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Cicciomessere Roberto - 1 aprile 1989
Exterminio a causa del hambre
Roberto Cicciomessere

SUMARIO: Nosotros hombres y mujeres del mundo de la ciencia, de las letras y de la paz, dirigimos un llamamiento a todas las personas de buena voluntad, a los poderosos y a los humildes, con sus diversas responsabilidades, para que millones de personas que agonizan a causa del hambre y del subdesarrollo, víctimas del desorden político y económico internacional que impera en la actualidad, puedan ser devueltos a la vida. Este objetivo, proclamado por ciento trece Premios Nóbel se convierte en un imperativo político para el Partido radical. A las fallidas políticas de "ayudas" y de cooperación técnica con el tercer mundo, responsables de la explotación y de la degradación de inmensas regiones del Sur del planeta, los radicales contraponen leyes para la salvación inmediata de millones de personas. Una campaña internacional, un extraordinario "Satyagraha" colectivo que implica a miles de personas, con huelgas de hambre, marchas y acciones de desobediencia, para la afirmación del derecho a la vida. Se aprueba en

Bélgica la primera ley para la supervivencia. El Parlamento italiano otorga más de mil millones de dólares. Pero no es suficiente. La movilización internacional a favor de la vida sirve de poco debido a los egoismos de los Estados. Fracaso o derrota?

("Número único" para el XXXV Congreso del Partido radical - Budapest 22-26 abril 1989)

La política sólo es democrática cuando propone alternativas claras entre las que poder elegir, cuando permite a todo el mundo que se exprese a favor o en contra de algo de forma unívoca. Desde hace años, la política, las agencias internacionales y las organizaciones privadas de cooperación nos han explicado las distintas "estrategias" para incrementar el desarrollo del Tercer mundo, nos han ilustrado los macro y los micro-proyectos de cooperación con los pueblos que mueren de hambre en el hemisferio sur, exaltando los programas de industrialización o denunciando las deficiencias de las ayudas de Occidente a los países pobres. Pero nadie nos ha dicho nunca qué podía hacer cada ciudadano, a parte de la inútil limosna, para impedir que cientos de millones de personas, en el umbral del año 2000, muriesen literalmente de hambre y de sed. Esto sucedió a principios de 1979, y el enésimo anuncio de Unicef sobre los cuarenta millones de personas condenadas a morir de hambre a lo largo del año corría el riesgo de borr

arse fácilmente de las conciencias de los ciudadanos, y muy especialmente de las conciencias políticas de los gobiernos, pues nadie proponía con claridad ninguna alternativa, ni ningún tipo de soluciones posibles.

Como podemos observar, toda estrategia de desarrollo, todo proyecto de cooperación, todo programa de industrialización y toda denuncia, por muy sagrada que sea, sobre la explotación que ejerce el mundo industrializado del Norte para con el Sur, adolece de moralidad política y de precisión histórica si no tiene en cuenta a esos cuarenta mil niños, hombres y mujeres condenados a morir de hambre y no por causas naturales. Era necesario que los gobiernos hiciesen propuestas claras y concretas: cuánto dinero, para cuántas personas y en cuánto tiempo. Cabía demostrar que toda reserva sobre como salvar a tan alto número de seres humanos, en una sociedad capaz de ir a la luna o de salvar a dos ballenas atrapadas en los glaciares de Alaska, no era más que una escusa. Toda reserva sobre cómo obtener el dinero necesario en una sociedad capaz de gastar mil trillones de dólares al año en armas, era una vil obscenidad. Así pues, si una sociedad se declara incapaz de hacer algo para impedir que millones de personas mueran

de hambre, no puede poseer de ninguna manera la capacidad de resolver los infinitamente más complicados problemas del desarrollo, de la industrialización y de la deuda exterior de los países pobres. Cabía conquistar la posibilidad de calibrar de manera unívoca la eficacia de la ayuda del mundo rico, a través de un indicador exacto, para reducir drásticamente los índices de mortalidad. El Partido radical pedía que se aprobasen leyes que definiese de manera explícita cuántas personas se podía impedir que muriesen, con qué cantidad de ayudas económicas y en cuánto tiempo. Leyes y sacrificios financieros sobre los que cada cual debía definirse a favor o en contra. Propusimos estas reflexiones y estos objetivos, aparentemente simplistas, a los máximos representantes de la ciencia, a los hombres honorados por su labor en pro de la paz, a los máximos exponentes de la investigación económica. Un número insospechado, glorioso, de Premios Nóbel, que en un principio fue 53 y que posteriormente llegó hasta 113, firmó e

l texto conocido en todo el mundo como el "Llamamiento de los Premios Nóbel". »Devolverles la vida a millones de seres que agonizan debido al hambre y al subdesarrollo se convirtió, a partir de 1979, en el imperativo político del Partido radical. No disponemos de un libro para representar el excepcional laboratorio de política no violenta que fue el Partido radical a lo largo de cinco años en su incansable lucha contra el exterminio causado por el hambre, para poder contar el extraordinario Satyagraha colectivo que realizaron hombres y mujeres de distintos países y procedentes de distintas formaciones políticas con motivo de la campaña internacional del Partido radical. En las páginas que siguen proponemos una limitada cronología de los momentos más importantes de la campaña radical »Salvemos a millones de personas inmediatamente y los dos textos fundamentales de la cultura política del »derecho a la vida y de la »vida del derecho que hemos intentado proponer. Pero hemos sido derrotados. Si nuestro objet

ivo no hubiese sido el de obtener que los gobiernos y los pueblos se comprometiesen a impedir que millones de personas muriesen de hambre en el hemisferio sur, sino sólamente el de agitar el problema del hambre en el mundo, nos podríamos dar por satisfechos. La iniciativa del Partido radical ha provocado, de hecho, la aprobación de la ley belga "Survie" y posteriormente de la ley italiana que otorgaba más de mil millones de dólares utilizables en 18 meses para salvar de la muerte, a través de intervenciones extraordinarias, al mayor número posible de personas. La campaña radical ha trasladado a los gobiernos y al enfrentamiento político lo que hasta ese momento se había relegado a la conciencia y a la generosidad de los particulares, a la exclusiva competencia de las agencias internacionales o de las asociaciones privadas. Millones de personas en el mundo se adhirieron y movilizaron no sólo en un impulso de auténtica generosidad humana sino también con las peticiones populares, las manifestaciones y las acci

ones no violentas, centrándose en objetivos concretos de democracia parlamentaria. Así mismo, se escucharon las voces de las máximas autoridades morales y religiosas para advertir a la clase política sobre el peligro mortal que corrían la paz, la seguridad y la democracia representadas por ese ejército abandonado de hombres desesperados sin nada que perder ni nada que defender, ni tan siquiera su vida. Sin embargo, todo eso no ha sido suficiente para hacer que cambiase esa misma cultura política que toleró, en aras de una paz improbable, el exterminio de millones de judíos que llevaron a cabo los nazis, o que se desinteresó durante ocho años de la carnicería en el Golfo, y que para más inri suministraba armas y municiones para asegurar la muerte a más de un millón de personas en Irán e Irak. No hemos logrado suscitar esa revuelta moral y política contra el exterminio que hubiese podido aumentar la esperanza de vida, no sólo para los millones de personas en el hemisferio sur azotadas por el hambre y la sequía

sino también para los millones de occidentales afeados por la obesidad y atiborrados de drogas legales e ilegales. Un partido, el radical, predominantemente italiano no podía conseguirlo. Tal vez lo consiga el partido transnacional que en estos meses estamos concibiendo. Pero si este proyecto fracasa - y bueno es saberlo - fracasará también la posibilidad de reanudar, con nuevas y mayores fuerzas, la batalla por la vida.

 
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