Roberto CicciomessereSUMARIO: Para muchos, la democracia es un lujo o un privilegio del que sólo pueden disfrutar las civilizaciones occidentales. En los demás países, los ciudadanos no pueden o no poseen la madurez suficiente para ejercer los derechos civiles fundamentales. Por el contrario, para el Partido radical la democracia es un bien de primera necesidad allá donde prevalecen el totalitarismo, la violencia, la guerra y el hambre.
("Número único" para el XXXV Congreso del Partido radical - Budapest 22-26 abril 1989)
Existen sólidas convicciones, inconfesadas pero no por ello menos explícitas, en los comportamientos de una parte consistente de la clase dirigente occidental, tanto de derechas como de izquierdas a propósito de la democracia. La primera se podría resumir de la siguiente manera: La democracia política y el Estado de derecho son un »lujo o un »privilegio al que sólo pueden acceder las sociedades europeas occidentales y de inspiración europea. De ello deriva el comportamiento de »comprensión , esencialmente racista, con respecto a los regímenes totalitarios del mundo árabe o del africano y de los movimientos de liberación nacional que a menudo han hecho que el pueblo añorase a sus viejos dominadores. Se sostiene que estos pueblos no son suficientemente maduros para la democracia, sin dudar en absoluto sobre la inmadurez de sus clases dirigentes, a menudo, y no es casualidad, formadas en las más prestigiosas universidades occidentales. Para el mundo comunista, a parte de los reflejos prudentes de una izquierd
a comunista chapada a la antigua, incluso las fuerzas más conservadoras parecen preferir, a parte de las denuncias de fachada sobre el carácter no liberal del régimen soviético, sólidos regímenes totalitarios, capaces de garantizar el orden, la estabilidad y sobre todo los asuntos con Occidente. Otra sarta de »reservas sobre la democracia se manifiesta en el seno del los países democráticos en presencia de fenómenos subversivos. Se afirma que el respeto de los principios del Estado de Derecho y de derechos individuales se debe garantizar en los períodos de tranquilidad social. Pero cuando se presentan situaciones excepcionales, cuando el terrorismo y la criminalidad amenazan el orden, se hacen necesarias las derogaciones; se hace necesario limitar los derechos constitucionales, naturalmente por el bien de todos, promulgar leyes excepcionales y autorizar a la policía a "no andarse con chiquitas". Italia, Alemania e Irlanda del Norte son sólo ejemplos macroscópicos. Hemos luchado contra todo eso, como irreduc
ibles extremistas de la democracia, con las armas de la no violencia. Lo hemos hecho en los países totalitarios del Este revindicando el derecho-deber de ingerencia en los asuntos de los Estados que violan Tratados y Convenciones internacionales, contra las coartadas de la soberanía nacional que durante siglos de historia han garantizado las peores infamias. Lo hemos hecho en los países de democracia política denunciando la tremenda falacia de poder combatir mejor contra los criminales y los terroristas adoptando su mismo desprecio de la persona humana y de la democracia. Hemos combatido contra la pena de muerte, contra la cadena perpetua, contra las violaciones de los derechos de la persona, sin reservas sobre el color político o el estado social de las víctimas de la injusticia, ya fueren fascistas, terroristas o "simples" criminales. En las siguientes páginas reproducimos sólo algunos testimonios de veinte años de política militante, de acciones no violentas, de campañas judiciales y parlamentarias para l
a defensa de los derechos fundamentales en Praga, Varsovia, Ankara, Nueva York, Moscú, Sofía, Londres y Roma. No se trata de las solidaridades retóricas y farisáicas de los partidos tradicionales, sino el estar plenamente involucrados, sin reservas y sin compromisos políticos, del Partido radical y de sus militantes. Lo testimonian los años de cárcel acumulados, los procesos, los duros períodos de linchamiento a los que nos han sometido. Pero sería erróneo pensar que el Partido radical tenga una concepción neutral, y por lo tanto abstracta, de los derechos civiles, que nos dé exactamente igual manifestarnos en Moscú, en Nueva York, en Ankara o en Jerusalén. La democracia política no es uno de los muchos sistemas políticos aceptables. Es el único sistema que puede garantizar una mejor tutela de los derechos de la persona y un mejor desarrollo económico y social de la sociedad. Siempre y cuando se defienda con pasión y se desarrolle con firmeza y fantasía. Si nos manifestamos contra las tentaciones autoritaria
s es para reforzar y tutelar su credibilidad democrática. Pero el obstáculo que actualmente se interpone más duramente entre las posibilidades, existentes, de garantizar a todos los habitantes de la tierra el derecho a la vida, a la justicia y a la seguridad lo constituye el conjunto de las concepciones políticas totalitarias, camufladas de distintas formas que se han afianzado en la mayoría de los países representados en la ONU. Allá en donde los derechos de la persona se hallan subordinados a los intereses del Estado, socialista o fascista, en nombre de la Clase obrera, del Dios capitalista o de la Promesa religiosa, es inevitable que brote la violencia, la guerra y el hambre. La democracia no es un lujo sino un bien de primera necesidad.