Richard C. STEVENSONGRAN BRETAÑA - Estudió en la London School of Economics y en la Universidad de Stanford. Profesor de economía de la Universidad de Liverpool. Autor de numerosos artículos de economía, especialmente uno titulado "Los beneficios de la legalización del comercio de heroína".
SUMARIO: La política de la represión contra la droga ha resultado ser engorrosa e ineficaz. A consecuencia de ello, se hace necesario llevar a cabo una serie de análisis para preveer los costos que se producirían con una política de legalización del comercio y venta de estos productos. Actualmente, la carencia de una información suficientemente objetiva no permite efectuar una comparación válida entre los costos ocasionados por la actual política de prohibición y aquellos que se producirían bajo la legalización. Sin embargo, ciertos estudios demuestran como bajo un sistema de legalización se produciría una importante reducción de los costos globales actuales.
("LOS COSTES DEL PROHIBICIONISMO DE LAS DROGAS" - ACTAS DEL COLLOQUIO INTERNACIONAL SOBRE EL ANTIPROHIBICIONISMO -Bruselas 28 septiembre - 1 de octubre 1988 - Ed. Partido Radical)
INTORDUCCION
En el encuentro que los líders occidentales celebraron el presente año en Toronto, se aprobaron un conjunto de medidas para intensificar la War on Drugs. Los candidatos a la presidencia de los Estados Unidos se desviven por condenar con vehemencia el tráfico de droga y George Bush ha afirmado: "«Nosotros podemos vencer esta guerra terrible!". Tal vez sea cierto pero ninguno de estos "guerreros antidroga" se ha atrevido a indicar más o menos cuánto puede durar esta guerra ni el precio que habrá que pagar para vencerla.
Hasta el momento presente, las políticas adoptadas por la oferta de droga, que intentan desarraigar los cultivos, embargar la mercancía y arrestar a los traficantes, han sido contrastadas con un tráfico ilegal cada vez más potente y provisto de medios cada vez más sofisticados. La industria de la droga posee a su disposición recursos mucho mayores que los que poseen muchos gobiernos y beneficios enormes que permiten a las empresas criminales proteger su poder monopolista.
La experiencia demuestra que las políticas adoptadas con respecto a la oferta de droga son tan dispendiosas como inútiles. No sólo no sirven para disminuir la demanda de drogas sino que además son contraproducentes y aumentan el precio de la droga. Las políticas actuales hacen que éste alcance niveles mucho más altos que los propios de un mercado legal. Por consiguiente, los consumidores se ven obligados a adoptar comportamientos antisociales que imponen a terceras personas, inocentes - es decir contribuyentes - costes sociales y económicos altísimos. La aproximación más acertada sería la de intentar reducir la demanda de drogas educando, persuadiendo y poniendo en guardia a los consumidores y a los consumidores en potencia. Pero, actualmente, las políticas con respecto a la demanada se hallan todavía en estado embrional. El tiempo dirá si se trata de políticas eficaces, pero las campañas contra el alcohol y el tabaco empiezan a indicar que veinte años es un espacio de tiempo demasiado breve para esperar obt
ener resultados positivos.
Los problemas que nacen de las drogas ilegales, como por ejemplo los efectos que causa en los fetos, la difusión del Sida y la amenaza a las instituciones políticas y legales, son problemas urgentes y requieren políticas cuyos efectos empiecen a notarse en tiempos breves. La prohibición es útil como declaración pública de desaprobación moral. Su efecto real ha sido el de perjudicar a los que intenta proteger, imponiendo al resto de la sociedad pesadas cargas económicas y sociales. Ante una situación tan grave cómo la que estamos atravesando en estos momentos, la reglamentación de las leyes de las drogas ilegales se convierte en una alternativa radical que hay que tener en cuenta.
DEMANDA Y OFERTA EN UN MERCADO REAL
El argumento económico a favor de la legalización nace de la comparación entre el mercado ilegal actual y el mercado que se crearía en caso de que las drogas se pudiesen comprar y vender legalmente. Cabe detallar inmediatamente que las informaciones que un economísta necesita para efectuar esta comparación no existen y que lo que sí existe es una necesidad imperiosa de investigar en muchos aspectos de la cultura de la droga. No se conocen ni tan siquiera las coordenadas básicas del mercado, como por ejemplo el número de consumidores y el precio de la droga. Aún se conocen menos el rédito y los gustos de los consumidores de drogas y su hipotética relación con el cambio de los precios.
A pesar de la falta de datos, podemos elaborar algunas predicciones con bastante precisión. En un mercado totalmente legal, las drogas estarían disponibles en la red normal de ejercicios de distribución, como las farmacias. Se colgaría un letrero con un Aviso de las Autoridades Sanitarias y probablemente las ventas se reservarían a los adultos, con la probabilidad de que esta medida resulte eficaz, (tal y como ha sucedido con el alcohol y el tabaco). Los precios del mercado legal se reducirían sensiblemente con respecto a los practicados en la actualidad.
El coste del ejercicio comercial ilegal es mucho más alto que en un mercado legal. El riesgo de ser arrestado y de sufrir condenas actúa como un índice imprevisible que impone costes a los individuos y constituye una amenaza para la totalidad de la organización. Según los investigadores, el tráfico ilegal de droga está organizado en largas cadenas de distribución formadas por muchas empresas individuales. En la ciudad de New York, parece ser que existen seis estados de distribución entre el importador y el consumidor final. A lo largo de estas cadenas los flujos de información se reducen al mínimo, de manera que cada operador pueda ponerse en contacto sólo con el estadio inmediatamente superior. Esta resulta ser una forma organizativa eficaz en una actividad ilegal pues limita el daño a la organización que produce el arresto de uno de sus miembros. En un mercado legal sería necesario un número menor de estadios de distribución y, si existe la economía de escala, tal y como sucede en casi todas partes en la
distribución, la dimensión de las empresas debería crecer.
No es posible prever con exactitud la estructura de un mercado legal de drogas, pero, probablemente en el puesto de producción se trataría de un mercado altamente competitivo. La disponibilidad de tierras adecuadas al cultivo de la mayor parte de drogas es muy elástica y también las drogas sintéticas son de producción simple y barata. A partir del momento en que la producción de droga no depende de ningún recurso limitado, tal y como podrían ser tierras especiales, tecnologías o informaciones cubiertas con patente, la monopolización no debería ser un elemento importante del mercado a nivel productivo.
Con respecto a la venta al por menor podría ser que las economías de escala en las adquisiciones al por mayor, en la distribución y en la publicidad puedan conducir a la entrada en el sector de grandes empresas, parecidas tal vez a las compañías de tabaco. Pero, por lo general, no parece que haya motivo para que el mercado no sea "ventajosamente competitivo". Las cuotas de beneficio no estarían lejos de la norma para este tipo de comercios sin duda alguna el precio de las drogas descendería. En Estados Unidos se dijo que el precio de una dosis de heroína legal descendería a 1/60 de su precio actual. Un medio "vicio de heroína" no costaría mucho más, y probablemente costaría mucho menos de un medio "vicio del tabaco". Las drogas y los beneficios de las compañías se podrían calibrar. Algunos gobiernos podrían considerar una medida de ese tipo moralmente inaceptable, pero se podría proponer un impuesto optimal que recogiese el dinero suficiente como para financiar los programas de educación y rehabilitación.
La legalización influiría sobre todo en la calidad del producto. En un mercado ilegal, el consumidor posee serias dificultades para evaluar la pureza de la droga en la naturaleza de la sustancia con la que ha sido cortada. El nivel de garantía de la calidad depende de una frágil relación personal entre el consumidor y su suministrador, una garantía que no puede regular la ley. En un mercado legal, las drogas poseerían un grado de pureza certificado, estarían garantizadas por una marca y sometidas a leyes para la tutela de los consumidores.
El efecto de la legalización sería el de hacer que las drogas más atractivas para el consumidor y para los consumidores en potencia. Por tres razones: la competitividad y una mayor eficacia en la producción y en la distribución de las drogas bajaría los precios de mercado con respecto a los de otros bienes. El coste total para el consumidor se reduciría posteriormente con motivo de la ausencia de riesgo conectado con la actividad ilegal. Por último, la certificación de calidad de las drogas anularía el riesgo de "malos viajes", y reduciría los riesgos para la salud conectados con el consumo de droga. Entonces, la gran pregunta que hay que plantearse es si el consumo de drogas en un mercado legal sería tan atrayente como para crear una "epidemia" de abuso de droga.
Desde luego, cabe esperarse que algunos consumidores reaccionarían a la reducción de los precios aumentando sus dosis y otros tal vez se verían empujados hacia el vicio por el bajo precio y la mejor calidad. Además, para algunos la legalización podría borrar esa inhibición que anteriormente les alejaba del consumo de drogas. La medida del aumento en el consumo de droga no puede evaluarse sin una idea de la reacción de la demanda al cambio de los precios. Se necesitaría por lo menos una medida del concepto económico de la elasticidad de la demanda de los precios. Que yo sepa no existen cálculos fidedignos. Pero contra la visión alarmista por la que la legalización nos transformaría a todos en una comunidad de toxicodependientes, se pueden decir algunas cosas.
1. A menudo, se cree que por el hecho de que las drogas crean dependencia, a los consumidores no les afecta que cambien los precios, es decir que la demanda no cambia ante una vasta gama de precios. Si el argumento es este, la legalización aumentaría esa parte de rédito que los consumidores tienen a disposición para gastos distintos de la droga, tales como casa y comida. Este argumento se aplica mejor con los consumidores habituales, que constituyen una proporción desconocida de la población. La mayor preocupación serían los consumidores esporádicos o nuevos cuya demanda debería reaccionar ante un descenso de los precios.
2. Si parte de la demanda de drogas ilegales procede del deseo de una parte de los jóvenes de probar la autoridad la legalización puede reducir la demanda.
3. En nuestros días, el más alto índice de dependencia señalado es el 3% para la heroína en Hong Kong. Muchos pueden considerar índices mucho más bajos totalmente inaceptables, pero algunos de ellos, competentes y con experiencia en medicina y farmacología, están dispuestos a rebatir que poblaciones incluso más altas de toxicodependientes pueden administrarse mucho más fácilmente en un mercado de la droga legal que en un mercado ilegal. Las dependencias de heroína pueden ser gobernadas sin necesidad de crear graves daños a la salud. Una gran parte de los daños de la toxicodependencia deriva no tanto de la droga sino de la manera en que ésta se ingiere (inyección intravenosa) y por la asociación entre consumo de droga, desempleo, malas condiciones de salud, pobreza y delincuencia. La legalización reduciría considerablemente estos efectos colaterales del consumo de droga.
4. Se ha creído siempre que la legalización estaría acompañada por una intensificación de los programas educativos sobre la droga, financiados por un impuesto aplicado a la droga. Estos programas seguirían intentando disuadir a los nuevos consumidores y educarían a los consumidores habituales para aplicar técnicas de reducción de los daños del consumo de droga.
COSTES Y BENEFICIOS
En Estados Unidos, algunos estudios han intentado medir el coste del prohibicionismo. Aquí no se ha llevado a cabo ningún intento por establecer ni tan siquiera la magnitud de estos costes (que equivalen a los ahorros que se realizarían con la legalización), a pesar de que la Universida de Liverpool esté trabajando en el tema. No existe duda alguna de que estos costes son muy elevados.
Si la venta y el consumo de droga fuese legal, los recursos que actualmente se deben a la aplicación de leyes sobre la droga se utilizan para aplicar leyes contra la droga se podrían utilizar para otras cosas. Se podría ahorrar mucho en la aplicación de leyes, en los sitemas legales, penales y en las aduanas. Se podría ahorrar mucho con la reducción de delitos menores relacionados con la droga.
De la legalización se beneficiarían tanto los contribuyentes como los que viven con el terror de los crímenes y la violencia. Se beneficiarían los consumidores habituales de drogas y sus familias. La sociedad no empeoraría los problemas de los toxicodependientes tachándoles de criminales antes y forzándoles a ser criminales después para poderse costear su vicio. Se puede esperar que, aunque no sea posible darlo por descontado, los efectos médicos secundarios y los riesgos para la salud pública del uso de droga se reducirían.
El alto precio de las drogas ilegales proporciona un incentivo para la toma de heroína por vía intravenosa y para la prostitución entendida como forma de rédito. El intercambio de jeringuillas sucias y la prostitución son canales a través de los cuales el SIDA se está difundiendo en la población no homosexual. Si las drogas no fuesen caras, se podría persuadir a los toxicodependientes para que adoptasen más fácilmente metodos mucho más seguros aunque menos "eficaces", aunque ello precisase dosis más altas. Si no existiese la presión financiera que impulsa a muchos tóxicodependientes a la prostitución, el número de sus partners sexuales disminuiría. Está claro que el SIDA representa un riesgo para la salud pública mucho más alto de lo que representa la dependencia de la heroína. Aunque sólo fuera por ésto, la legalización de las drogas estaría justificada.
Otro beneficio de la legalización, difícil de cuantificar, pero probalemente más importante que todos los demás consiste en que la prohibición supone una amenaza para todo el tejido social. Cuando la ley se utiliza para imponer lo que no se puede imponer, existe el peligro de que el respeto general de la ley se debilite. La legalización frenaría la expansión de la corrupción y de la criminalidad que ya ha puesto en peligro a las instituciones políticas y legales en muchos países.
Si, tal y como parece, el ahorro que representaría para la sociedad la legalización de las drogas fuese realmente significativo, la sociedad tendría el deber de confrontar costes y beneficios y considerar la posibilidad de indemnizar a aquellos a los que perjudicase la ley. Quienes tendrían todas las de perder serían los criminales, pero la preocupación principal serían fundamentalmente los que se sintiesen incitados al consumo de droga con motivo de la legalización.
Una reacción extrema podría ser la de decir que la sociedad no tiene ninguna responsabilidad de indemnizar un daño que los consumidores de drogas se procurarían por sí solos, y la legalización se justifica incluso sólo por los ahorros que representa para la sociedad. En el polo opuesto, se hallarían los que no aprobarían la legalización por el simple hecho de que resulta imposible dar una indemnización adecuada a aquellos cuyas vidas estuviesen seriamente dañadas por la toxicodependencia. Esta fuerte posición moral pasa por alto que la prohibición crea toxicodependientes y sobre todo que forja una visión del curso natural de la dependencia de heroína que no coincide con la realidad de los hechos.
Los medios de información populares dan la impresión de que la heroína crea dependencia y que su consumo conduce, de forma más o menos rápida e inevitable, a la muerte prematura. En realidad, la dependencia de la heroína tal vez sea más fácil de vencer que la dependencia del tabaco. Muchos heroinómanos se salen sin grandes sufrimientos. El fenómeno importante son las frecuentes recaídas de los consumidores que pasan a través de uno o varios periodos de abstinencia.
Los motivos sociales de este esquema de comportamiento muy común, no son muy claros, pero una asistencia médica y un apoyo social mejores podrían ayudar a aquellos toxicodependientes que desean abandonar la droga. La grave carencia de estructuras de asistencia médica para toxicodependeintes no hace más que empeorar la inhumanidad con respecto a los consumidores de droga por parte de la prohibición. Parte de los ahorros sociales que se realizarían con la legalización podrían y deberían servir para financiar programas educativos y para proporcionar a los consumidores de droga servicios médicos mucho mejores.
Muchos profesionales en el campo de la droga consideran que la legalización ofrece las mejores posibilidades de triunfo en la guerra contra la droga, pero otros muchos se preguntan si es correcto poner a disposición del público a bajo precio las "drogas peligrosas". La respuesta es muy simple. Todas las drogas pueden ser peligrosas y muchas sustancias mucho más peligrosas que la heroína y la cocaína se hallan libremente a la venta en todas las ferreterías. La vida es riesgo. Los niños y los adultos deben aprender a no beberse el amoníaco y a beber el Oporto con moderación. La prohibición no hace nada por fomentar la administración personal del riesgo. En realidad, la producción resulta contraproducente pues genera una domanda porque está prohibido, e incita la creencia de que las sustancias que no están prohibidas son seguras.
Existe una objeción a la legalización que podría ser decisiva a corto plazo. Sería difícil para un país aislado legalizar unilateralmente sin que dicho país se convierta en la capital mundial de la droga. Por este motivo se hace necesaria la cooperación internacional. En Toronto se ha creado una estructura co-operativa. Tal vez cuando los líders mundiales se encuentren la próxima vez, esta estructura se pueda utilizar para promover la legalización en vez de la prohibición. Las perspectivas no son desesperadas con motivo de una circunstancia curiosa. Muchos entre los líders que apoyan más enardecidamente el prohibicionismo creen en el poder, en la eficacia y en la positividad de la economía de mercado. Ellos saben muy bien cuán difícil es "ir contra el mercado" en los intercambios con el extranjeros y el comercio. La mayor parte de los economistas dudaría más todavía sobre la posibilidad de ir contra el mercado de la droga.