Maria Teresa di LasciaSUMARIO: En la Europa industrializada y nuclear sólo hay una excepción: Italia. Incluso sin tener centrales nucleares, este país es en la actualidad la quinta potencia industrial del mundo.
Cómo ha podido suceder? Pues porque en Italia el Partido radical ha hecho presión. Pero no es suficiente. El riesgo nuclear no conoce fronteras.
La batalla en pro de un modelo de desarrollo distinto y del ahorro energético debe ser transnacional.
("Número único" para el XXXV Congreso del Partido radical - Budapest 22-26 abril 1989)
Si echamos una ojeada al mapa de la Europa nuclear sólo hay una excepción que salta a la vista inmediatamente: Italia.
En la triste clasificación de las centrales nucleares Francia y la Unión Soviética se hallan a la cabeza con 43 centrales en actividad la primera y 40 en actividad la segunda. De las 82 restantes en actividad en Europa - compartidas entre España, Alemania oriental, Bélgica e Inglaterra - sólo tres han sido construidas por Italia y en la actualidad no están en funcionamiento. Italia ocupa el quinto lugar en el mundo industrializado y, a pesar de ello, es un país que no ha tomado una vía del "todo" nuclear y que ha instigado y seducido a toda Europa en los años 70 y 80.
Italia es, así mismo, el único país industrializado de Europa en donde el "sin" nuclear es ya una realidad que no ha comportado en absoluto la paralización del desarrollo de la nación.
Si alguien se pregunta cómo ha sido posible una cosa por el estilo, la respuesta la hallará en el Partido radical, así de simple.
Incompetentes, histéricos, enemigos del progreso y - porqué no? de la clase obrera; irracionales e imbéciles... todo eso y mucho más era la consideración que infundían a científicos y expertos, a parte de la clase política, los radicales que se oponían a la vía nuclear antes de que la central de Chernobyl hiciese bing-bang.
En 1980, cuando en Italia el Partido radical recogió las primeras firmas a favor de un referéndum contra las centrales nucleares, los "laicos" y los "iluministas" de todo el país se escandalizaron.
Cultura más que nunca nacionalista y chauvinista la de la energía nuclear, llenaba de amor patrio el ánimo de los que creían haber encontrado la respuesta a todos los problemas energéticos construyendo un adecuado número de centrales; fuente inagotable de toda luz y bienestar, la energía nuclear era la respuesta de una sociedad que no le tiene miedo al progreso, que no teme "expolosiones imposibles" sino que por el contrario, es responsable e inamovible ante las neurosis irracionales de quien desearía que se volviese a la "vela".
Esta concepción del mundo "iluminado" por la energía nuclear avanzaba en la Europa de los años 70/80 mientras que ya por aquel entonces América había dejado de encargar la construcción de nuevas centrales, había suspendido la construcción de las instalaciones casi acabadas - los llamados "elefantes blancos" - y vendía los excedentes a una Europa que, al su vez, se apresuraba a hacer proyectos faraónicos y a prever la instalación de cientos de centrales nucleares. En particular, Francia, Alemania e Italia se unieron para financiar en partes iguales el proyecto - para nuevos alquimistas y nigromantes - del reactor nuclear autofertilizante Superphenix, el cual, además de ser eterno, hubiera transformado el uranio en plutonio... Si, por casualidad, esta máquina hubiese funcionado - de no producirse la avería pocos meses después de la instalación - los que más contentos se hubieran puesto hubieran sido los militares ya que el plutonio es el elemento básico para la construcción de las bombas atómicas. Con el Super
phenix se debía realizar la soldadura definitiva entre el llamado nuclear de "paz" o civil y el nuclear militar, divididos siempre por una frontera extremadamente aleatoria y por fín perfectamente encajables el uno con el otro. Hubiera supuesto el delirio omnipotente de la "force de frappe" y de la mixtura entre la altísima tecnología y la sociedad militarizada.
En la batalla entre la honda antinuclear y el gigante de las compañías eléctricas estatales y privadas y de las multinacionales industriales, el David radical ha sido decisivo para Italia antes de Chernobyl y para Europa después de la catástrofe.
Y, de hecho, el 7 y el 8 de noviembre de 1987, a un año de la explosión, los italianos se dan cita en las urnas para votar a favor o en contra de la energía nuclear en un referéndum organizado por el Partido radical y por quellas fuerzas ambientalistas y verdes que los radicales han querido absolutamente hacer nacer o presentar en las instituciones, hace algunos años, como nueva esperanza del país. El resultado de la primera ronda constitucional que se celebró en Europa sobre un tema considerado como inaccesible a la opinión de la gente y el sentido común de los ciudadanos, fue un plebiscito contra lo nuclear.
Pero lo más importante es que el debate que se desarrolla sobre la elección nuclear es que no parte ni del miedo irracional ni de los histerismos de "El día después". Los radicales, con las cuentas claras como prueba demuestran la única cosa que el clamor filonuclear no ha dejado entrever nunca y es que la energía nuclear es económicamente cara, cuesta muchísimo y rinde poquísimo. Con los hechos y las cuentas de la compañía eléctrica nacional, ENEL, en el bolsillo, destapada la lista de los miles de millones derrochados - tanto en Italia como en el exterior sirviéndose del tratado Euratom - para una investigación unidireccional y sin futuro, la verdad que emerge es que "toda" la energía nuclear puede cubrir, de aquí al año 2000, sólo el 10% del presupuesto energético mundial. El gran dogma científico para el que bastaba una única fuente de energía para cubrir las exigencias del planeta ha sido desmentido por años de política energética sólo nuclearista mientras que se demuestra cada vez más evidente que el p
roblema es el de la conservación y el uso apropiado de las distintas fuentes de energía.
Las reglas de la ecología como una nueva y necesaria economía se imponen a todos.
El voto italiano del 8 y el 9 de noviembre habló claro a Europa porque sancionó la salida de un país industrializado de un programa de investigación nuclearista y del proyecto Superphenix abriendo un debate sobre el derroche nuclear y sobre la inutilidad del riesgo al que se somete a la humanidad. Fué el final de un mito y el inicio de una nueva reflexión. Y los radicales fueron sus artífices.