Marco TaradashSUMARIO: »En la actualidad, la violencia en todas las ciudades del mundo es hija del prohibicionismo de las drogas, tal y como sucedió en la Chicago de Al Capone. Pero el prohibicionismo que fracasa se ha convertido en una amenaza mortal para la vida de las personas, las libertades, la paz, el derecho de los Estados y el Estado de derecho .
("Número único" para el XXXV Congreso del Partido radical - Budapest 22-26 abril 1989)
El tráfico de droga es un arma que afecta a todo el planeta. Lo afirman documentos oficiales de algunos gobiernos, sondeos efectuados por la Comunidad europea, informes de los servicios secretos americanos e informes del Organo de control de estupefacientes de la ONU. Y sin embargo, ningún gobierno ha tenido el valor hasta el momento presente de modificar la política de represión penal del consumo y del comercio de drogas que se adoptó con gran severidad a partir del año 1961, año en que tuvo lugar la convención de la ONU de Nueva York. Admitir el fracaso del prohibicionismo significaría para muchos reconocer un error de casi treinta años; continuar la política prohibicionista justifica el pasado y permite al mismo tiempo conservar los excepcionales privilegios que las organizaciones supranacionales y cada uno de los Estados asignan a los profesionales de la antidroga. Es la ONU misma la que afirma con cruda claridad que »el uso de las drogas ilegales, tanto naturales como sintéticas, ha conocido un crecimie
nto tan rápido en los últimos veinte años que amenaza a todos los países y a todas las capas sociales. La producción y la fabricación clandestina de droga afecta a un número cada vez mayor de países, en numerosas regiones del mundo. Dichas actividades que alcanzan proporciones alarmantes, están financiadas y dirigidas por organizaciones criminales que cuentan con ramificaciones internacionales y que se benefician de la complicidad que les procura el sistema financiero. Al contar con fondos prácticamente ilimitados, los traficantes corrompen a los funcionarios, difunden la violencia y el terrorismo, influyen en la aplicación de las convenciones internacionales para la lucha contra la droga y ejercen en la práctica un auténtico poder político y económico en muchas regiones del mundo .
Es la descripción de una nueva forma de gobierno, la peor que se pueda concebir: la Narcocracia. Son las crónicas de cada día las que nos informan de que actualmente en nuestro planeta, los enormes capitales que la criminalidad organizada obtiene de la industria de la droga se han convertido en la principal fuente de violencia, corrupción, y degradación social, y al mismo tiempo, un gravísimo obstáculo para el desarrollo de las zonas pobres del planeta y de las que están situadas en el seno de los países industrializados. Cada año, las cajas de las organizaciones mafiosas internacionales ingresan cantidades que oscilan entre los los 300 y los 500 mil millones de dólares. O sea que con el presupuesto de dos o tres años de esta industria se podría paliar la deuda exterior de los países en vías de desarrollo. Dicho presupuesto asciende a un trillón de dólares aproximadamente. El dinero de la droga invade los institutos de la sociedad civil, los bancos, la Bolsa, las actividades económicas legales e ilegales, y
se transforma en corrupción, chantaje y violencia armada con respecto a las instituciones jurídicas y políticas.
El dinero de la droga alimenta la criminalidad y la criminalidad alimenta el mercado de la droga. El número de tóxicodependientes de la heroína aumenta cada año, porque todo aquel que se inicia se ve obligado a convertirse inmediatamente en viajante de comercio de heroína para poder pagarse las dosis cotidianas que necesita. O bien se ve obligado a robar, a matar o a prostituirse. Desde Alemania hasta Estados Unidos, desde España hasta Italia, desde Canadá hasta las megapolis latino-americanas, el tráfico de droga representa la causa de la mayoría de los delitos que se cometen, el 80% de robos, atracos, tirones y homicidios. Cada año, las víctimas de esta violencia insensata se cuentan por millones, de esta violencia que no pertenece a la naturaleza ni de la droga ni de los drogadictos sino que corresponde a una necesidad imperiosa de dinero, provocada por una ley descabellada e inhumana. Dinero que acabará por enriquecer y dar más fuerza al mismo enemigo invencible al que el prohibicionismo pretende derrota
r mientras que ni tan siquiera consigue hacerle un rasguño. Cada año se detectan a duras penas el 5-10% de las drogas en circulación en los distintos mercados.
La legalización de la producción, comercio y venta de las drogas actualmente prohibidas, desde la marihuana a la heroína pasando por la cocaína, tendría como efecto el equiparar dichas substancias a las drogas ya legalizadas, tales como el alcohol (desde el vino a los superalcohólicos) y el tabaco. Su precio disminuirá un 99% y el Estado se encargaría de fijar los impuestos adecuados para desanimar su consumo y garantizar al mismo tiempo la calidad para reducir al mínimo los efectos dañinos, ya sea la infección del Sida u otras enfermedades. Se podría derrotar a la mafia internacional de un modo que ni la mayor de las coaliciones entre todos los ejércitos del Este y del Oeste puede imponer en la actualidad, y perdería de golpe la fuente de su riqueza y la causa que la hace invencible. La legalización puede borrar de la noche a la mañana la razón de ser de millones de actos violentos realizados en detrimento de personas por lo general débiles e indefensas. Eximiría a las fuerzas del orden público y a la magi
stratura del peso de dichos delitos y así podrían dedicarse con eficacia y capacidad a la defensa de la seguridad ciudadana. Así mismo podría poner a disposición de campañas para disuadir al tóxicodependiente y para su rehabilitación sumas enormes que en la actualidad se gastan en una caza inútil.
Actualmente, la violencia que se da en las ciudades es hija del prohibicionismo de las drogas, tal y como sucedió en la Chicago de Al Capone. Pero el prohibicionismo que fracasa se ha convertido en una amenaza mortal para las personas, las libertades, la paz, el derecho de los Estados y el estado de derecho que ponen en peligro leyes que cada vez respetan menos los derechos humanos (empezando por la pena de muerte en muchos Estados que la habían abolido) y de las garantías jurídicas.
Es por ello que el Partido radical ha introducido, en la moción que aprueba su transformación en partido transnacional, la campaña antiprohibicionista como un objetivo esencial de su iniciativa política. Y por eso os pide que os unáis con nosotros al Partido radical para derrotar una política que crea y alimenta la criminalidad organizada, produce violencia y millones de víctimas, favorece la difusión de las drogas y hace que la vida de los toxicómanos sea insoportable.