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Cohen Peter - 1 febbraio 1989
Droga: La experiencia holandesa
Peter COHEN

HOLANDA - Profesor de Sociología de la Universidad de Amsterdam. Fue uno de los asesores gubernamentales promotores de la despenalización de la marihuana y el hachís y de las iniciativas gubernamentales para favorecer la reinserción social de los tóxicodependientes. Actualmente es el Director del programa de investigaciones sobre la tóxicodependencia del Ayuntamiento de Amsterdam. A lo largo de los últimos años, ha venido desarrollando una serie de investigaciones sobre los efectos del consumo de la cocaína en las distintas clases sociales.

SUMARIO: El autor describe algunas orientaciones de la política holandesa en relación con los estupefacientes. Esta política, vigente en Holanda, no estimula es uso de drogas y funciona prescindiendo de la prohibición que más favorece a ciertos burócratas, mafia etc. Teniendo en cuenta los principios fundamentales de la protección de la salud y de la aplicación de la ley, la experiencia holandesa podría ponerse en práctica internacionalmente con las adaptaciones necesarias a las circunstancias de cada país.

("LOS COSTES DEL PROHIBICIONISMO DE LAS DROGAS" - ACTAS DEL COLLOQUIO INTERNACIONAL SOBRE EL ANTIPROHIBICIONISMO -Bruselas 28 septiembre - 1 de octubre 1988 - Ed. Partido Radical)

En este informe me he propuesto ilustrar algunos de los aspectos menos conocidos de la política holandesa en materia de droga. Concluiré con algunos datos sobre el consumo de droga en Amsterdam, para demostrar como la estrategia adoptada para con la droga en los Países Bajos no genera más tóxicodependencia sino todo lo contrario. Antes de adentrarme en una cuestión tan especializada, quisiera empezar con algunas observaciones sobre el prohibicionismo.

Si los prohibicionistas de todo el mundo fuesen sinceros en su preocupación por el consumo de droga, la abundancia de pruebas de la ineficacia y del efecto contraproducente de una guerra contra la droga se tomarían más en serio. Si los prohibicionistas se preocupasen seriamente por el consumo y abuso de drogas aplicarían los vastos conocimientos que se poseen en la actualidad sobre el tema de las tóxicodependencias para idear estrategias mejores y menos dañinas. Pero a los prohibicionistas de todo el mundo les importa un pito el consumo de droga y los tóxicodependientes. El prohibicionismo es un sentimiento visceral: es el antónimo de la racionalidad. Políticamente pertenece a esa categoría de ideología a la que pertenecen el racismo y el totalitarismo.

Además, tal vez sea igualmente importante el hecho de que da trabajo a mucha gente, como la diplomacia o la hacienda pública, o para ser más precisos, como la mafia. En las suntuosas, mastodónticas burocracias creadas para financiar la guerra contra la droga se puede ganar mucho dinero. Estas burocracias se mantienen estatalmente para legitimar todo tipo de violencia institucional, usada principalmente contra las minorías y los Estados más débiles.

La avanzada tecnología en las comunicaciones ha trasnformado esta forma moderna de caza de brujas en una actividad mundial y el trágico balance de todo ello es que millones de personas, no sólo en los Estados Unidos, sino también en Europa, creen realmente que la droga es la causa de todos los males porque han aprendido a asociarlos con ésta; al igual que durante siglos millones de personas creyeron que las brujas eran las culpables de la peste, de la sequía y de la carestía.

El prohibicionismo es un fracaso grotesco ya que las técnicas que utiliza se basan en un equívoco más grotesco todavía en los poderes del Estado. Este equívoco está provocado en su mayor parte por los mismos servidores del Estado. Si se proclama el preligro letal de las drogas y se sugiere que sólo el poder estatal puede defender al público de dichos peligros, la gente espera automáticamente que sean las instituciones estatales las que se ocupen del consumo de droga. Y de esta manera el llamado problema de la droga se convierte esencialmente en un instrumento con el que el Estado mantiene su autoridad y su poder represivo.

Considero que la iniciativa del Partido Radical es un esfuerzo humano y valiente que intenta llamar la atención sobre la crueldad e inutilidad de la guerra contra la droga. En Italia, un país en el que incluso los Comunistas establecen erróneamente un paralelismo entre la guerra contra la droga y la guerra contra la mafia, existe afortunadamente una base política para discutir un cambio de las políticas en materia de droga. Espero que muchos países sigan el ejemplo.

He sido invitado a hablar de la llamada Experiencia Holandesa sobre la droga y las estrategias para la droga.

Empezaré intentando aclarar cual es el significado del la expresión "Experiencia Holandesa". Así pues, subrayaré como esta expresión cobra significado sólo en el ámbito de la discusión internacional sobre la droga y de una perspectiva externa a las fronteras holandesas. En el ámbito de los Países Bajos, esa situación que los extranjeros ven como experiencia holandesa con la droga no se vive como una política especial que se distingue de las demás políticas. En nuestro país, esa política esta considerada sólo como uno de los muchos ejemplos de un acuerdo genérico sobre los pros y los contras sociales de la ley penal y la ley penal en general como un instrumento para la solución de problemas sociales o problemas de desviación.

Una de las dificultades que se encuentran para describir la llamada experiencia holandesa consiste en el hecho de que no sé si desde las perspectivas de cada uno de los distintos países la llamada experiencia holandesa posee el mismo significado. Pero, ya que a los holandeses se les tacha de "permisivos", para abreviar reduciré la noción de experiencia holandesa al recurrir mínimamente o incluso no recurrir a la aplicación de medidas penales contra quien consume droga.

Otra dificultad radica en el hecho de que los Países Bajos, a pesar de sus pequeñas dimensiones territoriales, tienen varias zonas en las que las estrategias con la droga son muy diferentes. Los Países Bajos, al contrario que en Alemania, no poseen una política homogénea en materia de droga. Los italianos están familiarizados con las grandes diferencias a nivel local. Por ejemplo, en Italia, se ha suministrado morfina a tóxicodependientes en ciudades como Florencia y Nápoles, mientras que ello era completamente imposible cuando no prohibido en otros lugares. En Turín siempre han existido formas oficiales de distribución de metadona, mientras que en Milán no existe nada por el estilo, si no me equivoco, en Milán no existen todavía centros en los que se pueda ayudar con metadona a aquellas personas dependientes de sustancias opiáceas.

Preciasamente de la misma manera en Holanda se pueden notar amplias diferencias de política sobre la droga de un lugar a otro, y ello no sólo para las sustancias como el canabis, sino también para los opiáceos.

En Amsterdam se ha ido haciendo posible paulatinamente comprar de forma libre derivados del canabis en tiendas especializadas, pero en Utrecht o Rotterdam no existe nada por el estilo o si existe muy raramente.

Puede ser que la experiencia holandesa aparezca a los ojos de los extranjeros, sobre todo la política en materia de droga de la ciudad de Amsterdam, en donde ya desde el siglo XVII el nivel de las libertades personales ha sido siempre un poco más alto que el existente en el resto del país. Obviamente, Amsterdam es la ciudad holandesa más importante desde el punto de vista del consumo de drogas ilegales (más adelante profundizaré este concepto). Amsterdam no es sólo la ciudad más grande de todo el Estado, a pesar de que no cuente con más de 650.000 habitantes, sino también la capital artística e intelectual. Nuevas ideas y nuevos estilos de vida tienen lugar más fácilmente aquí que en cualquier otro lugar. Además, Amsterdam posee una gran tradición de adaptación a estos experimentos ya que siempre ha albergado a un alto número de emigrantes y refugiados. Es más, fue un puerto floreciente que acogió barcos procedentes de todas partes del mundo, con todos los influjos inúmaginables de extranjeros y de nuevos y

extraños productos.

Es así como yo considero la experiencia holandesa de la misma manera y lo que he indicado anteriormente, el no recurrir a sistemas represivos, sobre todo en la Amsterdam de los últimos 25 años.

Si tuviese que citar aspectos homogéneos y manifiestos de una política nacional holandesa sobre la droga, podría hablar de las líneas de principio adoptadas oficialmente con respecto a la impunibilidad del consumo individual de canabis y su venta en pequeñas cantidades. Pero esta orientación no se interpreta de la misma manera en todo el territorio nacional y en algunos lugares los jueces locales la aplican pero de forma limitada.

Hablar de ley penal implica introducir un nivel de descripción más complicado del que usan en el extranjero cuando se habla de experiencia holandesa.

Hasta principios de los años Ochenta, en Holanda 25 de cada mil personas estaban en la cárcel, contra las 100 personal cada mil en Alemania. Uno de los aspectos más generales de la aplicación del código penal holandés consiste en su insistencia en intentar que la gente no vaya a la cárcel. En los últimos seis o siete años, esta tendencia ha cambiado un poco, pero debo subrayar que una cierta ausencia de leyes penalmente punitivas no se limita al consumo de drogas, sino a varios tipos de comportamientos ilegales o desviados. Un ejemplo muy conocido es la proliferación a lo largo de los años Sesenta de bares y lugares de encuentro para el grupo de homosexuales emancipados. Surgió una importante subcultura homosexual con una cierta cantidad de libertad de comportamiento que chocó a muchos turistas extranjeros. El ejemplo más conocido es probablemente el de la despenalización de la prostitución y de varias formas de pornografía, que provocó el nacimiento de un comercio erótico completamente abierto y en gran par

te no criminal.

La ausencia de sanciones penales para muchos tipos de comportamientos fuera de la norma o de trasgresiones de la ley se hizo posible en parte por la disponibilidad de alternativas. En los casos en los que las autoridades tenían que intervenir, a menudo se prefería llevar a cabo tratamientos que no recurrir al mecanismo judicial. Y cuando las autoridades no se veían obligadas a intervenir se podía optar por cerrar un caso sin ningún procedimiento. Ello fue posible gracias a la libertad legal que posee el magistrado holandés de escoger entre perseguir o no a alguien. Es decir que mientras un juez alemán está obligado por ley a llevar a cabo un proceso de instrucción completo, un holandés puede elegir dejar un caso totalmente fuera de los procedimientos penales si se cree que tanto el Estado como el transgresor se beneficiarán de ello.

La experiencia holandesa sobre la droga tal y como la entienden los extranjeros no es más que un ejemplo de una actitud mucho más general hacia algunas formas de desviación, es especial en la ciudad de Amsterdam.

Podríamos definir esta actitud de pragmatismo social. Mientras que el comportamiento de un cierto grupo no dañe de forma especial a los demás, se deja que el grupo exista y de vez en cuando se le procura asistencia especializada a través de instituciones. En el caso de aquellos que dependen de sustancias opiáceas se ha comprendido que la dependencia de estas personas del mercado negro exije formas especiales de asistencia social. A través de intentos y errores, estos servicios se desarrollaron en Amsterdam bajo formas que cubrían sistemas de curación altamente diferenciados. Y aquí nos encontramos con otra característica de la política social holandesa. Uno de los objetivos principales de las instituciones sanitarias es poner a disposición del mayor número de usuarios en potencia el mayor número posible de tipos de asistencia. Ello explica la dirección adoptada en Amsterdam para el desarrollo de las curas para los tóxicodependientes. Cuando éstos no utilizaron las instituciones iniciales de tratamiento, se c

oncluyó que dichas instituciones se tenían que adecuar a las necesidades de sus eventuales usuarios. De ahí nacieron los famosos programas de distribución en pequeñas dosis para el metadona en Amsterdam, de los cuáles los autobuses de metadona son la expresión más conocida.

Así pues, cuando se intenta comprender el significado de la noción "experiencia holandesa" hay que recordar que tanto para los aspectos sanitarios compo para la intervención de la ley penal, la política holandesa es muy normal y corresponde a los principios generales de la sanidad y las sanciones legales. Ello quiere decir que la política holandesa para la droga no es algo especial que ha sido inventado aposta para uso nacional.

Otro aspecto de la política social holandesa es que las políticas de ostracismo son muy difíciles de poner en práctica. Entre la población incluso en la misma Amsterdam siempre ha habido fuerzas que hubiesen deseado arrinconar a los tóxicodependientes y a los demás desviados a una isla cercana a la costa, pero estas fuerzas han perdido peso y relevancia política. En los países Bajos, por ejemplo, nadie propondría que a los tóxicodependientes sin trabajo se les negase la asistencia económica de base de aproximadamente 500 dólares al mes que Holanda proporciona a sus parados.

Resumiendo, la política holandesa con respecto a la droga es sólo una de las aplicaciones de un principio más general de administración social que se caracteriza básicamente por:

1) la máxima reducción posible de sanciones penales

2) la creación de instituciones sanitarias especializadas accesibles al mayor número posible de usuarios en potencia

3) el mínimo ostracismo social apoyado por el Estado para con los grupos desviados y

4) una base económica razonable para todos los ciudadanos, independientemente de su condición social o su nivel de desviación.

Es normal que los modos y los niveles de aplicación de estos principios de base sean materia de continuo debate político. Actualmente algunos de estos principios están recibiendo acusaciones.

Yo creo que la existencia general de la idea de una llamada experiencia holandesa sobre la droga no es más que un artefacto retórico, o, mejor dicho, una simplificación, aunque utilizada de distintas maneras, tanto por los prohibicionistas más acérrimos como por los más ardientes antiprohibicionistas.

El hecho de que las autoridades holandeses no hayamos lanzado el grito de guerra contra los homosexuales, los drogadictos o los enfermos de SIDA es utilizado indistintamente por prohibicionistas y por antiprohibicionistas para exagerar groseramente la cantidad de libertad existente en los Países Bajos. A pesar de ello, considero que en algunos campos existen algunas pequeñas, aunque importantes, diferencias en términos de libertad entre Holanda y los demás países.

A lo largo de mi análisis, he intentado mostrar cómo la política holandesa sobre la droga forma parte de principios más generales de administración. Ello significa que no es posible exportar esta política como si fuese un hecho aislado. Si algún Estado desea utilizar partes aisladas de la política holandesa para la droga, se descubriría que el resultado sería distinto al que se obtiene en Amsterdam. No se puede trasplantar las elecciones sobre la droga adoptadas en Holanda sin estudiar los particulares de lo que implican y sin llevar a cabo modificaciones en la economía social.

Tras estas observaciones que relativizan el concepto de experiencia holandesa, desearía proporcionar algunos datos recientes sobre el consumo de droga en Amsterdam, la llamada capital europea de la droga, una de las definiciones más ridículamente equivocadas que imaginar se pueda.

Proporciono estas cifras para demostrar que la aplicación de principios más generales de administración social del problema de la droga, lo que significa que de alguna manera se recurre menos a las sanciones penales que en otros países, no crea el consumo de droga. Esto es muy importante, ya que un argumento de los prohibicionistas que impresiona mucho parece ser que consiste en aseverar que la reducción del compromiso represivo causaró explosiones de consumo y abuso de sustancias estupefacientes.

Tal y como se sabe, en Amsterdam se pueden comprar hachís y cannabis en aproximadamente doscientas tiendas. El precio de drogas producidas tan fácilmente y con pocos gastos es más bien bajo, entre los cuatro y los cinco dólares por gramo, aproximadamente la mitad de lo que cuesta en ciudades como Roma o Milán y un tercio de lo que cuesta en Frankfurt o en Berlín. Cuántas personas utilizan en la actualidad los productos que se venden en dichas tiendas? A principios del presente año, la Universidad de Amsterdam estudió una muestra representativa de más de 4.000 habitantes de Amsterdam mayores de 12 años (1). A todos se les preguntó si el año pasado habían consumido cannabis aunque fuese una sóla vez. El 9,3% respondió afirmativamente, el 5,5% afirmó haber consumido incluso el mes anterior a la entrevista. El máximo de respuestas positivas, el 14% sobre el consumo durante el mes anterior se obtuvo de personas con edades en torno a los 23 años. Ello demuestra como incluso en condiciones de fácil disponibilidad

y de relativa ausencia de condena social, la popularidad del cannabis es más bien baja.

Qué se puede decir de la cocaína, la moderna, diabólica droga, disponible en Amsterdam desde principios de los años Setenta y de moda desde principios de los años Ochenta? En 1987 investigué sobre la pureza de la cocaína en Amsterdam y comprobé que era muy alta (2). Los precios andaban en torno a los 90 dólares con una tendencia a disminuir. El consumo individual de cocaína en Amsterdam o su venta en pequeñas cantidades no está impedido, a excepción de raras ocasiones. Así pues, se consume mucha cocaína?

En el total de la población, el 5,6% no ha probado la cocaína en su vida y cuando se pregunta quién la ha consumido el mes anterior a la entrevista, sólo se halla un 0,6%.

Y qué podríamos decir del uso de opiáceos en la capital europea de la droga, en donde la buena heroína se puede obtener por diez dólares aproximadamente y está al alcance del bolsillo de todo el mundo? Juntando opiáceos legales e ilegales, lo que quiere decir tanto los prescritos como los demás, se obtuvo un porcentaje del 9,9%, con una "predominancia del mes pasado" del 0,9%. Aunque quisiéramos duplicar estas cifras, aumentando el 100% por aquello de las dudas injustificadas de alguien con respecto a su carácter fidedigno, no podrríamos llegar a la conclusión de que el actual consumo ilegal de drogas en la llamada capital europea de la droga es alto, desde ningún punto de vista.

A pesar de la existencia de una guerra santa americana contra algunas sustancias psicotrópicas, los niveles de consumo, medidos con los mismos criterios utilizados en Amsterdam, son muchom mucho más altos.

Me gustaría compara los datos registrados en Amsterdam con cifras similares coreespondiente a otras cpaitales europeas, pero éstas no existen. Ello, entre otras cosas, demuestra claramente que el prohibicionismo es una religión que no necesita datos objetivos para legitimarse.

Así pues, está claro que la disponibilidad y el acceso relativamente fácil a drogas como cannabis, heroína y cocaína, como es el caso de Amsterdam, no determina los niveles de consumo. Esta observación es muy importante para la valoración de los efectos de los métodos policiales en la lucha contra la droga. Los niveles de predominancia han aumentado debido a numerosos factores, entre ellos la moda y la utilidad social son tal vez los más importante. Pero, en todos los niveles de predominancia de la droga, el consumo es mucho menos importante que el modo en el que tiene lugar. Aunque dijésemos que el 50% de una población consumió cocaína el mes anterior a la investigación, ello no sería realmente importante. Lo que importa es con qué habilidad la consumen, con qué frecuencia, cuánto y en qué circunstancias y en qué sistema legislativo. Ingerir cocaína en condiciones socialmente deprimidas de un gueto urbano comporta modelos diferentes y reglas distintas del simple esnifar cocaína para aumentar los placeres de

una discoteca o de una fiesta. Esto se aplica a todas las drogas.

Sólo a causa de la ilegalidad de las drogas se crean serios riesgos en la esfera social. Estos riesgos sociales que pueden variar desde formas mínimas y sutiles de microexclusión a marginación causada por el Estado y la cárcel, crean masas de víctimas de la droga. Afortunadamente, en Holanda, este proceso de victimización ha sido comprendido a todos los niveles del quehacer político. Este es uno de los pocos aspectos de la política holandesa para la droga que se podría exportar aisladamente. Parafraseando el excelente artículo de Nadelman sobre "Foreign policy", se trataría de una exportación positiva (3).

_________

(1) Sandwijk, P.; Westerp, I e Musterd, S: "The use of illegal drugs in Amsterdam. Report of a survey among the population of 12 years and older" University of Amsterdam 1988. Se publicará próximamente. Disponible en holandés.

(2) Cohen, P. en colaboración con Korf, D. y Sandwijk, P. "Cocaine use in Amsterdam in non deviant subcultures" University of Amsterdam 1988. Primer borrador disponible en inglés.

(3) Nadelman, E. "U.S. Drug policy: a bad export" Foreign Policy 70, Primavera 1988.

 
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