Roberto CicciomessereSUMARIO: La característica fundamental del PR se identifica con la decisión fundamental de conjugar los objetivos políticos típicos de la democracia y del liberalismo con el método de la no violencia gandhiana. La no violencia política constituye actualmente la forma más avanzada e íntegra de la tolerancia laica sobre la que se basa la civilización de una sociedad y de un Estado
("Número único" para el 35 Congreso del Partido Radical - Budapest 22-26 de abril de 1989 - Edición en inglés, húngaro, y serbio-croata)
Si alguien quisiese definir el "pensamiento" del Partido radical, es decir, si quisiese aislar el "cromosoma" del que se desprende la huella en toda su expresión política y descubrir la razón esencial y constitutiva del "fenómeno" radical - en su exacto significado científico, de manifestación digna de observación y de la que se estudian las causas - debería detenerse en primer lugar sobre el significado de la alternativa no violenta. Debería preguntarse por qué un partido de rigurosa observancia laica y testigo de pies a cabeza de la cultura occidental se haya arriesgado al ridículo confiando a la imagen algo naïf de Gandhi su representación exterior, haciendo de él su propio símbolo.
Descubriría, de esta manera que la apuesta de los radicales, lo que viene impulsando - desde hace treinta años - a personas con distintos horizontes políticos, pero con idéntica fe en el socialismo liberal, a asociarse en la empresa radical, es la de realizar la "democracia política". Estaban convencidos de que eso iba a ser posible sólo si lograban que penetrase en la civilización de nuestro tiempo la cultura de la no violencia política; si hubiesen logrado afirmar la urgencia política de no resignarse a aceptar la violencia, hacia la persona, la sociedad y el Estado, o incluso hacia su ambiente natural, como tributo histórico obligatorio a pagar en aras de la civilización, de la revolución o del "progreso".
Para vencer esta apuesta, tenían que interrumpir la continuidad histórica con aquellas partes predominantes, tanto de la cultura liberal como de la socialista, que postulaban el "deber" de empuñar las armas contra el enemigo de la patria o de clase, y que asociaban indisolublemente la afirmación de la justicia con la decapitación del injusto.
Con sufrimiento, los mejores exponentes de estas culturas vivían la contradicción entre los motivos ideales e iniciales de la Revolución - los de la fraternidad, la igualdad, la libertad y la tolerancia - y la dura necesidad de tenerlos que negar en la lucha armada, en la exaltación de la violencia justa, a menudo en el terrorismo. Pero se resignaban a pagar el tributo de sangre y la amputación de valores pues aceptaban como insuperable la contradicción ideal entre medios y fines, puesto que la única alternativa concebible parecía ser otra forma de resignación, aún más violenta: la aceptación pasiva de la injusticia, del totalitarismo y de la explotación.
Reconciliación de los medios y de los fines
Radical excepción al escándalo de la justificación de la violencia en aras de los ideales de la razón, la no violencia gandhiana demuestra a Occidente que, por el contrario, sí es posible concebir el enfrentamiento político más duro - la mismísima liberación de un pueblo de la más grande potencia colonial del momento - sin verse obligados a renunciar a los principios de tolerancia y de respeto de la vida por los que se lucha. En la no violencia, medios y fines se reconcilian, los unos pasan a adecuarse a los otros, los primeros prefiguran los segundos. Si el final, el ideal es construir una sociedad más justa, a la medida del hombre, el medio no puede ser la prevaricación de la persona, su anulación física. Por ello Gandhi tiene que luchar no sólo contra el opresor inglés sino en primer lugar contra la intolerancia y la violencia que corre el riesgo de predominar en todo momento sobre los oprimidos; por ello antepone a la conquista misma de la independencia nacional la superación de la intolerancia religiosa
entre hindues y musulmanes. Es consciente, de hecho, de que el Estado indio estallará y se fragmentará al día siguiente de la liberación si antes no han sido desmantelados los privilegios de casta y de clase, si no se logra reconciliar ambas comunidades religiosas.
Gandhi llega incluso a anular una gran manifestación de desobediencia de masas - un "Satyagraha" - preparada desde hacía meses, y a iniciar un largo ayuno de expiación cuando le llega la noticia de que soldados ingleses han sido masacrados por sus compatriotas. Gandhi no quiere, de hecho, sustituir la injusticia y la violencia de los colonizadores ingleses una idéntica injusticia y violencia de una clase dirigente india crecida en el odio y la intolerancia.
Gandhi no lucha solo por la libertad y la independencia del pueblo indio, sino también para que la gran cultura democrática de Inglaterra, en la que se ha formado y de la que nunca renegará, no sea humillada ni mortificada ni en Suráfrica ni en la India. La no violencia de Gandhi, de hecho, aunque se nutre del sentimiento religioso de la cultura hindú, es en gran parte interna a la cultura europea y anglosajona, desde Lev Tolstói hasta David Thoreau y Charles Dickens. Su primera aspiración consiste en suscitar un movimiento político universal capaz de proseguir y desarrollar la cultura de la ilustración, de dar coherencia política, civil e histórica a los motivos fundadores de la revolución francesa y de la socialista, de superar los errores que las han conducido, al igual que otras revoluciones, a negarse en la intolerancia y en la violencia.
No violencia: la forma más avanzada de la tolerancia laica. El "pensamiento" radical se basa en esta intuición: la no violencia política puede, actualmente, constituir la forma más avanzada e íntegra de la tolerancia laica, sobre la que tendría que fundarse la civilización de una sociedad y de un Estado democráticos. Y ello puede ser posible únicamente si la no violencia se traduce en las leyes y en los comportamientos de las clases dirigentes así como de las oposiciones históricas. Durante un par de siglos, tras la Revolución burguesa, contradicciones terribles hirieron la civilización de la tolerancia y de la democracia. En nombre de la diosa razón se mató y se masacró, en nombre de las naciones y de las revoluciones se llevaron a cabo guerras y carnicerías y se llegó a pensar que tolerancia y violencia pudiesen y tuviesen que convivir, cuando la violencia se convertía en violencia de Estado o "revolucionaria".
Por el contrario, la no violencia sitúa a la persona y al diálogo en el centro de la vida social. La no violencia presupone el hecho de que no existen "demonios", ni enemigos que derrotar, sino sólo personas: y que a la peor de ellas, si se la agrede con la fuerza de la no violencia, que es siempre "iniciativa" puede corresponder con esa parte de sí mismos que es la mejor, en vez de corresponder con la peor: "una victoria puede definirse tal sólo si todos en igual medida son vencedores y ninguno es vencido", sostiene un famoso refrán budista. Pero durante muchos años la no violencia gandhiana parece simbólicamente derrotada por el asesinato, hace cuarenta años, de su líder por parte de un fanático hindú, por el desmembramiento de la India, pero más aún por la consolidación, en el mundo, de la cultura de la no violencia y de los regímenes totalitarios, que son la más trágica expresión de la misma.
No quiero decir que no hayan existido, tras la muerte de Gandhi, grandes personalidades e importantes acciones políticas, incluso de masas, de carácter no violento. En esos mismos años en los que el Partido radical se consolida en Italia, Martin Luther King escoge los métodos de la no violencia para el movimiento de los derechos civiles de los negros americanos. Objeciones de conciencia masivas se registran en francia contra la guerra de Argelia, y en los Estados unidos contra la guerra en Vietnam. Pero el Partido radical es la única fuerza política organizada que ha basado, no en términos ideológicos sino de teoría de la "praxis", su propia acción política sobre la no violencia. En los a os sesenta, cuando en los países del este y en el hemisferio sur nada parecía contrastar la magnífica potencia y la expansión del totalitarismo soviético, cuando la democracia europea - antes que de las decisiones de sus propias clases dirigentes - de la consolidación de las revoluciones nacionales y socialistas tanto en Af
rica como en Vietnam, cuando en occidente las multitudes estudiantiles y obreras levantan el libro rojo de Mao o vitorean al Che, un grupo desmirriado de radicales va contra corriente y empieza a experimentar en Italia la no violencia política.
Por la plena consolidación del Estado de derecho
Se trata de un grupo procedente de una tradición y de una experiencia política de clásico liberalismo y radicalismo, pero que - incluso en el diálogo y en la confrontación con otras experiencias pacifistas, antimilitaristas y de nueva izquierda europeas y americanas - considera indispensable conjugar métodos y objetivos típicos de la democracia política con los de la no violencia. El "descubrimiento" a partir del que los radicales se mueven, en términos de teoría y de praxis concreta, y que paulatinamente profundizarán para mejor definir a lo largo de los años, consiste en que precisamente la no violencia - inspirada en el respeto absoluto de la persona, a partir de la del adversario-interlocutor - constituye la vía maestra para la consolidación plena y sin reservas de ese Estado de Derecho sin el que democracia y libertad son pura falacia; mientras que todas las "vías violentas" para conquistar el Estado de Derecho, democracia y socialismo contienen siempre elementos que de por sí niegan y obstaculizan la o
btención del objetivo.
El Partido radical quiere demostrar que la violencia no conviene y que con la fuerza del diálogo es posible no sólo vencer sino convencer al adversario. El primer desafío es contra la pretensión del Estado italiano de imponer, por ley, la indisolubilidad del matrimonio. Mientras que buena parte de la izquierda, y en particular la "revolucionaria" extraparlamentaria que emerge del motín del 68 ignora esta batalla para la introducción del divorcio y lo hace en nombre de la inminente revolución que abolirá la familia, el matrimonio y cualquier otro oropel burgués, por primera vez cientos de miles de personas - la mayoría de la tercera edad, "separados" que desde hace años han constituido nuevas familias "ilegales" - aprenden que es posible manifestarse públicamente por sus derechos sin tener que ir tirando necesariamente piedras, sin enfrentarse con la policía. Aprenden a conocer la eficacia de las acciones no violentas, del ayuno y del diálogo. Pasan a ser capaces de intervenir en los procesos legislativos y c
onsiguen, en la Italia de aquellos años, cerrada, provinciana y clerical, a coagular una mayoría parlamentaria que al final aprueba la ley del divorcio.
Satyagraha, no violencia de los fuertes
Llega el turno del aborto: el enfrentamiento es más duro y por primera vez se experimentan en Italia las acciones de desobediencia de masas. El aborto está prohibido y millones de mujeres se ven obligadas a llevar a cabo prácticas humillantes y peligrosas para interrumpir el embarazo, jugándose la vida en manos de médicos deshonestos u obstétricas que usan sistemas medievales. El Partido radical, a través de la organización federada CISA, (Centro Italiano para la Esterilización y el Aborto) organiza por aquel entonces públicamente muchas clínicas en las que se practica, con todas las garantías médicas, el aborto. Cientos, miles de mujeres desafían la ley, haciendo salir de la clandestinidad una dramática realidad que todos querían olvidar y que hasta las fuerzas políticas "progresistas" no afrontaban, por cínicos cálculos electorales. La que Gandhi llama la no violencia de los fuertes, la resistencia pasiva provista de un método que permita no ser cómplice del adversario - el "Satyagraha" (es decir Sat=verda
d, Agraha=firmeza) - se manifiesta finalmente en un país occidental como asunción colectiva e individual de la responsabilidad de violar públicamente la ley y de sufrir las consecuencias. Pero no se trata de una ruptura de la ley que niegue la idea de ley; al contrario, se trata del rechazo de una hipocresía, de una "no-ley", para afirmar por el contrario el derecho. En realidad, en Italia, al igual que en todas partes, la prohibición de abortar - absolutamente inaplicable - no se aplica; el Estado no intenta reprimir realmente el aborto, se limita a proclamar su prohibición; mientras que la práctica del aborto es ampliamente tolerada, es "libre", pero en la condición infame y degradante de la clandestinidad. Los radicales desobedecen a una ley que ha sido reducida a no-ley para conquistar la verdadera regla, la verdadera ley, la única posible si se desea respetar la dignidad de la persona: una ley que confíe la decisión de la maternidad a la responsabilidad libre de la mujer.
Desobediencia civil
Profundizando los motivos de la no violencia radical, el gran escritor y cineasta Pier Paolo Pasolini comprendió por aquel entonces que en toda desobediencia civil hay una obediencia a un valor superior que es la premisa de una futura obediencia a una ley justa. En toda objeción de conciencia de la ley injusta hay un afirmación de conciencia.
En el momento en el que la magistratura y la policía intervienen, arrestando a toda la clase dirigente radical por complicidad en prácticas de aborto, la batalla está ya vencida: con toda evidencia se manifiesta el enfrentamiento abierto entre la fuerza inerme de la conciencia y de la responsabilidad y la obtusa e irresponsable de un poder que al haber renunciado a aplicar sus leyes se empecina con quién, precisamente respetando el derecho, solicita que sean modificadas las normas que el Estado no puede y no quiere aplicar. Al cabo de pocos meses, el Parlamento italiano aprueba la ley que permite la interrupción del embarazo en las estructuras públicas.
"Conocer para poder juzgar"
Pero la "fuerza de la verdad", para poderse desarrollar y manifestar, tiene que ser conocida. La no violencia, en resumidas cuentas, es una alternativa eficaz contra la violencia sólo si la gente puede conocer los motivos de la protesta; sólo si puede juzgarlos, si puede expresar su consenso o su disenso. Si falta la premisa de la circulación de la información, la elección desesperada de la violencia, del terrorismo, de la matanza simbólica del "enemigo" se convierte en una tentación trágicamente fuerte. He ahí por qué la mayor firmeza no violenta del partido radical se manifiesta en la defensa del derecho de los ciudadanos a "conocer para poder juzgar". La democracia política - único sistema que permite a fuerzas que representan intereses antagonistas de tomar el poder sin derramamiento de sangre y sin utilizar la violencia física - se convierte en pura ficción del momento en el que se ha sido substraída a los ciudadanos la efectiva posibilidad de ejercer su propia soberanía, es decir de escoger. Se ha nega
do la posibilidad de conocer y de juzgar las razones de la oposición, se niega la posibilidad misma de los ciudadanos de escoger realmente con el voto entre propuestas de gobierno alternativas. Hoy en día, la invasión y la dimensión totalizadora de los medios de comunicación permiten a restringidos grupos ejercer un enorme poder, el de cancelar - literalmente hablando - la verdad, o modificarla y alterarla según le plazca.
Democracia y derecho a la información son, por lo tanto, para el Partido radical, sinónimos: la primera no puede existir sin el efectivo ejercicio del segundo, y viceversa, el segundo es concebible sólo en un Estado de derecho. El arma extrema de la no violencia - la huelga de hambre en primer lugar y posteriormente la de la sed - es utilizada por el Partido radical no para imponer su propia verdad sino para exigir al adversario el respeto de aquella que él mismo proclama ser su propia ley. Es decir aquella que en todos los países democráticos dictamina la libertad de prensa y la completa información: bienes que comprensiblemente Occidente exhibe para marcar la diferencia "estructural" con los regímenes totalitarios.
Tras 70 días de ayuno de Marco Pannella, en 1974, la televisión estatal italiana, que hasta ese momento había negado a los ciudadanos la posibilidad de que se les informase sobre el papel y las razones de los radicales en la batalla para la introducción del divorcio, tiene que conceder - como acto de indemnización con respecto a la censura llevada a cabo - muchas horas de información y de debates a la Liga Italiana para el Divorcio.
Derecho a la imagen y a la identidad
Pero la no violencia no es un esquema rígido que se aplique con obsesión litúrgica. Es un método , eso sí con sus reglas estrictas, que debe basarse en la realidad histórica y en la concreta subjetividad de los interlocutores.
Es por ello que debe encontrar nuevas formas de expresión y de diálogo cuando la violencia del cuarto poder se hace más sofisticada. Actualmente ya no se niega la información a los movimientos de oposición pero ésta se manipula con el fin de deformar su imagen y su identidad política. Eso es lo que le sucedió al Partido radical en Italia en 1978 cuando promovió algunos referéndums abrogativos de las leyes especiales de la policía que abrogan el "Habeas corpus" y demás garantías en defensa del acusado. Al Partido radical no se le negó el acceso a la televisión pública, pero se le concedieron pocos minutos en los momentos de menor audiencia. Mientras tanto en los telediarios, el resto de los partidos afirmaron, sin posibilidad de demostrar lo contrario, que los radicales querían favorecer a los terroristas y debilitar la capacidad de la policía de reprimir el crimen. Esta es la vergüenza que se afirmó como verdad, sin poder ser desmentida.
Aceptar hablar en esas condiciones hubiera significado convertirnos en cómplices de la violencia perpetrada contra la verdad.
Por esta razón, los radicales decidieron comunicar con el silencio y, en los pocos minutos concedidos en la campaña electoral, se amordazaron y permanecieron mudos ante las cámaras, ante millones de espectadores atónitos. La desarmante simplicidad del mensaje fue más fuerte que un grito, que una blasfemia o que una maldición. Pero no fue un gesto de revuelta que expresase desesperación e impotencia ante la vejación sufrida sino que se trataba de la expresión de la fuerza de quien no se resigna a la violencia. Es el ejemplo, la demostración de que para empujar con eficacia a la vejación no hacen falta piedras, sino que es suficiente la compostura del silencio, como en las luchas obreras era suficiente cruzarse de brazos. Los gritos se pierden entre los otros tantos gritos de desesperación de la sociedad. Aquel silencio, aquel amordazarse se instaló en la memoria colectiva como una duda cada vez más presente ante la "verdad de Estado".
Un silencio aún más terrible cubre el más insoportable tributo que la sociedad de la opulencia ha decidido pagar en aras de las »férreas leyes del progreso y del mercado , es decir, 30 millones de seres que cada año mueren de hambre en el sur de la Tierra.
Sociedades capitalistas y comunistas, revolucionarios y conservadores, todos están de acuerdo, por motivos diversos, en aceptar como hecho inevitable que en el año 2000, millones de vidas humanas sean sacrificadas por la simple falta de alimento.
Nos hallamos en el centro del desafío no violento, del empeño de quien, al igual que los radicales, ha proclamado como imperativo, como razón misma de su existencia política, no resignarse a consentir que ni tan siquiera una sola vida humana se sacrifique en aras de intereses "superiores".
Al llevar a cabo esta batalla, al medir con la graduación y el nivel de violencia y de la negación del primero de los derechos - el derecho a la vida - en el mundo contemporáneo, el congreso del Partido radical adoptó un preámbulo al Estatuto del Partido que solemnemente declara la conexión inseparable entre derecho, no violencia y derecho a la vida. »El Partido radical - afirma el preámbulo - proclama el derecho y la ley, derecho y leyes también políticas del Partido radical; proclama en su respeto la fuente insuperable de legitimidad de las instituciones; proclama el deber a la desobediencia, a la no-colaboración, a la objeción de conciencia, a las supremas formas de lucha no violenta para la defensa, con la vida, de la vida, del derecho, de la ley... Declara otorgar al imperativo de "no matar" valor de ley históricamente absoluta, sin excepciones, ni tan siquiera la de la legítima defensa
Cinco años duró el Satyagraha radical contra el exterminio a causa del hambre, con el objetivo de »salvar millones de vidas inmediatamente . Se aprobaron en dos países europeos leyes con asignaciones consistentes que tenían como objetivo, no el desarrollo en general sino la salvación de aquellos que estaban a punto de morir. El debate sobre el subdesarrollo salió de los ambientes restringidos de las agencias especializadas para convertirse en objeto de enfrentamiento de las clases políticas y de la más vasta opinión pública.
Pero el objetivo de una gran movilización de la comunidad internacional »para la defensa de la vida y para la vida del derecho no se ha conseguido todavía. La conciencia de que la defensa de la vida de las inmensas multitudes que pueblan el hemisferio sur coincide con la defensa de las razones originarias del Estado de Derecho no se ha convertido en la cultura de nuestro tiempo.
Descubrimos de esta manera lo que ya sabíamos, todo lo dicho no podía y no puede realizarse en el cuadro político e histórico de los Estados nacionales y de las actuales instituciones nacionales. Porque la cultura política de la no violencia presupone Ley y derecho, porque una cultura de la vida que no sea cultura del derecho, que no aspire a crear o modificar la ley puede producir tal vez mártires pero no protagonistas de la historia.
Y, en la actualidad, para que el Derecho y la Ley puedan existir, puedan ser reconocidos y respetados o son transnacionales o son supranacionales, o se colocan en el seno de mecanismos de efectiva interdependencia económica y política entre las regiones del mundo o simplemente no existen.
El Partido transnacional en el desarrollo del "pensamiento radical" es la herramienta necesaria de la no violencia política.