SUMARIO: Yugoslavia ya no tiene ni motivos ni posibilidades de ser un país no alineado. La "vía nacional" no se puede seguir proponiendo en ningún lugar del mundo. Los gobiernos occidentales prefieren "Estados tampones" a auténticas democracias. Es así como empujan a Yugoslavia hacia la catástrofe cultural y civil, incluso antes que hacia la catástrofe política y económica. Urge que Yugoslavia entre a formar parte de la Comunidad europea.
("Número único" para el XXXV Congreso del Partido radical - Budapest 22-26 abril 1989)
La prensa de todas las tendencias ha tomado y tratado un hecho aparentemente marginal de una manera muy sintomática.
El episodio de la represión de intelectuales en Yugoslavia, entre los cuales se halla Milovan Gilas, se puso en relación con las dificultades económicas y sociales de la República yugoslava, pero sin analizar la verdadera esencia de sus dificultades. Yugoslavia tiene un gobierno que afronta con valentía una política de firmeza en su intento por evitar la bancarrota, por merecer y mantener créditos y confianza a nivel internacional. Las indicaciones del Banco Mundial, oficiales, y las de la CEE, siempre discretas, se respetan prácticamente, o por lo menos, los intentos por respetarlas se persiguen con admirable tenacidad. Pero si por el momento se evita la bancarrota, es debido a una política occidental de ayudas de considerables dimensiones, empezando por la americana, aunque a menudo se presente bajo otros aspectos, "suizos" por ejemplo.
La obsesión yugoslava de la no-alineación, dogma y tótem de todas las generaciones dirigentes sin excepción desde 1949 - constituye la ideología plenamente favorecida y difundida por los países de la Otan y de la Comunidad. Al mismo tiempo las vergüenzas y las falacias de la "independencia nacional", de la "vía yugoslava" entendida como perspectiva y no sólo como historia y crónica pasada, hipotecan la cultura, la política y toda perspectiva a corto y a medio plazo que no sea perspectiva de inseguridad.
La verdad es que una vía nacional no se puede seguir proponiendo sin exponerse al ridículo, y esto vale también para sociedades como la alemana y la inglesa. Y que la no-alineación es la expresión de una subcultura que - no en vano - la cultivan y la alimentan tanto el Este como el Oeste. Yugoslavia ya no tiene motivos ni posibilidades para una no-alineación. Como así mismo no las tienen ni Burkina Faso, ni Malí, ni Italia, ni España, ni Grecia, ni Suecia.
Las cumbres militares- industriales del sistema "occidental" manifiestan su interés por dejar libre paso - o mejor dicho, paso obligado - a esta "monserga": la democracia política y un alineamiento ideal de ésta, les complicaría la existencia. Es mejor, mucho mejor, que en Ouagadougou, o en Bamako, Belgrado o Bagdad, no se "alineen" al frente democrático, tanto en el interior como en el exterior, sino que se utilicen "tampones" o "tierras de nadie" y se gobierne a estos pueblos sin respeto "occidental" de los derechos de la persona y de los derechos políticos.
Durante toda la legislatura del Parlamento europeo, nos hemos enfrentado contra la voluntad obstinada de la CEE y de las fuerzas conservadoras y socialdemócratas presentes en el Parlamento. Voluntad de "respetar" la "independencia" de Yugoslavia así como la del "tercer Mundo". Voluntad de aplaudir, generosamente, a su "no-alineación"; voluntad de proclamar el desinterés, la incredulidad y la hostilidad esencial hacia los desarrollos de democracia política y de organización no estatual de la economía (a excepción de la iniciativa privada extranjera) en dichos países. Y así se acompaña y se empuja, muy rápidamente, a Yugoslavia hacia la catástrofe, cultural y civil, antes que a la catástrofe política y económica. Inútilmente pedimos que se informe oficialmente a Yugoslavia del deseo de la Comunidad de verla un día formar parte integrante de ésta, y en calidad de "asociada" inmediatamente.
Inútilmente, hemos subrayado que el respeto de los derechos humanos, sociales, étnicos, políticos que implica o debería implicar, la adhesión a la Comunidad, pertenece a la historia y a la cultura, al deseo y a las profundas convicciones de los pueblos yugoslavos, como así mismo de sus clases dirigentes. Inútilmente hemos repetido que no se violaba por ello la soberanía y la "independencia" de este país amigo, sino que era necesario respetarlo al menos tal y como nos respetamos a nosotros mismos, y proponerle que comparta con nosotros la aventura histórica de construir una Europa política, por una política de justicia, de libertad y de paz. De esta manera, habremos fomentado y enriquecido el debate entre los grupos dirigentes, como permitido a todas las corrientes de pensamiento, científico y político, que no pueden ser - ni en Yugoslavia ni en ningún otro lugar - nacionalistas, nacionalizadas y "neutralistas", y que no se vea obligado a vivir clandestinamente. Dicho debate hubiera sido y sería dramático, si
n lugar a dudas, pero también vivo y vital.
De lo contrario, se hace cada vez más dramático, más neurótico al igual que inconsistente e inútil. Se sigue haciendo circular una "cultura" que no ve más que el Este y el Oeste, tomados como iguales en sus antagonismos, haciédose sombra el uno al otro, el uno contra el otro, enemigos en potencia en aras de la "originalidad" y de la "independencia" del país. En resumidas cuentas, la CEE y el Parlamento europeo así como cada uno de nuestros Estados sostienen la irrelevancia, cuando no el peligro, de un cambio democrático y liberal, en el interior, y anti-soviético en el exterior, en el crecimiento del país.
Es la Europa partidocrática, con fuertes tendencias y tentaciones antidemocráticas, que tiene mala conciencia de sí misma y de los demás. Por el contrario, nosotros debemos tener confianza y crearla. Yugoslavia se lo merece. Así pues, viva Yugoslavia europea, democrática y "alineada" con una política estructural y de paz, de vida, de alianza histórica Sur-Oeste. Esta utopía es, entre otras cosas, la misma que nosotros proponemos a la Europa de los Estados y de las naciones de hoy en día.