofriante por la prostitución y la delincuencia que produce, únicos recursos de los toxicodependientes obligados a comprar la droga a precios inaccesibles. Escalofriante debido a la obligación adoptada ante los pequeños traficantes de captar mediante proselitismo una nueva clientela para satisfacer la avidez en aumento de los traficantes.

Esta es la constatación.

Se desprenden tres principios: el carácter irreversible del crecimiento de la producción, la falacia de los intentos de la policía para frenar la importación de los productos, y el peligro para las poblaciones (consumidores y no consumidores) de los países de consumo.

Y una certeza:

La droga no está prohibida porque es peligrosa, es peligrosa porque está prohibida.

Dicha afirmación, aunque aparentemente resulte paradójica, se demuestra fácilmente:

El simple pero indiscutible razonamiento del profesor Hulsman de la Universidad Erasmo de Roterdam me servirá de ayuda:

Los problemas causados por el abuso de las drogas, legales o ilegales, son tanto primarios - daño a la salud por el abuso en el consumo, y repercusiones en el medio ambiente del consumidor - como secundarios - tráfico, contrabando, precios elevados y sofisticación de los productos, y aparición de una delincuencia específica.

Es fácil darse cuenta cómo los problemas primarios son comunes a todos los productos, mientras que los secundarios se verifican sólo en aquellos productos afectados por la prohibición.

Por otra parte, sólo los efectos secundarios, relacionados con la prohibición, degeneran en peligro para el cuerpo social.

Los efectos primarios, conocidos e individuados, presentan inconvenientes con respecto a los que la sociedad se adapta sin problemas, y con los que convive cotidianamente en régimen de tolerancia o indiferencia.

Analicemos cualquier tipo de producto de consumo ordinario, por ejemplo los productos alimentarios, y citemos un informe que se hizo público el pasado 27 de julio por la Dirección de servicios sanitarios americanos:

el abuso en el consumo de algunos componentes dietéticos es actualemtne una de las mayores preocupaciones, y las enfermedades provocadas por los excesos y por los desequilibrios alimentarios figuran hoy por hoy entre las principales causas de defunción en los Estados Unidos. De 2,1 millones de defunciones en 1987, 1,5 millones han sido causadas por enfermedades relacionadas con el régimen alimenticio: enfermedades coronarias, arterioesclerosis, diabetes y algunos tipos de cáncer.

Es del dominio público cómo el alcohol es el origen de la mayor parte de las cirrosis, al igual que el tabaco favorece el cáncer en las vías respiratorias y el café destruye el sistema nervioso.

Ya se ha insistido suficientemente, sin necesidad de que lo haga yo tambièn, en que la cannabis y la coca envenenan nuestra juventud.

Se podrían seguir citando los ejemplos nocivos de numerosas sustancias de consumo ordinario, hasta tal punto que algunas personas, atribuyen al término "droga" un significado vagamente vinculado a la idea de dependencia, hablan del azúcar, de la cannabis india, del café, del opio, de las grasas, de la coca y de otras muchas sustancias, en el momento en que éstas suponen un peligro para nuestro organismo.

Y ahora invirtamos el planteamiento: digamos que azúcar, coca, alcohol, opio, tabaco, grasas, café, cannabis y otras muchas sustancias no son más que bienes de consumo.

Digamos simplemente que el abuso de dichas sustancias es la causa de alteraciones en nuestra salud, y que su consumo moderado, dominado por el consumidor, alegra la existencia y favorece la convivencia.

Expliquemos a nuestros hijos, chiquillos o adolescentes, los peligros de dichas sustancias, eduquémosles, intentemos convencerles. Pero una vez adultos, que decidan por sí mismos lo que quieren hacer con su cuerpo, y que ninguna ley obstaculice su libertad. Que incluso aquellos que han decidido destruirse sean libres de hacerlo. Nuestro cuerpo nos pertenece, y depende de cada uno de nosotros decidir lo que queremos hacer, Es una libertad mínima.

Sólo los Estados totalitarios se otorgan el derecho de controlar lo que hacen sus ciudadanos con su salud impidiéndoles elegir su propia muerte.

Pero, sobre todo, que cese toda esa algarabía que se ha montado alrededor de lo que llamamos más específicamente "drogas", cannabis, opio, coca y sus derivados.

Por último, que se admita, analizando las consecuencias de ingerirlas con la serenidad de un razonamiento objetivo, que éstas causan al género humano daños mucho menores que las sustancias que he indicado, y que el peligro que presentan está estrechamente relacionado con su prohibición y no con sus efectos en sí.

Si, en Francia, se lamentan al año una media de 150 muertos por sobredosis, que quede bien claro que la sobredosis es accidental y suicida, y, que, cuando es accidental se produce por la alteración que dichos productos sufren precisamente porque están prohibidos.

Por muy desagradables que sean, estas muertes no son nada en comparación con las otras causas por las que nuestros contemporáneos pierden la vida. Aprendamos, así pues, a relativizar, para intentar convencer a los que hablan del "azote de la droga", intentemos imaginar lo que sería vivir en un país libre.

Les invito a viajar conmigo al país de la Utopía.

El gobierno ha decidido, hace algunos meses, abolir toda prohibicion en materia de lo que seguimos llamando "droga" por una simple exigencia de discusión. Dicha decisión ha provocado un escándalo: científicos, médicos, juristas, hasta ese momento especialistas en perseguir a drogadictos, han incitado a la opinión pública y suscitan reacciones indignadas sobre el tema de la degeneración de la raza.

Los traficantes y los importadotes clandestinos no figuraban entre los últimos a unirse a las tropas de una cruzada tan sana, algunos se han puesto en evidencia por una virtuosa indignación.

No ha servido de nada: el gobierno, homogéneo en su determinación, sordo ante el clamor artificial suscitado en una opinión pública abusada y dócil, mantiene su decisión e impone tolerancia, consciente de estar administrando un país democrático.

Poco tiempo después, algunos importadores sagaces, no mucho más deshonestos que los que introducen legalmente en el país el coñac, el grano o el algodón, establecen discretamente contacto con el campesino colombiano, el productor marroquí o el cultivador turco, para comprar a precios de producción razonables, la coca, el hachís, o el papávero sobre los que se aprecia un beneficio considerable, pero legal y controlado. Podemos divisar entre estos importadores sagaces a los testaferros de algunos de los más agresivos contestadores.

A su entrada en la frontera, el servicio de represión de fraudes analiza la mercancía, eliminando los productos alterados o adulterados y garantiza a los consumidores una calidad irreprensible.

Paralelamente, cesan los cortes mortales con anfetaminas, arsénico, lactosa, estricnina y otros venenos que permitían al vendedor ampliar sus dosis y al cliente morirse.

Los precios descienden vertiginosamente a un nivel comercial, pues se trata de productos fabricados fácilmente a partir de vegetales cultivables sin excesivo esfuerzo en latitudes favorables. Vendidos en farmacias u otras tiendas determinadas, cuestan quinientas veces menos que el veneno anteriormente distribuido por los traficantes callejeros.

Ahora se halla al alcance de los menos pudientes. El consumo de droga ya no tiene porqué recurrir a los típicos expedientes: prostitución y robo. Se ha resquebrajado el círculo funesto que hacía circular el botín a través de encubridores organizados, que lo transformaban en dinero destinado a los grandes traficantes.

Al mismo tiempo, gran parte de la delincuencia desaparece, las cárceles pierden la tercera parte de sus huéspedes, la policía puede concentrarse en otras tareas, y paulatinamente vuelve a instaurarse la paz pública.

El consumidor de droga vuelve a ser un ciudadano normal y corriente, ni delincuente, ni enfermo, y, por consiguiente, libre de la diligencia inoportuna del psiquiatra o de la venganza expiatoria del juez.

Evidentemente, a las autoridades no se les pasa por alto el inmediato crecimiento del consumo de los productos al alcance de todos los bolsillos, pero también se dan cuenta de que se trata de un primer movimiento de curiosidad y que la mayoría tenderá a abandonar una costumbre por la que no siente ninguna atracción.

Quedarán los toxicómanos, los dependientes de una droga de la que abusarán como abusan los alcohólicos, los tabaquistas o los obesos coronarios.

Dejamos el país de la Utopía para volver a nuestros barrios. La persecución de la droga os enardece. Están "prohibidas". Sólo ellas. Nadie osa contrariar a los alcohólicos, a los tabaquistas, y cuán ridículos nos harían sentir los consumidores de azúcar o café. La persecución adquiere connotaciones encarnizadas.

De la prohibición nace una mafia.

Los grandes traficantes, por ejemplo los del "Cártel del Medellín" en Colombia, controlan una economía paralela y tratan de igual a igual a las autoridades oficiales. Uno de ellos ha fundado un partido nazi y confiaba en hacer carrera política. Los unos y los otros, gracias a los considerables recursos, poseen flotas aéreas que superan las cincuenta unidades, corrompen a las instituciones y hacen que reine el terror con sus secuestros y homicidios. Así, en 1984, en Colombia, la mafia de la droga mandó asesinar a un Ministro de justicia, a trenta jueces, a numerosos periodistas, al director del periódico más antiguo del país y a un sinfín de policías.

En aras de qué tenemos que seguir sufriendo una catástrofe semejante? Qué moral podría justificar tales atrocidades?

Una prohibición sólo es justificable cuando impone una regla indispensable para la vida social.

Una prohibición cuyo único objeto es normalizar al individuo es un atentado a la libertad.

El Tribunal Supremo Argentino (Jurisprudencia Argentina, 15 de octubre de 1986, n. 5345) lo afirma enérgicamente:

"La prohibición constitucional de interferir en los comportamientos privados de las personas responde a una concepción por la que el Estado no debe imponer a los individuos sus ideales de vida, sin ofrecerles la posibilidad de escoger; y una prohibición semejante basta para invalidar el artículo 6 de la ley 20.771, por la que se declara inconstitucional el hecho de castigar la simple posesión de estupefacientes para cosnsumo personal...".

No es casualidad que dicha advertencia proceda de la máxima jurisdicción de un país que recientemente ha sufrido el totalitarismo.

De hecho, se puede tachar de "nazi" una prohibición que, al igual que la de los espupefacientes, se caracteriza por el desprecio de los derechos del hombre y por las legislaciones excepcionales.

En el momento de redactar un preámbulo a las Convenciones internacionales concernientes a la lucha contra la toxicodependencia, la Organización Mundial de la Salud recibió del Vaticano la petición de incluir el respeto de los Derechos del hombre en dicho preámbulo. Y se negó a ello.

Cuando se descubre que dicha organización depende totalmente del gobierno de los EE.UU. se comprende porqué en ese país, el drogadicto se ha convertido en un humanoide para con el que todo abuso resulta lícito.

Abundan los ejemplos al respecto. Citaré sólamente dos que son de lo más significativo:

- una test positivo autoriza a los dirigentes empresariales americanos a despedir a un dependiente;

- en 1986, vimos a la mujer del Presidente de los Estados Unidos felicitar a una chiquilla por haber denunciado a sus papás toxicodependientes.

En Francia, una vez conquistado el poder, un reciente Ministro de justicia solicitó que se internase a todos los drogadictos. Al poco tiempo, estimaba el número de toxicodependientes, ignoro con qué fundamento, en 800.000 en toda Francia. Si nos tomamos al pie de la letra ambas afirmaciones, la lógica exigía la creación de auténticos campos de concentración. Al ministro se le impidió la ocurrencia, pero, al tratarse de un auténtico demócrata, podemos estar seguros de que no se hubiese aventurado a lo que otros han definido como "la solución final". De todas maneras, analizando los proyectos del Ministro, el Doctor Olievenstein, eminente especialista francés en toxicomanía, se lamentaba el 29 de noviembre de 1986 de lo siguiente: "Nos hallamos en plena regresión petainista".

Pero mucho antes de este Ministro, que no ha hecho más que agravar la situación, la legislación francesa en materia se caracterizaba por toda una serie de disposiciones entre las más represivas, además de derogativas del derecho común. Algunos ejemplos serán suficientes.

La detención preventiva, que en derecho común no puede tener una duración superior a cuarenta y ocho horas, llega a los cuatro días cuando se trata de estupefacientes.

El Tribunal penal, jurisdicción con la tarea de casitgar los delitos menores, puesto que no está habilitado para errogar penas detentivas con una duración superior a cinco años, está autorizado cuando se trata de drogas, a utilizar la escala de sanciones prevista para los delitos y a infligir la detención con una duración de hasta veinte años. De la misma manera, lo términos de prescripción, tanto del delito como de la pena, son los de los delitos: diez y veinte años.

El encarcelamiento, cuya duración máxima es de cuatro meses, pasa a dos años.

Se fomenta la denuncia mediante reducciones de la condena, mientras que la simple propaganda del consumo de estupefacientes puede costar cinco años de cárcel.

Y no hablemos de la anulación del pasaporte, del carnet de conducir, los impedimentos profesionales, las confiscaciones, expulsiones y obligación de someterse a tratamiento.

Legislación excepcional, violación de los derechos del hombre, en la que se reconocen los principios de una teoría que, de las teorías eugenésicas de finales del siglo pasado, han desembocado en el nazismo alcanzando su máximo apogeo y que inició su parábola descendiente en el momento en que desapareció el hitlerismo.

Dicha legislación se caracteriza por la intromisión del Estado en la vida privada de los ciudadanos, su pretensión de encargarse de su salud, y por otorgarse el derecho de decidir lo que es bueno para ellos, última de las atribuciones que han sobrevivido a una época en la que el Estado decidía por ellos lo que era bonito, justo y verdadero.

Un partido de marginación, exclusión, incluso eliminación, resurje silencioso y se insunúa deslealmente en las almas a medida que se difumina el recuerdo de los campos de exterminio.

De momento, esta ideología de exclusión afecta sólo a los drogadictos, pero se delínea como un enardecimiento fomentado por la angostura del ámbito de la persecución.

El juego está claro: si los prohibicionistas prevalecen, es decir, si consiguen perpetuar el estado actual de las cosas, podemos empezar a temer por nuestras libertades, pues la persecución puede acabar por extenderse a los bebedores de alcohol, a los fumadores de tabaco, y paso a paso, a las categorías sociales incómodas, a las comunidades religiosas o étnicas disidentes. «"Regresión petainista", decía el Doctor Olivenstein!

La vigilancia es justa, pero, por otra parte, resulta reconfortante advertir una saludable toma de conciencia en fase de crecimiento. La concienciación sigue su camino, y pronto podrá afrontar armas de igual calaña que el obscurantismo.

La prueba de ello es que pueda expresarme en los términos en que me expreso.

Hay que ser optimistas, pues la historia demuestra que los abolicionistas han triunfado siempre, y que cada uno de sus triunfos han contribuido, lenta pero concretamente, al progreso de la humanidad.

 
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